Manifiesto Ateo

Por: Sam Harris

TRADUCCIÓN DE FERNANDO G. TOLEDO Y J.C. ÁLVAREZ

En algún lugar del mundo un hombre ha secuestrado a una niña. Pronto va a violarla, torturarla y matarla. Si una atrocidad de este tipo no estuviera ocurriendo en este preciso momento, sucederá en unas pocas horas, como máximo unos días. Tanta es la confianza que nos inspiran las leyes estadísticas que gobiernan las vidas de 6 mil millones de seres humanos. Las mismas estadísticas también sugieren que los padres de esta niña creen que en este preciso momento un Dios todopoderoso y amoroso cuida de ellos y su familia. ¿Tienen derecho a creer esto? ¿Es bueno que crean esto?
No.
La integridad del ateísmo está contenida en esta respuesta. El ateísmo no es una filosofía; ni siquiera es una visión del mundo; es un rechazo a desmentir lo obvio. Desafortunadamente, vivimos en un mundo en el cual lo obvio es, por principio, pasado por alto. Lo obvio debe ser observado y reobservado y discutido. Ésta es una tarea ingrata. Se la toma con un aura de petulancia e insensibilidad. Es, más que nada, una tarea que el ateo no desea.
Aunque resulta menos notorio, nadie necesita identificarse a sí mismo como un no-astrólogo o un no-alquimista. Consecuentemente, no tenemos palabras para la gente que niega la validez de esas pseudodisciplinas. En el mismo sentido, «ateísmo» es un término que no debería existir. El ateísmo no es más que el ruido que la gente razonable hace cuando se topa con el dogma religioso. El ateo es simplemente una persona que cree que los 260 millones de estadounidenses (el 87% de la población) que dicen no tener dudas sobre la existencia de Diosdeberían estar obligados a presentar pruebas de su existencia, e incluso, de su benevolencia, dada la imparable destrucción de seres humanos inocentes de la que somos testigos a diario.
Nada más que el ateo advierte cuán sorprendente es nuestra situación: la mayor parte de los nuestros cree en un Dios que, bajo todo concepto, es igual de fantástico que los dioses del Olimpo; nadie, sea cuales fueren sus capacidades, puede ocupar un cargo público en los Estados Unidos sin suponer que ese Dios existe; y muchas de las cosas que pasan en la política pública en este país se deben a tabúes religiosos y supersticiones propias de una teocracia medieval. Nuestra realidad es abyecta, indefendible y horrorosa. Sería graciosa, si las consecuencias no fuesen tan graves.
Vivimos en un mundo donde todas las cosas, buenas y malas, acaban destruidas por el cambio. Los padres pierden a sus hijos y los hijos a sus padres. Los maridos y esposas se separan por un instante, y nunca se vuelven a ver. Los amigos se despiden con prisa, sin saber que será la última vez que lo hagan. Esta vida, cuando se la mira en su totalidad, se aparece como poco más que un vasto drama de la pérdida. La mayoría de las personas, sin embargo, imaginan que hay una cura para esto. Si vivimos correctamente –ni siquiera éticamente, sino dentro de los parámetros de ciertas creencias antiguas y conductas esterotipadas– obtendremos todo lo que queramos después de que hayamos muerto. Cuando caigan finalmente nuestros cuerpos, simplemente nos desharemos de nuestro lastre corporal y viajaremos a una tierra en la que nos reuniremos con todos los que amamos cuando estábamos vivos. Por supuesto, la gente demasiado racional y demás chusma quedará excluida de este sitio feliz, y aquéllos que suspendieron su increencia mientras vivían serán libres para disfrutar de sí mismos por toda la eternidad.
Vivimos en un mundo de sorpresas inimaginables –desde la energía de fusión que irradia el sol a la genética y las consecuencias evolutivas de estas luces que bailan por eones desde el Oriente– y todavía el Paraíso conforma a nuestros intereses más superficiales con la comodidad de un crucero por el Caribe. Esto es asombrosamente extraño. Alguien no lo conociera pensaría que el hombre, en su miedo a perder todo lo que ama, ha creado el cielo, junto con su Dios guardián, a su imagen y semejanza.
Considérese la destrucción que el huracán Katrina dejó en Nueva Orléans. Más de un millar de personas murieron, decenas de miles perdieron todas sus posesiones terrenas y cerca de un millón fueron desposeídas de su hogar. Con seguridad, se puede decir que casi todos los que vivían en Nueva Orléans en el momento del desastre del Katrina creía en un Dios omnipotente, omnisciente y compasivo. ¿Pero qué estaba haciendo Dios mientras un huracán devastaba su ciudad? Seguro que oía la plegarias de los viejos y las mujeres que huían de la inundación hacia la seguridad de sus azoteas, sólo para terminar ahogándose más lentamente. Eran personas de fe. Eran buenos hombres y mujeres que habían rezado durante todas sus vidas. Sólo el ateo ha tenido el coraje de admitir lo obvio: esa pobre gente murió hablándole a un amigo imaginario.
Claro, había advertencias de que una tormenta de proporciones bíblicas sacudiría Nueva Orléans, y el la respuesta humana al desastre posterior fue trágicamente ineficaz. Pero fue ineficaz sólo bajo la luz de la ciencia. Los indicios del avance del Katrina fueron sacados de la muda Naturaleza mediante cálculos meteorológicos e imágenes satelitales. Dios no le cuenta a nadie sus planes. De haberse confiado los residentes de Nueva Orléans en la caridad del Señor, no se habrían enterado de que un huracán asesino se abatiría sobre ellos hasta que hubieran sentido las primeras ráfagas del viento sobre sus rostros. A pesar de todo, según una encuesta del Washington Post, un 80% de los sobrevivientes del Katrina aseguraban que el suceso había reforzado su fe en Dios.
Mientras el Katrina devoraba Nueva Orléans, cerca de mil peregrinos chiítas morían al derribarse un puente en Iraq. No caben dudas de que esos peregrinos creían poderosamente en el Dios del Corán: sus vidas estaban organizadas alrededor del hecho indubitable de su existencia; sus mujeres caminaban con el rostro velado delante de él; sus hombres se mataban regularmente unos a otros en nombre de interpretaciones enfrentada de su palabra. Sería de destacar si un solo de los sobrevivientes de esta tragedia perdiera su fe. Lo más probable es que los sobrevivientes imaginen que han sido resguardados por la gracia de Dios.
Sólo el ateo reconoce el infinito narcisismo y el autoengaño de los que se salvaron. Sólo el ateo comprende cuán moralmente despreciable es que los sobrevivientes de una catástrofe se crean salvados por un Dios amoroso mientras que este mismo Dios ahogaba a los niños en sus cunas. Debido a que se niega a tapar la realidad del sufrimiento del mundo con el disfraz de una fantasía de vida eterna, el ateo siente hasta en los huesos cuán preciosa es la vida, y al mismo tiempo cuán desafortunados sos esos millones de seres humanos que sufren el más terrible ataque a su felicidad sin ninguna razón valedera.
Uno se pregunta cuán vasta y gratuita tiene que ser una castástrofe para que alcance a a sacudir la fe del mundo. El Holocausto no lo consiguió. Tampoco lo habría hecho el genocidio en Ruanda, ni aunque sus perpetradores fuesen sacerdotes armados con machetes. Quinientos millones de personas murieron deviruela durante el siglo XX, casi todos niños. Los caminos de Dios son, sin duda, inescrutables. Pareciera que cualquier hecho, no importa cuán infeliz sea, puede ser compatible con la fe religiosa. En materia de fe, hemos decidido no tener los pies en la Tierra.
Por supuesto, la gente de fe asegura que Dios no es responsable del sufrimiento de la humanidad. Pero, ¿cómo podemos entender que se afirme que Dios es a la vez omnisciente y omnipotente? No hay otro modo, y es tiempo de que los seres humanos razonables lo asuman. Es el viejo problema de la teodicea, claro, y deberíamos considerarlo resuelto. Si Dios existe, pues no puede hacer nada por detener las más descomunales calamidades o no le importa hacerlo. Dios, por consiguiente, o es impotente o es malvado. Los lectores piadosos ejecutarán ahora la siguiente pirueta: Dios no puede ser juzgado por las simples reglas humanas de moralidad. Pero, obviamente, las simples reglas humanas de moralidad son precisamente las que primero usan los fieles para establecer la bondad de Dios. Y cualquier Dios que se preocupara por algo tan trivial como un matrimonio gay o el nombre por el que debe ser mencionado en una plegaria, no es tan inescrutable después de todo. Si existiera, el Dios de Abraham no sería solamente indigno de la inmensidad de la creación, sería indigno de cualquier hombre.
Hay otra posibilidad, claro, y es la más razonable y la más odiosa: el Dios de la Biblia es una ficción. Como Richard Dawkins ha observado, todos somos ateos con respecto a Zeus y a Thor. Sólo el ateo ha concluido que el dios bíblico no es diferente. Consecuentemente, sólo el ateo es lo suficientemente compasivo como para tomarse en serio la hondura del sufrimiento mundial. Es terrible que todos vayamos a morir y perder cada cosa que amamos; es doblemente terrible que tantos seres humanos sufran sin necesidad mientras viven. Buena parte de ese sufrimiento puede ser directamente atribuido a la religión –a los odios religiosos, las guerras religiosas, las ilusiones religiosas (religious delusions) y las diversiones religiosas de escasos recursos–, y es lo que convierte al ateísmo en una necesidad moral e intelectual. Es una necesidad, de todos modos, que el desplaza al ateo hacia los márgenes de la sociedad. El ateo, por el mero hecho de estar en contacto con la realidad, termina lleno de vergüenza al no tener relación con la vida de fantasía de sus vecinos.

