Por David Helfand para el Skeptical Inquirer

En 2016 mucha gente de los medios tradicionales declaró ominosamente que habíamos entrado en la era de la “posverdad política” (Drezner 2016) y ahora vivimos en la “democracia posfáctica” (Barret 2016). Con la proliferación de rentables sitios de falsas informaciones, tuits inconsistentes con la dominante realidad política, y la mayoría de los ciudadanos muy ocupados en construirse cámaras de eco de sus creencias personales en las redes sociales, la histeria parece justificada.

Pero, como Alexios Mantzarlis del Instituto Poynter nos recuerda (Mantzarlis 2016), los políticos, los comentaristas mediáticos y tu vecino no han tomado la “verdad” en serio desde hace mucho tiempo.

En efecto, el experto en clásicos Edward M. Harris ha hecho notar en un artículo en el cual disecciona el “Discurso de Demóstenes contra los medios” (Harris 1989), que 2.400 años atrás en Atenas “aunque un testigo que perjuraba podía ser juzgado… un orador que hablara en la corte podía darse el permiso de decir tantas cosas como imaginara sin miedo a un castigo”.

Harris continúa : “Resumiendo, nada proveniente del conocimiento de la audiencia y de los límites de la plausibilidad restringe al orador de inventar falsedades y distorsionar la verdad”.
El embuste público, por tanto, no es nada nuevo. Lo que sí es nuevo es el ámbito sobresaturado de tecnología en que actualmente está embebido. Es el “conocimiento de la audiencia” y los “límites de plausibilidad” —no las falsedades y distorsiones— las que han cambiado.

¿Cómo evolucionó el “conocimiento de la audiencia”, a lo largo de la historia del Homo sapiens en esta tierra? Por más del 95% de nuestra historia, el conocimiento estaba limitado, pero era testado diariamente contra la realidad. El cazador recolector que recogía bayas venenosas fue prontamente eliminado del pool de genes, así como el joven que conducía a su familia a cazar leones hambrientos en lugar de gacelas.

Aquellos pocos que analizaban los patrones de las estrellas y así podían predecir la migración de los ñus fueron objeto de especial veneración (solíamos llamarlos “expertos”). Había también, sin dudas, mucha información errónea en aquellos idílicos días — los rayos evidenciaban la furia de los dioses y los grupos vecinos eran señalados muy a menudo, como los “otros”, fueran hostiles o no. Pero como la mayor preocupación era la simple supervivencia, el “conocimiento de la audiencia” concordaba bien, en general, con la realidad.

El ciudadano promedio de hoy vive en un mundo muy diferente. Como dice la célebre tercera ley de Arthur C Clarke, “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia” y tal magia permea y define el mundo del típico adulto estadounidense.

Desde autos que estacionan solos y GPS hasta iPads, aviones y cirugía LASIK, nadie tiene idea de cómo funciona la tecnología con la que trabajan o qué principios físicos sustentan su operación. Son, realmente, “indistinguibles de la magia”.

Y, al vivir en ese mundo mágico, los “limites de plausibilidad” son fácilmente expandidos. Si la caja que habla en tu tablero sabe exactamente dónde estás y puede decirte cómo llegar a donde quieres ir, ¿por qué no sería plausible hablar con parientes muertos? Si con una potente luz aplicada a tus ojos se puede eliminar tu necesidad de anteojos, ¿por qué el usar imanes no te curarían esa artritis?

Si un científico “experto” te dice que tu terapia magnética es un sinsentido, es solo un ejemplo de la primera ley de Clarke: “Cuando un científico eminente pero anciano afirma que algo es imposible, es casi seguro que está equivocado.”

Y como los imanes hicieron maravillas para el mejor amigo de tu cuñada, probablemente funcionarán para ti. Si la mayoría de las cosas de tu mundo son indistinguibles de la magia, es al mismo tiempo razonable y práctico adoptar a la magia como principio operativo. Y como solo los hechiceros comprenden la magia, consultarlos (homeópatas, astrólogos, médiums y místicos) tiene perfecto sentido.

