¿Existe Dios?

Por: *Dr. Serafín Mercado* Investigador de la Facultad de Psicología de la UNAM

CONSIDERACIONES ACERCA DE SU IMPROBABLE EXISTENCIA

Todas las culturas han creado religiones, han creído en algún tipo de seres sobrenaturales; los dioses, e incluso algunas de estas religiones han sido monoteístas, planteando la existencia de un solo dios. Sin embargo, si en lo general las religiones, todas, tienen mitos que les son comunes, como la explicación del origen del mundo y el universo, el origen de la vida y, fundamentalmente, el origen y naturaleza del hombre y, hasta donde yo se, todas han postulado un alma y una vida más allá de la muerte como forma de dar cuenta de la conciencia y para explicar y atenuar la terrible experiencia de la muerte; en lo específico han sido muy disímiles tanto en la naturaleza y número de los dioses como en los atributos de estos, su ubicación y sus poderes; siendo así que la explicación de los orígenes del universo, de la tierra, de la vida y del hombre han sido distintas una de otra, siendo cada una un relato particular, surgido de la peculiar solución lograda por la cultura en cuestión.

En este artículo me centraré en la versión de origen judaico que predomina en occidente, es decir, el cristianismo en todas sus variantes y el judaísmo mismo, con objeto de analizar la naturaleza de estas creencias y de su compatibilidad con el conocimiento científico y la reflexión filosófica actuales; aunque este análisis es válido en principio para cualquier otra religión. El centrarnos en este subconjunto es por ser más conocido tanto para los lectores como para el autor. Tenemos evidencia arqueológica e histórica de que el hombre siempre ha querido hacer sentido del mundo. La conciencia expandida que evolucionó al desarrollarse el gran y complejo cerebro que tenemos, la conciencia ampliada de uno mismo, del tiempo presente, pasado y futuro y la posibilidad de manejar la realidad en términos de categorías y relaciones categóricas, entre ellas, sobresaliendo las relaciones de causa y efecto, hizo que no sólo buscara adaptaciones y soluciones a los problemas de supervivencia, sino explicaciones a todo lo existente, incluyéndose a sí mismo.

La cultura, hija del lenguaje y madre de la historia humana, hizo posible la acumulación de observaciones, explicaciones y prácticas sociales que permitieron un cierto grado de consenso en cada cultura acerca de la naturaleza y origen de las cosas, consenso que quedó imbricado en la estructura político-económica de esos pueblos. Ciertas versiones de la explicación quedaron sancionadas por las autoridades políticas y religiosas, las cuales frecuentemente eran las mismas o estaban muy relacionadas entre sí. Con la aparición de la escritura en sus diferentes formas aparecieron los libros sagrados: La Biblia, el Popol Vú, los Vedas, el Corán, etc., aunque en la mayoría de los pueblos la transmisión de estas “verdades” fue simplemente oral. La interrogación que me planteo aquí es, dado lo reiterativo de la pregunta y la similitud de la respuesta, ¿habrá algún tipo de verdad detrás de las explicaciones religiosas?.

Evidentemente, estas explicaciones son todas dadas antes del descubrimiento del método científico y de su aplicación masiva al análisis de la realidad en todos sus ámbitos. Este método es quizá el aporte cultural más importante de occidente, descansa en la capacidad analítico sintética de Homo, en su lenguaje y en el descubrimiento de los multiplicadores de este: la escritura, la imprenta y ahora la computadora y las redes de cómputo. Su fundamento es simplemente el requerimiento de un análisis crítico de las ideas ante la realidad y en relación a su coherencia. Se busca lograr métodos precisos, cuantitativos y un lenguaje sin ambigüedades; así como procedimientos que permitan ahondar en la naturaleza de los fenómenos, más allá de la apariencia superficial.

En la actualidad la aplicación del método científico ha permitido dar explicaciones congruentes con la evidencia acumulada y coherente tanto internamente como con otras teorías científicas, en términos de la lógica, lo que ha permitido dar respuesta a casi todas las preguntas abordadas por las diferentes religiones, siendo este conocimiento el modo de descalificar los mitos religiosos, no sin lucha y sangre, por la enorme reacción político religiosa a las implicaciones de estas nuevas visiones. Ahora contamos con una teoría heliocéntrica muy bien sustentada empíricamente y con enorme coherencia interna con otros cuerpos de conocimiento. De acuerdo con ella la tierra no es el centro del universo, sino tan solo un humilde planeta de tamaño intermedio que gira alrededor de una estrella no muy espectacular. Esta teoría esta contenida en una visión más general del universo, su naturaleza, su dinámica y su evolución formado de un número nunca soñado por los antiguos judíos de estrellas y galaxias.

Esta explicación, apoyada en un mar de evidencia acumulada durante siglos de observación y experimentación, no sólo astronómica, sino física, química y de ciencias de la Tierra misma, la cual le da una enorme credibilidad. Esta perspectiva está en desacuerdo con las explicaciones mitológicas de todas las religiones que conozco y en específico con la tradición judaico-cristiana de occidente. El origen del universo data de unos miles de millones de años, cuando se da el Big Bang (La Gran Explosión) y se supone que la Tierra, al igual que el Sol y los otros planetas se formaron de polvo interestelar hace unos 4600 millones de años. Hay dudas acerca de si el Big Bang no implica colapsos previos de la materia, de los cuales los hoyos negros (concentraciones de materia tan densos que ni la luz puede escapar) son tal vez el principio de uno nuevo o si la materia solamente explotó una vez. La vida empieza hace unos 3500 millones como un proceso químico en el que por azar se llega a formar una molécula capaz de reproducirse a sii misma, usando componentes más básicos.

Desde ese momento empieza la evolución de la vida hasta llegar a como la conocemos ahora. La vida ha quedado elucidada como un proceso fundamentalmente químico y su evolución, explicada por el proceso de selección natural, lo que se ve atestiguado por la enorme acumulación de evidencia de fósiles que han podido ser fechados con muy diversos métodos, pudiéndose seguir con bastante detalle el rastro de los cambios evolutivos de las especies hasta nuestros días. El origen del hombre es un caso especial, pues en todas las mitologías religiosas él ocupa un lugar privilegiado, distinto al de plantas y animales y que implica un estatus diferente, ignorando las características similares entre nosotros y otros animales y el increíble parecido que tenemos con gorilas y chimpancés, no sólo anatómico, fisiológico y conductual, sino genético. Estas propuestas van contra la sólida evidencia acumulada acerca de la evolución del hombre mismo, la cual hace patente nuestra procedencia animal y nuestra pertenencia a la naturaleza, sin un estatus especial; así pues las cuestiones fundamentales relacionadas a los orígenes quedan explicadas por la ciencia; exégesis que en nada coincide con el Génesis bíblico, por ejemplo.