La naturaleza de la creencia
Según varias encuestas recientes, el 22 % de los americanos están totalmente convencidos de que Jesús volverá a la Tierra algún día de los próximos 50 años. Otro 22% cree que lo anterior es bastante probable. Seguramente este mismo 44 % de americanos son los que van a la iglesia una vez por semana o más, que creen literalmente que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos, y que quieren prohibir la enseñanza del hecho biológico de la evolución a nuestros hijos. Como bien sabe el Presidente George W. Bush, los creyentes de esta categoría constituyen el segmento más cohesionado y motivado del electorado americano. Por consiguiente, sus opiniones y prejuicios influyen en casi todas las decisiones de importancia nacional. Los políticos liberales parecen haber extraído una lección incorrecta de estos acontecimientos y han vuelto su mirada hacia las Escrituras, preguntándose cómo podrían congraciarse con las legiones de hombres y mujeres de nuestro país que votan en gran parte basándose en el dogma religioso. Más del 50 % de los americanos tiene una opinión «negativa» o «sumamente negativa» de la gente que no cree en Dios; el 70 % piensa que es muy importante que los candidatos a la presidencia sean «firmemente religiosos». La irracionalidad se encuentra ahora en ascenso en los Estados Unidos: en nuestras escuelas, en nuestros tribunales y en cada rama del gobierno federal. Sólo el 28 % de los americanos cree en la evolución; el 68 % cree en Satán. Una ignorancia de tal calibre, concentrada tanto en la cabeza como en el vientre de una superpotencia sin rival, representa actualmente un problema para el mundo entero.
Aunque sea bastante fácil para la gente de buen tono criticar el fundamentalismo religioso, la llamada «moderación religiosa» todavía disfruta de un prestigio considerable en nuestra sociedad, incluso dentro de la torre de marfil. Lo anterior resulta irónico, ya que los fundamentalistas tienden a hacer un uso de sus cerebros más basado en principios que los «moderados». Aunque los fundamentalistas justifiquen sus creencias religiosas con pruebas y argumentos extraordinariamente pobres, al menos intentan dar una justificación racional. Los moderados, en cambio, generalmente no hacen más que citar las consecuencias benéficas de la creencia religiosa. En lugar de decir que creen en Dios porque ciertas profecías bíblicas se han cumplido, los moderados dirán que ellos creen en Dios porque esta creencia «da sentido a sus vidas».
Cuando un tsunami mató a cien mil personas el día siguiente al de Navidad, los fundamentalistas interpretaron fácilmente este cataclismo como una prueba de la ira de Dios. Al parecer, Dios había enviado otro mensaje oblicuo a la humanidad sobre los males del aborto, la idolatría y la homosexualidad. Aunque moralmente obscena, esta interpretación de los acontecimientos es hasta cierto punto razonable, aceptando determinadas suposiciones (absurdas). Los moderados, en cambio, rechazan extraer cualquier conclusión sobre Dios a partir de sus obras. Dios sigue siendo un perfecto misterio, una mera fuente de consuelo que es compatible con la existencia del mal más desolador. Ante desastres como el tsunami asiático, la piedad liberal es apta para producir las mas afectadas y pasmosas tonterías imaginables. Así y todo, los hombres y mujeres de buena voluntad prefieren habitualmente tales vacuidades a la moralización y profetización odiosas de los creyentes auténticos. Ante las catástrofes, sin duda es una virtud de la teología liberal que ésta enfatice la piedad sobre la ira. Vale la pena señalar, sin embargo, que es la piedad humana lo que se revela –no la de Dios– cuando los cuerpos hinchados de los muertos son devueltos por el mar. Cuando miles de niños son arrancados simultáneamente de los brazos de sus madres y ahogados en el mar durante días, la teología liberal debe revelarse como lo que es –el más vacuo y estéril de los pretextos mortales. Incluso la teología de la ira tiene más mérito intelectual. Si Dios existe, su voluntad no es inescrutable. Lo único inescrutable en estos hechos terribles es que hombres y mujeres neurológicamente sanos puedan creer lo increíble y pensar que esto es la cumbre de la sabiduría moral.
Es completamente absurdo sugerir, como hacen los religiosos moderados, que un ser humano racional pueda creer en Dios simplemente porque esta creencia le hace feliz, porque alivia su miedo a la muerte o porque otorga sentido a su vida. La absurdidad se hace obvia en el momento en que cambiamos la noción de Dios por alguna otra proposición de consuelo: imaginemos, por ejemplo, que un hombre desea creer que existe un diamante enterrado en algún lugar de su patio trasero, y que este diamante es del tamaño de un refrigerador. Sin duda, se sentirá extraordinariamente bien al creer esto. Imaginemos qué pasaría entonces si ese hombre siguiera el ejemplo de los religiosos moderados y mantuviera dicha creencia en términos pragmáticos: cuando se le pregunta por qué piensa que hay un diamante en su patio trasero y que además ese diamante es miles de veces mayor que ningún otro que haya sido descubierto, el hombre dice cosas como las siguientes: «Esta creencia da sentido a mi vida», o «Mi familia y yo disfrutamos cavando para encontrarlo los domingos», o «Yo no querría vivir en un universo donde no hubiera un diamante enterrado en mi patio trasero y que fuera del tamaño de un refrigerador». Claramente estas respuestas son inadecuadas. Pero son peores que eso. Son las respuestas de un loco o de un idiota.
Aquí podemos ver por qué la apuesta de Pascalel «salto de fe» de Kiergegaard y otros esquemas epistemológicos fideístas no tienen el menor sentido. Creer que Dios existe es creer que uno se encuentra en alguna relación con su existencia, tal que dicha existencia es ella misma la razón de la creencia de uno. Debe haber alguna conexión causal, o al menos una apariencia de ésta, entre el hecho en cuestión y la aceptación de ese hecho por parte de la persona. De este modo, podemos ver que las creencias religiosas, para ser creencias sobre cómo es el mundo, deben ser tan probatorias en el ámbito del espíritu como en cualquier otro ámbito. Pese a todos sus pecados contra la razón, los fundamentalistas religiosos entienden lo anterior; los moderados –casi por definición– no lo entienden en absoluto.
La incompatibilidad entre la razón y la fe ha sido un rasgo evidente de la cognición humana y del discurso público durante siglos. Una persona debe tener buenas razones para sostener firmemente lo que cree o lo que no cree. Las personas de todos los credos generalmente reconocen la primacía de las razones, y recurren al razonamiento y a las pruebas siempre que pueden. Cuando la indagación racional apoya el credo, aquélla siempre es defendida; cuando representa una amenaza, es ridiculizada, a veces en la misma frase. Sólo cuando las pruebas favorables a una doctrina religiosa son escasas o inexistentes, o hay una evidencia aplastante en su contra, sus defensores invocan la «fe». Es decir, los fieles simplemente citan los motivos para defender sus creencias (por ejemplo, «el Nuevo Testamento confirma las profecías del Antiguo testamento», «yo vi la cara de Jesús en una ventana», «rezamos, y el cáncer de nuestra hija comenzó a retroceder»). Tales razones son generalmente inadecuadas, pero son mejores que ninguna razón en absoluto. La fe no es más que la licencia que la gente religiosa se otorga a sí misma para seguir creyendo cuando las razones fallan. En un mundo fragmentado por creencias religiosas incompatibles entre sí, en una nación que se encuentra cada vez más sometida a concepciones propias de la Edad de Hierro acerca de Dios, el final de la historia y la inmortalidad del alma, esta lánguida división de nuestro discurso en asuntos de razón y asuntos de fe es sencillamente inadmisible.

