Psicoanálisis a un siglo de distancia

Por: Mario Bunge

Del libro 100 ideas

El psicoanálisis nació a la luz en 1900, con la publicación de La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud. Ernest Jones, su fiel discípulo inglés y principal biógrafo, nos cuenta que este libro, al que Freud siempre consideró su obra maestra, se reeditó ocho veces en vida de su autor. Y afirma que «No se hizo ningún cambio fundamental, ni hubo necesidad de hacerlo».

Semejante inmutabilidad basta para despertar la sospecha de cualquier mente crítica. ¿Por qué no fue necesario modificar nada esencial en una doctrina psicológica en el curso de tres décadas? ¿Será porque no hubo investigación psicoanalítica de los sueños? ¿O porque el primer laboratorio de estudios científicos de los sueños fue fundado recién en 1963, en la Universidad de Stanford, y sin la participación de psicoanalistas? Y si es así, ¿no será que el psicoanálisis es más literatura fantástica que ciencia?

Éste no es el lugar adecuado para hacer una investigación detallada de la teoría ni de la terapia freudianas: esta tarea ya fue hecha por docenas de psicólogos y psiquiatras científicos, de esos que no predican en los templos psicoanalíticos que son ciertas facultades de psicología latinoamericanas. Me limitaré a resumir una decena de resultados de esos análisis de algunos de los mitos más populares inventados por Freud. Helos aquí.

1. Inferioridad intelectual y moral de la mujer, envidia del pene, complejo de castración, orgasmo vaginal y normalidad del masoquismo femenino. Puros cuentos. No hay datos clínicos ni experimentales que los avalen. Lo único que hay son efectos psicológicos de la discriminación contra la mujer en la sociedad actual. Pero éstos están desapareciendo a medida que, contrariamente al notorio machismo de Freud, se va reconociendo la paridad de los sexos.

2. Todo sueño tiene contenido sexual, ya manifiesto, ya latente. Incomprobable, ya que, si en un sueño no aparece nada sexual, el analista “interpretará” algo en el sueño como símbolo sexual. Pero otro analista lo “interpretará” de manera diferente. Al igual que los viejos almanaques de los sueños, los psicoanalistas no exhiben pruebas de sus interpretaciones; pero, a diferencia de aquellos, los psicoanalistas no proponen reglas explícitas que sirvan, por ejemplo, para jugar a la quiniela.

3. Complejos de Edipo y de Electra, y represión de los mismos. No hay datos fidedignos, ni clínicos ni antropológicos, que indiquen la existencia de esos complejos. En cuanto a la hipótesis de la represión, sólo sirve para proteger las hipótesis precedentes: cuanto más enfáticamente niego odiar a mi padre, tanto más fuertemente confirmo que lo odio. Que es como decir que el campo gravitatorio es tanto más intenso cuanto menos acelere a los cuerpos en caída.

4. Todas las neurosis son causadas por frustraciones sexuales o por episodios infantiles relacionados con el sexo (p. ej., abuso sexual y amenaza de castración).Pura fantasía. La frustración sexual causa estrés, no neurosis (las que, por lo demás, no fueron bien definidas por Freud). No se ha probado que los abusos sexuales sufridos durante la infancia dejen huellas más profundas que privaciones, palizas, humillaciones u orfandad. Tampoco es plausible que todo olvido resulte de la censura por parte del fantasmal superyó. Se olvida lo que no se refuerza. Lo que sí se ha probado es que la llamada técnica de “recuperación” (implantación) de recuerdos reprimidos fue un pingüe negocio. En todo caso, los trastornos psicológicos tienen múltiples fuentes y, por tanto, múltiples tratamientos posibles. Algunos de ellos (p. ej., micción nocturna y fobias) se tratan exitosamente con terapia de la conducta. Otros (p. ej., depresión y esquizofrenia) responden a drogas. Y otros más (p. ej., violencia patológica) pueden necesitar intervención quirúrgica (en la tiroides o en la amígdala cerebral).