Por otra parte, la vida queda aclarada como un fenómeno físico-químico, más químico que físico. También vemos que la ciencia aporta evidencia contundente de que la mente es un producto de la actividad del sistema nervioso y que el tamaño y complejidad del cerebro humano da cuenta de sus extraordinarias capacidades cognoscitivas. Vemos como se han ido develando los procesos de percepción, memoria, consciencia, pensamiento, emociones, deseos, volición y conducta. Actualmente la evidencia es impresionante en el sentido de que nuestra experiencia y conducta son consecuencia de la función de integración ecológica del sistema nervioso animal. De esta manera se da un golpe letal a las teorías del alma inmortal y su relación con la vida eterna y la idea de un dios o dioses. La sociedad humana y la cultura vienen a ser explicadas como consecuencia de la peculiar forma de evolución de Horno Sapiens, y las implicaciones éticas de la religión pasan a ser formas de imposición política de normas vigentes para un período y convenientes para un grupo hegemónico.

Esto ha contestado la pregunta del origen del universo, del origen y naturaleza de la vida y del origen del hombre. El documentar esto con mayor acuciosidad no es tarea de un artículo, sino de muchos volúmenes muy gruesos; pero el lector se puede remitir a una gran variedad de síntesis para la divulgación científica que le podrían dar un cuadro más detallado y repleto de evidencias para secundar lo aquí aseverado. También encontramos que hay un factor que hace sumamente atractiva la religión, como es el hecho de que al crear almas inmortales y una cohorte de dioses, santos (politeísmo disfrazado) y sacerdotes, los que hacen posible invocar el poder divino. Es muy reconfortante para Homo creer que hay una fuente externa de poder que lo protege de los males y peligros y que le concede privilegios si se le propicia adecuadamente. Sin embargo no hay evidencia de que los creyentes estén más protegidos del mal que los no creyentes, sino al contrario y de que la mediación de Dios y su cohorte de santos, ángeles, etc., en realidad rompa las leyes de la naturaleza. La credulidad implica un rezago respecto a la inteligencia científica contemporánea y una actitud acrítica que permite aceptar como hechos meros accidentes y patrañas.

Así, de la amplia cobertura explicativa de la idea de Dios como creador y manipulador del universo y sus habitantes, queda tan solo el problema de los orígenes de todo. El problema de los orígenes radica en una limitación cognoscitiva producto de la peculiar experiencia humana. Homo produce una gran cantidad de artefactos, los cuales tienen su origen en la extraordinaria capacidad planeadora y transformadora de nuestra especie. Una mesa, por ejemplo, es producida al cortar el tronco de un árbol (o de varios), del cual se sacan tablas, las cuales son cortadas y rebajadas para conformar las diferentes partes de una mesa,las cuales, unidas entre sí con taquetes, clavos, tornillos y pegamentos, forman el mueble como un todo, para después ser lijado y pintado o barnizado con objeto de darle la apariencia que nos apetece. La mesa como tal tiene origen en la idea y actividad de su o sus creadores. Sin embargo, en realidad la mesa no es más que un tronco de árbol modificado y adicionado de otros elementos, una reorganización espacial de la madera del tronco de un árbol. A pesar de ello, nosotros generamos una expectativa de que todo lo que vemos tuvo que ser creado por alguien.

Un principio básico de la naturaleza es que materia y energía no se crean o se destruyen, solo se transforman, incluso entre sí. Así la idea creacionista viene de la miope perspectiva de observar que nosotros manufacturamos objetos múltiples y que los animales y plantas nacen y consideramos que el origen de todo es una manufactura inicial por un ser especial. No se toma en cuenta que la creación natural de nuevos seres es tan solo transformaciones espacio temporales de materia y energía ya existentes, todo dentro del marco de las leyes naturales. Además, esta solución tiene un problema fundamental, que si atribuimos a un creador el origen del universo y de todo lo en el existente, incluyendo las leyes que le rigen y hemos descubierto, entonces, surge la pregunta de ¿quien creó al creador? Las soluciones han sido diversas a este dilema. Una es que el creador se autocreó; pero esta no resuelve nada, ya que no es concebible que algo que no existe cree algo. A lo más considero esta solución como una tomadura de pelo de uno de los sistemas religiosos más autoritarios. La segunda es que Dios es infinito. Sin embargo es más simple y sin complicaciones considerar la posibilidad de que el universo en sí sea infinito y no necesitamos agregar una complicación más como la de implicar a Dios.

Aunque es necesario explicar el Universo y sus leyes, si metemos a dios, es mucho más complejo explicarlo a él a su vez. El cerebro humano es el ente más complejo que hemos descubierto en el universo, superado solo por la sociedad, que es una estructura de cerebros en interacción y por el Universo mismo, que los contiene a los dos; podríamos suponer que Dios es mucho más complejo que eso. Un problema en esta visión es el hecho de que equiparamos las leyes científicas a las leyes de la sociedad humana. Estas últimas son el producto de la imposición de normas emergidas de la necesidad de regular las relaciones sociales, a través de los sistemas jurídicos, que hacen posible la preservación del grupo y su funcionamiento y el estado de cosas actual en la sociedad, generalmente conservando el estatus y privilegios de los grupos en el poder.

Las leyes naturales en realidad son simplemente conjeturas acerca de las regularidades causales que se dan en la naturaleza, y estas no tienen por que haber sido dictadas por nadie ni impuestas, simplemente son y nosotros las descubrimos. Ante estos argumentos, la idea de Dios no sólo no resuelve el problema del origen, que sin lugar a dudas no está resuelto aún, sino que lo dificulta más, creando un problema de regresión infinita (El creador que crea al creador, que crea al creador, … ), o la introducción de elementos que en realidad no aportan nada a la solución y que, por lo tanto, son inútiles. Vemos la naturaleza esencialmente irracional de esta postura al obtener una respuesta contundente a este tipo de reflexiones: “Todo es cuestión de fe”, es decir, se exige creer acríticamente. Podemos ver que la idea de Dios es un atavismo cultural que se mantiene por lo pequeño o nulo que es el conocimiento y comprensión por la población mundial en general de la ciencia y sus implicaciones, siendo el conocimiento científico compartido tan sólo por élites académicas, incluso muchas veces aún a esos niveles, parcializado por la especialización.