La fe y la sociedad buena
La gente de fe afirma regularmente que el ateísmo es responsable de algunos de los crímenes más espantosos del siglo XX. Aunque sea cierto que los regímenes de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot eran irreligiosos en diversos grados, no eran especialmente racionales. De hecho, sus declaraciones públicas eran poco más que letanías de ilusiones: ilusiones sobre la raza, la identidad nacional, la marcha de la historia o los peligros morales del intelectualismo. En muchos sentidos, la religión fue directamente culpable incluso en estos casos. Consideremos el Holocausto: el antisemitismo que construyó pieza a pieza los crematorios nazis era una herencia directa del cristianismo medieval. Durante siglos, los alemanes religiosos habían visto a los judíos como la peor especie de herejes, y habían atribuido todos los males sociales a su presencia continuada entre los fieles. Mientras en Alemania el odio a los judíos se expresaba de un modo predominantemente secular, la demonización religiosa de los judíos continuó existiendo en Europa. (El propio Vaticano perpetuó el libelo de la sangre en sus publicaciones, en una fecha tan tardía como 1914.)
Auschwitz, el Gulag y los campos de la muerte no son ejemplos de lo que ocurre cuando la gente se hace demasiado crítica con las creencias injustificadas; al contrario, estos horrores son un testimonio de los peligros que conlleva el no pensar lo bastante críticamente sobre ideologías seculares específicas. Por supuesto, un argumento racional contra la fe religiosa no es un argumento para abrazar ciegamente el ateísmo como dogma. El problema expuesto por el ateo no es otro que el problema del dogma mismo (del que toda religión participa en grado extremo). No existe ninguna sociedad en la historia escrita que haya sufrido porque su gente se volviera demasiado razonable.
Aunque la mayor parte de los americanos creen que deshacerse de la religión es un objetivo imposible, la mayor parte del mundo desarrollado ya lo ha conseguido. Cualquier relato sobre un supuesto «gen divino», el cual sería responsable de que la mayoría de los americanos organicen desvalidamente sus vidas alrededor de antiguas obras de ficción religiosa, debe explicar por qué tantos habitantes de otras sociedades del Primer Mundo parecen carecer de dicho gen. El nivel de ateísmo existente en el resto del mundo desarrollado refuta cualquier argumento según el cual la religión es de algún modo una necesidad moral. Países como Noruega, Islandia, Australia, Canadá, Suecia, Suiza, Bélgica, Japón, Países Bajos, Dinamarca y el Reino Unido se encuentran entre las sociedades menos religiosas de la Tierra. Según el Informe de Desarrollo Humano 2005 de las Naciones Unidas, dichos países son también los más sanos, como indican las medidas de esperanza de vida, alfabetismo adulto, ingresos per cápita, desarrollo educativo, igualdad entre sexos, tasa de homicidios y mortandad infantil. A la inversa, las 50 naciones que ahora se encuentran en el escalafón más bajo en términos de desarrollo humano son fuertemente religiosas. Otros análisis reflejan la misma situación: los Estados Unidos son únicos entre las democracias ricas por su nivel de fundamentalismo religioso y por su oposición a la teoría evolutiva; también son únicos por las altas tasas de homicidio, abortos, embarazos de adolescentes, casos de SIDA y mortandad infantil. La misma comparativa es cierta dentro del territorio de los Estados Unidos: los Estados del Sur y del Medio Oeste, caracterizados por los niveles más altos de superstición religiosa y de hostilidad hacia la teoría evolutiva, están especialmente afectados por los mencionados indicadores de disfunción social, mientras que los estados relativamente seculares del Noreste se conforman más a los estándares europeos. Desde luego, los datos correlacionales de este tipo no resuelven las cuestiones de causalidad –la creencia en Dios puede conducir a la disfunción social; la disfunción social puede dar lugar a la creencia en Dios; cada factor puede fomentar el otro; o bien ambos factores pueden surgir de alguna fuente más profunda de disfuncionalidad. Dejando aparte la cuestión de la causa y el efecto, estos hechos demuestran que el ateísmo es absolutamente compatible con las aspiraciones básicas de una sociedad civil; también demuestran, de manera concluyente, que la fe religiosa no hace nada para asegurar la salud y el bienestar de una sociedad.
Los países con altos niveles de ateísmo también son los más caritativos en términos de prestación de ayuda extranjera al mundo en desarrollo. El dudoso eslabón existente entre el fundamentalismo cristiano y los valores cristianos también es refutado por otros índices de caridad. Consideremos la proporción entre los salarios de los altos ejecutivos y los salarios de los empleados medios: en Gran Bretaña es de 24 a 1; en Francia, de 15 a 1; en Suecia, de 13 a 1; en los Estados Unidos, donde el 83 % de la población cree que Jesús literalmente resucitó de entre los muertos, es de 475 a 1. Parece que aquí muchos camellos esperan entrar fácilmente por el ojo de una aguja.

La religión como fuente de violencia
Uno de los mayores desafíos afrontados por la civilización en el siglo XXI es que los seres humanos aprendan a hablar sobre sus intereses personales más profundos –sobre la ética, la experiencia espiritual y la inevitabilidad del sufrimiento humano– de un modo que no sea flagrantemente irracional. Nada obstaculiza más el camino de este proyecto que el respeto que concedemos a la fe religiosa. Doctrinas religiosas incompatibles han balcanizado nuestro mundo en comunidades morales separadas –cristianos, musulmanes, judíos, hindúes, etc.– y estos desacuerdos se han convertido en una fuente continua de conflicto humano. Ciertamente, la religión es hoy en día una fuente activa de violencia, tanto como lo fue en cualquier momento del pasado. Los conflictos recientes en Palestina (judíos contra musulmanes), los Balcanes (serbios ortodoxos contra croatas católicos; serbios ortodoxos contra musulmanes bosnios y albaneses), Irlanda del Norte (protestantes contra católicos), Cachemira (musulmanes contra hindúes), Sudán (musulmanes contra cristianos y animistas), Nigeria (musulmanes contra cristianos), Etiopía y Eritrea (musulmanes contra cristianos), Sri Lanka (budistas cingaleses contra hindúes tamiles), Indonesia (musulmanes contra cristianos timoreses), Irán e Irak (musulmanes chiítas contra musulmanes sunníes), y Cáucaso (rusos ortodoxos contra musulmanes chechenos; musulmanes azerbaijanos contra armenios católicos y ortodoxos) son simplemente algunos ejemplos. En estos lugares, la religión ha sido la causa explícita de literalmente millones de muertos en los últimos 10 años.
En un mundo dividido por la ignorancia, sólo el ateo se niega a rechazar lo evidente: la fe religiosa promueve la violencia humana a un nivel asombroso. La religión inspira la violencia en al menos dos sentidos: (1) a menudo las personas matan a otros seres humanos porque creen que el Creador del Universo quiere que así lo hagan (el corolario psicopático inevitable es que tal acto les asegurará una eternidad de felicidad después de la muerte). Los ejemplos de este tipo de comportamiento son prácticamente innumerables, siendo el más destacado el de los terroristas suicidas jihadistas. (2) Un número cada vez mayor de personas se encuentran inclinadas hacia el conflicto religioso, simplemente porque su religión constituye el corazón de sus identidades morales. Una de las patologías duraderas de la cultura humana es la tendencia a educar a los niños en el temor y a demonizar a otros seres humanos en base a la religión. Muchos conflictos religiosos que parecen motivados por intereses terrenales son, por lo tanto, de origen religioso. (Los irlandeses lo saben muy bien.)
A pesar de todos estos hechos innegables, los religiosos moderados tienden a imaginarse que el conflicto humano siempre puede reducirse a la carencia de educación, a la pobreza o a los agravios políticos. Ésta es una de las muchas ilusiones de la piedad liberal. Para disiparla, sólo tenemos que pensar en el hecho de que los secuestradores del 11-S eran universitarios de clase media-alta que no tenían ninguna historia conocida de opresión política. Sin embargo, habían pasado una cantidad de tiempo excesiva en su mezquita local, oyendo hablar de la depravación de los infieles y de los placeres que esperan a los mártires en el Paraíso. ¿Cuántos arquitectos e ingenieros aeronáuticos deberán volver a estrellarse contra una pared a 400 millas por hora, antes de que admitamos que la violencia jihadista no es un asunto de educación, política o pobreza? La verdad, bastante asombrosa, es la siguiente: una persona puede ser tan culta e instruída como para construir una bomba nuclear, y así y todo creer que obtendrá a 72 vírgenes en el Paraíso para toda la eternidad. Tal es la facilidad con que la mente humana puede ser alienada por la fe, y tal es el grado de acomodación de nuestro discurso intelectual a la ilusión religiosa. Sólo el ateo ha observado lo que ahora debería ser evidente para todo ser humano pensante: si queremos desarraigar las causas de la violencia religiosa debemos desarraigar las falsas certezas de la religión.

