Por qué niego la religión

Por: James Randi

 

La página de esta semana1 estará dedicada enteramente a la religión. He llegado a un punto donde tengo que descargarme sobre este tema que, hasta ahora, he sentido que se hallaba fuera de los temas que la JREF2 maneja. Dado que la religión surge como parte de los tantos argumentos que apoyan otras afirmaciones fantásticas, quiero mostrarles que aceptarla es de la misma naturaleza que aceptar la astrología, la EPS («percepción extrasensorial»), la profecía, la rabdomancia (también llamada «radiestesia») y la otra miríada de extrañas creencias que manejamos cada día.

Con anterioridad me he excusado de participar en acaloradas discusiones de esta persistente noción, sobre la base de que no ofrece ninguna evidencia examinable, a diferencia de lo que hacen las otras creencias en lo sobrenatural… aunque esos exámenes siempre han mostrado resultados negativos. No se puede discutir lógicamente con la gente religiosa, porque afirman que sus creencias son de tal naturaleza que no pueden examinarse, simplemente «existen». En lugar de discutir o intentar razonar con sus estándares, me conformaré con señalar, brevemente, cuán improbables, irrazonables, caprichosas y fantásticas son sus afirmaciones básicas, refiriéndome en su mayor parte a aquéllas con las que tengo más familiaridad, por mi experiencia personal.

Con frecuencia recibo críticas de creyentes en asuntos psíquicos y dogmas religiosos, ofendidos, que me acusan de ser uno de esos temibles «materialistas»; o de ser incapaz de aceptar las maravillas que ellos eligen adoptar, por estar «encerrado» en una visión del mundo que acepta sólo la versión científica «inamovible» y «ortodoxa» de cómo funciona el mundo. Esas palabras entrecomilladas son extractos directos de reprensiones recientes a las que fui sometido. Primero que nada, la palabra «inamovible» no puede en modo alguno aplicarse a la verdadera visión científica. Mi definición favorita de ciencia, concisa y que admito haber inventado, es: La ciencia es la búsqueda de verdades básicas sobre el Universo, una búsqueda que desarrolla afirmaciones que parecen describir cómo funciona el Universo, pero que están sujetas a corrección, revisión, ajuste, o incluso rechazo liso y llano, en caso de presentarse evidencia conflictiva o mejor.

La ciencia es una disciplina que hace frecuentes concesiones mientras intenta aproximarse mucho a esa elusiva meta llamada «verdad», pero sabiendo que cualquier conclusión a la que pueda llegar es simplemente la mejor del momento. Cualquier declaración ( , por ejemplo) es «verdadera» cuando se aplica a las balas de cañón lanzadas desde torres inclinadas; sin embargo no describe exactamente la interacción de objetos muy pequeños o muy grandes como electrones o galaxias. Eso no la vuelve «errónea», simplemente limitada. Declaraciones más abarcativas, tales como la relatividad o la cuántica, describen mejor un espectro más amplio de interacciones físicas, pero enterradas en esas declaraciones más avanzadas encontramos la anterior, más simple, la cual confío en que mi lector reconocerá como una de las enunciadas por ese sujeto llamado Newton. La estructura de la Ciencia misma también está en estado de desarrollo constante; idealmente, no tiene un estado «ortodoxo» en el cual se estabiliza de forma confortable y complaciente.

Sólo hace falta un nuevo estándar estadístico o una innovación en la observación para cambiar su enfoque ante cualquier evento o decisión con los cuales estaba anteriormente -de forma tentativa- satisfecha, pero el verdadero científico no lamenta ni rehúsa tales mejoras de enfoque o técnica, por el contrario adoptándolas y ajustándose a la comprensión nueva y mejorada del mundo que se halla disponible. A la religión, en contraste, le repele la duda honesta, prefiriendo la aceptación ingenua y sin cuestionamientos. Es el deseo de ajustarse lo que proporciona la verdadera gloria de la Ciencia, en mi opinión de aficionado. Esto se halla en claro contraste con los axiomas de la religión, los que se vanaglorian orgullosamente de sus inflexibles «verdades» para demostrar que «saben» ciertas cosas con certeza. Aún así, la Tierra es redonda, no plana, ni es el centro del Universo; esas revelaciones fueron prontamente aceptadas, absorbidas y aceptadas por la ciencia, primitiva como era en ese momento de la historia, y quienes las incorporaron a su visión del mundo no sintieron ningún dolor, aunque en algunos casos debe de haber habido algo de incomodidad y sorpresa, seguida por deleite. Eppur, si muove. Incluso si no lo dijo, estoy seguro de que hubiera querido hacerlo… Sí, soy un materialista.

Estoy dispuesto a que me demuestren que estoy equivocado, pero eso no ha sucedido… aún. Y admito que la razón por la que soy incapaz de aceptar las afirmaciones de las maravillas psíquicas, ocultas y/o sobrenaturales es porque estoy encerrado en una visión del mundo que exige evidencias en lugar de fe ciega, una visión que insiste en la repetición de todos los experimentos (en particular aquéllos que aparentan mostrar violaciones a un mundo racional) y una visión que requiere un examen abierto de los métodos utilizados para llevar a cabo esos experimentos. La decisión de ser un materialista es mía, la tomé luego de muchos años de consideración de lo que observé, y luego de leer a Bertrand Russell y a otros. Ya que no fue una simple reacción a la información que me llegaba, sino el resultado de examinar esa información, estoy orgulloso de mi decisión. [Una digresión: estoy orgulloso de ser estadounidense, escéptico y bright («ateo»). Sólo me siento orgulloso de aquello que he logrado, no de aquello con lo que nací o que me fue dado.