A pesar de que la democratización, tanto del conocimiento como de la habilidad para contribuir con este, proveídas por internet tiene obvios beneficios, también tiene una muy seria desventaja.

Los “límites de plausibilidad” se han evaporado y el “conocimiento de la audiencia” está construido con información proveída por Facebook, experiencia personal y anécdotas. El estadounidense promedio está fuertemente aislado de la realidad física que sus ancestros estuvieron forzados a confrontar diariamente, y por tanto, viven en un mundo de autoafirmación del pensamiento mágico.

Hemos entrado, por tanto, no a la era “posfáctica o de la “posverdad”, sino a la era de la información falsa. Los hechos todavía existen. Buenas aproximaciones a la verdad todavía pueden ser encontradas. Y la información nunca ha sido tan abundante: IBM calculó, pocos años atrás, que producimos 2,5 quintillones de bytes de información por día, suficiente para llenar una biblioteca de medio kilómetro de alto que rodee a la tierra por el Ecuador.

Cuánto de esa información son sinsentidos, es la adivinanza. El problema es que todos se creen igualmente bien calificados para responder a eso y lo postean en sus blogs, donde se convierten en su versión personal de la verdad y pueden ser fácilmente compartidas y propagadas. Y ese es el origen de la información errada.

Hubo un tiempo cuando la mayoría de las personas que escribían acerca de un tópico en particular lo hacían porque habían adquirido cierto grado de conocimiento especializado. Habían leído lo que ya se sabía acerca del tema, habían conducido algunas observaciones e incluso experimentos propios y habían concluído que podrían escribir algo para contribuir al avance de nuestro entendimiento del tópico en cuestión.

Incluso podrían haber sido llamados “expertos” en el tema. Internet ha reventado este modelo. A la par que la democratización, tanto del conocimiento como de la habilidad para contribuir con este, proveídas por internet tiene obvios beneficios también tiene una muy seria desventaja.

Tom Nichols, escribiendo en el Federalista (Nichols 2014), describe esta desventaja como “La muerte de la pericia”, la cual se caracteriza por ser “un colapso, propulsado por Google, basado en la Wiki y empeorado por los blogs, de cualquier división entre profesionales y hombres comunes, estudiantes y profesores, conocedores y admiradores”. En otras palabras, entre aquellos que han alcanzado ciertos logros en ciertas áreas y aquellos que no alcanzaron nada.

Esto, dice él, crea una cultura en la cual “la opinión de todos acerca de cualquier cosa es tan buena como la de cualquier otro”. Así, Jenny McCarthy puede decir que el “instinto materno” es, de lejos, superior a la evidencia científica acerca de la seguridad de las vacunas, y millones de zombies alimentados por Google asienten y respaldan sus opiniones sin fundamento, desde una mina de información falsa y similar sinsentido de internet.

Este cuerno de la abundancia de mala información alimenta otro gran pasatiempo estadounidense: las teorías de conspiración. Según un encuesta reciente (Poppy, 2017) de 1.511 adultos, el 54% creen que los ataques del 11 de septiembre están relacionados con una conspiración del gobierno estadounidense, mientras que el 42% cree que el calentamiento global es una conspiración o una patraña, el mismo porcentaje cree en encuentros con alienígenas. El 30% cree que el expresidente Obama nació en Kenia.

Quedé un tanto sorprendido al ver que sólo el 24% cree que los alunizajes son una tomadura de pelo, pero tal vez sea porque el programa Apollo está tan lejos ya de la memoria colectiva que a nadie le importa. Más interesante es el resultado de que el 32% cree que el North Dakota Crash fue un encubrimiento gubernamental a pesar de que los investigadores lo inventaron en la encuesta para medir cuántas personas ven todas las cosas como conspiraciones.

Para aquellos de nosotros que estamos aún convencidos que los hechos acerca del mundo físico pueden ser descubiertos y que el análisis racional de esos hechos pueden ser útiles en la creación de modelos predictivos de ese mundo, un contraataque parece ser conveniente. ¿Por dónde empezar?