5. La violencia (guerra, huelga, etcétera) es la válvula de escape de la represión del instinto sexual. Salvo en casos patológicos, tratables con neurocirugía, la violencia tiene raíces sociales y culturales: pobreza, expansión económica, fanatismo político o religioso, etcétera. Por tener causas sociales, la violencia colectiva tiene remedios sociales. Por ejemplo, la delincuencia disminuye con la ocupación.

6. Sexualidad infantil. Mito. En efecto, la sexualidad reside en el cerebro, no en los órganos genitales. Sin hipotálamo ni las hormonas que éste sintetiza (oxitocina y vasopresina) no habría deseo ni placer sexuales. Y el cerebro infantil no tiene la madurez fisiológica necesaria para sentir placer sexual. Para entender la sexualidad hay que hacer investigaciones psiconeuroendocrinológicas y antropológicas, en lugar de fantasear incontroladamente.

7. El tipo de personalidad es efecto del modo de aprendizaje del control de los esfínteres. Falso. La investigación ha mostrado la inexistencia de esta correlación: las personalidades “oral” y “anal” son producto de la fantasía incontrolada de Freud. Hay muchos tipos de personalidad, y todos son producto del genoma, del ambiente y del propio esfuerzo. Más aún, lejos de ser inalterable, la personalidad puede ser transformada radicalmente por enfermedades cerebrales, accidentes cerebrovasculares, drogas y reaprendizaje.

8. Los actos fallidos (lapsos de la lengua) revelan deseos reprimidos. Sólo en algunos casos, y son los menos. La mayoría de las transposiciones de palabras son errores inocentes. Para provocarlas deliberadamente se arman los trabalenguas. Además, algunos sujetos son más propensos que otros a cometerlas.

9. El superyó reprime todos los deseos y recuerdos vergonzosos, los que se almacenan en el inconsciente. El analista lo destapa con el método de la asociación libre. Los experimentos más notables sobre el tema, los de la famosa investigadora Elizabeth Loftus (quien no es psicoanalista), no han mostrado la existencia de la represión. Y la experiencia clínica muestra que tampoco existe la asociación libre, puesto que el analista transmite a su cliente sus propias hipótesis y expectativas. A medida que aprende la jerga freudiana, el cliente “confirma” lo que su analista espera de él.

10. El ser humano es básicamente irracional: está dominado por su inconsciente. El inconsciente freudiano, como el diablillo cartesiano, jugaría arbitrariamente con nuestras vidas y a espaldas de nuestra conciencia. Esta visión pesimista de la humanidad no se funda ni puede fundarse sobre datos empíricos. Lo que no quita que algunos procesos mentales escapan, en efecto, a la conciencia. Pero ya Sócrates sostenía algunas cosas de las que no tenemos conciencia. Y el libraco El inconsciente, de Eduard von Hartmann, apareció cuando Freud tenía catorce años, y fue un best seller en alemán y en francés durante una generación. (Yo lo heredé de mi tío Carlos Octavio, quien a su vez puede haberlo heredado de su padre.) En todo caso, si es verdad que a menudo tenemos impulsos irracionales, también es cierto que otras veces logramos controlarlos. Que para eso se montan mecanismos de educación y control social. Y para eso hay quienes hacen ciencia o técnica auténticas: para ascender de lo irracional a lo racional.

En resumen, las fantasías psicoanalíticas son de dos clases: las incomprobables y las comprobables. Las primeras no son científicas. Y las segundas son de dos clases: las que han sido puestas a prueba y las que aún no han sido investigadas científicamente. Todas las del primer grupo han sido falsadas. Y, evidentemente, las del segundo grupo siguen en el limbo.

¿Qué queda de todo un siglo de psicoanálisis? Nada más que fantasía incontrolada. Los psicoanalistas no hacen experimentos, y ni siquiera llevan estadísticas de sus tratamientos. Además, ignoran por principio los hallazgos de la psicobiología y de la psiquiatría biológica. Su psicología es de sillón y sofá, porque son prisioneros del mito primitivo del alma inmaterial que no puede captarse por medios materiales, tales como la resonancia magnética funcional y otros métodos de visualización de procesos mentales.

