¿Existe Dios?

Por: *Dr. Serafín Mercado* Investigador de la Facultad de Psicología de la UNAM

CONSIDERACIONES ACERCA DE SU IMPROBABLE EXISTENCIA

Todas las culturas han creado religiones, han creído en algún tipo de seres sobrenaturales; los dioses, e incluso algunas de estas religiones han sido monoteístas, planteando la existencia de un solo dios. Sin embargo, si en lo general las religiones, todas, tienen mitos que les son comunes, como la explicación del origen del mundo y el universo, el origen de la vida y, fundamentalmente, el origen y naturaleza del hombre y, hasta donde yo se, todas han postulado un alma y una vida más allá de la muerte como forma de dar cuenta de la conciencia y para explicar y atenuar la terrible experiencia de la muerte; en lo específico han sido muy disímiles tanto en la naturaleza y número de los dioses como en los atributos de estos, su ubicación y sus poderes; siendo así que la explicación de los orígenes del universo, de la tierra, de la vida y del hombre han sido distintas una de otra, siendo cada una un relato particular, surgido de la peculiar solución lograda por la cultura en cuestión.

En este artículo me centraré en la versión de origen judaico que predomina en occidente, es decir, el cristianismo en todas sus variantes y el judaísmo mismo, con objeto de analizar la naturaleza de estas creencias y de su compatibilidad con el conocimiento científico y la reflexión filosófica actuales; aunque este análisis es válido en principio para cualquier otra religión. El centrarnos en este subconjunto es por ser más conocido tanto para los lectores como para el autor. Tenemos evidencia arqueológica e histórica de que el hombre siempre ha querido hacer sentido del mundo. La conciencia expandida que evolucionó al desarrollarse el gran y complejo cerebro que tenemos, la conciencia ampliada de uno mismo, del tiempo presente, pasado y futuro y la posibilidad de manejar la realidad en términos de categorías y relaciones categóricas, entre ellas, sobresaliendo las relaciones de causa y efecto, hizo que no sólo buscara adaptaciones y soluciones a los problemas de supervivencia, sino explicaciones a todo lo existente, incluyéndose a sí mismo.

La cultura, hija del lenguaje y madre de la historia humana, hizo posible la acumulación de observaciones, explicaciones y prácticas sociales que permitieron un cierto grado de consenso en cada cultura acerca de la naturaleza y origen de las cosas, consenso que quedó imbricado en la estructura político-económica de esos pueblos. Ciertas versiones de la explicación quedaron sancionadas por las autoridades políticas y religiosas, las cuales frecuentemente eran las mismas o estaban muy relacionadas entre sí. Con la aparición de la escritura en sus diferentes formas aparecieron los libros sagrados: La Biblia, el Popol Vú, los Vedas, el Corán, etc., aunque en la mayoría de los pueblos la transmisión de estas “verdades” fue simplemente oral. La interrogación que me planteo aquí es, dado lo reiterativo de la pregunta y la similitud de la respuesta, ¿habrá algún tipo de verdad detrás de las explicaciones religiosas?.

Evidentemente, estas explicaciones son todas dadas antes del descubrimiento del método científico y de su aplicación masiva al análisis de la realidad en todos sus ámbitos. Este método es quizá el aporte cultural más importante de occidente, descansa en la capacidad analítico sintética de Homo, en su lenguaje y en el descubrimiento de los multiplicadores de este: la escritura, la imprenta y ahora la computadora y las redes de cómputo. Su fundamento es simplemente el requerimiento de un análisis crítico de las ideas ante la realidad y en relación a su coherencia. Se busca lograr métodos precisos, cuantitativos y un lenguaje sin ambigüedades; así como procedimientos que permitan ahondar en la naturaleza de los fenómenos, más allá de la apariencia superficial.

En la actualidad la aplicación del método científico ha permitido dar explicaciones congruentes con la evidencia acumulada y coherente tanto internamente como con otras teorías científicas, en términos de la lógica, lo que ha permitido dar respuesta a casi todas las preguntas abordadas por las diferentes religiones, siendo este conocimiento el modo de descalificar los mitos religiosos, no sin lucha y sangre, por la enorme reacción político religiosa a las implicaciones de estas nuevas visiones. Ahora contamos con una teoría heliocéntrica muy bien sustentada empíricamente y con enorme coherencia interna con otros cuerpos de conocimiento. De acuerdo con ella la tierra no es el centro del universo, sino tan solo un humilde planeta de tamaño intermedio que gira alrededor de una estrella no muy espectacular. Esta teoría esta contenida en una visión más general del universo, su naturaleza, su dinámica y su evolución formado de un número nunca soñado por los antiguos judíos de estrellas y galaxias.

