Por qué niego la religión

Por: James Randi

 

La página de esta semana1 estará dedicada enteramente a la religión. He llegado a un punto donde tengo que descargarme sobre este tema que, hasta ahora, he sentido que se hallaba fuera de los temas que la JREF2 maneja. Dado que la religión surge como parte de los tantos argumentos que apoyan otras afirmaciones fantásticas, quiero mostrarles que aceptarla es de la misma naturaleza que aceptar la astrología, la EPS («percepción extrasensorial»), la profecía, la rabdomancia (también llamada «radiestesia») y la otra miríada de extrañas creencias que manejamos cada día.

Con anterioridad me he excusado de participar en acaloradas discusiones de esta persistente noción, sobre la base de que no ofrece ninguna evidencia examinable, a diferencia de lo que hacen las otras creencias en lo sobrenatural… aunque esos exámenes siempre han mostrado resultados negativos. No se puede discutir lógicamente con la gente religiosa, porque afirman que sus creencias son de tal naturaleza que no pueden examinarse, simplemente «existen». En lugar de discutir o intentar razonar con sus estándares, me conformaré con señalar, brevemente, cuán improbables, irrazonables, caprichosas y fantásticas son sus afirmaciones básicas, refiriéndome en su mayor parte a aquéllas con las que tengo más familiaridad, por mi experiencia personal.

Con frecuencia recibo críticas de creyentes en asuntos psíquicos y dogmas religiosos, ofendidos, que me acusan de ser uno de esos temibles «materialistas»; o de ser incapaz de aceptar las maravillas que ellos eligen adoptar, por estar «encerrado» en una visión del mundo que acepta sólo la versión científica «inamovible» y «ortodoxa» de cómo funciona el mundo. Esas palabras entrecomilladas son extractos directos de reprensiones recientes a las que fui sometido. Primero que nada, la palabra «inamovible» no puede en modo alguno aplicarse a la verdadera visión científica. Mi definición favorita de ciencia, concisa y que admito haber inventado, es: La ciencia es la búsqueda de verdades básicas sobre el Universo, una búsqueda que desarrolla afirmaciones que parecen describir cómo funciona el Universo, pero que están sujetas a corrección, revisión, ajuste, o incluso rechazo liso y llano, en caso de presentarse evidencia conflictiva o mejor.

La ciencia es una disciplina que hace frecuentes concesiones mientras intenta aproximarse mucho a esa elusiva meta llamada «verdad», pero sabiendo que cualquier conclusión a la que pueda llegar es simplemente la mejor del momento. Cualquier declaración ( , por ejemplo) es «verdadera» cuando se aplica a las balas de cañón lanzadas desde torres inclinadas; sin embargo no describe exactamente la interacción de objetos muy pequeños o muy grandes como electrones o galaxias. Eso no la vuelve «errónea», simplemente limitada. Declaraciones más abarcativas, tales como la relatividad o la cuántica, describen mejor un espectro más amplio de interacciones físicas, pero enterradas en esas declaraciones más avanzadas encontramos la anterior, más simple, la cual confío en que mi lector reconocerá como una de las enunciadas por ese sujeto llamado Newton. La estructura de la Ciencia misma también está en estado de desarrollo constante; idealmente, no tiene un estado «ortodoxo» en el cual se estabiliza de forma confortable y complaciente.

Sólo hace falta un nuevo estándar estadístico o una innovación en la observación para cambiar su enfoque ante cualquier evento o decisión con los cuales estaba anteriormente -de forma tentativa- satisfecha, pero el verdadero científico no lamenta ni rehúsa tales mejoras de enfoque o técnica, por el contrario adoptándolas y ajustándose a la comprensión nueva y mejorada del mundo que se halla disponible. A la religión, en contraste, le repele la duda honesta, prefiriendo la aceptación ingenua y sin cuestionamientos. Es el deseo de ajustarse lo que proporciona la verdadera gloria de la Ciencia, en mi opinión de aficionado. Esto se halla en claro contraste con los axiomas de la religión, los que se vanaglorian orgullosamente de sus inflexibles «verdades» para demostrar que «saben» ciertas cosas con certeza. Aún así, la Tierra es redonda, no plana, ni es el centro del Universo; esas revelaciones fueron prontamente aceptadas, absorbidas y aceptadas por la ciencia, primitiva como era en ese momento de la historia, y quienes las incorporaron a su visión del mundo no sintieron ningún dolor, aunque en algunos casos debe de haber habido algo de incomodidad y sorpresa, seguida por deleite. Eppur, si muove. Incluso si no lo dijo, estoy seguro de que hubiera querido hacerlo… Sí, soy un materialista.