El psicoanálisis es la teoría de los que no tienen teorías científicas de lo mental ni de lo cultural. Y es una curandería irresponsable que explota la credulidad. Como dijo Sir Peter Medawar, Premio Nobel de Medicina, el psicoanálisis es «Un estupendo timo intelectual». Ningún otro timo del siglo pasado ha dejado semejante huella en la cultura popular.

El éxito comercial del psicoanálisis se explica porque (a) no requiere conocimientos previos; (b) no exige rigor conceptual ni empírico; (c) pretende explicarlo todo con un puñado de principios: desde las neurosis y la rebelión adolescente hasta la religión y la guerra; (d) es un sucedáneo de la religión; (e) llenaba vacíos que dejó hasta hace poco la psicología científica, en particular la sexualidad, las emociones y los sueños; (f) se jacta de curaciones inexistentes; y (g) según el propio Freud, los psicoanalistas les hacen el favor a sus clientes de cobrarles la consulta: no hacen obra social.

Pero éxito comercial y penetración en la cultura de masas no son lo mismo que triunfo científico. Cien años de fantaseo psicoanalítico no han arrojado resultados equivalentes a los que arroja una semana de investigaciones de laboratorio en neurociencia cognoscitiva.

Además, hoy contamos con la psiconeuroendocrinoinmunofarmacología. Ésta es la palabra castellana más larga que conozco. Abreviémosla PNEIF. Este acrónimo designa la ciencia aplicada que busca fármacos que prometan reparar los trastornos del sistema neuroendocrinoinmune que se sienten como trastornos mentales, tales como el dolor y el pánico, la confusión y la amnesia, la alucinación y la depresión.

El caso de la PNEIF es uno de los pocos en que se conoce la fecha exacta del nacimiento de una ciencia: 1955. Ese año se descubrió el primer fármaco neuroléptico para el tratamiento de una enfermedad mental: la depresión. Antes sólo se conocían estimulantes, tales como la cafeína, la benzedrina y la cocaína; calmantes, tales como el opio; y drogas que, como el alcohol y el tabaco, al principio estimulan y luego inhiben.

La ciencia básica correspondiente es la psiconeuroendocrinoinmunología, o PNEI, fusión de cuatro disciplinas que antes estaban apenas relacionadas. No fue sino en el curso de las últimas décadas que se advirtió que las fronteras entre las distintas ciencias del cerebro son en gran medida artificiales, porque cada una de ellas estudia una parte o un aspecto de un único supersistema.

Por ejemplo, se ha descubierto que el órgano de la emoción (el sistema límbico) sostiene unas veces, y otras entorpece, las actividades del órgano del conocimiento (la corteza cerebral). Sin motivación no hay aprendizaje; a su vez, el motivo puede ser afectivo, tal como el deseo de agradar o de molestar a alguien. Y si la emoción es muy fuerte, como es el caso del pánico, el raciocinio falla.

Todo esto se ha sabido desde que los seres humanos empezaron a interesarse por sus procesos mentales. Lo que no se sabía antes es que estos procesos están bastante bien localizados en el cerebro. Por ejemplo, un ser humano que tiene una lesión grave en la corteza prefrontal (detrás de los ojos) tiene el juicio moral deteriorado. Es el caso, afortunadamente muy raro, de los psicópatas.

La PNEIF está de moda porque está abordando y resolviendo una pila de enigmas de la vida mental, y porque su uso médico promete curar o al menos atenuar las angustias de los enfermos mentales y acabar con el psicomacaneo y la psicocurandería.

Por ejemplo, si con una píldora diaria se logra controlar a un esquizofrénico, quedan sin trabajo tanto el brujo que sostiene que se trata de un caso de posesión demoníaca como el psicoterapeuta que asegura que el trastorno es resultado de un episodio infantil, y que trata al paciente con meras palabras.

La PNEIF es la versión más reciente, rigurosa y eficaz de la medicina psicosomática. El psicoanálisis ha quedado definitivamente tan atrás como el curanderismo, excepto como superstición popular y como negocio.

Para comprobar lo que acabo de afirmar basta preguntarle a un boticario qué píldoras se recetan con algún éxito para tratar angustias, obsesiones, depresiones, esquizofrenias y otros trastornos mentales. Y quien quiera saber qué fundamento tienen tales recetas, deberá consultar las revistas científicas que se ocupan de la mente y sus trastornos, así como los semanarios científicos generales Nature y Science.