Esta explicación, apoyada en un mar de evidencia acumulada durante siglos de observación y experimentación, no sólo astronómica, sino física, química y de ciencias de la Tierra misma, la cual le da una enorme credibilidad. Esta perspectiva está en desacuerdo con las explicaciones mitológicas de todas las religiones que conozco y en específico con la tradición judaico-cristiana de occidente. El origen del universo data de unos miles de millones de años, cuando se da el Big Bang (La Gran Explosión) y se supone que la Tierra, al igual que el Sol y los otros planetas se formaron de polvo interestelar hace unos 4600 millones de años. Hay dudas acerca de si el Big Bang no implica colapsos previos de la materia, de los cuales los hoyos negros (concentraciones de materia tan densos que ni la luz puede escapar) son tal vez el principio de uno nuevo o si la materia solamente explotó una vez. La vida empieza hace unos 3500 millones como un proceso químico en el que por azar se llega a formar una molécula capaz de reproducirse a sii misma, usando componentes más básicos.

Desde ese momento empieza la evolución de la vida hasta llegar a como la conocemos ahora. La vida ha quedado elucidada como un proceso fundamentalmente químico y su evolución, explicada por el proceso de selección natural, lo que se ve atestiguado por la enorme acumulación de evidencia de fósiles que han podido ser fechados con muy diversos métodos, pudiéndose seguir con bastante detalle el rastro de los cambios evolutivos de las especies hasta nuestros días. El origen del hombre es un caso especial, pues en todas las mitologías religiosas él ocupa un lugar privilegiado, distinto al de plantas y animales y que implica un estatus diferente, ignorando las características similares entre nosotros y otros animales y el increíble parecido que tenemos con gorilas y chimpancés, no sólo anatómico, fisiológico y conductual, sino genético. Estas propuestas van contra la sólida evidencia acumulada acerca de la evolución del hombre mismo, la cual hace patente nuestra procedencia animal y nuestra pertenencia a la naturaleza, sin un estatus especial; así pues las cuestiones fundamentales relacionadas a los orígenes quedan explicadas por la ciencia; exégesis que en nada coincide con el Génesis bíblico, por ejemplo.

Por otra parte, la vida queda aclarada como un fenómeno físico-químico, más químico que físico. También vemos que la ciencia aporta evidencia contundente de que la mente es un producto de la actividad del sistema nervioso y que el tamaño y complejidad del cerebro humano da cuenta de sus extraordinarias capacidades cognoscitivas. Vemos como se han ido develando los procesos de percepción, memoria, consciencia, pensamiento, emociones, deseos, volición y conducta. Actualmente la evidencia es impresionante en el sentido de que nuestra experiencia y conducta son consecuencia de la función de integración ecológica del sistema nervioso animal. De esta manera se da un golpe letal a las teorías del alma inmortal y su relación con la vida eterna y la idea de un dios o dioses. La sociedad humana y la cultura vienen a ser explicadas como consecuencia de la peculiar forma de evolución de Horno Sapiens, y las implicaciones éticas de la religión pasan a ser formas de imposición política de normas vigentes para un período y convenientes para un grupo hegemónico.

Esto ha contestado la pregunta del origen del universo, del origen y naturaleza de la vida y del origen del hombre. El documentar esto con mayor acuciosidad no es tarea de un artículo, sino de muchos volúmenes muy gruesos; pero el lector se puede remitir a una gran variedad de síntesis para la divulgación científica que le podrían dar un cuadro más detallado y repleto de evidencias para secundar lo aquí aseverado. También encontramos que hay un factor que hace sumamente atractiva la religión, como es el hecho de que al crear almas inmortales y una cohorte de dioses, santos (politeísmo disfrazado) y sacerdotes, los que hacen posible invocar el poder divino. Es muy reconfortante para Homo creer que hay una fuente externa de poder que lo protege de los males y peligros y que le concede privilegios si se le propicia adecuadamente. Sin embargo no hay evidencia de que los creyentes estén más protegidos del mal que los no creyentes, sino al contrario y de que la mediación de Dios y su cohorte de santos, ángeles, etc., en realidad rompa las leyes de la naturaleza. La credulidad implica un rezago respecto a la inteligencia científica contemporánea y una actitud acrítica que permite aceptar como hechos meros accidentes y patrañas.