Esto hace ver lo necesario de la formación de una cultura científica general en la población como base de una inteligencia social. Esto es básico, pues es perfectamente reseñado en la historia el surgimiento de prácticas irracionales, autoritarias e incluso genocidas en ciertas épocas de la historia de los pueblos, que fueron razón de conflictos, derramamiento de sangre y para el estancamiento del progreso cultural. También vemos a los diferentes mitos religiosos y sus textos como la preservación de un pensamiento que ha sido superado contundentemente por el método crítico de la ciencia y por la evidencia que la sustenta. Mitos como los de la creación y de Adán y Eva se enfrentan fútilmente a lo que conocemos acerca de la naturaleza y el origen de la vida y en especial del hombre. Vemos que la Biblia, a pesar de ser la supuesta revelación de Dios al hombre, no menciona nunca la existencia de otros continentes, de muchas especies animales y vegetales desconocidos para los judíos de esa época, de la naturaleza atómica de la materia, de las partículas subatómicas, de energías desconocidas como el magnetismo y la electricidad, por no mencionar la energía atómica. No se mencionan virus y bacterias ni su papel en la patología o el papel del sistema nervioso en la consciencia, la conducta y las emociones.

Podemos tomar un ejemplo más, aunque en realidad toda la Biblia se encuentra plagada de casos similares. En la Biblia se menciona el caso de un “Diluvio Universal”, del cual, por cierto, no existe evidencia geológica. Después de cierto tiempo de la creación y todo lo demás que siguió, Dios está muy enojado porque los hombres son muy malos. El omnisapiente Dios, que no puede cometer error alguno, se arrepiente de haber creado al hombre y la vida. Sin embargo, en un arranque de piedad, él recurre a Noé y su familia para salvar la vida en el mundo. Dios ordena a Noé que construya un arca y que la llene con una pareja de animales de cada especie.. Si Noé construyó el arca de las dimensiones especificadas en la Biblia, trescientos codos de longitud, cincuenta de anchura y treinta de altura, sin duda no habrían cabido allí todas las especies terrestres que hoy conocemos y de las cuales no tenían idea los judíos en esa época.. Su lista es sorprendentemente: 20 de las aves, de las bestias (supongo mamíferos) y de los reptiles según su especie; no menciona batracios, insectos, gusanos y especialmente los microbios, que sin duda desconocían.

Tan sólo de los mamíferos existen alrededor de 6,000 especies conocidas. El problema no es solo del tamaño, en la Biblia no solo no se menciona que se salvaran las plantas terrestres, las cuales hubiesen perecido, lo cual muestra la ignorancia biológica de la época, sino que no se considera lo que los animales comerían y beberían en el transcurso, el que los carnívoros habrían devastado a sus presas habituales y, por supuesto, no se consideró el efecto de la reproducción de las especies. Por lo tanto, Noé y su arca no son más que una hermosa leyenda y una forma muy efectiva de inducir el temor a Dios, pero no corresponde en lo más mínimo a la realidad. En conclusión, las ideas de las religiones y de Dios (o los Dioses) son el producto de una etapa de desarrollo cultural de la humanidad, completamente invalidado por los desarrollos de los cuatro o cinco últimos siglos de ciencia. Que la idea de Dios no aporta nada a la solución de los problemas, sin duda aún irresueltos, acerca de los orígenes del universo. Creo que podemos prescindir de la idea de Dios con grandes ventajas para el pensamiento filosófico y el avance del conocimiento científico.

La religión, en su época, fue un buen intento para explicar el mundo, el universo, la naturaleza, la vida y al hombre, su sociedad y su cultura. Ahora no se sostiene ante el embate del conocimiento científico. Las explicaciones religiosas fueron adueñadas por las clases en el poder y distorsionadas para detentar, justificar y legitimar ese mismo poder. También ha sido origen de muchos conflictos humanos, incluyendo innumerables guerras en la historia humana. Creo que es un buen momento para tratar de rebatirlo, idea de algunos de los pensadores tras las Revoluciones Francesa y Marxista. Sin embargo, creo que esto no se logrará sin una buena educación científica como respaldo y un gran valor ante las fuerzas e intereses reaccionarios detrás de la religión. La educación elemental y media son el pilar sobre el cual hay que erigir la nueva consciencia, la nueva inteligencia social.

Perder nuestras espinas dorsales para salvar nuestros pescuezos

Por: Sam Harris

 

HUFTINGTON POST, 5 DE MAYO DE 2008

Traducción de Stergios Korfiatis. Publicado en ArgAtea

 Geert Wilders, político holandés conservador y provocador, se ha convertido en el proyectil más reciente en la guerra cultural más importantegeert_wilders3 del mundo: el conflicto entre la sociedad civil y el Islam tradicional. Wilders, que vive bajo continua protección armada debido a amenazas de muerte, lanzó recientemente una película de 15 minutos titulada Fitna («conflicto» en árabe) en la Internet. La película ha sido juzgada como ofensiva porque yuxtapone imágenes de violencia musulmana con pasajes del Corán. Dado que los perpetradores de tal violencia citan frecuentemente estos mismos pasajes como justificación para sus acciones, el simple hecho de describir esta conexión en una película no parecería algo controversial. Polémico o no, uno seguramente esperaría que políticos y periodistas en cada sociedad libre defendieran vigorosamente el derecho de Wilders de hacer tal película. Pero en ese caso uno estaría viviendo en otro planeta, uno en el que la gente no niega alegremente sus más básicas libertades en nombre de la «sensibilidad religiosa».

Atestigüen la respuesta del mundo libre ante Fitna: el gobierno holandés intentó prohibir la película explícitamente, y los ministros de asuntos exteriores de la Unión Europea la condenaron públicamente, al igual que Ban Ki-moon, secretario Wilders+Fitna+movie+about+Korangeneral de la O.N.U. La televisión holandesa rechazó transmitir Fitnasin editar. Cuando Wilders declaró su intención de lanzar la película en la Internet, su servidor de red en Estados Unidos, Network Solutions, retiró su página web.