Estas publicaciones están llenas de nuevos resultados sobre la psique. Ninguna de ellas acepta macaneos psicoanalíticos. Los psicoanalistas sólo usan revistas psicoanalíticas: constituyen una secta marginal con respecto a la comunidad científica. Su alquimia no transmuta ignorancia en conocimiento, sino mito en oro.

La popularidad del psicoanálisis entre los escribidores posmodernos se explica en parte porque no exige conocimientos científicos. Y en parte también porque los posmodernos, como los filósofos hermenéuticos y los practicantes de las “ciencias” ocultas, sospechan que todo es símbolo de alguna otra cosa. Sin embargo, incluso Freud admitió que, a veces, un cigarro es un cigarro.

“Los Monoteísmos detestan la Inteligencia”

Por: Luisa Corradini – La Nacion – Argentina

ENTREVISTA AL FILÓSOFO MICHEL ONFRAY, AUTOR DE “TRATADO DE ATEOLOGÍA”

La experiencia traumática de la infancia marcó para siempre su percepción de la realidad y selló su aversión por las religiones. Ateo sin concesiones y apóstol del materialismo, desde que empezó a escribir, a los 30 años, diseca con empeño de entomólogo la forma en que el idealismo ascético platónico, después cristiano y por fin alemán, sigue influenciando nuestra forma de pensar y relacionándonos con el mundo. Para Onfray, no hay filosofía sin psicoanálisis, sociología y ciencias: “Un filósofo piensa en función de los útiles de los que dispone. De lo contrario, piensa fuera de la realidad”, argumenta. El primero y más importante de esos útiles es el propio cuerpo. “Toda teoría es reflejo del cuerpo y no el producto de una influencia venida del más allá -escribe-. La opción, el deseo, la idea, el alma son solo efectos de un proceso fisiológico, neuronal y nervioso, exclusivamente ligados a los músculos y al cerebro. El libre albedrío no existe, la trascendencia tampoco.”Antes de llegar a ser filósofo, Michel Onfray tuvo que morir varias muertes. Fue primero el hijo malquerido de una mucama y de un pobre obrero agrícola de Argentan, un pueblo perdido de la Normandía francesa. Nacido en la pobreza, criado en la humillación y abandonado en un orfanato salesiano a los 10 años, Onfray fue después empleado en una fábrica de quesos, candidato fracasado a conductor de tren y profesor en un liceo técnico de Caen. Sufrió un infarto a los 28 años y, más tarde, dos derrames cerebrales. Pero, en vez de llevarlo a la tumba, todas esas desventuras le inocularon una necesidad colosal de vivir, de amar, de hablar, de escribir, de luchar, de provocar, de denunciar, de compartir, de emocionar y -con mucha frecuencia- de exagerar, que no tiene ningún otro pensador de su generación.

Tanto en sus treinta y cinco libros como en las cátedras que dicta en la Universidad Popular de Caen, que creó y anima desde 2003, celebra el hedonismo, los sentidos, el libertinaje, el materialismo, el individualismo y el ateísmo. Según él, las religiones son únicamente instrumentos de dominación y de alienación. “Los tres monoteísmos profesan el mismo odio a las mujeres, los deseos, las pulsiones, las pasiones y la sexualidad. También detestan la libertad, todas las libertades: la de disponer de sí mismo, de su vida y de su cuerpo sin pedir permiso a la autoridad eclesiástica”, sostiene. Onfray reivindica la herencia intelectual de Nietzche, Freud y Marx, que tienen “la cualidad de invitar al hombre a una superación permanente”. “Lo importante no es lo que dijeron, sino el proceso que los llevó a decirlo”, asegura.

Escritor de excelente estilo, prolífico y buen divulgador, sus libros suelen ser éxitos populares que venden centenares de miles de ejemplares en el mundo entero. Sin embargo, este doctor en filosofía de 49 años, que vive con la misma mujer desde los 19, en una anodina casa de su pueblo natal, rodeado de sus libros y con su gato, se parece más a un anacoreta que al libertino que reivindica. Según Jean-Paul Enthoven, su editor en Grasset desde que publicó su primer libro en 1989, todo el dinero que ganó hasta ahora está bloqueado en una cuenta: “Apenas quiere recibir una suma mensual que nunca debe superar la jubilación que percibía su padre como obrero agrícola”, precisa. “Trato de que mi vida sea coherente con mis pensamientos”, resume Onfray.