Así, de la amplia cobertura explicativa de la idea de Dios como creador y manipulador del universo y sus habitantes, queda tan solo el problema de los orígenes de todo. El problema de los orígenes radica en una limitación cognoscitiva producto de la peculiar experiencia humana. Homo produce una gran cantidad de artefactos, los cuales tienen su origen en la extraordinaria capacidad planeadora y transformadora de nuestra especie. Una mesa, por ejemplo, es producida al cortar el tronco de un árbol (o de varios), del cual se sacan tablas, las cuales son cortadas y rebajadas para conformar las diferentes partes de una mesa,las cuales, unidas entre sí con taquetes, clavos, tornillos y pegamentos, forman el mueble como un todo, para después ser lijado y pintado o barnizado con objeto de darle la apariencia que nos apetece. La mesa como tal tiene origen en la idea y actividad de su o sus creadores. Sin embargo, en realidad la mesa no es más que un tronco de árbol modificado y adicionado de otros elementos, una reorganización espacial de la madera del tronco de un árbol. A pesar de ello, nosotros generamos una expectativa de que todo lo que vemos tuvo que ser creado por alguien.

Un principio básico de la naturaleza es que materia y energía no se crean o se destruyen, solo se transforman, incluso entre sí. Así la idea creacionista viene de la miope perspectiva de observar que nosotros manufacturamos objetos múltiples y que los animales y plantas nacen y consideramos que el origen de todo es una manufactura inicial por un ser especial. No se toma en cuenta que la creación natural de nuevos seres es tan solo transformaciones espacio temporales de materia y energía ya existentes, todo dentro del marco de las leyes naturales. Además, esta solución tiene un problema fundamental, que si atribuimos a un creador el origen del universo y de todo lo en el existente, incluyendo las leyes que le rigen y hemos descubierto, entonces, surge la pregunta de ¿quien creó al creador? Las soluciones han sido diversas a este dilema. Una es que el creador se autocreó; pero esta no resuelve nada, ya que no es concebible que algo que no existe cree algo. A lo más considero esta solución como una tomadura de pelo de uno de los sistemas religiosos más autoritarios. La segunda es que Dios es infinito. Sin embargo es más simple y sin complicaciones considerar la posibilidad de que el universo en sí sea infinito y no necesitamos agregar una complicación más como la de implicar a Dios.

Aunque es necesario explicar el Universo y sus leyes, si metemos a dios, es mucho más complejo explicarlo a él a su vez. El cerebro humano es el ente más complejo que hemos descubierto en el universo, superado solo por la sociedad, que es una estructura de cerebros en interacción y por el Universo mismo, que los contiene a los dos; podríamos suponer que Dios es mucho más complejo que eso. Un problema en esta visión es el hecho de que equiparamos las leyes científicas a las leyes de la sociedad humana. Estas últimas son el producto de la imposición de normas emergidas de la necesidad de regular las relaciones sociales, a través de los sistemas jurídicos, que hacen posible la preservación del grupo y su funcionamiento y el estado de cosas actual en la sociedad, generalmente conservando el estatus y privilegios de los grupos en el poder.

Las leyes naturales en realidad son simplemente conjeturas acerca de las regularidades causales que se dan en la naturaleza, y estas no tienen por que haber sido dictadas por nadie ni impuestas, simplemente son y nosotros las descubrimos. Ante estos argumentos, la idea de Dios no sólo no resuelve el problema del origen, que sin lugar a dudas no está resuelto aún, sino que lo dificulta más, creando un problema de regresión infinita (El creador que crea al creador, que crea al creador, … ), o la introducción de elementos que en realidad no aportan nada a la solución y que, por lo tanto, son inútiles. Vemos la naturaleza esencialmente irracional de esta postura al obtener una respuesta contundente a este tipo de reflexiones: “Todo es cuestión de fe”, es decir, se exige creer acríticamente. Podemos ver que la idea de Dios es un atavismo cultural que se mantiene por lo pequeño o nulo que es el conocimiento y comprensión por la población mundial en general de la ciencia y sus implicaciones, siendo el conocimiento científico compartido tan sólo por élites académicas, incluso muchas veces aún a esos niveles, parcializado por la especialización.