Elegí ser estadounidense y me gané esa distinción, me transformé en escéptico y sigo siéndolo aunque era difícil y aún me causa problemas, y ser un bright es un desafío a los millones que me etiquetan de inferior porque no soy supersticioso como ellos. No me importa; yo conozco y acepto el mundo real.] De niño, se me dijo que los salvajes estaban condenados a arder en sulfuro hirviente si no aceptaban a la «misericordiosa» deidad que se me describió, ¡incluso si no habían tenido la oportunidad de conocerlo/la! Esa deidad, por lo que me dijeron, tenía muchos de los serios defectos que se me dijo que debía evitar. Él/ella/ello era caprichoso, inseguro, celoso, vengativo, sádico y cruel, y exigía constante alabanza, sacrificio, adulación y reforzamiento del ego, o los castigos podrían ser muy severos. Descubrí, en mis tempranas observaciones, que la gente religiosa estaba muy temerosa, temblando y preguntándose si habrían cometido alguna infracción a la multitud de reglas que tenían que seguir. Estaban (y están) regidos por el miedo.

Ese no es mi estilo. Pero fueron las increíbles historias que me contaron las que me hicieron retroceder, incrédulo. Por ejemplo, me dijeron que hace unos 2.000 años una virgen del medio Oriente fue impregnada por algún tipo de fantasma, y como resultado produjo un hijo que podía caminar sobre el agua, revivir a los muertos, transformar agua en vino y multiplicar rodajas de pan y peces. Todo además de arrojar demonios. Esperó y aceptó una muerte brutal y sádica, y luego se levantó de entre los muertos. Había mucho, mucho más. Adán y Eva, decían, eran los humanos originales, depositados en un jardín para iniciar nuestra especie. Pero no entendía, y aún no entiendo, cómo si sólo tuvieron dos hijos varones, y uno de ellos mató al otro, de algún modo se las arreglaron para producir suficiente gente para poblar la Tierra, sin incesto, ¡lo que estaba claramente prohibido! Entonces algún profeta detuvo la rotación de la Tierra, un ejército hizo sonar cuernos hasta que cayó una pared, un sujeto llamado Moisés dividió en dos el Mar Rojo, e hizo que cayeran ranas del cielo… No hace falta que siga. ¡Y eso es sólo una pequeña parte de una religión! El Mago de Oz es más creíble. Y más divertido.

Sigo escuchando, de parte de los parapsicólogos, los religiosos y los ocultistas, sobre esta falta de voluntad a la que aluden, la reluctancia por parte de ciertos escépticos para considerar la evidencia. Puede ser que haya escépticos que coincidan con esa descripción, pero no conozco a ninguno. He escuchado sobre la supuesta negativa de los escépticos a creer, que se asemeja e incluso supera la dedicación del más ardiente entusiasta de la reencarnación, del más fanático doblador de cucharas, o del más devoto de los OVNIs. También he visto intentos por delinear las bases más o menos irracionales que subyacen bajo tales posiciones extremas. Se dice, con bastante exactitud, que la mente humana necesita una imagen comprensible del universo en el cual vive; la búsqueda de patrones es una técnica de supervivencia básica que está programada en nosotros.

También buscamos tener un entendimiento de nuestra propia existencia, y con frecuencia resulta que adoptar lo que podría describirse como un punto de vista religioso o «religioso-metafísico» parece facilitar crearle un sentido al supuesto enigma de la existencia. Me da la impresión de que los escépticos, hablando en general, evitan creer en hipótesis metafísicas, inverificables y anticientíficas, pero los credófilos prefieren creer que, cuando nos presionen, los escépticos admitiremos haber adoptado al menos cierto grado de enfoque metafísico. Esto sólo puede ser el intento desesperado de los credófilos por hacerse ilusiones, una declaración de que ellos no pueden creer que no todos son crédulos. Es algo con lo que simplemente no pueden identificarse, ni aceptar. He aquí la forma en la que los credófilos nos ven a los escépticos, y cómo intentan hacerse ver como racionales, en contraste con nuestra conducta inconstante: admitirán que muchos de ellos han adoptado posiciones religiosas heterodoxas; y puede que incluyan en la lista de ellas hombres de paja tan obvios y ridículos como la Teosofía o la Cienciología, sólo para mostrar que no están totalmente desprovistos de sentido común.

Dicen que aunque muchos escépticos reniegan de cualquier tendencia religiosa, aún así, agregan, tras cuidadoso examen, ellos (los escépticos) frecuentemente exhiben una profunda creencia en lo que los credófilos consideran la «doctrina metafísica» que llaman «materialismo». Esta doctrina, dicen, niega la existencia de entidades tales como mentes, almas y espíritus, y afirma que el universo físico constituye la totalidad de la realidad. Señalan que ya que el materialismo no puede considerarse probado científica o filosóficamente, este apego por nuestra parte puede deberse a una reacción a ciertos eventos y tendencias en la historia de la ciencia. Esto es una inversión del carro y el caballo, en mi opinión. Apartándome por un momento del tema, permítanme exponer aquí un punto de vista y un enfoque que ya he ofrecido antes. Los lectores tendrán presente el premio de un millón de dólares que ofrece la JREF. Muchos de los postulantes al premio (la mayoría) nos desafían para que refutemos su(s) afirmacion(es).