Estoy dispuesto a que me demuestren que estoy equivocado, pero eso no ha sucedido… aún. Y admito que la razón por la que soy incapaz de aceptar las afirmaciones de las maravillas psíquicas, ocultas y/o sobrenaturales es porque estoy encerrado en una visión del mundo que exige evidencias en lugar de fe ciega, una visión que insiste en la repetición de todos los experimentos (en particular aquéllos que aparentan mostrar violaciones a un mundo racional) y una visión que requiere un examen abierto de los métodos utilizados para llevar a cabo esos experimentos. La decisión de ser un materialista es mía, la tomé luego de muchos años de consideración de lo que observé, y luego de leer a Bertrand Russell y a otros. Ya que no fue una simple reacción a la información que me llegaba, sino el resultado de examinar esa información, estoy orgulloso de mi decisión. [Una digresión: estoy orgulloso de ser estadounidense, escéptico y bright («ateo»). Sólo me siento orgulloso de aquello que he logrado, no de aquello con lo que nací o que me fue dado.

Elegí ser estadounidense y me gané esa distinción, me transformé en escéptico y sigo siéndolo aunque era difícil y aún me causa problemas, y ser un bright es un desafío a los millones que me etiquetan de inferior porque no soy supersticioso como ellos. No me importa; yo conozco y acepto el mundo real.] De niño, se me dijo que los salvajes estaban condenados a arder en sulfuro hirviente si no aceptaban a la «misericordiosa» deidad que se me describió, ¡incluso si no habían tenido la oportunidad de conocerlo/la! Esa deidad, por lo que me dijeron, tenía muchos de los serios defectos que se me dijo que debía evitar. Él/ella/ello era caprichoso, inseguro, celoso, vengativo, sádico y cruel, y exigía constante alabanza, sacrificio, adulación y reforzamiento del ego, o los castigos podrían ser muy severos. Descubrí, en mis tempranas observaciones, que la gente religiosa estaba muy temerosa, temblando y preguntándose si habrían cometido alguna infracción a la multitud de reglas que tenían que seguir. Estaban (y están) regidos por el miedo.

Ese no es mi estilo. Pero fueron las increíbles historias que me contaron las que me hicieron retroceder, incrédulo. Por ejemplo, me dijeron que hace unos 2.000 años una virgen del medio Oriente fue impregnada por algún tipo de fantasma, y como resultado produjo un hijo que podía caminar sobre el agua, revivir a los muertos, transformar agua en vino y multiplicar rodajas de pan y peces. Todo además de arrojar demonios. Esperó y aceptó una muerte brutal y sádica, y luego se levantó de entre los muertos. Había mucho, mucho más. Adán y Eva, decían, eran los humanos originales, depositados en un jardín para iniciar nuestra especie. Pero no entendía, y aún no entiendo, cómo si sólo tuvieron dos hijos varones, y uno de ellos mató al otro, de algún modo se las arreglaron para producir suficiente gente para poblar la Tierra, sin incesto, ¡lo que estaba claramente prohibido! Entonces algún profeta detuvo la rotación de la Tierra, un ejército hizo sonar cuernos hasta que cayó una pared, un sujeto llamado Moisés dividió en dos el Mar Rojo, e hizo que cayeran ranas del cielo… No hace falta que siga. ¡Y eso es sólo una pequeña parte de una religión! El Mago de Oz es más creíble. Y más divertido.