¿Por qué la religión es una fuente tan poderosa de violencia humana?

  • Nuestras religiones son intrínsecamente incompatibles entre sí. Jesús resucitó de entre los muertos y volverá a la Tierra como un superhéroe, o no; el Corán es la palabra infalible de Dios, o no lo es. Cada religión hace afirmaciones explícitas sobre cómo es el mundo, y la profusión abrumadora de estas afirmaciones incompatibles –que además son dogmas de fe obligatorios para todos los creyentes– crea una base duradera para el conflicto.
  • No hay ninguna otra esfera del discurso en la que los seres humanos articulen de manera tan clara sus diferencias mutuas, o en la que expresen estas diferencias en términos de recompensas y castigos eternos. La religión es la única realidad humana en la que el pensamiento nosotros-ellos alcanza una importancia trascendente. Si una persona cree realmente que llamar a Dios por su nombre correcto puede marcar la diferencia entre la felicidad eterna y el sufrimiento eterno, entonces se hace bastante razonable tratar con rudeza a los herejes e incrédulos. Hasta puede ser razonable matarlos. Si una persona piensa que hay algo que otra persona puede decirles a sus hijos que podría poner en peligro sus almas para toda la eternidad, entonces el vecino hereje es en realidad mucho más peligroso que el más sádico violador infantil. Los estigmas de nuestras diferencias religiosas son enormemente más pronunciados que los nacidos del mero tribalismo, del racismo o de la política.

La fe religiosa es un poderoso obstáculo al diálogo. La religión no es más que el área de nuestro discurso donde las personas se protegen sistemáticamente de la exigencia de aportar pruebas en defensa de sus creencias firmememente sostenidas. Así y todo, estas creencias de las personas a menudo determinan para qué viven, para qué morirán, y –demasiado a menudo– para qué matarán. Éste es un problema muy grave, porque cuando los estigmas diferenciales son muy pronunciados los seres humanos sólo encuentran una opción entre el diálogo y la violencia. Sólo una buena voluntad fundamental de ser razonable –de manera que nuestras creencias sobre el mundo sean revisadas por nuevas pruebas y nuevos argumentos– puede garantizar que sigamos hablando entre nosotros. La certeza sin pruebas es necesariamente divisoria y deshumanizadora. Aunque no existe ninguna garantía de que la gente racional siempre vaya a ponerse de acuerdo, indudablemente la gente irracional siempre estará dividida por sus dogmas. Parece sumamente improbable que podamos curar los desacuerdos existentes en nuestro mundo simplemente multiplicando las ocasiones para el diálogo interconfesional.
El objetivo de la civilización no puede ser la tolerancia mutua ni la irracionalidad manifiesta. Aunque todos los partidarios del discurso religioso liberal han acordado pasar de puntillas por aquellos puntos en los que sus visiones del mundo chocan frontalmente, estos mismos puntos seguirán siendo fuentes de conflicto perpetuo para sus correligionarios. La corrección política, por lo tanto, no ofrece una base duradera para la cooperación humana. Si la guerra religiosa debe hacerse inconcebible para nosotros, del mismo modo que ya lo son la esclavitud y el canibalismo, es absolutamente necesario prescindir de todos los dogmas de fe.
Cuando tenemos razones para creer lo que creemos, no tenemos ninguna necesidad de fe; cuando no tenemos ninguna razón, o sólo tenemos malas razones, hemos perdido nuestra conexión con el mundo y con los seres humanos. El ateísmo no es sino un compromiso con el nivel más básico de honestidad intelectual: las convicciones de una persona deberían ser proporcionales a sus pruebas. Pretender estar seguro de algo cuando no se está –en realidad, pretender estar seguro sobre proposiciones para las que ni siquiera es concebible prueba alguna– es un defecto tanto intelectual como moral. Sólo el ateo ha comprendido esto. El ateo es simplemente una persona que ha percibido la mentira de la religión y que ha rechazado convertirla en una mentira propia.

 

La ciencia está en los detalles

Por: Sam Harris

El presidente Obama nominó a Francis Collins a ser el siguiente director de los Institutos Nacionales de la Salud. Se vería como una brillante elección. Las credenciales del Dr. Collins son impecables: es Fisicoquímico y Mfe-ciencia1édico Genético; además solía ser cabeza del Proyecto Genoma Humano. También, según él mismo, es la prueba viviente de que no hay conflicto entre ciencia y religión. En el 2006, publicó “El Lenguaje de Dios”, en el que dice demostrar “una consistente y profundamente satisfactoria armonía entre la ciencia del siglo 21 y el evangelio cristiano.

Al Dr. Collins lo suelen reconocer los científicos seculares por lo que no es, no es un “creacionista de tierra nueva” ni defensor del “diseño inteligente”. Dada la evidencia para la evolución, esas son dos muy buenas cosas que un científico no sea. 

Pero como director de los Institutos, el Dr. Collins tendrá más responsabilidad sobre la investigación biomédica y relacionada con la medicina que cualquier otra persona en la tierra, controlando un presupuesto anual de más de 30 mil millones de dólares. También será uno de los mayores representantes de la ciencia en los Estados Unidos. Por esta razón, es importante que entendamos al Dr. Collins y su fe en cuanto se relacionan con la investigación científica. 

Lo que sigue son una serie de diapositivas, presentadas en orden, de una conferencia sobre ciencia y creencia que el Dr. Collins dio en la Universidad de Californa, Berkeley, en el 2008.

Diapositiva 1: “Dios todopoderoso, que no está limitado en espacio o tiempo, creó el universo hace 13.7 mil millones de años con los parámetros precisos para permitir el desarrollo de la complejidad en largos periodos de tiempo.”

Diapositiva 2: “El plan de Dios incluye al mecanismo de la evolución para crear la maravillosa diversidad de criaturas vivientes en nuestro planeta. Especialmente, ese creativo plan incluía a los seres humanos.” 

Diapositiva 3: “Después de que la evolución haya preparado una ‘casa’ lo suficientemente avanzada (el cerebro humano), Dios otorgó a la humanidad el conocimiento del bien y el mal (la ley moral), libre albedrío y un alma inmortal.”

Diapositiva 4: “Nosotros los humanos utilizamos nuestro libre albedrío para romper la ley moral, alejándonos de Dios. Para los cristianos, Jesús es la solución a ese distanciamiento.”

Diapositiva 5: “Si la ley moral es sólo un efecto colateral de la evolución, entonces no hay tal cosa como el bien y el mal. Todo es una ilusión. Todos hemos sido engañados. ¿Está alguno de nosotros, especialmente los ateos fuertes1, realmente preparado para vivir dentro de esa cosmovisión?”

¿Por qué habrían de ser las creencias del Dr. Collins importantes? 

En los Estados Unidos hay una ignorancia científica epidémica. Esto no es sorprendente, ya que muy pocas verdades científicas son auto evidentes y muchas son contra intuitivas. No es de ninguna manera obvio que el espacio vacío tenga estructura o que compartamos un antecesor en común con la mosca y con la banana. Puede ser difícil pensar como un científico. Pero muy pocas cosas hacen más difícil pensar como un científico que la religión.

El Dr. Collins escribió que la ciencia hace la creencia en Dios “intensamente plausible”; el Big Bang, la precisión de las constantes naturales, la emergencia de vida compleja, la eficacia de las matemáticas, todo sugiere la existencia de un Dios “amoroso, lógico y consistente.”

Pero al confrontarlo con explicaciones alternativas de este fenómeno, o con evidencia que sugiere que Dios no es amoroso, ilógico, inconsistente o, de hecho, ausente, el Dr. Collins dice que Dios está fuera de la naturaleza, por lo tanto la ciencia no puede preguntar acerca de su existencia del todo.

Así mismo, el Dr. Collins insiste en que nuestras intuiciones morales dan fe de la existencia de Dios, a su carácter perfectamente moral y a su deseo de hermandad entre cada miembro de nuestra especie. Pero cuando nuestra intuición moral pregunta por la causa de la muerte de inocentes en, digamos, una inundación o un terremoto, el Dr. Collins nos asegura que nuestras nociones temporales del bien y el mal no son confiables y que la voluntad de Dios es un misterio. 

La mayoría de los científicos que estudian la mente humana están convencidos de que es producto del cerebro y éste producto de la evolución. El Dr. Collins toma un enfoque diferente: insiste en que en algún momento del desarrollo de nuestra especie Dios insertó componentes cruciales; incluyendo un alma inmortal, libre albedrío, la ley moral, hambre espiritual, altruismo genuino, etc.