Disonando en este tema apareció Liveleak, un sitio web británico de videos compartidos, que finalmente transmitió la película el 27 de marzo. Recibió más de 3 millones de opiniones en las primeras 24 horas. El día siguiente, sin embargo, Liveleak retiró Fitnade sus servidores, habiendo sido aterrorizado hacia una auto-censura debido a amenazas contra su personal. Pero la película se había difundido demasiado en la Internet para ser suprimida (y Liveleak, después de tomar mayores medidas de seguridad, la ha colocado de nuevo en su página también).

Por supuesto, de inmediato hubo llamadas para un boicoteo de productos holandeses a través del mundo musulmán. En respuesta, las corporaciones holandesas colocaron anuncios en países como Indonesia, denunciando la película en señal de autodefensa. Varios países musulmanes bloquearon YouTube y otros sitios de videos compartidos en un esfuerzo por evitar que la blasfemia de Wilders penetrara las mentes de sus ciudadanos. También ha habido protestas y ataques aislados contra embajadas, y demandas abiertas por el asesinato de Wilders. En Afganistán, mujeres en burkas podían ser vistas quemando la bandera holandesa; el Taliban realizó por lo menos dos ataques de venganza contra tropas holandesas, dando por resultado cinco muertes holandesas; y preocupaciones de seguridad han hecho que los Países Bajos cierren su embajada en Kabul. Hay que recordar, sin embargo, que nada todavía ha ocurrido que equipare la feroz respuesta en contra de las caricaturas danesas.

Mientras tanto Kurt Westergaard, uno de los dibujantes daneses, ha amenazado demandar a Wilders por infracción de copyright, ya que Wilders utilizó su dibujo de un Mahoma bomba-Laden sin su permiso. Westergaard vive oculto desde 2006 debido a las amenazas de muerte dirigidas hacia él, por lo cual la Unión Danesa de Periodistas se ofreció voluntariamente a llevar este caso en su favor. Obviamente, hay algo divertido acerca de un hombre amenazado, incapaz de arriesgarse a aparecer en público por temor a ser asesinado por religiosos lunáticos, amenazando con demandar a otro hombre en la misma situación sobre violaciones de copyright. Pero es comprensible que Westergaard no quisiera ser lanzado al enemigo repetidamente sin su consentimiento. Westergaard es un hombre extraordinariamente valiente cuya vida ha sido arruinada tanto por el fanatismo religioso como por la sumisión del mundo libre ante él. En febrero, el gobierno danés arrestó a tres musulmanes que al parecer se preparaban para asesinarlo. Otros daneses bastante desafortunados al también llamarse «Kurt Westergaard» han tenido que tomar medidas para evitar ser asesinados en su lugar. (Desde entonces Wilders ha retirado la caricatura de la versión oficial de Fitna.)

Wilders, al igual que Westergaard y los otros dibujantes daneses, ha sido calumniado ampliamente por «intentar provocar» a la comunidad musulmana. Incluso si ésta había sido su intención, esta crítica representa una coincidencia casi supernatural de ceguera moral e imprudencia política. El punto no es (y nunca lo será) que cualquier persona libre hable, escriba o dibuje en tal manera que provoque a la comunidad musulmana. El punto es que solamente la comunidad musulmana reacciona de la manera en que lo hace. La controversia alrededor de Fitna, como todas tales controversias, delata un hecho especialmente sobresaliente sobre nuestro mundo: Los musulmanes parecen estar mucho más preocupados sobre los desaires percibidos hacia su religión que sobre las atrocidades que diariamente se cometen en su nombre. Nuestra comodidad ante esta sicopática bifurcación de prioridades ha tomado, más y más, la forma de un cobarde y cerrado consentimiento.

Hay aquí una asombrosa ironía que muchos han notado. La posición de la comunidad musulmana ante todas las provocaciones parece ser: El Islam es una religión de paz, y si usted dice que no es así, le mataremos. Por supuesto, la verdad es a menudo más variada, pero ésta es tan variada como pudiera ser: El Islam es una religión de paz, y si usted dice que no lo es, los musulmanes pacíficos no podemos asumir la responsabilidad de lo que hagan nuestros hermanos y hermanas menos pacíficos. Cuando quemen sus embajadas o secuestren y maten a sus periodistas, sepan que les haremos a Uds. principalmente responsables y dedicaremos nuestra mayor energía a criticarlos por «racismo» e «Islamofobia».

Nuestras sumisiones ante estas amenazas han tenido loque a menudo se llama un «efecto congelante» sobre nuestro ejercicio de libre expresión. He experimentado, en mi propia pequeña forma, esta frialdad de primera mano. Primero, y más importante, mi amiga y colega Ayaan Hirsi Ali se encuentra entre los que están siendo cazados. Debido al fracaso de gobiernos occidentales en hacer que sea seguro que la gente pueda hablar abiertamente sobre el problema del Islam, yo y otros debemos reunir una cantidad de fondos privados para ayudar a pagar su protección permanente. El problema no es, como se alega a menudo, que los gobiernos no pueden permitirse proteger a cada persona que hable abiertamente contra la intolerancia musulmana. El problema es que tan pocas personas hablen abiertamente. Si hubiera diez mil Ayaan Hirsi Ali, el riesgo de cada uno sería reducido radicalmente.

En cuanto a infracciones de mi propio discurso, mi primer libro, El fin de la fe, casi no llegó a ser publicado por miedo a ofender las sensibilidades (probablemente sin haberlo leído) de fanáticos religiosos. W.W. Norton, que publicó el libro, fue ampliamente visto como arriesgándose –riesgo atenuado probablemente por el hecho de que soy un ofensor en las mismas condiciones de toda fe religiosa. Sin embargo, cuando llegó la hora de hacer las correcciones finales a El fin de la fe,muchas de las personas a quienes había agradecido por nombre en mis reconocimientos (incluyendo a mi agente en ese entonces y mi redactor en Norton) independientemente me pidieron que quitara sus nombres del libro. Sus preocupaciones eran explícitamente de seguridad personal. Dada nuestra respuesta vergonzosamente ineficaz al fatwa contra Salman Rushdie, sus preocupaciones eran perfectamente comprensibles.