Esto hace ver lo necesario de la formación de una cultura científica general en la población como base de una inteligencia social. Esto es básico, pues es perfectamente reseñado en la historia el surgimiento de prácticas irracionales, autoritarias e incluso genocidas en ciertas épocas de la historia de los pueblos, que fueron razón de conflictos, derramamiento de sangre y para el estancamiento del progreso cultural. También vemos a los diferentes mitos religiosos y sus textos como la preservación de un pensamiento que ha sido superado contundentemente por el método crítico de la ciencia y por la evidencia que la sustenta. Mitos como los de la creación y de Adán y Eva se enfrentan fútilmente a lo que conocemos acerca de la naturaleza y el origen de la vida y en especial del hombre. Vemos que la Biblia, a pesar de ser la supuesta revelación de Dios al hombre, no menciona nunca la existencia de otros continentes, de muchas especies animales y vegetales desconocidos para los judíos de esa época, de la naturaleza atómica de la materia, de las partículas subatómicas, de energías desconocidas como el magnetismo y la electricidad, por no mencionar la energía atómica. No se mencionan virus y bacterias ni su papel en la patología o el papel del sistema nervioso en la consciencia, la conducta y las emociones.

Podemos tomar un ejemplo más, aunque en realidad toda la Biblia se encuentra plagada de casos similares. En la Biblia se menciona el caso de un “Diluvio Universal”, del cual, por cierto, no existe evidencia geológica. Después de cierto tiempo de la creación y todo lo demás que siguió, Dios está muy enojado porque los hombres son muy malos. El omnisapiente Dios, que no puede cometer error alguno, se arrepiente de haber creado al hombre y la vida. Sin embargo, en un arranque de piedad, él recurre a Noé y su familia para salvar la vida en el mundo. Dios ordena a Noé que construya un arca y que la llene con una pareja de animales de cada especie.. Si Noé construyó el arca de las dimensiones especificadas en la Biblia, trescientos codos de longitud, cincuenta de anchura y treinta de altura, sin duda no habrían cabido allí todas las especies terrestres que hoy conocemos y de las cuales no tenían idea los judíos en esa época.. Su lista es sorprendentemente: 20 de las aves, de las bestias (supongo mamíferos) y de los reptiles según su especie; no menciona batracios, insectos, gusanos y especialmente los microbios, que sin duda desconocían.

Tan sólo de los mamíferos existen alrededor de 6,000 especies conocidas. El problema no es solo del tamaño, en la Biblia no solo no se menciona que se salvaran las plantas terrestres, las cuales hubiesen perecido, lo cual muestra la ignorancia biológica de la época, sino que no se considera lo que los animales comerían y beberían en el transcurso, el que los carnívoros habrían devastado a sus presas habituales y, por supuesto, no se consideró el efecto de la reproducción de las especies. Por lo tanto, Noé y su arca no son más que una hermosa leyenda y una forma muy efectiva de inducir el temor a Dios, pero no corresponde en lo más mínimo a la realidad. En conclusión, las ideas de las religiones y de Dios (o los Dioses) son el producto de una etapa de desarrollo cultural de la humanidad, completamente invalidado por los desarrollos de los cuatro o cinco últimos siglos de ciencia. Que la idea de Dios no aporta nada a la solución de los problemas, sin duda aún irresueltos, acerca de los orígenes del universo. Creo que podemos prescindir de la idea de Dios con grandes ventajas para el pensamiento filosófico y el avance del conocimiento científico.

La religión, en su época, fue un buen intento para explicar el mundo, el universo, la naturaleza, la vida y al hombre, su sociedad y su cultura. Ahora no se sostiene ante el embate del conocimiento científico. Las explicaciones religiosas fueron adueñadas por las clases en el poder y distorsionadas para detentar, justificar y legitimar ese mismo poder. También ha sido origen de muchos conflictos humanos, incluyendo innumerables guerras en la historia humana. Creo que es un buen momento para tratar de rebatirlo, idea de algunos de los pensadores tras las Revoluciones Francesa y Marxista. Sin embargo, creo que esto no se logrará sin una buena educación científica como respaldo y un gran valor ante las fuerzas e intereses reaccionarios detrás de la religión. La educación elemental y media son el pilar sobre el cual hay que erigir la nueva consciencia, la nueva inteligencia social.

Buenas y malas razones para creer

Por: Por Richard Dawkins

 

CARTA A UN HIJA

Querida Juliet: Ahora que has cumplido 10 años, quiero escribirte acerca de una cosa que para mi es muy importante.

¿Alguna vez te has preguntado cómo sabemos las cosas que sabemos? ¿Cómo sabemos, por ejemplo, que las estrellas que parecen pequeños alfilerazos en el cielo, son en realidad gigantescas bolas de fuego como el Sol, pero que están muy lejanas? ¿Y cómo sabemos que la Tierra es una bola más pequeña, que gira alrededor de esas estrellas, el Sol?

La respuesta a esas preguntas es “por la evidencia”. A veces, “evidencia” significa literalmente ver (u oír, palpar, oler) que una cosa es cierta. Los astronautas se han alejado de la Tierra lo suficiente como para ver con sus propios ojos que es redonda.
Otras veces, nuestros ojos necesitan ayuda.

