Diálogos sobre…

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Los dos máximos sistemas del mundo ptolemáico y copernicano

Por: Galileo GalileiGalileo-ptolomeo-copernico

SAGREDO.
Me parece que ya ha sido hallado. Haced que la Tierra sea el primer móvil, es decir hacedla girar sobre sí misma en veinticuatro horas del mismo modo que todas las demás esferas de manera que, sin participar tal movimiento a ningún otro planeta o estrella, todas tendrán sus ortos, ocasos y, en definitiva, todas las demás apariencias.

SIMPLICIO. Lo importante es poderlas mover sin mil inconvenientes.

SALVIATI. Todos los inconvenientes serán eliminados a medida que los propongáis. Y lo dicho hasta aquí son sólo las razones primeras y más generales por las que parece que no resulta del todo improbable que el giro diurno sea más bien de la Tierra que de todo el resto del universo.

Yo no os las propongo como leyes inquebrantables, sino como razones que tienen alguna verosimilitud. Y puesto que comprendo perfectamente que una única experiencia o demostración concluyente que se tuviese en contra, bastaría para echar por tierra estos y otros cien mil argumentos probables, por ello no hay que detenerse aquí, sino avanzar y oír lo que responde el Sr. Simplicio, y qué posibilidades mejores o qué argumentos más firmes aduce en contra.

SIMP. Primero diré algo en general sobre todas estas cosas en su conjunto, después pasaré a lo particular. Me parece que, en general, os basáis en la mayor simplicidad y facilidad para producir los mismos efectos, cuando consideráis que respecto al modo de causarlos, tanto da mover sólo la Tierra como todo el resto del mundo excepto la Tierra, pero respecto al modo de obrar, consideráis mucho más fácil la primera posibilidad que la segunda. A lo cual yo os respondo que también a mí me parece lo mismo si yo considero mi fuerza, no ya finita, sino debilísima.

Pero respecto a la potencia [virtù] del Motor, que es infinita, no es menos fácil mover el universo que la Tierra o que una paja. Y si la potencia es infinita, ¿por qué no debe ejercerse más bien una parte grande que una pequeña? Por tanto, me parece que el argumento en general no es eficaz.

SALV. Si yo hubiese dicho alguna vez que el universo no se mueve por falta de potencia del Motor, habría errado y vuestra corrección sería oportuna. Y os concedo que a una potencia infinita le es tan fácil mover cien mil como uno. Pero lo que yo he dicho no tiene que ver con el Motor, sino sólo con los móviles, y de éstos no sólo tiene que ver con su resistencia, que indudablemente es menor en el caso de la Tierra que en el del universo, sino con los otros movimientos particulares que acabamos de considerar.

Cuando después decís que de una potencia infinita es mejor ejercer una gran parte que una pequeña, os respondo que una parte del infinito no es mayor que otra si ambas son finitas; como tampoco puede decirse que el cien mil sea una parte mayor del infinito que el dos, aunque aquél es cincuenta mil veces más grande que éste.

Y si para mover el universo se requiere una potencia finita, por más que grandísima en comparación con la que bastaría para mover sólo la Tierra, no por ello se requeriría mayor parte de la infinita, ni la que quedara ociosa sería menos infinita. De modo que el aplicar un poco más o menos de potencia, para un efecto particular, no importa nada. Además está el hecho de que la actividad de tal potencia no tiene como término y fin sólo el movimiento diurno, sino que en el mundo existen otros movimientos bien conocidos y otros muchos pueden sernos desconocidos.

Así pues, habiendo observado los móviles no dudando que la operación más breve y expedita es el mover la Tierra en lugar del universo, y pensando además en las muchas otras simplificaciones y facilidades que se consiguen con este único movimiento, un axioma de Aristóteles muy verdadero que nos enseña que Frustra fit per plura quod potest fieri per pauciora [«En vano se hace con más medios lo que puede hacerse con menos medios», un caso particular del principio general de que la naturaleza no hace nada en vano], hace que resulte más probable que el movimiento diurno sea sólo de la Tierra, que del universo excepto la Tierra. SIMP.

Al citar el axioma habéis dejado una cláusula que lo afecta todo, especialmente en el presente caso. La partícula olvidada es un aeque bene. Así pues, es necesario examinar si todo se puede satisfacer igualmente bien con uno u otro supuesto.

SALV. Si una y otra disposición resulta igualmente satisfactoria se comprenderá a partir del examen detallado de las apariencias que deben satisfacerse. Porque hasta ahora se ha razonado, y se razonará, ex hipothesi, suponiendo que respecto a la satisfacción de las apariencias ambas disposiciones son igualmente adecuadas. Además, sospecho que la partícula que decís que he descuidado, más bien la habéis añadido vos de modo superfluo.