Como alguien que cree que nuestro entendimiento de la naturaleza humana puede ser derivado de la neurociencia, psicología, ciencias cognitivas y economía conductual, entre otras, me preocupa la línea de pensamiento del Dr. Collins. También creo que ella mermaría seriamente los campos como neurociencia y nuestro creciente entendimiento de la mente humana. Si tenemos que mirar hacia la religión para explicar nuestro sentido moral, ¿qué vamos a hacer con los déficits asociados con situaciones como el síndrome del lóbulo frontal y la psicopatía? ¿Son estos desórdenes mejor tratados desde la teología?

El Dr. Collins escribió que “la ciencia no ofrece respuestas a las preguntas más apremiantes de la existencia humana” y que “las afirmaciones del materialismo ateo deben ser constantemente resistidas”. 

Uno sólo puede tener esperanza en que estas convicciones no afectarán su juicio en los Institutos de la Salud. Después de todo, entender el bienestar humano a nivel cerebral puede muy bien ofrecer “respuestas a las preguntas más apremiantes de la existencia humana”; preguntas como, ¿por qué sufrimos? ¿O es, de hecho, posible amar al prójimo como a uno mismo? ¿Y acaso cualquier esfuerzo de explicar la naturaleza humana sin referencia a un alma, y explicar la moralidad sin referencia a Dios, no constituye necesariamente un “materialismo ateísta”?  

Francis Collins es un consumado científico y un hombre sincero en sus creencias. Y eso es precisamente lo que me hace sentir tan incómodo con su nominación. ¿Debemos realmente confiar el futuro de la investigación biomédica en los Estados Unidos a un hombre que sinceramente cree que un entendimiento científico de la naturaleza humana es imposible? 

Sam Harris

Fuente original: http://www.nytimes.com/2009/07/27/opinion/27harris.html?_r=2&ref=opinion

Traducción por Sara García

 

El Valor del Escepticismo

Por: Bertrand Russell

DE “LA VOLUNTAD DE DUDAR”

dudar

Deseo proponer una doctrina que puede, me temo, parecer violentamente paradójica y subversiva.

La doctrina en cuestión es ésta: que es indeseable creer en una proposicion cuando no hay razones fundadas para suponerla verdadera.

Debo, por supuesto, admitir que si tal opinión llegara a ser común transformaría totalmente nuestra vida social y nuestro sistema político; puesto que ambos son actualmente intachables, ésto debe pesar contra élla. Creo también (lo que es mas serio) que esto tendería a disminuir las rentas de clarividentes, de editores de libros, obispos, y de otros que viven de las esperanzas irracionales de los que no han hecho nada para merecer buena fortuna aquí o de aquí en adelante. Primero que todo, deseo guardarme contra el pensamiento de mantener una posicion extrema.

Soy Whig británico, con un amor británico del compromiso y la moderación. Una historia se cuenta de Pirro, el fundador del Pirronismo (tál era el viejo nombre del escepticismo). Él mantuvo que nunca sabemos bastante para estar seguros que una línea de conducta es más sabia que otra.

En su juventud vio a su profesor en filosofía (de quién él tomo sus principios) con su cabeza metida en una zanja, incapaz de salir. Después de contemplarlo un cierto tiempo, se marcho, diciendo que no habia suficiente fundamento para suponer que haría algún bien sacando al hombre.

Otros, menos escépticos, efectuaron un rescate, y culparon a Pirro por ser de corazon duro. Pero su profesor, fiel a sus principios, lo elogio por su consistencia. No abogo por un escepticismo heroico tal como ése. Estoy preparado para admitir la creencia ordinaria del sentido común, en la práctica si no en teoría.

Estoy preparado para admitir cualquier resultado bien establecido por la ciencia, no como verdad absoluta, sino como suficientemente probable para producir una base para la acción racional. Si se anuncia que habra un eclipse de luna en tal-y-tal fecha, creo méritorio mirar y ver si está ocurriendo. Pirro habría pensado de otra manera.

En este terreno, me siento justificado al afirmar que abogo una posición media. Hay materias acerca de las cuales convienen los que las han investigado; las fechas de eclipses pueden servir como ilustración. Hay otras materias sobre las cuales no convienen los expertos. Aun cuando los expertos coincidan, ellos bien pueden fallar. La opinión de Einstein en cuanto a la magnitud de la desviación de la luz por la gravitación habría sido rechazada por todos los expertos hace no muchos años, con todo se demostró correcta.

Sin embargo la opinión de expertos, cuando es unánime, se debe aceptar por los no expertos como más probablemente correcta que la opinión opuesta. El escepticismo que abogo refiere solamente a esto:

  1. que cuando convienen a los expertos, la opinión opuesta no puede ser sostenida con certeza;
  2. que cuando no convienen, ninguna opinión se pueden mirar como segura por un no-experto; y
  3. que cuando todos coinciden en que no hay bases para una opinión positiva, el hombre ordinario haría bien en no emitir juicio alguno.
Estos asuntos pueden parecer triviales, con todo, si fueran aceptados, revolucionarían absolutamente la vida humana. Las opiniones por las cuales la gente está dispuesta a luchar y a seguir pertenecen todas a una de las tres clases que este escepticismo condena.

Cuando hay argumentos racionales para una opinión, la gente esta contenta en establecerlas y esperan verlas funcionar. En tales casos, la gente no exterioriza sus opiniones con la pasión; las sostiene tranquilamente, y dispone sus razones en silencio. Las opiniones que están sostenidas con la pasión son siempre aquellas que no disponen de buenas bases que las sustenten; la pasión es de hecho la medida de la carencia de bases racionales del expositor.

Las opiniones en política y religión se llevan a cabo casi siempre en forma apasionada. Excepto en China, se cree que que un hombre es una pobre criatura a menos que tenga fuertes opiniones sobre tales materias; la gente odia a los escépticos mucho mas que a los abogados que sostienen ideas hostiles a las propias.

Se piensa que las demandas de la vida práctica exigen opiniones sobre tales cuestiones, y que, si nos volviéramos más racionales, la existencia social seria imposible.

Creo lo contrario de esto, e intentaré poner en claro porqué tengo esta creencia.

Ciencia VS Religión (Dawkins Vs Collins)

Por: David Van Biema

Traducido por Ricardo Montanía

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Hay dos grandes discusiones bajo el amplio título de la ciencia contra dios. El más familiar durante los últimos años es el más estrecho de los dos: ¿Puede la evolución darvinista soportar las críticas de los cristianos que creen que contradice la historia de la creación del libro del génesis? Estos últimos años, el creacionismo adquirió nueva modernidad como el progenitor espiritual del “diseño inteligente” (D.I), una tentativa científicamente redactada de demostrar que los espacios en blanco en la narrativa evolutiva son más significativos que lo convincente de su totalidad. El DI perdió algo de su calor periodístico el pasado mes de diciembre en que un juez federal la calificó como pseudo ciencia inadecuada para ser enseñada en las escuelas de Pennsylvania.Pero de hecho el creacionismo y el DI se relacionan íntimamente con una interrogante sin resolver más grande, en la cual se invierte el papel del agresor:

¿Puede la religión sostenerse ante el progreso de la ciencia?

Esta discusión la hizo Darwin, pero la posición de la antireligión está siendo promovida con insistencia por los científicos encolerizados por el diseño inteligente y excitados, quizás intoxicados, por el aumento de la capacidad de sus disciplinas de trazar, de cuantificar y de cambiar la naturaleza de la experiencia humana. La proyección de las imágenes del cerebro ilustradas–¡en color!  el asiento físico de la voluntad y de las pasiones, desafían el concepto religioso de una independencia del alma de las glándulas. Los químicos del cerebro indican los desequilibrios que podrían explicar los estados de éxtasis de santos visionarios o, algunos sugieren, de Jesús.
Como el Freudianismo antes, el campo de la sicología evolutiva genera  teorías del altruismo y de la religión que no incluyen a dios. Algo llamado la hipótesis de los multiversos, en cosmología, especula que el nuestro puede ser solamente uno en una cascada de universos, mejorando repentinamente las probabilidades que la vida habría podido generarse accidentalmente, sin la intervención divina. (Si las probabilidades eran 1 en mil millones, y tienes 300 mil millones de universos, ¿porqué no?)