El “lucero del alba” parece un brillante centelleo en el cielo, pero con un telescopio podemos ver que se trata de una hermosa esfera: el planeta que llamamos Venus.
Lo que aprendemos viéndolo directamente (u oyéndolo, palpándolo, etc.) se llama “observación”. Muchas veces, la evidencia no sólo es pura observación, pero siempre se basa en la observación. Cuando se ha cometido un asesinato, es corriente que nadie lo haya observado (excepto el asesino y la persona asesinada).
Pero los investigadores pueden reunir otras muchas observaciones, que en un conjunto señalen a un sospechoso concreto. Si las huellas dactilares de una persona coinciden con las encontradas en el puñal, eso demuestra que dicha persona lo tocó.
No demuestra que cometiera el asesinato, pero además pueda ayudar a demostrarlo si existen otras muchas evidencias que apunten a la misma persona. A veces, un detective se pone a pensar en un montón de observaciones y d repente se da cuenta que todas encajan en su sitio y cobran sentido si suponemos que fue Fulano el que cometió el asesinato.

Los científicos -especialistas en descubrir lo que es cierto en el mundo y el Universo- trabajan muchas veces como detectives. Hacen una suposición (ellos la llaman hipótesis) de lo que podría ser cierto.
Y a continuación se dicen: si esto fuera verdaderamente así, deberíamos observar tal y cual cosa.

A esto se llama predicción.

Por ejemplo si el mundo fuera verdaderamente redondo, podríamos predecir que un viajero que avance siempre en la misma dirección acabará por llegar a mismo punto del que partió. Cuando el médico dice que tienes sarampión, no es que te haya mirado y haya visto el sarampión. Su primera mirada le proporciona una hipótesis: podrías tener sarampión. Entonces, va y se dice: “Si de verdad tiene el sarampión, debería ver….” y empieza a repasar toda su lista de predicciones, comprobándolas con los ojos (¿tienes manchas?), con las manos (¿tienes caliente la frente?) y con los oídos (¿te suena el pecho como suena cuando se tiene el sarampión?).

Sólo entonces se decide a declarar “Diagnóstico que la niña tiene sarampión”. A veces, los médicos necesitan realizar otras pruebas, como análisis de sangre o rayos x, para complementar las observaciones hechas con sus ojos, manos y oídos. La manera en que los científicos utilizan la evidencia para aprender cosas del mundo es tan ingeniosa y complicada que no te la puedo explicar en una carta tan breve.
Pero dejemos por ahora la evidencia, que es una buena razón para creer algo, porque quiero advertirte e contra de tres malas razones para creer cualquier cosa: se llaman “tradición”, “autoridad” y “revelación”.

Empecemos por la tradición.
Hace unos meses estuve en televisión, charlando con unos 50 niños. Estos niños invitados habían sido educados en diferentes religiones: había cristianos, judíos, musulmanes, hindúes, sijs…El presentador iba con el micrófono de niño en niño, preguntándoles lo que creían.
Lo que los niños decían demuestra exactamente lo que yo entiendo por “tradición”.
Sus creencias no tenían nada que ver con la evidencia.
Se limitaban a repetir las creencias de sus padres y de sus abuelos, que tampoco estaban basadas en ninguna evidencia. Decían cosas como “los hindúes creemos tal y cual cosa”, “los musulmanes creemos esto y lo otro”, “los cristianos creemos otra cosa diferente”.
Como es lógico, dado que cada uno creía cosas diferentes, era imposible que todos tuvieran razón. Por lo visto, al hombre del micrófono esto le parecía muy bien, y ni siquiera los animó a discutir sus diferencias. Pero no es esto lo que me interesa de momento.
Lo que quiero es preguntar de dónde habían salido sus creencias. Habían salido de la tradición. La tradición es la trasmisión de creencias de los abuelos a los padres, de los padres a los hijos, y así sucesivamente.
O mediante libros que se siguen leyendo durante siglos.
Muchas veces, las creencias tradicionales se originan casi de la nada: es posible que alguien las inventara en algún momento, como tuvo que ocurrir con las ideas de Thor y Zeus; pero cuando se han transmitido durante unos cuantos siglos, el hecho mismo de que sean muy antiguas las convierte en especiales.
La gente cree ciertas cosas sólo porque mucha gente ha creído lo mismo durante siglos.
Eso es la tradición. El problema con la tradición es que, por muy antigua que sea una historia, es igual de cierta o de falsa que cuando se inventó la idea original.
Si te inventas una historia que no es verdad, no se hará más verdadera porque se trasmita durante siglos, por muchos siglos que sean.
En Inglaterra, gran parte de la población ha sido bautizada en la Iglesia Anglicana, que no es más que una de las muchas ramas de la religión cristiana. Existen otras ramas, como la ortodoxa rusa, la católica romana y la metodista. Cada una cree cosas diferentes.