La ciencia es la más poderosa herramienta intelectual que la humanidad haya inventado hasta el momento. A diferencia de la reconfortante certeza que otras cosmovisiones proveen, la ciencia reconoce sus hallazgos como contingentes y sus modelos como limitados en su aplicación.

Es importante notar que, sin embargo, esa ciencia es al mismo tiempo un sistema para descubrir los hechos y un sistema de valores: escepticismo, base en la evidencia, interpretación utilizando razonamientos inductivos y deductivos, etc.

Los científicos sostienen que tanto el sistema de descubrimiento como los valores mencionados son crucialmente importantes. Pero, como los valores son un tema delicado para la mayoría de las personas y son, como máximo, indirectamente testables con la realidad, parece ser sabio diferir con la afirmación de Jonathan Swift de que “razonar nunca hará a un hombre corregir una opinión errónea que no fue adquirida por razonamiento” (Swift, 1721), y dejar la parte de los valores afuera, por ahora.

Mi recomendación para un contraataque en la era de la información errada es aferrarse a los hechos.

Para estos propósitos, mi definición de un hecho simple es una medición de alguna cantidad física, realizada con los mejores instrumentos disponibles, de acuerdo con procedimientos definidos con precisión, citados con su incertidumbre asociada y sometido a revisión escéptica, preferiblemente una que repita y verifique las mediciones. Un hecho compuesto puede ser deducido de un cierto número de hechos simples.

Un buen ejemplo de un hecho compuesto es la afirmación de que el CO2 actualmente agregado a la atmósfera proviene de la quema de combustibles fósiles. He dado muchas clases y charlas públicas acerca del cambio climático, y al mismo tiempo que mi audiencia no estaba de acuerdo con mis conclusiones acerca de la gravedad de la situación o mis propuestas para mitigarla, encontré objeciones a este hecho una vez que me tomé el tiempo para explicar cuidadosamente las evidencias.

He procedido como sigue: según mi experiencia, esta aproximación tiene dos virtudes.

Primero, para los más dedicados negadores de la ciencia, establece el rol inequívoco de los humanos en el cambio de la composición de la atmósfera.

Segundo, ilustra el proceso de encubrimiento de hechos acerca del mundo. No hago predicciones acerca del futuro del planeta, tampoco sugerir políticas para resolver el problema. Lo primero es, por lejos, muy incierto como para constituir un hecho, y lo último incluye elementos acerca de los cuales la gente razonable puede diferir.

Pero comenzando con un hecho acerca del cual podemos coincidir, se establece para las partes un punto de conexión y una plataforma basada en la realidad para la discusión posterior. La era de la mala información provee poco soporte para tomar decisiones individuales y plantea un desastre potencial para la formación de políticas públicas racionales.

La contrainsurgencia llama, definitivamente. Pero nuestras acciones serán ineficientes si están politizadas (Foster, 2017) y no persuasivas, si no nos atenemos escrupulosamente a los principios del pensamiento científico.

El problema de la reproducibilidad en la investigación médica (Begley y Ellis, 2012) y, más recientemente, en Psicología (Nousek et al., 2015) socavan nuestra credibilidad.

La participación en -incluso la promoción de- propaganda en los medios acerca de los hallazgos científicos es, de igual manera, extremadamente inútil.

Las afirmaciones de autoridad serán —quizás deberían ser— ignoradas.

El poder de la ciencia se fundamenta en su acercamiento escéptico y racional, basado en evidencias para entender el mundo. Este poder comienza con los hechos y, en mi experiencia, estos hechos son la mejor herramienta para comenzar la revolución.  

Paso 1

Describo cómo podemos contar los átomos y las moléculas, una a una, y muestro una tabla que liste el número de cada clase en una muestra de un millón de partículas de aire.
Este proceso de conteo es, por supuesto, muy destacable (¿bordeando la magia?), pero como la mayoría del público no tiene concepto del tamaño de un átomo (y por tanto de cuán sorprendente es que podamos contarlos uno a uno), pueden aceptar las concentraciones atmosféricas como hechos, ya que contar es un proceso muy sencillo que todos lo entienden.