La entrevista que sigue no es una conversación clásica con un filósofo, que admite interrupciones, preguntas y derivaciones. Onfray solo aceptó dialogar con LA NACION a condición de que fuera a través de correo electrónico. Ese recurso eliminó la espontaneidad de la discusión, pero le otorgó quizás una mayor precisión conceptual. Este es, en todo caso, el resultado de esa experiencia periodística poco frecuente:

-¿Cuál es la pregunta que usted se hace con más frecuencia: qué, cómo o por qué?

-Rara vez me hago preguntas filosóficas existenciales, pues creo haber hallado las respuestas que me permiten vivir una vida que me conviene, en relación íntima con mis principios. No tengo angustias existenciales, no le temo a la muerte, vivo tratando de que el presente y los instantes que lo constituyen sean lo más densos posibles. Las cuestiones filosóficas que me planteo son específicas y están relacionadas con los libros que preparo. Y las preguntas más triviales que me hago son cómo escapar a los parásitos, a los devoradores de mi tiempo, para poder trabajar tranquilamente.

-En uno de sus libros usted inventó el concepto de “hápax existencial”. Es decir, ese momento fundamental en el que, en un segundo, la vida cambia para siempre. ¿Cuál fue ese hápax para usted?

-Hubo un hápax extremadamente violento que fue mi infarto, cuando tenía 28 años. Una experiencia que conté en el prefacio de El arte del placer . Pero creo que hubo otro, casi tan violento como el primero y probablemente más constructor, más determinante, que relato en La fuerza de existir : haber sido abandonado por mi madre en un orfanato a los diez años. Creo, en todo caso, que ambos acontecimientos tienen una relación íntima, compleja y particular.

-Justamente, ese libro comienza diciendo: “Morí a los diez años, una hermosa tarde de otoño, en una luz que provocaba deseos de eternidad ” ¿Murió para siempre? ¿Qué sucedió después? ¿Algo consiguió salvarlo?

-Esa frase evoca el momento en que fui abandonado en el orfanato. ¿Qué pasó después? Digamos, siete años de sufrimientos. Y después, el descubrimiento de la filosofía que, efectivamente, me salvó, al proponerme cómo dar un sentido a mi existencia que, de lo contrario, no tenía ninguno o, por lo menos, lo había perdido.

-Usted afirma que no fue el orfanato lo que lo convenció de que Dios no existe porque a los diez años ya lo sabía. Sin embargo, suele decir también que los adultos que creen en Dios se equivocan. ¿Qué tenía usted a los diez años que un adulto -incluso analfabeto- no tenga a los cuarenta? ¿No es un poco pretencioso de su parte?

-No veo por qué debería ser pretencioso o qué es lo que yo tendría de más. Yo no hablo en esos términos. Son los suyos y es su propio juicio de valor. Para ser claro: creí en Dios mientras creía en el Papá Noel. A partir de cierta edad, todo eso me pareció irracional, sin sentido. Eso no quiere decir que fuera un superhombre o un genio precoz. Probablemente solo se trate de temperamento, de carácter inadaptado a las fábulas.

-Usted escribe “los monoteísmos detestan la inteligencia”. Pero entonces, ¿qué hacer con todos los genios de Occidente que practicaron alguna de las tres religiones del Libro?

-Yo hablo de “monoteísmos” y no de “monoteístas”. El monoteísmo es una ideología que, en sus principios, detesta que la gente piense o reflexione y prefiere que obedezca y que se someta a la Ley, a la palabra de Dios y a sus Mandamientos. Que hay monoteístas inteligentes, no esperé su pregunta para saberlo. Y tampoco he dudado de la inteligencia de ciertos monoteístas cuando son inteligentes.