Sigo escuchando, de parte de los parapsicólogos, los religiosos y los ocultistas, sobre esta falta de voluntad a la que aluden, la reluctancia por parte de ciertos escépticos para considerar la evidencia. Puede ser que haya escépticos que coincidan con esa descripción, pero no conozco a ninguno. He escuchado sobre la supuesta negativa de los escépticos a creer, que se asemeja e incluso supera la dedicación del más ardiente entusiasta de la reencarnación, del más fanático doblador de cucharas, o del más devoto de los OVNIs. También he visto intentos por delinear las bases más o menos irracionales que subyacen bajo tales posiciones extremas. Se dice, con bastante exactitud, que la mente humana necesita una imagen comprensible del universo en el cual vive; la búsqueda de patrones es una técnica de supervivencia básica que está programada en nosotros.

También buscamos tener un entendimiento de nuestra propia existencia, y con frecuencia resulta que adoptar lo que podría describirse como un punto de vista religioso o «religioso-metafísico» parece facilitar crearle un sentido al supuesto enigma de la existencia. Me da la impresión de que los escépticos, hablando en general, evitan creer en hipótesis metafísicas, inverificables y anticientíficas, pero los credófilos prefieren creer que, cuando nos presionen, los escépticos admitiremos haber adoptado al menos cierto grado de enfoque metafísico. Esto sólo puede ser el intento desesperado de los credófilos por hacerse ilusiones, una declaración de que ellos no pueden creer que no todos son crédulos. Es algo con lo que simplemente no pueden identificarse, ni aceptar. He aquí la forma en la que los credófilos nos ven a los escépticos, y cómo intentan hacerse ver como racionales, en contraste con nuestra conducta inconstante: admitirán que muchos de ellos han adoptado posiciones religiosas heterodoxas; y puede que incluyan en la lista de ellas hombres de paja tan obvios y ridículos como la Teosofía o la Cienciología, sólo para mostrar que no están totalmente desprovistos de sentido común.

Dicen que aunque muchos escépticos reniegan de cualquier tendencia religiosa, aún así, agregan, tras cuidadoso examen, ellos (los escépticos) frecuentemente exhiben una profunda creencia en lo que los credófilos consideran la «doctrina metafísica» que llaman «materialismo». Esta doctrina, dicen, niega la existencia de entidades tales como mentes, almas y espíritus, y afirma que el universo físico constituye la totalidad de la realidad. Señalan que ya que el materialismo no puede considerarse probado científica o filosóficamente, este apego por nuestra parte puede deberse a una reacción a ciertos eventos y tendencias en la historia de la ciencia. Esto es una inversión del carro y el caballo, en mi opinión. Apartándome por un momento del tema, permítanme exponer aquí un punto de vista y un enfoque que ya he ofrecido antes. Los lectores tendrán presente el premio de un millón de dólares que ofrece la JREF. Muchos de los postulantes al premio (la mayoría) nos desafían para que refutemos su(s) afirmacion(es).

Nosotros respondemos que no afirmamos nada, que simplemente les pedimos que prueben sus afirmaciones. No intentamos, ni intentaremos, refutar aquello que ellos afirman es verdadero. De similar manera, los escépticos no intentan probar el materialismo. Es simplemente la mejor, más lógica y razonable explicación del universo. Eso es emplear la economía de pensamiento. Y el materialismo puede verificarse; un atributo que los credófilos dicen con frecuencia que no es aceptable ni necesario dentro de su punto de vista sobrenatural. Los escépticos no permiten la invención de situaciones o entidades convenientes pero inverificables para establecer una afirmación, ni aceptan que pueda adjudicarse propiedades mentales o espirituales a la materia física, lo que da origen a la idea de las reliquias y lugares sagrados. Ejemplos de esto son el diente de Buda, el Sudario de Turín, Lourdes, la Piedra Negra de la Meca. Aristóteles, en cuyas enseñanzas se basa buena parte de la cristiandad, enseñó que había «esferas cristalinas» que arrastraban a los planetas y estrellas en sus viajes celestes, y que estaban asociadas con «motores» incorpóreos e indefinidos que proveían las fuerzas para mantenerlos en movimiento.