Nosotros respondemos que no afirmamos nada, que simplemente les pedimos que prueben sus afirmaciones. No intentamos, ni intentaremos, refutar aquello que ellos afirman es verdadero. De similar manera, los escépticos no intentan probar el materialismo. Es simplemente la mejor, más lógica y razonable explicación del universo. Eso es emplear la economía de pensamiento. Y el materialismo puede verificarse; un atributo que los credófilos dicen con frecuencia que no es aceptable ni necesario dentro de su punto de vista sobrenatural. Los escépticos no permiten la invención de situaciones o entidades convenientes pero inverificables para establecer una afirmación, ni aceptan que pueda adjudicarse propiedades mentales o espirituales a la materia física, lo que da origen a la idea de las reliquias y lugares sagrados. Ejemplos de esto son el diente de Buda, el Sudario de Turín, Lourdes, la Piedra Negra de la Meca. Aristóteles, en cuyas enseñanzas se basa buena parte de la cristiandad, enseñó que había «esferas cristalinas» que arrastraban a los planetas y estrellas en sus viajes celestes, y que estaban asociadas con «motores» incorpóreos e indefinidos que proveían las fuerzas para mantenerlos en movimiento.

Él pensaba que esos «motores» eran de naturaleza espiritual, y que la relación de un motor con su esfera era la de un alma en relación con su cuerpo. Esta visión fue reforzada por posteriores intérpretes de Aristóteles como Tomás de Aquino en el siglo XIII, quien enseñó que la materia más básica se concebía, de igual modo, como poseedora de propiedades psicológicas. Aristóteles escribió que un objeto terrestre caía al suelo debido a su «aspiración» por alcanzar su «lugar natural». Esta visión animista del universo también se encuentra en las obras de William Gilbert, el físico inglés. Él apoyaba las ideas del filósofo griego Tales, quien atribuía la atracción magnética a la acción de un «alma magnética» en el mineral magnético natural conocido como calamita o piedra imán, y que la atracción era provocada por la emisión de un «efluvio magnético» del mineral. Gilbert creía también que la Tierra misma tenía un alma magnética.

En su posición tan cercana al Sol, decía, el alma de la Tierra percibía el campo magnético del Sol, y razonaba que uno de sus lados ardería mientras que el otro se congelaría si no actuaba, y por lo tanto decidía inclinar su eje en un ligero ángulo a fin de producir la variación de las estaciones. No se equivoque condenando a Aristóteles y a Harvey como malos pensadores; no lo eran. Trataron bien otros asuntos sobre los que escribieron. Es probable que si hubieran tenido acceso al conocimiento mejorado que se desarrolló luego del período en el que vivieron, hubieran aceptado y celebrado esa adición; eran científicos, aunque no se había alcanzado la estricta disciplina de esa profesión cuando declararon sus conclusiones. El hecho de que se hayan desvanecido esas fantásticas visiones animistas de la materia constituyente del Universo como resultado de los avances científicos no debe llevarnos a desdeñar las ideas de los antiguos; hicieron lo mejor que pudieron, y debido a las invenciones creadas libremente por sus religiones (vienen a la mente historias sobre nacimiento virginal y sobre panes y peces) no encontraron dificultad en sus asunciones algo menos imaginativas.

Sin embargo, va siendo hora que los paranormalistas, ocultistas y entusiastas religiosos de hoy acepten que sus propias asunciones ya no son, ni serán, aceptables. Tenemos que crecer. La religión está detrás de muchas de las principales tragedias de la humanidad. Un nuevo libro de Jon Krakauer se titula Under the Banner of Heaven: A Story of Violent Faith («Bajo el estandarte del Cielo: una historia de fe violenta»). La actual percepción del Islam como una religión particularmente militante (oficialmente impulsada y hermoseada para justificar nuestra presencia en Irak, en mi opinión) invoca horrendos recuerdos del fiasco del culto davidiano y del ataque de gas nervioso de Aum Shrinricko en el subterráneo de Tokio hace unos pocos años, y del suicidio «del fin del mundo» de los fieles en la secta «People`s Temple» de Jim Jones.

Esas son sólo unas pocas instancias dramáticas de los efectos del celo religioso que hizo que los creyentes más conservadores recularan, e incluso dudaran (por unos instantes) de la sabiduría de su fe. No hubieran debido ser necesarios tales eventos de alto perfil, repentinos y sangrientos, para llamar nuestra atención sobre este problema. Otras situaciones más penetrantes que están desarrollándose, a las cuales parece que nos acostumbramos debido a su presencia constante en nuestras vidas, deberían producir la misma alarma. La tragedia israelí-palestina, la guerra católico-protestante en Irlanda del Norte, la guerra étnica tamil-sinhalesa y las atrocidades hindú-musulmanas que diariamente cobran vidas y traen terror y agonía a tantos, son sólo continuaciones de antiguas confrontaciones entre variantes de ilusiones religiosas.