Nature, posiblemente el diario científico más influyente en el planeta, publicó recientemente un extenso encubrimiento de faltas del Islam (Z. Sardar «Más allá de la relación problemática».Nature 448, 131-133; 2007). El autor comenzó, como si estuviera encima de un minarete (torre de una mezquita), simplemente declarando que la religión del Islam era «intrínsecamente racional». Entonces procedió a sostener, en medio de una altamente idiosincrásica lectura de historia y teología, que la convulsión actual de esta religión racional en las profundidades violentas de la sin-razón se puede atribuir completamente a la herencia del colonialismo. Después de una cierta negociación, Nature también acordó publicar una breve respuesta mía. Lo que los lectores de mi carta al editor no podían saber, sin embargo, era que fue publicada solamente después de que oraciones, perfectamente basadas en hechos, juzgadas ofensivas al Islam fueron expurgadas. Entendí las preocupaciones de los redactores en ese entonces: no sólo tienen las leyes de difamación británica de la cual preocuparse, sino que médicos e ingenieros musulmanes en el Reino Unido acababan de revelar una tendencia hacia los atentados suicidas. Estuve agradecido de que Nature publicara mi carta.

En un estremecedoramente irónico giro de acontecimientos, una versión más corta del mismo ensayo que usted ahora está leyendo fue encargada originalmente por la página de opinión delWashington Post y después rechazada porque fue juzgada demasiado crítica al Islam. Por favor notar que este ensayo era destinado a la página de la opinión del periódico, el cual había solicitado mi respuesta a la controversia sobre la película de Wilders. La ironía de su rechazamiento parecía enteramente perdida en el Post, el cual respondió a mi subsiguiente expresión de asombro ofreciendo pagarme un «honorario de compensación». Lo rechacé.

Podría enumerar, al igual que muchos escritores, otros ejemplos de encuentros con redactores y editores, todos ilustrando un solo hecho: Mientras sigue siendo tabú el criticar la fe religiosa en general, se considera especialmente imprudente criticar al Islam. Solamente los musulmanes persiguen y buscan y asesinan a sus apóstatas, infieles y críticos en el siglo XXI. Hay, con seguridad, razones por las que esto ocurre. Algunas de estas razones tienen que ver con accidentes de historia y geopolítica, pero otras se pueden remontar directamente a las doctrinas que santifican la violencia que son únicas en el Islam.

Un punto de la comparación: La controversia sobre Fitna fue seguida inmediatamente por una extendida cobertura de los medios sobre un escándalo que implicaba a la Fundamentalista Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (FSUD). En Texas, la policía intervino en un complejo de FSUD y tomó a centenares de mujeres y muchachas menores de edad en custodia para protegerlas de las continuadas, sacramentales agresiones de sus miembros. Mientras que el Mormonismo predominante es ahora considerado como una de las religiones importantes en los Estados Unidos, su rama fundamentalista, con su adhesión a la poligamia, abuso conyugal, unión forzada, niñas novias (y, por lo tanto, violación de menores) se retrata a menudo en la prensa como un culto depravado. Pero uno podría discutir fácilmente que el Islam, considerado tanto en general como en relación a sus casos más negativos, es mucho más despreciable que el Mormonismo fundamentalista. El mundo musulmán puede emparejar al FSUD pecado por pecado –los musulmanes practican comúnmente la poligamia, matrimonios forzados (a menudo entre muchachas menores de edad y hombres mayores), y violencia conyugal— pero agreguen a estas indiscreciones los incomparables males de las matanzas por honor, la «circuncisión femenina», el amplio apoyo al terrorismo, una fascinación pornográfica con videos que muestran matanzas de infieles y apóstatas, una vibrante forma de anti-semitismo que es explícitamente genocida en sus aspiraciones, y una habilidad para producir libros y programas de televisión para niños en los que se glorifican atentados suicidas y se representa a judíos como «monos y cerdos».

Cualquier comparación honesta entre estas dos fes revela un extraño doble criterio en nuestro tratamiento de la religión. Podemos celebrar abiertamente la marginalización de los hombres de FSUD y el rescate de sus mujeres y niños. Pero, dejando a un lado la imposibilidad práctica y política de hacerlo, ¿podríamos incluso permitirnos contemplar la liberación de mujeres y niños del Islam tradicional?

Musulman_vs_Fitna

Musulman_vs_Fitna

¿Qué hay de todos los musulmanes civiles, amantes de la libertad, moderados que están tan horrorizados ante la intolerancia musulmana como yo? No hay duda que millones de hombres y mujeres encajan en esta descripción, pero elocuentes moderados son muy difíciles de encontrar. Dondequiera que el «Islam moderado» se anuncie, uno descubre a menudo un Islamismo franco que está al acecho apenas uno o dos eufemismos debajo de la superficie. La evasiva es ofrecida al público en general por la corrección política, el optimismo a ultranza, y el «sentimiento de culpa blanco». Aquí es donde encontramos a gente siniestra presentándose con éxito como «moderados» –gente como Tariq Ramadan quien, frecuentado por europeos liberales como el epitome del Islam cosmopolita, no puede llegar a condenar realmente las matanzas por honor de manera contundente (él recomienda que la práctica sea suspendida, hasta que finalice un estudio pendiente). Moderación también se atribuye a los grupos como el Consejo sobre las Relaciones Americano-Islámicas (CAIR), una firma islámica de relaciones públicas que se presenta como lobby de los derechos civiles.

Incluso cuando uno encuentra una voz verdadera de moderación musulmana, a menudo aparece caracterizada por una preponderante carencia de honestidad. Por ejemplo alguien como Reza Aslan, autor de Ningún Dios, excepto Dios: debatí con Aslan para Book TV sobre el tema general de la religión y la modernidad. Durante el curso de nuestra discusión, dije algunas palabras muy duras sobre la Sociedad de los Hermanos Musulmanes. Mientras admitía que hay una diferencia entre esta fraternidad y una verdadera organización jihadista como Al Qaeda, dije que su ideología estaba «bastante cercana» como para preocuparnos. Aslan respondió con un grandioso argumento ad hominem diciendo, «eso indica la profunda simpleza con la que Ud. ve a esta región. Usted no podría estar más equivocado» y afirmando que mi opinión sobre el Islam la había tomado de Fox News. Tales maniobras, viniendo de un iraní erudito sobre el Islam, acarrea el peso de autoridad, especialmente ante una audiencia que está desesperada por creer que la amenaza del Islam ha sido toscamente exagerada. El problema, sin embargo, es que el credo de la Sociedad de los Hermanos Musulmanes realmente es «Alá es nuestro objetivo. El profeta es nuestro líder. El Corán es nuestra ley. Jihad es nuestra vía. Morir por Alá es nuestra más alta esperanza».