-Dejemos a un lado la Iglesia como institución e incluso la Biblia. ¿Cómo sabe usted que, en verdad, Dios no existe? Podría perfectamente existir. ¿Cómo saberlo? ¿No cree que aceptar la duda sería una actitud más filosófica?

-La duda no es filosófica, es metodológica y prepara el terreno a la solución filosófica. En otras palabras, se duda un momento en un movimiento que debe concluir en una certeza. Descartes solo utilizó la duda de esa forma. Conformarse con la duda es detenerse a mitad de camino. Además, la duda es una deshonestidad intelectual. Aquellos que reivindican la duda no tienen problemas en reivindicar la certeza de esa duda. La coherencia del escéptico debería llevarlo hasta a dejar de hablar. Un filósofo tiene la obligación de hacer llegar su pensamiento a algún lado. En todo caso, aquellos que afirman algo (por ejemplo, la existencia de Dios) son quienes deben demostrarlo. De lo contrario, bastaría con afirmar cualquier cosa (que los unicornios existen, por ejemplo), pedir a su interlocutor que pruebe que lo que uno dice es una necedad y, frente a su incapacidad para demostrarlo, concluir que lo que se está diciendo es verdad. De esa forma se podría afirmar que las mesas giran solas, que los platos voladores existen, que los horóscopos dicen la verdad.

-Usted critica a “los hombres que se embriagan de ilusiones”. ¿Está mal? ¿Y si eso les permite ser menos infelices? Usted escribe: “El camino de la verdad filosófica es largo y difícil”. Pero hay muchísima gente que nunca tendrá la posibilidad de hacer ese camino. ¿Por qué negarles su propia forma de consuelo a aquellos que creen en algo superior?

-Prefiero una verdad que duele a una mentira que calma. Pero cada uno puede preferir el opio de la ilusión a la realidad. Yo le reprocho a la ilusión enemistarnos con la única certeza que tenemos: la vida es aquí, aquí y ahora. Las religiones nos invitan a vivir en la expiación, con el pretexto de que vivir como si uno estuviera muerto aquí nos abrirá la vida eterna una vez muertos. Yo consagro gran parte de mi tiempo -sobre todo cuando creo universidades populares abiertas a todos-, a ofrecer una alternativa filosófica a la propuesta religiosa. Creo que es necesario popularizar la filosofía para reconciliar al hombre consigo mismo, con su cuerpo, su vida, los otros y el mundo, sin que tenga que pasar por todas esas ficciones religiosas.

-Cuando un creyente piensa en el universo, imagina una suerte de más allá, donde pone a todos sus seres queridos, sus divinidades y sus ilusiones. Esa dimensión debe de ser imposible de borrar una vez adquirida. ¿Qué hay en la imaginación de un ateo total?

-Un mundo exactamente igual de vasto. ¡Qué extraña idea tiene usted del ateo! ¿Lo cree incapaz de imaginación? ¿De vida espiritual? ¡Es curioso que piense en el ateo como una especie de idiota de cerebro limitado, con escasas posibilidades estéticas, emocionales, afectivas y espirituales!

-En todo caso, tengo la impresión de que la desaparición de lo sagrado no es inminente. ¿Cree usted en una humanidad sin religión?

-Siempre habrá religiones, porque las religiones viven de la angustia y del miedo de los hombres, y porque estamos lejos de haber terminado con los temores existenciales. El ateo está condenado a militar por una causa perdida. Pero poco importa que esté perdida, si es una causa justa. Lo irracional, lo irrazonable, la ilusión, las ficciones disponen de un futuro grandioso, pues el mundo liberal que se prepara en nuestro planeta odia la cultura, que hace retroceder a los mitos, entre ellos, la religión.

-Usted escribe: “La autoridad me resulta insoportable; la dependencia, invivible. Las órdenes, invitaciones, pedidos, propuestas, consejos me paralizan ” ¿Cómo hace para organizar su relación con los demás, sobre todo con sus allegados?