Los esfuerzos desesperados para sostener (por cualquier medio) el gobierno y poder de los sistemas religiosos vigentes que insisten en que poseen El Camino a la salvación y la vida eterna, tal como tan bien demostró la sangrienta Inquisición Católica que nos liberó no hace tanto tiempo, ilustran igualmente bien que una porción demasiado grande de nuestro conflicto es un resultado directo de la presencia de la religión. Y, en eventos tan menores como las elecciones locales, se puede jugar y de hecho se juega la carta de la religión, con gran éxito. Atesoramos nuestros errores, y los defendemos. Con frecuencia hasta la muerte. Y la actitud de que las creencias supersticiosas como la religión son inofensivas está muy equivocada. Richard Dawkins lo observó recientemente: Creo que puede afirmarse que la fe es uno de los mayores males del mundo, comparable al virus de la viruela pero más difícil de erradicar. La fe, al ser creencia que no se basa en la evidencia, es el principal vicio de cualquier religión. ¿Y quién, contemplando a Irlanda del Norte o a Medio Oriente, puede confiar en que el virus cerebral de la fe no es peligroso por demás?3 Siempre he hecho una diferencia entre «fe ciega» y «fe basada en la evidencia».

De ahora en adelante, usaré la palabra «fe» sin agregar «ciega». En lugar de «fe basada en la evidencia», diré «confianza». Tengo confianza en que el sol saldrá mañana, ¡o, más correctamente, en que la Tierra girará para enfrentar al sol!; y tengo fe en que George W. Bush en algún momento dejará de apelar a un dios o invocar la plegaria en cada una de sus apariciones públicas… Los credófilos tratan de establecer un paralelo entre la ciencia y la religión. Esa es una empresa inútil; la una es la exacta opuesta de la otra. No, tal como también escribe Dawkins, Aunque tiene muchas de las virtudes de la religión, [la ciencia] no tiene ninguno de sus vicios. La ciencia se basa en evidencia verificable. Encontramos la religión en buena parte de nuestra historia, nuestra filosofía, nuestra vida diaria y nuestro sistema legal. La mezcla de razas fue prohibida con base en reglas bíblicas, la esclavitud fue justificada por el mismo libro.

Es conveniente tener un antiguo conjunto de reglas para respaldar las acciones y conductas odiosas, especialmente cuando puede argumentarse que es necesario cierto nivel de «interpretación» (¡aunque nunca una negación total!) para que se apliquen en cualquier situación. En ese sentido, rechazo los gastados argumentos que tratan de excusar errores y disparates completamente obvios de la religión insistiendo que «en realidad no significan eso». Significa lo que dice, y ninguna coartada o explicación me convencerán de que no se suponía que los fieles realmente creyeran que el Universo fue creado en siete días. Decídanse: o es correcta, o está equivocada. Ahórrenme el argumento de que le debemos tanto de nuestro arte y cultura a la religión; eso es un error de atribución.

Las grandes obras de arquitectura, pintura, música y escultura que se prodigó para adular santos, deidades y sus descendientes, y los benditos fallecidos, fueron comisionados, auspiciados y pagados por aquéllos que los ofrecían como sacrificios, penitencia, homenaje y relaciones públicas. Esos ofrecimientos eran artículos de seguro, apaciguamiento y soborno para neutralizar transgresiones o para obtener una mejor posición en la fila. Fueron motivados por el miedo. Estoy de acuerdo en que la abundancia de trabajo creativo que podemos disfrutar como resultado de esta aprensión es mucho mayor, pero pienso con frecuencia cuánto mejor hubiera sido si el trabajo hubiera sido dirigido a (y planeado para) nuestra especie, en lugar de serlo para seres míticos en el cielo o bajo tierra. Bien, agradezco a la mitología por darme el Mesías de Händel, pero eso no compensa el sufrimiento, dolor, temor y los millones de muertos que no hacía falta que ocurrieran… Considere esto: un hombre cree (más allá de cualquier duda) que su dios es el único dios, es omnipotente y omnisciente, lo ha creado a él y al universo entero que lo rodea, y es caprichoso, celoso, vengativo y violento.

El mismo dios ofrece al hombre una alternativa entre arder en agonía eterna en un infierno con una precisa definición, o vivir para siempre en una variedad de paraísos, algunos de los cuales incluyen calles de oro y otros una amplia provisión de deleites virginales. ¿Hay alguna elección? ¿El hombre dejará de cumplir alguna de las órdenes o los caprichos de esta deidad? ¿Cómo podemos dudar que la religión es un sistema compulsivo que controla completamente a sus adherentes? Es una tiranía, una trampa, un desastre de tamaño y alcance infinitos. No quiero nada de eso. Examine la noción de un «dios amoroso». Este dios sólo lo ama si sigue las reglas. No se permiten preguntas, dudas ni objeciones. «Porque yo lo digo, ésa es la razón». Él/ella/ello lo ama como un granjero ama a un animal de tiro; uno es útil, obedece, y es dócil. Si se aparta de la senda, su primogénito será asesinado, si no sigue una orden caprichosa, se convierte en una columna de sal. ¿Eso es «amor»? Si es así, prefiero la indiferencia. A diferencia de los religiosos, que lo tienen todo cortado, predigerido y servido, yo estoy dispuesto a que me muestren.