La conexión entre la doctrina del Islam y la violencia islámica simplemente no está abierta al debate. No es que los críticos de la religión como yo especulemos que tal conexión pueda existir: el punto es que los propios islamistas reconocen y demuestran esta conexión en cada oportunidad y negarlo es recluirse en un mundo de fantasía de cortesía política y defensas religiosas. Muchos eruditos occidentales, como la muy admirada Karen Armstrong, parecen estar justamente en ese punto. Todo su discurso acerca de cuan benigno «realmente» es el Islam y de cómo el problema del fundamentalismo existe en todas las religiones, sólo ofusca lo que podría ser el más urgente tema de nuestro tiempo: el Islam, tal como es entendido y practicado actualmente por un extenso número de musulmanes en el mundo, es antitético a la sociedad civil. Una encuesta reciente demostró que treinta y seis por ciento de los musulmanes británicos (edades 16-24) creen que una persona debería ser ejecutada por abandonar la fe. Sesenta y ocho por ciento de musulmanes británicos sienten que vecinos que insulten al Islam deberían ser arrestados y ser procesados, y setenta y ocho por ciento piensan que los dibujantes daneses debieron ser llevados a los tribunales. Y éstos son musulmanes británicos.

De vez en cuando, sin embargo, una voz solitaria se puede oír reconociendo lo que es innegable. Hassan Butt escribió en el Guardian:

Cuando era todavía miembro de lo que es probablemente mejor conocido como la Red Británica de Jihad, una serie de grupos terroristas musulmanes británicos semi-autónomos unidos por una sola ideología, recuerdo cómo reíamos siempre que la gente en la TV proclamaba que la única causa de los actos islámicos terroristas como el 9/11 y los bombardeos de Madrid y Londres era la política extranjera occidental. Al culpar al gobierno por nuestras acciones, hicieron nuestro trabajo de propaganda por nosotros. Más importante, también ayudaron a evitar cualquier investigación crítica del verdadero motor de nuestra violencia: la teología islámica.

Es asombroso cuan poco frecuente se oye tal honestidad entre las voces públicas del Islam «moderado». Esto es lo que le debemos a los verdaderos moderados del mundo musulmán: debemos considerar a sus co-religiosos con los mismos estándares de civismo y sensatez que suponemos en el resto de la gente. Solamente nuestra voluntad de criticar abiertamente al Islam en sus demasiado obvios defectos hará que sea seguro para los musulmanes moderados, los seculares, los apóstatas –y, de hecho, las mujeres– levantarse y reformar su fe.

Y si a alguien en esta discusión se le puede acusar de racismo, es a los defensores occidentales y «multiculturalistas» quienes juzgan a árabes y musulmanes demasiado inmaduros para cargar con las responsabilidades del discurso civil. Como Ayaan Hirsi Ali ha precisado, hay una forma calamitosa de «acción afirmativa» en el trabajo, especialmente en Europa occidental, en donde eximen a inmigrantes musulmanes sistemáticamente de estándares occidentales de orden moral en nombre del «respeto» a las garrafales patologías en su cultura. Hirsi Ali también ha observado que hay un cuasi-racista, doble-moral pensamiento que se muestra siempre que potencias occidentales pregonan que «el Islam es paz», al mismo tiempo que toman medidas heroicas para protegerse de la próxima vez en que los bárbaros enloquezcan en respuesta a una película, historieta, ópera, novela, desfile de belleza –o el mero nombramiento de un oso de peluche.

¿Ha visto Ud. las caricaturas danesas que tanto irritaron al mundo musulmán? Probablemente no, ya que su publicación fue suprimida por casi cada periódico, revista, y estación de televisión en los Estados Unidos. Dada su candente recepción –centenares de millares de musulmanes furiosos, centenares de personas asesinadas– su simple banalidad debe haber dado a estos dibujos una extraordinaria notabilidad. Una revista que sí los imprimió, Free Inquiry, (para la cual estoy orgulloso de haber escrito), tuvo sus ejemplares prohibidos en todas las librerías del país. Ésta es precisamente la clase de capitulaciones que debemos evitar en el futuro.

La lección que debemos obtener de la controversia sobre Fitna es que necesitamos más crítica del Islam, no menos. Dejemos que haya en tales cantidades que ni siquiera el más fanático islamista pueda concebir el contenerlo. Como Ibn Warraq, autor del inspirado Porqué no soy musulmán, dijo en respuesta a eventos recientes:

Es perverso que los medios occidentales lamenten la carencia de una reforma islámica y obstinadamente ignoren trabajos como la película de Wilders, Fitna.¿Cómo piensan que habrá reforma si no es con crítica? No existe tal cosa como el «derecho a no ser ofendido»; de hecho, yo estoy profundamente ofendido por el contenido del Corán, con su odio abierto hacia cristianos, judíos, apóstatas, no-creyentes y homosexuales, pero no puedo exigir su supresión.

“Los Monoteísmos detestan la Inteligencia”

Por: Luisa Corradini – La Nacion – Argentina

ENTREVISTA AL FILÓSOFO MICHEL ONFRAY, AUTOR DE “TRATADO DE ATEOLOGÍA”

La experiencia traumática de la infancia marcó para siempre su percepción de la realidad y selló su aversión por las religiones. Ateo sin concesiones y apóstol del materialismo, desde que empezó a escribir, a los 30 años, diseca con empeño de entomólogo la forma en que el idealismo ascético platónico, después cristiano y por fin alemán, sigue influenciando nuestra forma de pensar y relacionándonos con el mundo. Para Onfray, no hay filosofía sin psicoanálisis, sociología y ciencias: “Un filósofo piensa en función de los útiles de los que dispone. De lo contrario, piensa fuera de la realidad”, argumenta. El primero y más importante de esos útiles es el propio cuerpo. “Toda teoría es reflejo del cuerpo y no el producto de una influencia venida del más allá -escribe-. La opción, el deseo, la idea, el alma son solo efectos de un proceso fisiológico, neuronal y nervioso, exclusivamente ligados a los músculos y al cerebro. El libre albedrío no existe, la trascendencia tampoco.”Antes de llegar a ser filósofo, Michel Onfray tuvo que morir varias muertes. Fue primero el hijo malquerido de una mucama y de un pobre obrero agrícola de Argentan, un pueblo perdido de la Normandía francesa. Nacido en la pobreza, criado en la humillación y abandonado en un orfanato salesiano a los 10 años, Onfray fue después empleado en una fábrica de quesos, candidato fracasado a conductor de tren y profesor en un liceo técnico de Caen. Sufrió un infarto a los 28 años y, más tarde, dos derrames cerebrales. Pero, en vez de llevarlo a la tumba, todas esas desventuras le inocularon una necesidad colosal de vivir, de amar, de hablar, de escribir, de luchar, de provocar, de denunciar, de compartir, de emocionar y -con mucha frecuencia- de exagerar, que no tiene ningún otro pensador de su generación.