-Desde los 17 años, (cuando dejé mi familia para vivir sin ayuda alguna) construí mi vida a fin de tener que obedecer -¡y mandar!- lo menos posible. No me pida detalles porque tendríamos que consagrar la entrevista a esta cuestión. Digamos que es necesario evitar el matrimonio y los hijos, los honores, la riqueza y las situaciones de poder. Soy soltero, sin hijos, me importan un bledo las condecoraciones, los puestos honoríficos en instituciones universitarias. Vivo muy bien con o sin dinero, porque el dinero nunca fue una obsesión en mi vida, no soy representante de esto ni de aquello. Trato de no deberle nada a nadie. Vivo de mi pluma, y mis lectores, comprando mis libros, hacen posible esta situación social magnífica, casi una vida de rey.

-Usted se declara a favor de un hedonismo del ser y no del tener. ¿Me puede explicar?

-Es muy difícil en dos palabras. Digamos que todas las cosas que tienen que ver con la posesión (dinero, situación social, riquezas, propiedades, bienes habituales de la sociedad de consumo) no son un fin en sí mismas. Por el contrario, lo que depende del ser (libertad, amistad, amor, afección, dulzura, serenidad, paz consigo mismo, los otros y el mundo) constituye el ideal de sabiduría hacia el que hay que tender. Disfrutar de una cosa no presenta demasiado interés, disfrutar de un momento de sabiduría es uno de los grandes instantes de la vida.

-¿Y cuál es la diferencia entre ese hedonismo y el estoicismo?

-La oposición entre ambas escuelas suele ser una cuestión de universitarios. Hay que leer las Cartas a Lucilio de Séneca, el estoico. Allí hay cantidad de argumentos epicúreos. En mi libro Contra-historia de la filosofía explico cómo esta oposición entre dos sensibilidades filosóficas fueron instrumentalizadas por Cicerón con fines políticos: era necesario desacreditar a los candidatos epicúreos al Senado, y Cicerón, el estoico, los estigmatizó como voluptuosos e incapaces de ocuparse de la cosa pública. Después, el cristianismo se apoderó de esos argumentos que perduran hasta hoy.

-Usted es un filósofo decididamente orientado hacia la modernidad. ¿Qué lugar reserva en su reflexión al psicoanálisis y a las neurociencias? ¿No cree que estas últimas están terminando con Freud?

-Tengo el proyecto de escribir un libro sobre el psicoanálisis que evitará dar poderes absolutos tanto a Freud como a las neurociencias. Rehabilitaré el psicoanálisis como un chamanismo posmoderno, precisando que el cuerpo no es una cuestión de inconsciente psíquico, sino de inconsciente neurovegetativo.

-¿Está usted satisfecho de su vida? Quizás sea ridículo preguntarle a un filósofo si es feliz, pero

-¡Pero yo soy absolutamente feliz! De lo contrario dejaría de escribir lo que escribo, de enseñar lo que enseño y de dar las conferencias que doy por el mundo. A menos que fuese un estafador. Y yo sé que en filosofía también existen los estafadores.

 

Facultad de Pseudociencias

Por: Mario Bunge

 

Las pseudociencias, tales como la astrología y la quiromancia, siempre han sido populares, a menudo, mas que las ciencias. Ahora, cuando está de moda exigir que las universidades satisfagan la demanda del mercado, habría que enseñarlas abierta y sistemáticamente, en lugar de hacerlo solapadamente en las facultades de humanidades. El consumidor tendría que poder elegir libremente entre la Facultad de ciencias y la facultad de pseudociencias. Y el diploma debería autorizar a ejercer la profesión.

Esta idea no es mía ni nueva: hace casi un siglo Freud, el fundador de la pseudociencia más exitosa del siglo pasado, propuso un plan detallado de una Facultad de Psicoanálisis en la Universidad de Viena. Su plan de estudios incluía numerosos cursos de Psicoanálisis, mitología y literatura. Nada de psicología experimental ni de neurociencias, desde luego, porque quienes trabajan en esos campos tienen la nefasta manía de exigir pruebas.

El defecto del plan de Freud es que era unilateral: solo incluía el psicoanálisis. El mío es amplio y abierto: incluye todas las principales pseudociencias conocidas, así como las por inventar. En efecto, mi plan de estudios de la Licenciatura en Pseudociencias es el que sigue:

Primer año: Introducción a las pseudociencias, Historia de las pseudociencias, Astrología, Alquimia, Piramidología, Demonología. Trabajos prácticos: transmutación de plomo en oro; construcción de horóscopos; búsqueda de napas de agua mediante la horqueta; levitación; reconstrucción de una pirámide egipcia; entrar en contacto espiritual con un demonio.