Porque el decir «igualmente bien» es una relación que necesariamente requiere al menos dos términos, no pudiendo una cosa tener relación consigo misma y decirse, v.g., el reposo es igualmente bueno que el reposo. Porque cuando se dice «En vano se hace con más medios lo que puede hacerse con menos medios», se entiende que aquello que ha de hacerse tiene que ser lo mismo, y no dos cosas distintas.

Y porque la misma cosa no puede llamarse igualmente bien hecha que sí misma. Luego el añadido de la partícula «igualmente bien» es superflua y una relación que tiene un único término.

SAGR. Si no queremos que nos ocurra lo mismo que ayer, por favor volvamos al tema, y que el Sr. Simplicio empiece a plantear las dificultades que le parece que contradicen esta nueva disposición del mundo.

SIMP. La disposición no es nueva, al contrario es antiquísima. Y que sea verdadera lo refuta Aristóteles y sus refutaciones son éstas. «En primer lugar, si la Tierra se moviese sobre sí misma, estando en el centro, o en círculo estando fuera del centro, sería necesario que con tal movimiento se moviese violentamente, porque éste no es su movimiento natural.

Puesto que si fuese suyo, lo poseería también cada una de sus partículas, pero todas ellas se mueven hacia el centro en línea recta. Siendo, por tanto, violento y preternatural, no podría ser sempiterno.

Pero el orden del mundo es sempiterno, por tanto, etc. «En segundo lugar, parece que todos los demás móviles de movimiento circular se quedan atrás y se mueven con más de un movimiento, excepto el primer móvil. Por tanto, sería necesario que también la Tierra se moviera con dos movimientos.

Y si eso fuera así, sería necesario que se diesen cambios en las estrellas fijas, lo cual no se ve. Antes bien, las mismas estrellas salen y se ponen siempre por los mismos lugares sin variación alguna. «Tercero, el movimiento de las partes y del todo es naturalmente hacia el centro del universo, y precisamente por ello permanecen en él. «Después plantea la duda de si el movimiento de las partes se da para ir naturalmente hacia el centro del universo o bien hacia el centro de la Tierra.

Y concluye que su instinto propio es el de ir hacia el centro del universo, y por accidente hacia el centro de la Tierra. De esta duda se habló ayer extensamente. «Finalmente confirma lo mismo con el cuarto argumento tomado de la experiencia de los graves que, al caer de arriba abajo, caen perpendicularmente sobre la superficie de la Tierra.

E igualmente, los proyectiles lanzados perpendicularmente hacia arriba, vuelven perpendicularmente por las mismas líneas hacia abajo, incluso aunque hubieran sido lanzados a alturas inmensas. Argumentos de los que necesariamente se concluye que su movimiento es hacia el centro de la Tierra que, sin moverse en absoluto, los espera y recibe. Menciona, por último, que los astrónomos han proporcionado otros argumentos en confirmación de las mismas conclusiones, quiero decir de que la Tierra está en el centro del universo e inmóvil.

Y menciona sólo una, que consiste en que todas las apariencias que se ven en los movimientos de las estrellas, responden a la posición de la Tierra en el centro, y esa correspondencia no se daría si no lo estuviera.» Los otros argumentos, presentados por Ptolomeo y los otros astrónomos, los puedo sacar a colación ahora si así lo deseáis, o después de que hayáis dicho lo que se os ocurra como respuesta a éstos de Aristóteles.

SALV. Los argumentos que se presentan en este tema son de dos clases: unos tienen que ver con los accidentes terrestres, sin relación alguna con las estrellas, y otros se sacan de las apariencias y observaciones de las cosas celestes. Los argumentos de Aristóteles en su mayoría están sacados de las cosas que están en nuestro entorno, y deja los otros a los astrónomos.

Por ello estaría bien, si os parece, examinar los que están tomados de las experiencias de la Tierra, y después veremos los de la otra clase. Y puesto que Ptolomeo, Tycho y otros astrónomos y filósofos, además de los argumentos que han tomado de Aristóteles, confirmándolos y fortaleciéndolos, han presentado otros, se podrían unir, para no tener que dar las mismas respuestas o similares dos veces. Por ello, Sr. Simplicio, si queréis exponerlos vos, o preferís que yo os libere de esta molestia, estoy dispuesto a complaceros.

SIMP. Será mejor que los expongáis vos que, por haberlos estudiado más, los tendréis más presentes y en mayor número.