Pero no aceptaré el argumento de las amenazas y el temor, no me creeré la excusa de que «no lo sabemos todo», y no tengo tiempo para argüir sobre las interminables fábulas anecdóticas a las que los fieles son tan afectos. ¿En qué cosas sí creo? Creo en la bondad inherente a mi especie, porque ésa parece ser una táctica y calidad positiva que conduce a mejores oportunidades de supervivencia, y a pesar de nuestra tontería, parece que hemos sobrevivido. Creo que este sistema de envejecer y eventualmente morir (un sistema resultado del proceso evolutivo, no del esfuerzo consciente) es un proceso excelente que crea espacio para miembros de la especie mejorados (ojalá), en un entorno que es cada vez más limitado. Creo que si no nos despabilamos y adquirimos un sentido de la realidad y el pragmatismo, nuestra especie hará lo que todas hacen en algún momento: dejará de existir, prematuramente.

También creo que sí nos despabilaremos, porque esa es una táctica de supervivencia, y somos realmente buenos sobreviviendo… También creo en los cachorritos y los ojos brillantes de un niño, en la risa y las sonrisas, en los girasoles y en las mariposas. Las montañas y los icebergs, los copos de nieve y las nubes, son delicias para mí. Sí, sé que esta percepción es el resultado de la programación de mi cerebro, junto con la experiencia y asociación incorporadas, pero ello no le resta un ápice a mi apreciación de los fenómenos. Sé que otros, de mi especie o no, pueden no compartir mi maravilla y aceptación de estos elementos que tanto placer me dan, porque tienen distintas necesidades y reacciones. Una nube es una masa de vapor de agua condensado en la atmósfera, lo sé. Pero puede ser un navío, un demonio, un águila, si me permito actuar como un ser humano, y aunque muchos lo dudan, frecuentemente lo hago.

El escritor Krakauer, en su libro Bajo el estandarte del Cielo, en relación con la premisa de que la violencia y el fanatismo se hallan fácilmente en la religión, escribe: Aunque el territorio lejano de lo extremo puede ejercer una atracción intoxicante en los individuos susceptibles de todas clases, el extremismo parece ser especialmente predominante entre aquéllos inclinados por temperamento o crianza hacia las búsquedas religiosas. La fe es la antítesis misma de la razón; la falta de juicio, un componente crítico de la devoción espiritual. Y cuando el fanatismo religioso suplanta al raciocinio, de pronto no hay límites. Todo puede suceder. Absolutamente todo. El sentido común no se compara con la voz de Dios… «La fe es la antítesis misma de la razón; la falta de juicio, un componente crítico de la devoción espiritual». Eso lo dice todo.

Las dimensiones del Pensamiento Crítico

Por: Ricardo Montanía

ADAPTADO DEL SKEPTICAL INQUIRER

Los racionalistas, en general, consideran al pensamiento crítico como una de las herramientas más importantes para el análisis de las diferentes situaciones, se intenta por tanto aquí hacer algunas clarificaciones acerca de Que Es y Que No Es el pensamiento crítico.

Aunque no se debería pontificar acerca de una definición de Pensamiento Crítico, sin embargo, es buena aquella que dice lo siguiente: “El Pensamiento Crítico es el uso de las habilidades racionales, cosmovisión y valores para llegar tan cerca como sea posible a la verdad.

Es decir, consta de tres dimensiones esenciales, habilidades, cosmovisión y valores.

Las Habilidades racionales

Las habilidades críticas consisten en las operaciones cognitivas de alto nivel envueltas en el procesamiento, antes que en la simple absorción, de la información; analizar, sintetizar, interpretar explicar,  evaluar, generalizar, abstraer, ilustrar, comparar y reconocer falacias lógicas.

Esta parece ser la dimensión que la mayoría de la gente tiene en mente cuando habla de Pensamiento Crítico, en general, esto puede ser enseñado y se enseña en la mayoría de las escuelas, colegios y universidades en mayor o menor grado y de acuerdo a las deficiencias o excelencias de cada uno de ellos, pero esto sólo no basta para aquel que se define como un pensador crítico, tener estas habilidades por si solas no es suficiente, pues uno puede ser excelente en el razonamiento mientras falla en las otras dimensiones del pensamiento crítico, lo cual no es poco común.

Una concepción mas completa del pensamiento crítico, que incluya la cosmovisión y los valores, sin embargo, es más difícil de enseñar y sobre todo más peligrosa que aquella que sólo hace énfasis en el razonamiento lógico.

El reconocimiento que el mundo no es a menudo lo que parece es quizás la característica dominante de la cosmovisión del pensador crítico.

Desde esta perspectiva, el mundo es un lugar intrínsecamente engañoso.

Esta cosmovisión va más allá de los aspectos tradicionalmente sospechosos, como los anuncios en la TV o los círculos en los campos de maíz y amplia su visión de la naturaleza engañosa del mundo incluyendo cuestiones como:

1. Muchas veces somos inconscientes de los apremios impuestos a nuestro pensamiento por las fuerzas sociales, eso sin mencionar las fuerzas genéticas dentro de nosotros.