La religión judía y la musulmana son un poco más diferentes, y también existen varias clases distintas de judíos y de musulmanes. La gente que cree una cosa está dispuesta a hacer la guerra contra los que creen cosas ligeramente distintas, de manera que se podrá pensar que tienen muy buenas razones -evidencias- para creer lo que creen. Pero lo cierto es que sus diferentes creencias se deben únicamente a diferentes tradiciones. Vamos a hablar de una tradición concreta.
Los católicos creen que María, la madre de Jesús, era tan especial que no murió, sino que fue elevada al cielo con su cuerpo físico. Otras tradiciones cristianas discrepan, diciendo que María murió como cualquier otra persona.
Estas otras religiones no hablan mucho de María, ni la llaman “Reina del cielo”, como hacen los católicos. La tradición que afirma que el cuerpo de María fue elevado al cielo no es muy antigua.
La Biblia no dice nada de cómo o cuándo murió; de hecho, a la pobre mujer apenas se la menciona en la Biblia. Lo de que su cuerpo fue elevado a los cielos no se inventó hasta unos seis siglos después de Cristo. Al principio, no era más que un cuento inventado, como Blancanieves o cualquier otro.
Pero con el paso de los siglos se fue convirtiendo en una tradición y la gente empezó a tomársela en serio, sólo porque la historia se había ido transmitiendo a lo largo de muchas generaciones.
Cuanto más antigua es una tradición, más en serio se la toma la gente.
Y por fin, en tiempos muy recientes, se declaró que era una creencia oficial de la Iglesia Católica: esto ocurrió en 1950, cuando yo tenía la edad que tienes tú ahora.
Pero la historia no era más verídica en 1950 que cuando se inventó por primera vez, seiscientos años después de la muerte de María. Al final de esta carta volveré a hablar de la tradición, para considerarla de una manera diferente.

Pero antes tengo que hablarte de la otras dos malas razones para creer una cosa: la autoridad y la revelación.

La autoridad, como razón para creer algo, significa que hay que creer en ello porque alguien importante te dice que lo creas.
En la Iglesia Católica, por ejemplo, la persona más importante es el Papa, y la gente cree que tiene que tener razón sólo porque es el Papa. En una de las ramas de la religión musulmana, las personas más importantes son unos ancianos barbudos llamados ayatolás.
En nuestro país hay muchos musulmanes dispuestos a cometer asesinatos sólo porque los ayatolás de un país lejano les dicen que lo hagan.
Cuando te decía que en 1950 se dijo por fin a los católicos que tenían que creer en la asunción a los cielos del cuerpo de María, lo que quería decir es que en 1950 el Papa les dijo que tenían que creer en ello.
Con eso bastaba.
¡El Papa decía que era verdad, luego tenía que ser verdad! Ahora bien, lo más probable es que, de todo lo que dijo el Papa a lo largo de su vida, algunas cosas fueron ciertas y otras no fueron ciertas. No existe ninguna razón válida para creer que todo lo que diga sólo porque es el Papa, del mismo modo que no tienes porque creer todo lo que te diga cualquier otra persona.
El Papa actual ha ordenado a sus seguidores que no limiten el número de sus hijos.
Si la gente sigue su autoridad tan ciegamente como a él le gustaría, el resultado sería terrible: hambre, enfermedades y guerras provocadas por la sobrepoblación. Por supuesto, también en la ciencia ocurre a veces que no hemos visto personalmente la evidencia, y tenemos que aceptar la palabra de alguien.
Por ejemplo, yo no he visto con mis propios ojos ninguna prueba de que la luz avance a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, sin embargo, creo en los libros que me dicen la velocidad de la luz. Esto podría parecer “autoridad” pero en realidad es mucho mejor que la autoridad, porque la gente que escribió esos libros sí que había observado la evidencia, y cualquiera puede comprobar dicha evidencia siempre que lo desee. Esto resulta muy reconfortante. Pero ni siquiera los sacerdotes se atreven a decir que exista alguna evidencia de su historia acerca de la subida a los cielos del cuerpo de María.