Christoph Schönborn cardenal del Catolicismo romano ha puesto el apelativo de “cientificista” o “evolucionista” a los mas fervientes científicos desafiantes de la fe, puesto que esperan que la ciencia, más allá de ser una medida, sustituya a la religión como  cosmovisión y criterio moral. No es un epíteto apropiado para todos los que manejan un tubo de prueba. Pero una proporción cada vez mayor de profesionales está experimentando, lo que un investigador importante llama “ultraje sin precedentes”, a los insultos percibidos por la investigación y la racionalidad, extendiendo  la influencia  de la derecha del cristianismo en la política científica de la administración  Bush a la fe fanática de los terroristas de 9/11 a las demandas en curso del diseño inteligente.
Algunos son suficientemente radicalizados para hacer pública una Antigua cuestión, la idea que la ciencia y la religión, lejos de ser respuestas complementarias a lo Desconocido, son contradicciones completas–o, como el sicólogo de Yale  Paul Bloom con falta de finura  ha escrito, la “religión y la ciencia chocan siempre.”

El mercado esta inundado con los libros de científicos que describen  la muerte del debate entre la ciencia y  dios–con la ciencia que gana, o por lo menos superando de  lejos a las verdades subyacentes de la fe.Encontrar a un portavoz para este lado no era difícil, desde que Richard Dawkins, quizás su primer polemista, acaba de salir con el “The God´s Delusion (Houghton Mifflin), raro ejemplar cuyo título es tan claro que no amerita un subtítulo. El  best-seller por cinco semanas del The New York Times (ahora en N° 8) ataca la fe filosófica, histórica  y científicamente, pero se apoya pesadamente en la teoría darvinista, que fue la maestría de Dawkins como científico joven y más recientemente como portavoz de la sicología evolutiva, tan lúcido, que ocupa la cátedra de Charles Simonyi para la comprensión pública de la ciencia en la universidad de Oxford.Dawkins está montando la cresta de una onda literaria atea.
En 2004, The End of Faith, una afilada  acusación de SAM Harris estudiante graduado de neurología, fue publicado (más de 400.000 copias  impresas). Harris ha escrito una carta recordativa de 96 páginas, Letter to a Christian Nation, que ahora es N° 14 en la lista del Times. El pasado mes de febrero, el filósofo Daniel Dennett de la universidad Tufts produjo Breaking the Spell: La religión como fenómeno natural, que ha vendido menos copias pero ha ayudado a la discusión en la arena pública. Si Dennett y Harris son casi-científicos (Dennett trabaja en  un programa científico-filosófico multidisciplinario), los autores de la media docena de agresivos volúmenes  seculares son portaestandartes: Mentes Morales, Marc Hauser  biólogo de Harvard explora los –no divinos–orígenes de nuestro sentido de lo correcto y de lo incorrecto (septiembre); en Six imposible things before Breakfast (lanzado en enero) por el biólogo auto descrito como “ateo-reduccionista-materialista” Lewis Wolpert, la religión es una de esas cosas imposibles; Victor Stenger, físico-astrónomo, tiene un libro  God; The Failed Hypothesis  . Mientras tanto, Ana Druyan, viuda del astrofísico archi escéptico Carl Sagan, ha corregido las conferencias inéditas de Sagan sobre la ausencia de dios en un libro, The Varietes of Scientific Experience, que se publicará hacia fin de mes.   Dawkins y su ejército tienen un enjambre de opositores teológicos articulados, por supuesto. Pero los más ardientes de éstos realmente no tienen mayor interés en la ciencia, y una discusión en la cual una parte se apoya inamovible en las escrituras y la otra  en la tabla periódica no lleva muy lejos.
La mayoría de los americanos ocupan la tierra de en medio: lo  queremos todo. Deseamos participar en los grandes pasos de la ciencia y todavía humillarnos en el Sabbath. Deseamos el acceso a MRIs y a los milagros. Deseamos discusiones sobre asuntos como las células madre sin la concesión de que las posiciones sean tan intrínsecamente hostiles que hacen la discusión infructuosa.
Para balancear a los formidables porta estandartes científicos como Dawkins, buscamos a los que posean la convicción religiosa pero también los logros científicos suficientes para argumentar con credibilidad la diseminada opinión de  que la ciencia y  dios están en armonía, que, de hecho, la ciencia es de Dios.Los conciliadores informados se han hecho  recientemente más locuaces. La biólogo Joan Roughgarden de la universidad de Stanford acaba de salir con Evolution and Christian Faith, que proporciona lo que ella llama una “defensa cristiana fuerte” de la biología evolutiva, ilustrando los conceptos principales de la disciplina con pasajes bíblicos. El entomólogo Edward O. Wilson, escéptico pero de fé común, ha escrito The creation: An Appeal to Save Life on Earth   urgiendo  a creyentes y no creyentes a  unirse en pro de la conservación. Pero el primero de éstos en este campo es Francis Collins.La dedicación de Collins a la genética es, si eso fuera posible, mayor a la de Dawkins. Director del instituto de nacional de investigación del genoma humano, desde 1993, dirigió al equipo de 2.400 científicos que mapeó las 3 mil millones de letras bioquímicas de nuestro modelo genético, un jalón científico que el entonces presidente Bill Clinton honró en el 2.000 con ceremonias en la casa blanca, comparando la carta del genoma al mapa de Meriwether Lewis de su exploración continental.
Collins continúa conduciendo a su instituto en estudiar el genoma y prepararlo para cuestiones médicas.Él es también un cristiano, al cual se convirtió del ateismo a la edad 27 años y ahora encuentra tiempo para aconsejar a los científicos evangélicos jóvenes en cómo declarar su fe ante los logros en su mayor parte agnósticos de la ciencia.
En su best seller del verano, The Language of God: A Scientist Presents Evidence for Belief (Free Press), presenta algunas de las discusiones que él mantuvo en un debate de 90 minutos que la revista TIME arregló entre Collins y Dawkins en nuestras oficinas en el edificio Time and Life Building de la ciudad de Nueva York el 30 de setiembre de 2.006.
Algunos extractos de su interesante  intercambio se dan a continuación:
TIME: ¿Profesor Dawkins, si uno entiende realmente la  ciencia, es entonces Dios una ilusión, como el título de su libro sugiere?

DAWKINS: La cuestión de si existe un creador supernatural, un dios, es una de las más importantes que tenemos que contestar. Pienso que es una pregunta científica. Mi respuesta es no.

TIME: Dr. Collins, usted cree que la ciencia es compatible con la fe cristiana.

COLLINS: Sí. La existencia de Dios puede ser verdad o no. Pero llamarla una pregunta científica implica que las herramientas de la ciencia pueden proporcionar la respuesta. Desde mi perspectiva, dios no puede ser contenido totalmente dentro de la naturaleza, y por lo tanto la existencia de dios está fuera de la capacidad de la ciencia de sopesarlo.

TIME: Stephen Jay Gould, paleontólogo de Harvard, ha hecho una famosa argumentación acerca de que la religión y la ciencia puedan coexistir, porque ocupan cátedras  separadas herméticamente. Ambos parecen discrepar.

COLLINS: Gould instala una valla artificial entre las dos que no existe en mi vida. Porque creo que la energía creativa de dios ha dado origen a todo en primer lugar. Encuentro que estudiar el mundo natural es una oportunidad de observar la majestad, la elegancia, lo intrincado de la creación de dios.

DAWKINS: Pienso que los compartimientos separados de Gould eran un trabajo puramente político para ganar a gente religiosa del medio camino al campo de la ciencia. Pero es una idea muy vacía. Hay un montón de lugares en donde la religión pisa el césped científico. Cualquier creencia en milagros no es solo contradictoria a los hechos de la ciencia sino al espíritu de la ciencia.

TIME: Profesor Dawkins, usted piensa que la teoría de Darwin de la evolución hace más que simplemente contradecir la historia del génesis.

DAWKINS: Sí. Por siglos la argumentación de mayor peso acerca de  la existencia del dios del mundo físico era la llamada argumentación del diseño: Las cosas vivas son tan  hermosas y elegantes y al parecer tan útiles, que solamente habrían podido ser hechas  por un diseñador inteligente. Pero Darwin proporcionó una explicación más simple. Su manera es una mejora gradual, incremental a partir de principios muy simples y trabajando paso a paso incrementar minúsculamente a más complejidad, más elegancia, más perfección adaptiva. Cada paso, es poco significativo pero cuando los vas agregando  acumulando pasos durante millones de años, llegas a estos monstruos de improbabilidad, como el cerebro humano y la selva tropical. Esto debería advertirnos acerca de asumir que, porque algo es complicado, dios debe haberlo hecho.

COLLINS: No veo que la idea básica del profesor Dawkins acerca de la evolución sea incompatible conque dios la haya diseñado.

TIME: ¿Cuándo habría ocurrido esto?

COLLINS: Estando fuera de la naturaleza, dios está también fuera del espacio y del tiempo. Por lo tanto, en el momento de la creación del universo, dios habría podido también activar la evolución, con conocimiento completo de cómo resultaría, quizás incluyendo, nosotros teniendo esta conversación. La idea que él podría prever el futuro y también darnos espíritu y libre albedrío para realizar nuestros propios deseos llega a ser enteramente aceptable.