Paso 2

Muestro los primeros dos años de la curva de Keeling de concentración de CO2 desde 1958 y 1959. Este gráfico muestra el número de moléculas de CO2 que aumenta continuamente  desde octubre hasta mayo, y luego va cayendo simétricamente desde mayo hasta septiembre. Una discusión acerca de cómo las plantas aspiran CO2 y luego lo expiran durante la estación de crecimiento y luego como las bacterias rompen el tejido de las plantas y liberan CO2 en el invierno, esta es también una historia plausible que es fácilmente aceptable.

Cuando una persona muy reflexiva objeta porque el hemisferio sur tiene estaciones opuestas a las del norte, premio eso y le muestro el mapa del mundo mostrando cuántas más áreas cubiertas por plantas hay en las zonas templadas del hemisferio norte versus la misma zona en el hemisferio sur.

Paso 3

Muestro entera la curva de 50 años de Keeling en la cual la monótona tendencia hacia arriba eclipsa la fluctuación estacional. Luego pongo la pregunta: ¿Cómo podemos saber de dónde proviene el CO2 adicional?

Paso 4

Muestro que la concentración en la atmósfera es función del tiempo. La baja del O2 es una sorpresa para casi todos pero es inequívoca en los datos, como también que las fluctuaciones estacionales están perfectamente desfasadas con el patrón anual de CO2.

Aquí reitero el patrón de respiración CO2 a O2 de las plantas con la que todos concuerdan- siempre es bueno contar a la gente algo que ya saben, incluso si solo lo aprendieron 5 minutos atrás, porque las mantiene enganchadas con la línea argumental.

El punto interesante aquí es que la cantidad de O2 que ha desaparecido es justamente igual a la necesaria para explicar el aumento del CO2, si el CO2 proviene de la combustión (combinación con oxígeno) de material que contiene carbón: C más O2 equivale a CO2. Es importante notar que esta es solo una correlación y no puede ser interpretada como causación, enfatizando el cuidado con que acumulamos hechos y no saltando a conclusiones.

Paso 5

Una digresión acerca de los isótopos se requiere ahora, en particular, que el carbón tiene tres isótopos comunes ( C-12, C-13 y C-14). Enfatizo cómo estos isótopos son químicamente idénticos pero que los más pesados se mueven despacio y por tanto son discriminados negativamente en las reacciones químicas.

Esto explica porqué las plantas tienen menos C-13 y C-14 que el aire que respiran. También proveo una breve introducción al decaimiento radioactivo para explicar como el C-14 gradualmente se convierte en el corriente y viejo nitrógeno, el constituyente dominante de la atmósfera, en una escala de tiempo de 5.730 años.

Paso 6

Los penúltimos datos apuntan a la proporción de de C-13 y C-14 respecto al C-12 provenientes de mediciones directas de la atmósfera durante los últimos 40 años y de tres anillos retrocediendo varios siglos. Estos datos muestran una gradual declinación en la proporción C-13/C-12 comenzando alrededor del 1.800 en el inicio de la Revolución industrial que se acelera rápidamente durante pocas décadas pasadas, justo como el total de CO2 en la atmósfera.

La proporción C-14/C-12 también ha declinado rápidamente durante los últimos 30 años. Proveyendo imágenes de varias fuentes de carbón (CO2 de volcanes y del intercambio entre el océano y el aire, así como el C de las plantas vivas, ensayos de bombas nucleares en la atmósfera, y las plantas muertas convertidas en combustibles fósiles), estoy listo para llegar a la conclusión ineludible.

Paso 7

La reducción en las proporciones excluyen el intercambio atmosférico de volcanes y del océano, porque ambos tienen proporciones mayores de C-13/C-12.

Los valores en caída de C-13 significan que las plantas deben estar involucradas. La disminución de los valores de C-14 significan que debemos estar agregando CO2 al aire que es altamente deficiente en C-14 y que no puede provenir de las plantas modernas cuyo C-14 fue enriquecido por las pruebas nucleares de 1.950. Deben provenir de las plantas antiguas cuyo C-14 ha decaído completamente.

Por tanto, la fracción dominante del nuevo CO2 en la atmósfera debe provenir de la quema de combustibles fósiles. LQQD.

 

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