La tercera mala razón para creer en las cosas se llama “revelación”.
Si en 1950 le hubieras podido preguntar al Papa cómo sabía que el cuerpo de María había ascendido al cielo, lo más probable es que te hubiera respondido que “se le había revelado”. Lo que hizo fue encerrarse en su habitación y rezar pidiendo orientación.
Había pensado y pensado, siempre solo, y cada vez se sentía más convencido.
Cuando las personas religiosas tienen la sensación interior de que una cosa es cierta, aunque no exista ninguna evidencia de que sea así, llaman a esa sensación “revelación”.
No sólo los Papas aseguran tener revelaciones. Las tienen montones de personas de todas las religiones, y es una de las principales razones por las que creen las cosas que creen.

Pero ¿es una buena razón?

Supón que te digo que tu perro ha muerto. Te pondrías muy triste y probablemente me preguntarías: “¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo ha sucedido?”
y supón que yo te respondo: “En realidad no sé que Pepe ha muerto. No tengo ninguna evidencia. Pero siento en mi interior la curiosa sensación de que ha muerto”.
Te enfadarías conmigo por haberte asustado, porque sabes que una “sensación” interior no es razón suficiente para creer que un lebrel ha muerto. Hacen falta pruebas.
Todos tenemos sensaciones interiores de vez en cuando, y a veces resulta que son acertadas y otras veces no lo son. Está claro que dos personas distintas pueden tener sensaciones contrarias, de modo que ¿cómo vamos a decidir cuál de las dos acierta?
La única manera de asegurarse que un perro está muerto es verlo muerto, oír que su corazón se ha parado, o que nos lo cuente alguien que haya visto u oído alguna evidencia real de que ha muerto.

A veces, la gente dice que hay que creer en las sensaciones internas, porque si no, nunca podrás confiar en cosas como “mi mujer me ama”.

Pero éste es un mal argumento.

Puedes encontrar abundantes pruebas de que alguien te ama. Si estás con alguien que te quiere, durante todo el día estarás viendo y oyendo pequeños fragmentos de evidencia, que se van sumando. No se trata de una pura sensación interior, como la que los sacerdotes llaman revelación. Hay datos exteriores que confirman la sensación interior: miradas en los ojos, entonaciones cariñosas en la voz, pequeños favores y amabilidades; todo eso es autentica evidencia.
A veces, una persona siente una fuerte sensación interior de que alguien la ama sin basarse en ninguna evidencia, y en estos casos lo más probable es que esté completamente equivocada.
Existen personas con una firme convicción interior de que una famosa estrella de cine las ama, aunque en realidad la estrella ni siquiera las conoce.

Esta clase de personas tienen la mente enferma. Las sensaciones interiores tienen que estar respaldadas por evidencias; si no, no podemos fiarnos de ellas.
Las intuiciones resultan muy útiles en la ciencia, pero sólo para darte ideas que luego hay que poner a prueba buscando evidencias. Un científico puede tener una “corazonada” acerca de una idea que, de momento, sólo “le parece” acertada.
En sí misma, ésta no es una buena razón para creer nada; pero sí que puede razón suficiente para dedicar algún tiempo a realizar un experimento concreto o buscar pruebas de una manera concreta. Los científicos utilizan constantemente sus sensaciones interiores para sacar ideas; pero estas ideas no valen nada si no se apoyan con evidencias.
Te prometí que volveríamos a lo de la tradición, para considerarla de una manera distinta. Me gustaría intentar explicar por qué la tradición es importante para nosotros. Todos los animales están construidos (por el proceso que llamamos evolución) para sobrevivir en el lugar donde su especie vive habitualmente.
Los leones están equipados para sobrevivir en las llanuras de África. Los cangrejos de río están construidos para sobrevivir en agua salada.
También las personas somos animales, y estamos construidos para sobrevivir en un mundo lleno de… otras personas. La mayoría de nosotros no tienen que cazar su propia comida, como los leones y los bogavantes; se las compramos a otras personas, que a su vez se la compraron a otras.
Nadamos en un “mar de gente”. Lo mismo que el pez necesita branquias para sobrevivir en el agua, la gente necesita cerebros para poder tratar con otra gente.
El mar de está lleno de agua salada, pero el mar de gente está lleno de cosas difíciles de aprender. Como el idioma. Tú hablas inglés, pero tu amiga Ann-Kathrin habla alemán. Cada una de vosotras habla el idioma que le permite hablar en su “mar de gente”.
El idioma se transmite por tradición. No existe otra manera. En Inglaterra, tu perro Pepe es a dog.
En Alemania, es ein Hund. Ninguna de estas palabras es más correcta o más verdadera que la otra. Las dos se transmiten de manera muy simple. Para poder nadar bien en su propio “mar de gente”, los niños tienen que aprender el idioma de su país y otras muchas cosas acerca de su pueblo; y esto significa que tienen que absorber, como si fuera papel secante, una enorme cantidad de información tradicional (Recuerda que “información tradicional” significa, simplemente, cosas que se transmiten de abuelos a padres y de padres a hijos.)
El cerebro del niño tiene que absorber toda esta información tradicional, y no se puede esperar que el niño seleccione la información buena y útil, como las palabras del idioma, descartando la información falsa o estúpida, como creer en brujas, en diablos y en vírgenes inmortales.
Es una pena, pero no se puede evitar que las cosas sean así. Como los niños tienen que absorber tanta información tradicional, es probable que tiendan a creer todo lo que los adultos les dicen, sea cierto o falso, tengan razón o no.
Muchas cosas que los adultos les dicen son ciertas y se basan en evidencias, o, por lo menos en el sentido común.
Pero si les dicen algo que sea falso, estúpido o incluso maligno, ¿cómo pueden evitar que el niño se lo crea también? ¿Y que harán esos niños cuando lleguen a adultos? Pues seguro que contárselo a los niños de la siguiente generación. Y así, en cuanto la gente ha empezado a creerse una cosa -aunque sea completamente falsa y nunca existan razones para creérsela-, se puede seguir creyendo para siempre.