DAWKINS: Pienso que eso es una enorme falta de responsabilidad. Si dios deseara crear vida y crear seres humanos, sería absurdo que decida  esperar 10 mil millones años antes del comienzo de la vida y entonces esperar otros 4 mil millones años hasta conseguir seres humanos capaces de adorarlo y de pecar  y de todas las cosas en las que la gente religiosa está interesada.

COLLINS: ¿Quiénes somos nosotros para decir que esa es una manera absurda de hacerlo? Pienso que dios no tiene el propósito de hacer que sus intenciones sean absolutamente obvias para nosotros. Si le satisface ser una deidad  a la cual debemos buscar sin ser forzados, ¿no habría sido lógico que utilice el mecanismo de la evolución sin la fijación de marcas obvias en el camino, para revelar su papel en la creación?

TIME: Ambos libros suyos sugieren que si las constantes universales, las seis o más características de nuestro universo, hubieran variado, esto hubiera hecho la vida imposible. Dr. Collins, ¿puede proporcionar un ejemplo?

COLLINS: La constante gravitatoria, si fuera menor por una fracción en  cientos de millones de millones, entonces la expansión del universo después del Big Bang no hubiera ocurrido en la manera que era necesaria para que ocurra la vida. Cuando miras esa evidencia, es muy difícil adoptar la idea de que fue solo casualidad. Pero si estás dispuesto a considerar la posibilidad de un diseñador, esto se convierte en una explicación plausible para algo que de otra manera es un acontecimiento excesivamente improbable–a saber– nuestra existencia.

DAWKINS: La gente que cree en dios concluye que debe haber sido un divino manipulador el que giró las perillas de esta media docena de constantes para hacerlas correctas. El problema es que esto implica que, porque algo es altamente improbable, necesitamos a dios para explicarlo. Pero ese dios sería aún más improbable. Los físicos han creado otras explicaciones. Una es que estas seis constantes no pueden variar. Una teoría unificada demostrará eventualmente que están tan relacionadas  como la circunferencia al diámetro de su círculo. Eso reduce las probabilidades que tienen de variar independientemente y ajustarse sólo para “pagar la cuenta”. La otra manera es la del multiverso. Esto dice que quizá el universo en que estamos es uno más de un número muy grande de universos. La gran mayoría no contendrá vida porque tienen la constante gravitatoria incorrecta, o mal esta o aquella constante. Pero como el número de universos aumenta, las probabilidades aumentan de manera  que una minoría minúscula de universos podrá tener la constante correcta.

COLLINS: Esa es una opción interesante. Salvo una resolución teórica, que pienso es inverosímil, todavía tienes que decir que hay chorro cientos universos paralelos por ahí que no podemos observar actualmente, o tienes que decir, había un plan. Encuentro realmente más aceptable la existencia de un dios que planeó todo antes que el burbujear de todos estos multiversos. El rasero de Occam dice que debes elegir la explicación que es la más simple y directa, lo que me conduce más a creer en dios que en el multiverso, que se parece a un forzamiento de la imaginación.

DAWKINS: Acepto que puede haber cosas, de lejos, más magníficas y más incomprensibles que las que podemos imaginar. Lo que no puedo entender es porqué invoca la improbabilidad pero no admite que socava su argumento al postular  algo tan  improbable, estableciendo por arte de magia la palabra dios.

COLLINS: Mi dios no me es improbable. Él no tiene ninguna necesidad de una historia de la creación de sí mismo o de ser ajustado por  algo más. Dios es la respuesta a todos los  “¿cómo habrá sido?”.

DAWKINS: Pienso que eso es la madre y el padre de todas las irresponsabilidades. Es una búsqueda científicamente honesta descubrir de dónde proviene esta aparente improbabilidad. Ahora el Dr. Collins dice, “bien, dios lo hizo. Y dios no necesita ninguna explicación porque dios es exterior a todo esto.” Bien,  qué evasión increíble de la responsabilidad de explicar. Los científicos no hacen eso. Los científicos dicen, “estamos trabajando en ello. Estamos luchando para entender.”

COLLINS: La ciencia debe continuar ciertamente considerando si podemos encontrar la evidencia para los multiversos que pudieran explicar porqué nuestro propio universo parece estar finamente ajustado. Pero me opongo a la asunción de que cualquier cosa que pueda estar fuera de naturaleza debe ser sacada de la conversación. Eso es una visión empobrecida de las clases de preguntas que los seres humanos pueden hacer,  por ejemplo “¿por qué estoy aquí? ”, “¿qué sucede después de que muramos? ”, “¿hay un dios?” Si rechazas reconocer su conveniencia, terminas  con una probabilidad cero de  dios después de examinar el mundo natural porque no te convence sobre las bases de la     prueba. Pero si tu mente está abierta a la posibilidad de dios, puedes señalar  los aspectos del universo que son consistentes con esa conclusión.

DAWKINS: Para mí, la aproximación correcta es decir que somos profundamente ignorantes de estas materias. Necesitamos trabajar en ellas. Pero decir repentinamente — la respuesta es dios—eso me parece cerrarse a la discusión.

TIME: ¿Podría ser la respuesta  dios?

DAWKINS: Podría haber algo increíblemente magnífico e incomprensible y más allá de nuestra actual comprensión.

COLLINS: Ése es dios.

DAWKINS: Sí. Pero podría ser cualquiera de mil millones de dioses. Podía ser el dios de los marcianos o de los habitantes de alfa-centauri. La posibilidad de ser un dios particular, Yahvé, el dios de Jesús, es tan pequeña que se desvanece–, cuando menos, la responsabilidad está en ud. de demostrar porqué piensa que ese es el caso.

TIME: El libro del génesis ha conducido a muchos Protestantes conservadores a oponerse a la evolución y a otros a insistir en que la tierra tiene solo 6.000 años.

COLLINS: Existen creyentes sinceros que interpretan el génesis 1 y 2 de una manera muy literal que contraría francamente nuestro conocimiento de la edad del universo o de cómo los organismos vivos se relacionan unos con otros. San Agustín escribió que básicamente  no es posible entender qué está descrito en el génesis. No fue pensado como libro de texto de   ciencias. Fue pensado como descripción de quién era  dios, de quienes somos y lo que se supone debe ser nuestra relación para estar con dios. Agustín advierte explícitamente contra una perspectiva muy estrecha que ponga nuestra fe en riesgo de parecer ridícula. Si aceptas esa interpretación, lo que la biblia describe es muy consistente con el big bang

DAWKINS: Los físicos están estudiando el big bang, y un día pueden o no resolverlo. Sin embargo, lo que el doctor Collins ha –¿puedo llamarte Francis?

COLLINS: Oh, por favor, Richard, hazlo.

DAWKINS: Lo que Francis ha dicho acerca del génesis es, por supuesto, una pequeña batalla entre él y sus colegas fundamentalistas…

COLLINS: No es tan privado. Es algo público. [Risas.]

DAWKINS: … Sería inapropiado para mí sugerirle que se ahorraría un desagradable problema si simplemente dejara de darles la hora. ¿Por qué incomodarse con estos payasos?

COLLINS: Richard, pienso que no hacemos un servicio al diálogo entre la ciencia y la fe al caracterizar negativamente a gente sincera. Eso inspira una posición aún más cerrada. Los ateos son a veces un poco arrogantes en este aspecto, y caracterizar la fe como algo a lo que solamente un idiota se uniría es poco probable que ayude a tu caso.

TIME: ¿Dr. Collins, la resurrección es un argumento esencial de la fe cristiana, pero acaso esto, junto con el nacimiento virginal y algunos milagros, no invalida fatalmente el método científico, que depende de la constancia de las leyes naturales?

COLLINS: Si estás dispuesto a contestar sí a un dios fuera de la naturaleza, entonces no hay nada contrario a dios en las raras ocasiones que elige invadir el mundo natural de una manera que aparezca milagrosa. ¿Si dios hizo las leyes naturales, por qué no podría él violarlas cuando es un momento particularmente significativo para él que lo haga así? Y si aceptas la idea que Cristo era también divino, como es mi caso, entonces su resurrección no es en sí misma un gran salto lógico.

TIME: ¿La misma noción de los milagros, no invalida la ciencia?

COLLINS: En absoluto. Si estás en mi campo, un lugar en donde la ciencia y la fe podrían tocarse está en la investigación de acontecimientos supuestamente milagrosos.