2. Algunos aspectos del mundo social parecen naturales, pero son realmente invenciones humanas. Y viceversa.

3. Los roles sociales que desempeñamos, muchas veces, moldean no sólo nuestro comportamiento sino nuestra propia identidad.

4. Somos a menudo ignorantes de nuestra ignorancia. Y cuanto más incompetentes somos, más probable es que sobreestimemos nuestra capacidad.

5. Es normal que cosas aparentemente contradictorias ocurran juntas.

6. Todas las cosas buenas tienen costes. Muchas cosas malas tienen ventajas.

7. Los hechos aparecen con frecuencia como blancos o negros cuando, en realidad, son generalmente grises.

8. Confundimos continuamente trozos de verdad con la verdad completa

9. Las verdades parciales pueden ser tan engañosas como las mentiras.

10. Es más probable que seamos engañados por la gente que cree sinceramente en lo que dice, que por los mentirosos.

11. El autoengaño puede ser un problema incluso más grande que el engaño por otros.

En fin, puesto que es tan fácil percibir mal la realidad, un pensador crítico está poco dispuesto tomar las cosas como se le presentan, sospecha de las certezas, no se adecua a la sabiduría convencional (o poco convencional) y es desconfiado de las fachadas y de las ideologías que sirven como cosméticos de la vida social.

Es decir, los pensadores críticos son necesariamente escépticos
.

El escepticismo se puede resumir como:

1. Los escépticos no creen fácilmente. Han pasado la credulidad infantil (Dawkins 1995) a un nivel de credulidad menor que el que poseen la mayoría de los adultos

2. Cuando los escépticos toman una posición, lo hacen en forma provisional.
Entienden que su conocimiento en cualquier tema es falible, incompleto y pasible de cambio.

3. Los escépticos no adhieren a ninguna “vaca sagrada”. Ven a las ortodoxias como enemigas mortales del pensamiento crítico.

Convencer a la gente de que subestima el hecho que las cosas no son siempre lo que parecen, requiere una amplia gama de ejemplos tales como éstos:

* Desde el principio, el SIDA se ha exagerado como amenaza significativa para los heterosexuales en los EE.UU.

* Es más que aventurado afirmar que Abraham Lincoln estaba fuertemente dedicado a los problemas de igualdad social entre los blancos y los negros.

* Martin Luther King Junior, engañó en su disertación doctoral y también a su esposa.

* Perdemos el amor menos a menudo a nuestros hijos que a nuestros amantes / esposos porque nuestros hijos llevan nuestros genes.

* Aunque los profesionales del asesoramiento en la industria y la educación  lo asumen como cierto, la autoestima no ha demostrado causa y efecto en relación con los resultados académicos y del comportamiento.

* Las pruebas de inteligencia se relacionan con muchos resultados académicos, ocupacionales, económicos y del comportamiento y es substancialmente heredable.

* No es nada claro que el abuso sexual del niño produce efectos devastadores y duraderos en casi todas sus víctimas.

* Los estudios han encontrado que muchos estereotipos del género contienen algún elemento de verdad.

* Puede haber avistamientos creíbles de OVNIS que la ciencia no puede actualmente explicar.

* Solamente la suerte hizo que la 46° palabra del principio del salmo 46 (en Ingles) fuera “shake” (“sacudida”) y la 46° palabra desde el final fuera”Spear” (“lanza”) en la biblia del rey James que fue publicada en el año en que Shakespeare cumplió 46 años (Myers 2002).

El desarrollar el pensamiento crítico perturba fuertemente las presunciones fundamentales de las personas, es de esperar que muchos se sientan ofendidos y molestos ante esto, pero aun falta mencionar el tema de los valores.

La dimensión de los valores.

Imaginemos a un Juez que tenga a su cargo impartir justicia en un caso tan terrible como el del incendio del supermercado Ycua Bolaños, en Asunción Paraguay, donde en un incendio murieron unas 400 personas el 1 de agosto de 2.004.

Se presentan ante él las fotos de los quemados, las filmaciones, los muertos …..el horror, los llantos de los familiares de las victimas y al abogado acusador explicando con todo detalle las culpabilidades del caso. A continuación, el Juez deberá realizar una proeza notable, “escuchar a la defensa en forma igual de perceptiva y desprejuiciada a como hizo con la parte acusadora”.
Para ello necesitará mas que buenas habilidades racionales y un robusto escepticismo apropiado para escuchar a dos abogados en pleno duelo, necesitará, también, cierto sistema de valores que lo motivarán para realizar las difíciles tareas necesarias para alcanzar un veredicto honesto.

Aún a una persona principista, toma tiempo forzar a un lado sus suspicacias y preferencias personales para poder determinar si la acusación ha probado su caso debidamente.
Tal cual el juez honesto, el pensador crítico ético confía en el concepto de la duda procesal-intelectual como la mejor manera de aumentar la probabilidad de encontrar la verdad. Este código de conducta requiere una gran atención a las ideas expuestas para poder dar un veredicto informado y razonado. Los rasgos requeridos para una persona así son algunos tales como estos:

* Estar poco dispuesto a subordinar su pensamiento a ortodoxias que exigen ser admitidas in-totum (en su totalidad) a riesgo de ser acusados de herejía.

* Rechazar el negar méritos a una determinada idea aunque esta pueda parecer repugnante y se corra el riesgo de aparecer como inmoral.