Tanto en sus treinta y cinco libros como en las cátedras que dicta en la Universidad Popular de Caen, que creó y anima desde 2003, celebra el hedonismo, los sentidos, el libertinaje, el materialismo, el individualismo y el ateísmo. Según él, las religiones son únicamente instrumentos de dominación y de alienación. “Los tres monoteísmos profesan el mismo odio a las mujeres, los deseos, las pulsiones, las pasiones y la sexualidad. También detestan la libertad, todas las libertades: la de disponer de sí mismo, de su vida y de su cuerpo sin pedir permiso a la autoridad eclesiástica”, sostiene. Onfray reivindica la herencia intelectual de Nietzche, Freud y Marx, que tienen “la cualidad de invitar al hombre a una superación permanente”. “Lo importante no es lo que dijeron, sino el proceso que los llevó a decirlo”, asegura.

Escritor de excelente estilo, prolífico y buen divulgador, sus libros suelen ser éxitos populares que venden centenares de miles de ejemplares en el mundo entero. Sin embargo, este doctor en filosofía de 49 años, que vive con la misma mujer desde los 19, en una anodina casa de su pueblo natal, rodeado de sus libros y con su gato, se parece más a un anacoreta que al libertino que reivindica. Según Jean-Paul Enthoven, su editor en Grasset desde que publicó su primer libro en 1989, todo el dinero que ganó hasta ahora está bloqueado en una cuenta: “Apenas quiere recibir una suma mensual que nunca debe superar la jubilación que percibía su padre como obrero agrícola”, precisa. “Trato de que mi vida sea coherente con mis pensamientos”, resume Onfray.

La entrevista que sigue no es una conversación clásica con un filósofo, que admite interrupciones, preguntas y derivaciones. Onfray solo aceptó dialogar con LA NACION a condición de que fuera a través de correo electrónico. Ese recurso eliminó la espontaneidad de la discusión, pero le otorgó quizás una mayor precisión conceptual. Este es, en todo caso, el resultado de esa experiencia periodística poco frecuente:

-¿Cuál es la pregunta que usted se hace con más frecuencia: qué, cómo o por qué?

-Rara vez me hago preguntas filosóficas existenciales, pues creo haber hallado las respuestas que me permiten vivir una vida que me conviene, en relación íntima con mis principios. No tengo angustias existenciales, no le temo a la muerte, vivo tratando de que el presente y los instantes que lo constituyen sean lo más densos posibles. Las cuestiones filosóficas que me planteo son específicas y están relacionadas con los libros que preparo. Y las preguntas más triviales que me hago son cómo escapar a los parásitos, a los devoradores de mi tiempo, para poder trabajar tranquilamente.

-En uno de sus libros usted inventó el concepto de “hápax existencial”. Es decir, ese momento fundamental en el que, en un segundo, la vida cambia para siempre. ¿Cuál fue ese hápax para usted?

-Hubo un hápax extremadamente violento que fue mi infarto, cuando tenía 28 años. Una experiencia que conté en el prefacio de El arte del placer . Pero creo que hubo otro, casi tan violento como el primero y probablemente más constructor, más determinante, que relato en La fuerza de existir : haber sido abandonado por mi madre en un orfanato a los diez años. Creo, en todo caso, que ambos acontecimientos tienen una relación íntima, compleja y particular.

-Justamente, ese libro comienza diciendo: “Morí a los diez años, una hermosa tarde de otoño, en una luz que provocaba deseos de eternidad ” ¿Murió para siempre? ¿Qué sucedió después? ¿Algo consiguió salvarlo?

-Esa frase evoca el momento en que fui abandonado en el orfanato. ¿Qué pasó después? Digamos, siete años de sufrimientos. Y después, el descubrimiento de la filosofía que, efectivamente, me salvó, al proponerme cómo dar un sentido a mi existencia que, de lo contrario, no tenía ninguno o, por lo menos, lo había perdido.

-Usted afirma que no fue el orfanato lo que lo convenció de que Dios no existe porque a los diez años ya lo sabía. Sin embargo, suele decir también que los adultos que creen en Dios se equivocan. ¿Qué tenía usted a los diez años que un adulto -incluso analfabeto- no tenga a los cuarenta? ¿No es un poco pretencioso de su parte?

-No veo por qué debería ser pretencioso o qué es lo que yo tendría de más. Yo no hablo en esos términos. Son los suyos y es su propio juicio de valor. Para ser claro: creí en Dios mientras creía en el Papá Noel. A partir de cierta edad, todo eso me pareció irracional, sin sentido. Eso no quiere decir que fuera un superhombre o un genio precoz. Probablemente solo se trate de temperamento, de carácter inadaptado a las fábulas.

-Usted escribe “los monoteísmos detestan la inteligencia”. Pero entonces, ¿qué hacer con todos los genios de Occidente que practicaron alguna de las tres religiones del Libro?

-Yo hablo de “monoteísmos” y no de “monoteístas”. El monoteísmo es una ideología que, en sus principios, detesta que la gente piense o reflexione y prefiere que obedezca y que se someta a la Ley, a la palabra de Dios y a sus Mandamientos. Que hay monoteístas inteligentes, no esperé su pregunta para saberlo. Y tampoco he dudado de la inteligencia de ciertos monoteístas cuando son inteligentes.

-Dejemos a un lado la Iglesia como institución e incluso la Biblia. ¿Cómo sabe usted que, en verdad, Dios no existe? Podría perfectamente existir. ¿Cómo saberlo? ¿No cree que aceptar la duda sería una actitud más filosófica?