Él pensaba que esos «motores» eran de naturaleza espiritual, y que la relación de un motor con su esfera era la de un alma en relación con su cuerpo. Esta visión fue reforzada por posteriores intérpretes de Aristóteles como Tomás de Aquino en el siglo XIII, quien enseñó que la materia más básica se concebía, de igual modo, como poseedora de propiedades psicológicas. Aristóteles escribió que un objeto terrestre caía al suelo debido a su «aspiración» por alcanzar su «lugar natural». Esta visión animista del universo también se encuentra en las obras de William Gilbert, el físico inglés. Él apoyaba las ideas del filósofo griego Tales, quien atribuía la atracción magnética a la acción de un «alma magnética» en el mineral magnético natural conocido como calamita o piedra imán, y que la atracción era provocada por la emisión de un «efluvio magnético» del mineral. Gilbert creía también que la Tierra misma tenía un alma magnética.

En su posición tan cercana al Sol, decía, el alma de la Tierra percibía el campo magnético del Sol, y razonaba que uno de sus lados ardería mientras que el otro se congelaría si no actuaba, y por lo tanto decidía inclinar su eje en un ligero ángulo a fin de producir la variación de las estaciones. No se equivoque condenando a Aristóteles y a Harvey como malos pensadores; no lo eran. Trataron bien otros asuntos sobre los que escribieron. Es probable que si hubieran tenido acceso al conocimiento mejorado que se desarrolló luego del período en el que vivieron, hubieran aceptado y celebrado esa adición; eran científicos, aunque no se había alcanzado la estricta disciplina de esa profesión cuando declararon sus conclusiones. El hecho de que se hayan desvanecido esas fantásticas visiones animistas de la materia constituyente del Universo como resultado de los avances científicos no debe llevarnos a desdeñar las ideas de los antiguos; hicieron lo mejor que pudieron, y debido a las invenciones creadas libremente por sus religiones (vienen a la mente historias sobre nacimiento virginal y sobre panes y peces) no encontraron dificultad en sus asunciones algo menos imaginativas.

Sin embargo, va siendo hora que los paranormalistas, ocultistas y entusiastas religiosos de hoy acepten que sus propias asunciones ya no son, ni serán, aceptables. Tenemos que crecer. La religión está detrás de muchas de las principales tragedias de la humanidad. Un nuevo libro de Jon Krakauer se titula Under the Banner of Heaven: A Story of Violent Faith («Bajo el estandarte del Cielo: una historia de fe violenta»). La actual percepción del Islam como una religión particularmente militante (oficialmente impulsada y hermoseada para justificar nuestra presencia en Irak, en mi opinión) invoca horrendos recuerdos del fiasco del culto davidiano y del ataque de gas nervioso de Aum Shrinricko en el subterráneo de Tokio hace unos pocos años, y del suicidio «del fin del mundo» de los fieles en la secta «People`s Temple» de Jim Jones.

Esas son sólo unas pocas instancias dramáticas de los efectos del celo religioso que hizo que los creyentes más conservadores recularan, e incluso dudaran (por unos instantes) de la sabiduría de su fe. No hubieran debido ser necesarios tales eventos de alto perfil, repentinos y sangrientos, para llamar nuestra atención sobre este problema. Otras situaciones más penetrantes que están desarrollándose, a las cuales parece que nos acostumbramos debido a su presencia constante en nuestras vidas, deberían producir la misma alarma. La tragedia israelí-palestina, la guerra católico-protestante en Irlanda del Norte, la guerra étnica tamil-sinhalesa y las atrocidades hindú-musulmanas que diariamente cobran vidas y traen terror y agonía a tantos, son sólo continuaciones de antiguas confrontaciones entre variantes de ilusiones religiosas.