* Ser capaz de decir “no sé”, aun a costa de aparecer como falto de inteligencia.

* Estando dispuesto a juzgar el valor de verdad de las ideas patrocinadas por los grupos demográficos y culturales a los cuales uno no pertenece, bajo el riesgo de ser acusado de prejuicioso.

* Estando dispuesto a cambiar de opinión, a riesgo de aparecer caprichoso

* Estando abierto a opiniones adversas, a riesgo de parecer desleal

* Teniendo un claro conocimiento de los límites y falibilidad de su conocimiento, a riesgo de aparecer temeroso o con baja autoestima. En fin, este aspecto del pensamiento crítico puede ser el más difícil de todos.

Las ideas que sostienen al proceso intelectual adecuado pueden requerir más integridad, humildad, tolerancia a la incertidumbre y valor que el que la mayor parte de nosotros puede encontrar fácil de asumir.

Ventajas
El pensamiento crítico ¿Vale lo que cuesta?

Considérese por un momento cuán costoso puede ser el pensamiento acrítico.

Jay Gould, llama la atención sobre dos potenciales humanos que, juntos, considera “la más potente conjugación de valores para el bien que nuestro planeta haya conocido jamás”.

Solamente dos escapes posibles pueden librarnos de la mutilación organizada que el lado oscuro de nuestras potencialidades humanas nos depara aquel que nos ha dado cruzadas, cazas de brujas, esclavitud y holocaustos.
El primero es la decencia moral que proporciona un ingrediente necesario, pero no suficiente.

El segundo elemento debe venir del lado racional de nuestra mentalidad. A menos que rigurosamente utilicemos la razón humana, saldrán las fuerzas espantosas de la irracionalidad, del romanticismo, de la creencia “verdadera” inflexible y del fatalismo que resultan de las masas.

El escepticismo es el agente de la razón contra la irracionalidad organizada y es por lo tanto una de las llaves a la decencia social y cívica del ser humano.
Según esta llamativa declaración, el pensamiento crítico es uno de los recursos más importantes que una sociedad podría desarrollar.
Esto es porque las malas cosas no emanan solamente de la mala gente.
Las malas cosas pueden también ocurrir debido al pensamiento equivocado de la gente decente.
Además de los peligros de un mal pensamiento, el peligro verdadero se da cuando es aceptado por el entendido y perdonado por el sincero que tiene poco más que la comprensión de un niño de lo que exige el debido proceso intelectual.

Es probable que haya una relación importante entre el pensamiento crítico, definido ampliamenteç y la democracia en sí misma.

El jurista americano Hand describió esta conexión como sigue:

La libertad yace en los corazones de hombres y mujeres; cuando allí muere, ninguna constitución, ninguna ley, ninguna corte, puede preservarla.

El espíritu de libertad es el espíritu que no está demasiado seguro de estar en lo correcto; el espíritu de libertad es el espíritu que intenta entender las mentes de otros hombres y mujeres; el espíritu de libertad sopesa su interés y el de los demás sin estar predispuesto en algún sentido.

Cultivando el pensamiento crítico genuino, consolidamos los soportes cruciales de la democracia (Kuhn 2003). La gente que estima la verdad tiene menos probabilidades de ser engañada por las ideologías que justifican prácticas anti-liberales o prometen soluciones simples.
Además, tales personas reconocen mas probablemente el valor intelectual e ideológico de la diversidad, también entienden que la verdad normalmente viene en pedazos que son poco probables de ser encontrados todos juntos.. Son el mejor contrapeso contra los creyentes de todas las layas. Dentro de una democracia, el mundo social sigue siendo un lugar engañoso, tanto para el sofisticado, como para el inocente.

La tendencia de líderes y de una gran cantidad de ciudadanos a subestimar este hecho es una fuente enorme de miseria humana.

Aquí está un ejemplo.
En su libro y en el de Errol Morris, La Niebla de la Guerra, la secretaria anterior de Roberto S. McNamara secretario de defensa de USA se identifican las equivocaciones en que incurrieron él y otros, lo cual condujo a la calamidad en Vietnam.

Su historia, describe a hombres confiables, sobre todo decentes, que hicieron lo que pensaron que era lo mejor, pero que cayeron presa de una serie de errores que debieran figurar como capítulos de un libro de texto de pensamiento crítico: pensamiento dualista, optimismo a ultranza, ausencia de humildad intelectual, subestimación de la complejidad, pensamiento de grupo, credulidad infantil y adherencia rígida a la ortodoxia.
Éstos eran hombres inteligentes, educados en habilidades lógicas del razonamiento muy por encima del promedio.

Con todo, McNamara encuentra “increíble” que” hayamos fallado en analizar nuestras asunciones críticamente. ”
Quizás los arquitectos de la guerra de Vietnam fallaron porque cayeron en lo qué Thomas Sowell (2002) llama los “shibboleths” como substitutos para el pensamiento crítico.
Un shibboleth, es una creencia que responde al propósito de identificar al creyente con los “chicos buenos”, son figuras prominentes de carácter angélico.