SALV. Todos plantean como el mejor argumento el de los cuerpos graves que, cayendo de arriba abajo, llegan por una línea recta y perpendicular a la superficie de la Tierra. Lo que se considera un argumento irrefutable de que la Tierra está inmóvil.

Porque si ésta tuviese la rotación diurna, una torre desde cuya parte superior se deja caer una piedra, al ser transportada por la rotación de la Tierra, en el tiempo que la piedra tarda en caer, recorrería muchos cientos de brazas hacia oriente, y la piedra debería caer a tierra lejos de la base de la torre en un espacio correspondiente.

Dicho efecto lo confirman con otra experiencia, esto es dejando caer una bola de plomo desde la cima del mástil de una nave que está quieta, anotando la señal de donde percute, que está próximo al pie del mástil. Pero, si desde el mismo lugar se dejara caer la misma bola mientras la nave avanza, su punto de percusión estaría lejos del otro por tanto espacio cuanto la nave se hubiera deslizado hacia adelante en el tiempo de caída del plomo.

Y eso es debido únicamente al hecho de que el movimiento natural de la bola liberada a sí misma es en línea recta hacia el centro de la Tierra. Se fortalece este argumento con la experiencia de un proyectil lanzado hacia lo alto a una distancia enorme, como sería el caso de una bala lanzada por un cañón levantado perpendicularmente sobre el horizonte, que en la subida y el retorno tarda tanto tiempo que en nuestro paralelo, el cañón y nosotros juntos seremos desplazados por la Tierra muchas millas hacia levante, de modo que la bala, al caer, no podrá volver nunca al cañón, sino tan lejos hacia occidente cuanto la Tierra haya avanzado. Añaden, además, la tercera y muy eficaz experiencia que es la siguiente.

Si se disparase con una culebrina una bala con gran elevación hacia levante, y después otra con igual carga y con la misma elevación hacia poniente, el tiro hacia poniente llegaría mucho más lejos que el disparado hacia levante, puesto que mientras la bala va hacia occidente, y la artillería, llevada por la Tierra, hacia oriente, la bala tocaría tierra lejos de la pieza de artillería por tanto espacio cuanto es la suma de los dos viajes, uno hecho por sí misma hacia occidente y el otro por la pieza llevada por la Tierra hacia levante.

Por el contrario, del viaje hecho por la bala disparada hacia levante habría que restar el que hubiese hecho la artillería siguiéndola. Así pues, suponiendo, por ejemplo, que el viaje de la bala por sí misma fuese de cinco millas y que la Tierra en ese paralelo, en el tiempo del vuelo de la bala, recorriese tres millas, en el tiro hacia poniente la bala caería a Tierra ocho millas lejos de la pieza, esto es sus cinco hacia poniente y las tres de la pieza hacia levante.

Pero el tiro hacia oriente no llegaría más allá de dos millas, que es lo que queda una vez restado de las cinco del tiro, las tres del movimiento de la pieza hacia la misma parte. Pero la experiencia muestra que los tiros son iguales. Por tanto, la artillería está inmóvil y, en consecuencia, también la Tierra lo está.

Pero los disparos hacia el sur y hacia el norte confirman, no menos que los anteriores, el estatismo de la Tierra, puesto que, en éstos, nunca se daría en el blanco al que uno hubiera apuntado, sino que los disparos siempre serían desviados hacia poniente, por el desplazamiento que tendría el blanco llevado por la Tierra hacia levante mientras la bala está en el aire. Y no sólo los disparos por las líneas de los meridianos, ni siquiera los disparados hacia oriente o hacia occidente serían precisos, sino que los orientales resultarían altos y los occidentales bajos, siempre que se disparase horizontalmente.

Porque al realizarse el viaje de la bala en ambos disparos por la tangente, esto es por una línea paralela al horizonte, y dándose el caso de que en el movimiento diurno, si fuese de la Tierra, el horizonte siempre va descendiendo hacia levante y elevándose por poniente (por eso nos parece que las estrellas orientales se elevan y las occidentales descienden), en consecuencia el blanco oriental iría quedándose por debajo del disparo, por lo que éste resultaría alto, y la elevación del blanco occidental dejaría bajo el disparo hacia occidente. De modo que nunca podría dispararse con precisión. Y puesto que la experiencia muestra lo contrario, es forzoso afirmar que la Tierra está inmóvil.

SIMP. ¡Oh!, estos sí son buenos argumentos a los que es imposible encontrar respuesta que valga.

SALV ¿Acaso los oís por primera vez?