Los esfuerzos desesperados para sostener (por cualquier medio) el gobierno y poder de los sistemas religiosos vigentes que insisten en que poseen El Camino a la salvación y la vida eterna, tal como tan bien demostró la sangrienta Inquisición Católica que nos liberó no hace tanto tiempo, ilustran igualmente bien que una porción demasiado grande de nuestro conflicto es un resultado directo de la presencia de la religión. Y, en eventos tan menores como las elecciones locales, se puede jugar y de hecho se juega la carta de la religión, con gran éxito. Atesoramos nuestros errores, y los defendemos. Con frecuencia hasta la muerte. Y la actitud de que las creencias supersticiosas como la religión son inofensivas está muy equivocada. Richard Dawkins lo observó recientemente: Creo que puede afirmarse que la fe es uno de los mayores males del mundo, comparable al virus de la viruela pero más difícil de erradicar. La fe, al ser creencia que no se basa en la evidencia, es el principal vicio de cualquier religión. ¿Y quién, contemplando a Irlanda del Norte o a Medio Oriente, puede confiar en que el virus cerebral de la fe no es peligroso por demás?3 Siempre he hecho una diferencia entre «fe ciega» y «fe basada en la evidencia».

De ahora en adelante, usaré la palabra «fe» sin agregar «ciega». En lugar de «fe basada en la evidencia», diré «confianza». Tengo confianza en que el sol saldrá mañana, ¡o, más correctamente, en que la Tierra girará para enfrentar al sol!; y tengo fe en que George W. Bush en algún momento dejará de apelar a un dios o invocar la plegaria en cada una de sus apariciones públicas… Los credófilos tratan de establecer un paralelo entre la ciencia y la religión. Esa es una empresa inútil; la una es la exacta opuesta de la otra. No, tal como también escribe Dawkins, Aunque tiene muchas de las virtudes de la religión, [la ciencia] no tiene ninguno de sus vicios. La ciencia se basa en evidencia verificable. Encontramos la religión en buena parte de nuestra historia, nuestra filosofía, nuestra vida diaria y nuestro sistema legal. La mezcla de razas fue prohibida con base en reglas bíblicas, la esclavitud fue justificada por el mismo libro.

Es conveniente tener un antiguo conjunto de reglas para respaldar las acciones y conductas odiosas, especialmente cuando puede argumentarse que es necesario cierto nivel de «interpretación» (¡aunque nunca una negación total!) para que se apliquen en cualquier situación. En ese sentido, rechazo los gastados argumentos que tratan de excusar errores y disparates completamente obvios de la religión insistiendo que «en realidad no significan eso». Significa lo que dice, y ninguna coartada o explicación me convencerán de que no se suponía que los fieles realmente creyeran que el Universo fue creado en siete días. Decídanse: o es correcta, o está equivocada. Ahórrenme el argumento de que le debemos tanto de nuestro arte y cultura a la religión; eso es un error de atribución.

Las grandes obras de arquitectura, pintura, música y escultura que se prodigó para adular santos, deidades y sus descendientes, y los benditos fallecidos, fueron comisionados, auspiciados y pagados por aquéllos que los ofrecían como sacrificios, penitencia, homenaje y relaciones públicas. Esos ofrecimientos eran artículos de seguro, apaciguamiento y soborno para neutralizar transgresiones o para obtener una mejor posición en la fila. Fueron motivados por el miedo. Estoy de acuerdo en que la abundancia de trabajo creativo que podemos disfrutar como resultado de esta aprensión es mucho mayor, pero pienso con frecuencia cuánto mejor hubiera sido si el trabajo hubiera sido dirigido a (y planeado para) nuestra especie, en lugar de serlo para seres míticos en el cielo o bajo tierra. Bien, agradezco a la mitología por darme el Mesías de Händel, pero eso no compensa el sufrimiento, dolor, temor y los millones de muertos que no hacía falta que ocurrieran… Considere esto: un hombre cree (más allá de cualquier duda) que su dios es el único dios, es omnipotente y omnisciente, lo ha creado a él y al universo entero que lo rodea, y es caprichoso, celoso, vengativo y violento.