Segundo año: Homeopatía, Naturopatía, Psicoanálisis freudiano, Numerología. Trabajos prácticos: manufactura de remedios homeopáticos para curar el cáncer; la diabetes o el mal de amores; identificar el complejo relacionado con la bisabuela materna; hallar el significado simbólico del número de Avogadro.

Tercer año: Psicoaálisis jungiano, Parapsicología, memética, psicología evolutiva, grafología, Seminario I. Trabajos prácticos: encontrar las sincronías entre sunamis y terremotos políticos; tocar la flauta a distancia; explicar la última de las 10.000 religiones registradas en EEUU como una adaptación del medio ambiente del Paleolítico; hallar el significado simbólico de los sueños de un terrorista notorio.

Cuarto año: Diseño Inteligente (ex creacionismo), astronomía de universos paralelos, Medicina holística, Genética egoísta, Psicoanálisis lacaniano, Derecho de ejercicio ilegal de la medicina, Filosofía de la pseudociencia, Seminario II. Trabajos prácticos: averiguar los designios del Altísimo cuando diseñó el piojo y la muela del juicio; averiguar algunos rasgos de un universo en el que fallen las leyes de la termodinámica; diagnóstico y tratamiento holístico del callo plantal; buscar el gen de la afición al fútbol, al póquer o a la pseudociencia; inventar trucos para evitar pleitos iniciados por clientes desagradecidos; elaborar una filosofía de la ovnilogía, la reflexología, el psicoanálisis o la memética. Los seminarios I y II se dedicarán a estudiar teorías o prácticas situadas entre la ciencia y la pseudociencia, tales como las teorías de cuerdas, del comienzo del universo a partir del vacío y de la elección racional.

Preveo que el empresario académico que se propusiera crear una Facultad de pseudociencias no tendría  la menor dificultad en reclutar profesorado y alumnado, sobre todo por cuanto en este campo no caben pruebas de idoneidad. Tampoco tendrá dificultad alguna en formar una biblioteca especializada en pseudociencias, como puede comprobarse visitando cualquier librería. Pero seguramente el empresario tendrá que hacer frente a la competencia de de las facultades de ciencias, medicina e ingeniería.

En ese caso podrá recurrir a los argumentos siguientes, que ofrezco sin cargo:

Primero: la libertad académica incluye la garantía de enseñar cualquier cosa, incluso, que dos mas dos es igual a siete, y que la tierra es plana.

Segundo: puesto que la ciencia es falible, es posible que la pseudociencia de hoy sea la ciencia de mañana.

Tercero: en la época posmoderna todo es relativo, no hay verdades objetivas no es necesario poner a prueba lo que se conjetura.

Cuarto: el tiempo es oro y se lo ahorra aprendiendo una pseudociencia en lugar de una ciencia.

Quinto: el instrumental que necesita la investigación experimental se está haciendo tan costoso, que incluso en los países más poderosos les convendría cultivar disciplinas que no requieren experimento alguno.

Sexto: la universidad posmoderna es una empresa , y como tal tiene el derecho y el deber de suministrar los productos que demande el consumidor.

Séptimo: en ciertos paises ya funcionan facultades de humanidades en las que no se enseñan sino dosctrinas posmodernas (p.ej., que a historia es una rama de la literatura) y facultades de psicología en las que se enseña exclusivamente el psicoanálisis. La Facultad que propongo no hace sino generalizar y proclamar abiertamente lo que otras hacen en forma estrecha y solapada.

Estos argumentos me parecen impecables. Solo me asaltan tres dudas. Primera: ¿se legitimizan el autoengaño y la estafa al enseñarlos en la universidad? Segunda: ¿es necesario que la universidad deje de ser el principal taller de búsqueda de verdades? Tercera: dado que el derecho al macaneo es uno de los derechos del hombre, ¿por qué exigir diploma para ejercerlo?

Del libro “100 ideas”