DAWKINS: Siempre que se cierran las puertas en la cara para la investigación constructiva, la palabra es milagro. A un campesino medieval, una radio se le habría parecido a un milagro. Toda clase de cosas pueden suceder, que, debido las luces de la ciencia de hoy, clasificaríamos como milagro tal y cual como la ciencia medieval calificaría a un Boeing 747. Francis dice cosas como “desde la perspectiva de un creyente”. Una vez que te sitúas en una posición de fé pierdes repentinamente  todo tu natural escepticismo  y credibilidad, tu verdadera credibilidad científica. Lamento ser tan áspero.

COLLINS: Richard, convengo realmente con la primera parte de lo que dijiste. Pero desafiaría la declaración que mis instintos científicos son menos rigurosos que los tuyos. La diferencia es que mi presunción de la posibilidad de dios y por lo tanto de lo supernatural no es cero, y la tuya lo es.

TIME: Dr. Collins, ha descrito el sentido moral de la humanidad no sólo como un regalo de dios sino como indicador de su existencia.

COLLINS: Hay un campo entero de la investigación que ha surgido en los últimos 30 o 40 años–algunos lo llaman sociobiología o sicología evolutiva–que concierne a de donde proviene nuestro sentido moral y porqué valoramos la idea del altruismo, y ha localizado ambas respuestas en las adaptaciones del comportamiento para la preservación de nuestros genes. Pero si crees, y Richard ha articulado esto, que la selección natural funciona de individuo a individuo, no en un grupo, entonces ¿por qué el individuo arriesgaría su propia ADN, haciendo algo desprendido,  para ayudar a alguien de una manera que pudo disminuir sus posibilidades de reproducción? Concedido, podemos intentar ayudar a nuestros propios miembros de la familia porque comparten nuestro ADN. O ayudar a algún otro con la expectativa de que nos ayudarán más adelante. Pero si te fijas  en las más admiradas manifestaciones del altruismo, éste no se basa en la selección o la reciprocidad de los parentescos. Un ejemplo extremo pudo ser Oscar Schindler que arriesgaba su vida para salvar a más de mil judíos de las cámaras de gas. Esto es lo contrario de cuidar los genes. Vemos versiones menos dramáticas diariamente. Muchos de nosotros pensamos que estas cualidades pueden venir de dios–especialmente debido a que la justicia y la moralidad son dos de las cualidades que identificamos más rápidamente con dios.

DAWKINS: ¿Puedo empezar con una analogía? La mayoría de la gente entiende que la lujuria sexual tiene que ver con propagar genes. La copulación en la naturaleza conduce a la reproducción y así a más copias genéticas. Pero en la sociedad moderna, la mayoría de los cópulas implican la contracepción, diseñada exactamente para evitar la reproducción. El altruismo tiene probablemente orígenes como los de la lujuria. En nuestro pasado prehistórico, habríamos vivido en familias extendidas, rodeadas por los parentescos cuyos intereses podríamos haber querido promover porque compartían nuestros genes. Ahora vivimos en ciudades grandes. No estamos rodeados de parientes ni de gente que tratará nuestras buenas acciones con reciprocidad. No importa. Justamente igual que la gente involucrada en el sexo con contracepción no es conciente de su motivación  por un impulso de tener bebés, no pasa por nuestra imaginación la razón por la cual hacer buenas cosas está basada en el hecho de que nuestros ancestros primitivos vivían en grupos pequeños. Esa, me parece que es una razón altamente plausible para explicar de donde proviene el deseo de moralidad, el deseo del bien.

COLLINS: Para ti argumentar que nuestros actos más nobles sean un fallo del comportamiento darvinista no hace justicia al sentido que todos tenemos sobre los absolutos que están implicados aquí de bueno y de malvado. La evolución puede explicar algunas características de la ley moral, pero no puede explicar porqué debe tener una significación real. Si es solamente una conveniencia evolutiva, no hay realmente cosa tal como bueno o malvado. Pero para mí, es mucho más que eso. La ley moral es una razón de pensar en dios como plausible–no apenas un dios que pone el mundo en  movimiento sino un dios que cuida de los seres humanos, porque parecemos ser las únicas criaturas en el planeta en tener este sentido, de lejos, desarrollado de la moralidad. Lo que has dicho implica que fuera de la mente humana, ajustado por los procesos evolutivos, el bien y el mal no tienen ningún significado. ¿Estás de acuerdo?

DAWKINS: Incluso la pregunta que estás haciendo no tiene ningún significado para mí. Bueno y malvado–No creo que está colgando allí afuera, en ningún lado, algo llamado bueno y algo llamado malo. Pienso que hay buenas cosas que suceden y malas cosas que suceden.

COLLINS: Pienso que esa es una diferencia fundamental entre nosotros. Estoy contento de que la hayamos identificado.

TIME: Dr. Collins, sé que favorece la apertura de nuevas líneas de experimentación con células-madre. Pero el hecho de que la fe ha hecho que se legisle en contra de ello ¿no arriesga que se cree una opinión acerca de que la religión impide a la ciencia salvar vidas?

COLLINS: Permítame primeramente decir, como descargo, que hablo como ciudadano privado y no como representante de ninguna rama ejecutiva del gobierno de los Estados Unidos. La impresión de que la gente de fe se opone uniformemente a la investigación de las células-madre no está documentadamente establecida. De hecho, mucha gente de fuerte convicción religiosa, piensa que esto puede ser una aproximación moral aceptable.

TIME: ¿Pero hasta el punto de que una persona argumente  la fe o las Escrituras antes que  la razón, cómo podrían responder los científicos?

COLLINS: La fe no es contraria a la razón. La fe se apoya en ángulo recto sobre la razón, pero con el componente agregado de la revelación. Por tanto  tales discusiones entre   científicos y creyentes ocurren muy fácilmente. Pero ni los científicos ni los creyentes incorporan siempre los principios exactos. Los científicos pueden tener su juicio nublado por sus aspiraciones profesionales. Y la verdad pura de la fe, en la que puedes pensar  como en esta agua espiritual clara, se vierte en los recipientes oxidados llamados seres humanos, y así a veces los principios benévolos de la fe pueden ser quedar distorsionados cuando las posiciones se endurecen.

DAWKINS: Para mí, las preguntas morales tales como investigación de las células-madre giran acerca de si se causa algún sufrimiento. En este caso, claramente no se causa ninguno. Los embriones no tienen ningún sistema nervioso. Pero eso no es discutido por el público. ¿La discusión es, son humanos? Si eres un absolutista moral dices, “estas células son humanas, y por lo tanto merecen una cierta clase de tratamiento moral especial.” El absolutismo moral no siempre proviene de la religión pero usualmente así es.Matamos animales no humanos en granjas, y tienen sistemas nerviosos y sufren. La gente de fe no está muy interesada en su sufrimiento.

COLLINS: ¿Los seres humanos tienen una distinta significación moral que las vacas en general?

DAWKINS: Los seres humanos tienen quizás más responsabilidad moral, porque son capaces de razonar.

TIME: ¿Algún pensamiento conclusivo de ambos?

COLLINS: Sólo quiero decir  que después de  más que un cuarto de siglo como científico y creyente, no encuentro absolutamente nada en conflicto en convenir con Richard en prácticamente todas sus conclusiones sobre el mundo natural, y también decir que todavía puedo aceptar y abrazar la posibilidad que hay respuestas que la ciencia no puede proporcionar sobre el mundo natural–las preguntas sobre porqué en vez de las preguntas sobre cómo. Estoy interesado en los porqués. Encuentro muchas de esas respuestas en el reino espiritual. Eso no compromete de ninguna manera mi capacidad de pensamiento riguroso como científico.

DAWKINS: Mi mente no es cerrada, como has sugerido ocasionalmente, Francis.
Mi mente está abierta a la gama más maravillosa de posibilidades futuras, sobre las cuales ni siquiera puedo soñar, ni tú puedes, ni nadie puede. De lo que soy escéptico es acerca de la idea de que alguna revelación maravillosa en la ciencia del futuro, resultará ser una de las religiones históricas particulares con que algunos pueblos han soñado. Cuando comenzamos  y hablábamos de los orígenes del universo y de las constantes físicas, proporcioné lo que pensé eran argumentos fuertes contra un diseñador inteligente supernatural. Sin embargo me parece una idea digna. Refutable–pero sin embargo magnífica y bastante digna de respeto. No veo a los dioses Olímpicos o a Jesús  bajando a tierra y muriendo en la cruz como digno de esa grandeza.
Si hay un dios, va a ser algo mucho más grande y mucho más incomprensible  que cualquier cosa que cualquier teólogo de cualquier religión haya propuesto alguna vez.

Este artículo se encuentra (en inglés) en:

http://www.time.com/time/magazine/article/0,9171,1555132,00.html