¿Podría ser esto lo que ha ocurrido con las religiones?

Creer en uno o varios dioses, en el cielo, en la inmortalidad de María, en que Jesús no tuvo un padre humano, en que las oraciones son atendidas, en que el vino se transforma en sangre…, ninguna de estas creencias está respaldada por pruebas auténticas.
Sin embargo, millones de personas las creen, posiblemente porque se les dijo que las creyeran cuando todavía eran suficientemente pequeñas como para creerse cualquier cosa. Otros millones de personas creen en cosas diferentes, porque se les dijo que creyesen en ellas cuando eran niños.

A los niños musulmanes se les dice cosas diferentes de las que se les dicen a los niños cristianos, y ambos grupos crecen absolutamente convencidos de que ellos tienen razón y los otros se equivocan. Incluso entre los cristianos, los católicos creen cosas diferentes de las que creen los anglicanos, los episcopalianos, los shakers, los cuáqueros, los mormones o los holly rollers, y todos están absolutamente convencidos de que ellos tienen razón y los otros están equivocados. Creen cosas diferentes exactamente por las mismas razones por las que tú hablas inglés y tu amiga Ann-Kathrin habla alemán. Cada una de los dos idiomas es el idioma correcto en su país. Pero de las religiones no se puede decir que cada una de ellas sea la correcta en su propio país, porque cada religión afirma cosas diferentes y contradice a las demás.

María no puede estar viva en la católica Irlanda del Sur y muerta en la protestante Irlanda del Norte.
¿Qué se puede hacer con todo esto?

A ti no te va a resultar fácil hacer nada, porque sólo tienes 10 años. Pero podrías probar una cosa: la próxima vez que alguien te diga algo que parezca importante piensa para tus adentros:
“¿Es ésta una de esas cosas que la gente suele creer basándose en evidencias? ¿O es una de esas cosas que la gente cree por la tradición, autoridad o revelación?” Y la próxima vez que alguien te diga que una cosa es verdad, prueba a preguntarle
“¿Qué pruebas existen de ello?”

Y si no pueden darte una respuesta, espero que te lo pienses muy bien antes de creer una sola palabra de lo que te digan.

Te quiere, Papá.

Richard Dawkins es biólogo evolutivo, nació en Nairobi, Kenya, en 1941 y se educó en la Universidad de Oxford. Comenzó su carrera como investigador en los 60, estudiando bajo la dirección del etólogo Nico Tinbergen, ganador del premio Nóbel, y desde entonces su trabajo ha girado en torno a la evolución del comportamiento.

Ha obtenido las cátedras Gifford de la Universidad de Glasgow y Sidwich del Newham College de Cambridge. Además ha sido profesor de zoología de las universidades de Oxford y California, ha presentado programas de la BBC y dirigido varias publicaciones científicas. En 1995 se convirtió en el primer titular de la recién creada cátedra Charles Simony de Divulgación Científica en la Universidad de Oxford. Autor de obras muy leídas como El gen egoísta (1976 & 1989). El fenotipo extendido (1982), El relojero ciego (1986), River Out of Eden (1995), Escalando el monte improbable, Destejiendo el arco iris (2000) y La máquina de memes (2000).