El mismo dios ofrece al hombre una alternativa entre arder en agonía eterna en un infierno con una precisa definición, o vivir para siempre en una variedad de paraísos, algunos de los cuales incluyen calles de oro y otros una amplia provisión de deleites virginales. ¿Hay alguna elección? ¿El hombre dejará de cumplir alguna de las órdenes o los caprichos de esta deidad? ¿Cómo podemos dudar que la religión es un sistema compulsivo que controla completamente a sus adherentes? Es una tiranía, una trampa, un desastre de tamaño y alcance infinitos. No quiero nada de eso. Examine la noción de un «dios amoroso». Este dios sólo lo ama si sigue las reglas. No se permiten preguntas, dudas ni objeciones. «Porque yo lo digo, ésa es la razón». Él/ella/ello lo ama como un granjero ama a un animal de tiro; uno es útil, obedece, y es dócil. Si se aparta de la senda, su primogénito será asesinado, si no sigue una orden caprichosa, se convierte en una columna de sal. ¿Eso es «amor»? Si es así, prefiero la indiferencia. A diferencia de los religiosos, que lo tienen todo cortado, predigerido y servido, yo estoy dispuesto a que me muestren.

Pero no aceptaré el argumento de las amenazas y el temor, no me creeré la excusa de que «no lo sabemos todo», y no tengo tiempo para argüir sobre las interminables fábulas anecdóticas a las que los fieles son tan afectos. ¿En qué cosas sí creo? Creo en la bondad inherente a mi especie, porque ésa parece ser una táctica y calidad positiva que conduce a mejores oportunidades de supervivencia, y a pesar de nuestra tontería, parece que hemos sobrevivido. Creo que este sistema de envejecer y eventualmente morir (un sistema resultado del proceso evolutivo, no del esfuerzo consciente) es un proceso excelente que crea espacio para miembros de la especie mejorados (ojalá), en un entorno que es cada vez más limitado. Creo que si no nos despabilamos y adquirimos un sentido de la realidad y el pragmatismo, nuestra especie hará lo que todas hacen en algún momento: dejará de existir, prematuramente.

También creo que sí nos despabilaremos, porque esa es una táctica de supervivencia, y somos realmente buenos sobreviviendo… También creo en los cachorritos y los ojos brillantes de un niño, en la risa y las sonrisas, en los girasoles y en las mariposas. Las montañas y los icebergs, los copos de nieve y las nubes, son delicias para mí. Sí, sé que esta percepción es el resultado de la programación de mi cerebro, junto con la experiencia y asociación incorporadas, pero ello no le resta un ápice a mi apreciación de los fenómenos. Sé que otros, de mi especie o no, pueden no compartir mi maravilla y aceptación de estos elementos que tanto placer me dan, porque tienen distintas necesidades y reacciones. Una nube es una masa de vapor de agua condensado en la atmósfera, lo sé. Pero puede ser un navío, un demonio, un águila, si me permito actuar como un ser humano, y aunque muchos lo dudan, frecuentemente lo hago.

El escritor Krakauer, en su libro Bajo el estandarte del Cielo, en relación con la premisa de que la violencia y el fanatismo se hallan fácilmente en la religión, escribe: Aunque el territorio lejano de lo extremo puede ejercer una atracción intoxicante en los individuos susceptibles de todas clases, el extremismo parece ser especialmente predominante entre aquéllos inclinados por temperamento o crianza hacia las búsquedas religiosas. La fe es la antítesis misma de la razón; la falta de juicio, un componente crítico de la devoción espiritual. Y cuando el fanatismo religioso suplanta al raciocinio, de pronto no hay límites. Todo puede suceder. Absolutamente todo. El sentido común no se compara con la voz de Dios… «La fe es la antítesis misma de la razón; la falta de juicio, un componente crítico de la devoción espiritual». Eso lo dice todo.