-La duda no es filosófica, es metodológica y prepara el terreno a la solución filosófica. En otras palabras, se duda un momento en un movimiento que debe concluir en una certeza. Descartes solo utilizó la duda de esa forma. Conformarse con la duda es detenerse a mitad de camino. Además, la duda es una deshonestidad intelectual. Aquellos que reivindican la duda no tienen problemas en reivindicar la certeza de esa duda. La coherencia del escéptico debería llevarlo hasta a dejar de hablar. Un filósofo tiene la obligación de hacer llegar su pensamiento a algún lado. En todo caso, aquellos que afirman algo (por ejemplo, la existencia de Dios) son quienes deben demostrarlo. De lo contrario, bastaría con afirmar cualquier cosa (que los unicornios existen, por ejemplo), pedir a su interlocutor que pruebe que lo que uno dice es una necedad y, frente a su incapacidad para demostrarlo, concluir que lo que se está diciendo es verdad. De esa forma se podría afirmar que las mesas giran solas, que los platos voladores existen, que los horóscopos dicen la verdad.

-Usted critica a “los hombres que se embriagan de ilusiones”. ¿Está mal? ¿Y si eso les permite ser menos infelices? Usted escribe: “El camino de la verdad filosófica es largo y difícil”. Pero hay muchísima gente que nunca tendrá la posibilidad de hacer ese camino. ¿Por qué negarles su propia forma de consuelo a aquellos que creen en algo superior?

-Prefiero una verdad que duele a una mentira que calma. Pero cada uno puede preferir el opio de la ilusión a la realidad. Yo le reprocho a la ilusión enemistarnos con la única certeza que tenemos: la vida es aquí, aquí y ahora. Las religiones nos invitan a vivir en la expiación, con el pretexto de que vivir como si uno estuviera muerto aquí nos abrirá la vida eterna una vez muertos. Yo consagro gran parte de mi tiempo -sobre todo cuando creo universidades populares abiertas a todos-, a ofrecer una alternativa filosófica a la propuesta religiosa. Creo que es necesario popularizar la filosofía para reconciliar al hombre consigo mismo, con su cuerpo, su vida, los otros y el mundo, sin que tenga que pasar por todas esas ficciones religiosas.

-Cuando un creyente piensa en el universo, imagina una suerte de más allá, donde pone a todos sus seres queridos, sus divinidades y sus ilusiones. Esa dimensión debe de ser imposible de borrar una vez adquirida. ¿Qué hay en la imaginación de un ateo total?

-Un mundo exactamente igual de vasto. ¡Qué extraña idea tiene usted del ateo! ¿Lo cree incapaz de imaginación? ¿De vida espiritual? ¡Es curioso que piense en el ateo como una especie de idiota de cerebro limitado, con escasas posibilidades estéticas, emocionales, afectivas y espirituales!

-En todo caso, tengo la impresión de que la desaparición de lo sagrado no es inminente. ¿Cree usted en una humanidad sin religión?

-Siempre habrá religiones, porque las religiones viven de la angustia y del miedo de los hombres, y porque estamos lejos de haber terminado con los temores existenciales. El ateo está condenado a militar por una causa perdida. Pero poco importa que esté perdida, si es una causa justa. Lo irracional, lo irrazonable, la ilusión, las ficciones disponen de un futuro grandioso, pues el mundo liberal que se prepara en nuestro planeta odia la cultura, que hace retroceder a los mitos, entre ellos, la religión.

-Usted escribe: “La autoridad me resulta insoportable; la dependencia, invivible. Las órdenes, invitaciones, pedidos, propuestas, consejos me paralizan ” ¿Cómo hace para organizar su relación con los demás, sobre todo con sus allegados?

-Desde los 17 años, (cuando dejé mi familia para vivir sin ayuda alguna) construí mi vida a fin de tener que obedecer -¡y mandar!- lo menos posible. No me pida detalles porque tendríamos que consagrar la entrevista a esta cuestión. Digamos que es necesario evitar el matrimonio y los hijos, los honores, la riqueza y las situaciones de poder. Soy soltero, sin hijos, me importan un bledo las condecoraciones, los puestos honoríficos en instituciones universitarias. Vivo muy bien con o sin dinero, porque el dinero nunca fue una obsesión en mi vida, no soy representante de esto ni de aquello. Trato de no deberle nada a nadie. Vivo de mi pluma, y mis lectores, comprando mis libros, hacen posible esta situación social magnífica, casi una vida de rey.

-Usted se declara a favor de un hedonismo del ser y no del tener. ¿Me puede explicar?

-Es muy difícil en dos palabras. Digamos que todas las cosas que tienen que ver con la posesión (dinero, situación social, riquezas, propiedades, bienes habituales de la sociedad de consumo) no son un fin en sí mismas. Por el contrario, lo que depende del ser (libertad, amistad, amor, afección, dulzura, serenidad, paz consigo mismo, los otros y el mundo) constituye el ideal de sabiduría hacia el que hay que tender. Disfrutar de una cosa no presenta demasiado interés, disfrutar de un momento de sabiduría es uno de los grandes instantes de la vida.

-¿Y cuál es la diferencia entre ese hedonismo y el estoicismo?

-La oposición entre ambas escuelas suele ser una cuestión de universitarios. Hay que leer las Cartas a Lucilio de Séneca, el estoico. Allí hay cantidad de argumentos epicúreos. En mi libro Contra-historia de la filosofía explico cómo esta oposición entre dos sensibilidades filosóficas fueron instrumentalizadas por Cicerón con fines políticos: era necesario desacreditar a los candidatos epicúreos al Senado, y Cicerón, el estoico, los estigmatizó como voluptuosos e incapaces de ocuparse de la cosa pública. Después, el cristianismo se apoderó de esos argumentos que perduran hasta hoy.

-Usted es un filósofo decididamente orientado hacia la modernidad. ¿Qué lugar reserva en su reflexión al psicoanálisis y a las neurociencias? ¿No cree que estas últimas están terminando con Freud?

-Tengo el proyecto de escribir un libro sobre el psicoanálisis que evitará dar poderes absolutos tanto a Freud como a las neurociencias. Rehabilitaré el psicoanálisis como un chamanismo posmoderno, precisando que el cuerpo no es una cuestión de inconsciente psíquico, sino de inconsciente neurovegetativo.

-¿Está usted satisfecho de su vida? Quizás sea ridículo preguntarle a un filósofo si es feliz, pero

-¡Pero yo soy absolutamente feliz! De lo contrario dejaría de escribir lo que escribo, de enseñar lo que enseño y de dar las conferencias que doy por el mundo. A menos que fuese un estafador. Y yo sé que en filosofía también existen los estafadores.