Los Shibboleths, “transforman preguntas sobre hechos, causalidad y evidencia, en preguntas sobre identidad personal y dignidad moral”: Los meros hechos no pueden competir con shibboleths cuando hacen sentir bien a la gente.
Por otra parte, los shibboleths, evitan la cuestión dolorosa de cuan peligroso es tener políticas que afecten a millones de seres humanos sin un conocimiento cuidadoso de los duros hechos que se necesita para entender cuál ha sido ese impacto realmente.

Los Shibboleths son peligrosos, no sólo porque movilizan apoyo político para políticas que la mayor parte de sus partidarios no han deseado, sino también porque estas divisiones de identidad hacen más duro invertir esas políticas cuando resultan ser desastrosas. Como muchas otras formas de pensamiento no-crítico, los shibboleths derivan su poder del hecho de que los seres humanos están diseñados para ser animales sociales, más que para ser buscadores de verdad. Para todos los beneficios sociales del pensamiento crítico, a nivel individual, el pensamiento acrítico ofrece recompensas sociales y psicológicas propias.

Promover el pensamiento crítico
Si las ventajas sociales del pensamiento crítico multidimensional son tan grandes, entonces la tarea de levantar el nivel de tal pensamiento en nuestra sociedad: ¿En hombros de quién descansa?

Thomas Gilovich (1991, 193-194), ha discutido que los científicos sociales, en virtud de su “manera de mirar el mundo, y de los hábitos de la mente que promueven,” están en la mejor posición para educar a otros sobre la importancia de cuestionar nuestras presunciones y desafiar lo que pensamos saber.”
Esto no es especialmente estimulante porque los científicos aparecen como dados a promover ortodoxias, pensamiento deseoso, argumentos ad-hominem y a los shibboleths y a cualquier otro (Horowitz 1996; Berger 2002; Goldberg 2003).

Hojeando en los libros de sociología, encontramos que es difícil tratar de enseñar genuino pensamiento crítico en las ciencias sociales.

Las ciencias “duras”, ¿ lo estarán haciendo mejor?

En primer lugar, la educación científica no está produciendo altos niveles de instrucción científica en la población (National Science Foundation 2004). Además, aparece haber solamente una relación débil entre el conocimiento de la ciencia y la incredulidad en varias formas de absurdo (el Walker y Hoekstra 2002; Johnson y Pigliucci 2004).

Como muchos han observado, enseñamos ciencia como colección de hechos y de teorías sobre cierta categoría de fenómenos, más bien que como sistema de principios para entender el mundo.
Un curso en “ciencia, Pseudociencia, y Contra-ciencia” estimularía un pensamiento crítico más amplio que la típica clase de química 101. Pero el problema es más profundo que esto.
El verdadero pensamiento crítico no es colineal con el buen pensamiento científico.
El pensamiento crítico hace que el pensamiento científico sea proyectado a los hechos de vida diaria, con todas sus demandas y complicaciones.

Esta generalización expansiva del método científico es difícilmente espontánea o evidente en sí misma para la mayoría de la gente.
Así como aprender la verdad sobre Papá Noel no rompe la cosmovisión crédula del niño típico, aprendiendo los principios de la ciencia se puede fácilmente fallar en llegar a la visión extensa de la misma por parte de los estudiantes de ciencia y por tanto de los científicos.
Por sí mismas, las salas de clase de ciencia son una pobre competencia para los poderosos obstáculos existentes para llegar a un altamente desarrollado pensamiento crítico que se encuentran en la vida social humana y en el “cableado”del cerebro humano.

El pensamiento crítico multidimensional no es simplemente un subproducto más.

Debe ser enseñado.

¿Bien, entonces, qué hay sobre la tendencia del “pensamiento critico” que ha impregnado la educación americana a través del plan de estudios en todos los niveles? ¿Estos esfuerzos están teniendo éxito en la consolidación de la calidad del pensamiento crítico en toda la sociedad?
Una vez más, varios indicadores de pensamiento acrítico en nuestra sociedad sugieren no.
Es dudoso que lo que los estudiantes aprendan en esas salas de clase y esos textos haga mucho para modificar sus cosmovisiones y valores con respecto a la verdad.
Una causa primaria de este déficit es la naturaleza antiséptica del “pensamiento crítico” enseñado típicamente a los estudiantes.

O la mayoría de los profesores y los autores no poseen un concepto propio altamente multidimensional del pensamiento crítico, o son renuentes (quizás con buena razón) a acercarse a ese peligroso territorio
El resultado es la enseñanza de un cuasi- pensamiento crítico.
Es ingenuo contar con que la educación en sociología, en ciencias naturales, o la educación en general, al menos en su presente forma, eleva el pensamiento crítico a algo más que una moda pedagógica que todos aplauden, pero pocos conceptúan muy profundamente.
Esto nos deja solos a la comunidad escéptica.
Nos identificamos como campeones de la ciencia y de la razón.
Pero esto es un amplio mandato. Debemos evitar concentrar nuestro escepticismo en forma demasiado estrecha en los reinos de la superstición, la seudo ciencia y lo sobre natural, el desafío final a un pensador crítico no son las cosas extrañas sino las insidiosamente mundanas.

Si esperamos llegar al éxito del pensamiento crítico, es importante que los escépticos se reafirmen en una definición multidimensional del pensamiento crítico — las habilidades del razonamiento, cosmovisión escéptica, valores de un juez principista – sin eximir de todo eso a ningún aspecto de la vida social.