SIMP. Realmente sí. Y ahora veo con cuán bellas experiencias ha querido la naturaleza ser cortés con nosotros para ayudarnos a conocer la verdad. ¡Oh, qué bien concuerdan una verdad con otra y cómo conspiran todas para resultar inexpugnables!

SAGR. ¡Qué pecado que la artillería no existiese en tiempos de Aristóteles! Con ella habría derrotado la ignorancia y habría hablado sin titubear en absoluto de las cosas del mundo.

SALV. Me parece muy bien que estos argumentos os resulten nuevos, así no seréis de la opinión de la mayor parte de los peripatéticos, que creen que si alguien se aparta de la doctrina de Aristóteles es porque no ha entendido ni penetrado bien sus demostraciones.

Pero con toda seguridad oiréis otras novedades, y veréis cómo los seguidores del nuevo sistema plantean contra sí mismos observaciones, experiencias y argumentos de bastante mayor fuerza que los planteados por Aristóteles y Ptolomeo u otros impugnadores de las mismas conclusiones, con lo que os darán la seguridad de que no han sido llevados a seguir tal opinión por ignorancia o inexperiencia.

SAGR. Llegados a este punto, tengo que contaros algunas cosas que me ocurrieron desde que empecé a oír hablar de esta opinión. Siendo bastante jovencito -apenas había acabado el curso de filosofía, abandonado después por haberme dedicado a otras ocupaciones- ocurrió que cierto extranjero de Rostock, creo que su nombre era Cristiano Vurstisio [Christian Wursteisen, teólogo y matemático, escribió diversos comentarios a obras importantes de astronomía, en alguna de las cuales hace grandes alabanzas de Copérnico], seguidor de la opinión de Copérnico, estuvo por estos lares y, en una academia, dio dos o quizás tres conferencias sobre el tema en una academia, con un concurrido público, creo que más por la novedad que por otra cosa.

No obstante, yo no asistí porque tenía la firme convicción de que tal opinión no podía ser más que una solemne insensatez. Habiendo preguntado después a algunos que habían estado presentes, oí que todos se burlaban excepto uno que me dijo que la cuestión no era tan ridícula.

Y puesto que yo le consideraba bastante inteligente y circunspecto, arrepentido de no haber ido, desde entonces, cada vez que encontraba a uno que defendiese la opinión copernicana, le preguntaba si siempre había sido del mismo parecer. A pesar que he interrogado a muchos, no he encontrado ni uno sólo que no me dijese que había sido mucho tiempo de la opinión contraria, pero que había pasado a ésta movido por los argumentos que la hacen convincente.

Habiéndoles examinado después uno a uno, para ver hasta los argumentos de la otra parte, descubrí que todos los manejaban con toda facilidad, de modo que ciertamente no he podido decir que se hayan lanzado a esta opinión por ignorancia o por vanidad o, como suele decirse, para hacerse el listo. Por contra, de entre todos los peripatéticos y ptolemáicos que he interrogado (y por curiosidad he interrogado a muchos) acerca de si habían estudiado el libro de Copérnico, he encontrado poquísimos que apenas si lo habían visto, pero ninguno que yo crea que lo hubiera entendido.

Y he tratado de averiguar si alguno de los seguidores de la doctrina peripatética ha mantenido alguna vez la otra opinión, y tampoco he encontrado ninguno. Por ello, considerando que no hay nadie que siga la opinión de Copérnico que antes no haya sido de la contraria y que no esté perfectamente informado de los argumentos de Aristóteles y de Ptolomeo y que, por el contrario, no hay ningún seguidor de Aristóteles y Ptolomeo que haya sido anteriormente de la opinión de Copérnico y la haya abandonado para abrazar la de Aristóteles, considerando digo, estas cosas, empecé a creer que el que deja una opinión que bebió con la leche materna y que es seguida por tantos, para pasar a otra por seguida por poquísimos, negada por todas las escuelas y que realmente parece paradoja grandísima, era forzosamente necesario que estuviese movido, por no decir forzado, por argumentos más eficaces.

Por eso he llegado a tener una enorme curiosidad por tocar, como suele decirse, el fondo de la cuestión, y considero una gran suerte para mí haberos encontrado a ambos, de este modo, sin esfuerzo podré oír todo lo que se ha dicho, y quizás lo que pueda decirse, en este tema, seguro de que gracias a vuestros razonamientos me sacaréis de dudas y pasaré a la certidumbre.

SIMP. Con tal que la opinión y la esperanza no se os vean frustradas y al final no os encontréis más confuso que antes.