Lo más preciado

Por: Carl Sagan

De “El Mundo y sus Demonios”

   Toda nuestra ciencia, comparada con la realidad, es primitiva e infantil… y sin embargo es lo más preciado que tenemos.  

-Albert Einstein (1879-1955)

       Cuando bajé del avión, el hombre me esperaba con un pedazo de cartón en el que estaba escrito mi nombre. Yo iba a una conferencia de científicos y comentaristas de televisión dedicada a la aparentemente imposible tarea de mejorar la presentación de la ciencia en la televisión comercial. Amablemente, los organizadores me habían enviado un chofer.—¿Le molesta que le haga una pregunta? —me dijo mientras esperábamos la maleta.No, no me molestaba.                 —¿No es un lío tener el mismo nombre que el científico aquel?Tardé un momento en comprenderlo. ¿Me estaba tomando el pelo? Finalmente lo entendí.—Yo soy el científico aquel —respondí. Calló un momento y luego sonrió.—Perdone. Como ése es mi problema, pensé que también sería el suyo.Me tendió la mano.—Me llamo William F. Buckiey.(Bueno, no era exactamente William F. Buckiey, pero llevaba el nombre de un conocido y polémico entrevistador de televisión, lo que sin duda le había valido gran número de inofensivas bromas.)Mientras nos instalábamos en el coche para emprender el largo recorrido, con los limpiaparabrisas funcionando rítmicamente, me dijo que se alegraba de que yo fuera «el científico aquel» porque tenía muchas preguntas sobre ciencia. ¿Me molestaba?No, no me molestaba.Y nos pusimos a hablar. Pero no de ciencia. Él quería hablar de los extraterrestres congelados que languidecían en una base de las Fuerzas Aéreas cerca de San Antonio, de «canalización» (una manera de oír lo que hay en la mente de los muertos… que no es mucho, por lo visto), de cristales, de las profecías de Nostradamus, de astrología, del sudario de Turín… Presentaba cada uno de estos portentosos temas con un entusiasmo lleno de optimismo. Yo me veía obligado a decepcionarle cada vez.—La prueba es insostenible —le repetía una y otra vez—. Hay una explicación mucho más sencilla.En cierto modo era un hombre bastante leído. Conocía los distintos matices especulativos, por ejemplo, sobre los «continentes hundidos» de la Atlántida y Lemuria. Se sabía al dedillo cuáles eran las expediciones submarinas previstas para encontrar las columnas caídas y los minaretes rotos de una civilización antiguamente grande cuyos restos ahora sólo eran visitados por peces luminiscentes de alta mar y calamares gigantes. Sólo que… aunque el océano guarda muchos secretos, yo sabía que no hay la más mínima base oceanográfica o geofísica para deducir la existencia de la Atlántida y Lemuria. Por lo que sabe la ciencia hasta este momento, no existieron jamás. A estas alturas, se lo dije de mala gana.Mientras viajábamos bajo la lluvia me di cuenta de que el hombre estaba cada vez más taciturno. Con lo que yo le decía no sólo descartaba una doctrina falsa, sino que eliminaba una faceta preciosa de su vida interior.Y, sin embargo, hay tantas cosas en la ciencia real, igualmente excitantes y más misteriosas, que presentan un desafío intelectual mayor… además de estar mucho más cerca de la verdad. ¿Sabía algo de las moléculas de la vida que se encuentran en el frío y tenue gas entre las estrellas? ¿Había oído hablar de las huellas de nuestros antepasados encontradas en ceniza volcánica de cuatro millones de años de antigüedad? ¿Y de la elevación del Himalaya cuando la India chocó con Asia? ¿O de cómo los virus, construidos como jeringas hipodérmicas, deslizan su ADN más allá de las defensas del organismo del anfitrión y subvierten la maquinaria reproductora de las células; o de la búsqueda por radio de inteligencia extraterrestre; o de la recién descubierta civilización de Ebla, que anunciaba las virtudes de la cerveza de Ebla? No, no había oído nada de todo aquello. Tampoco sabía nada, ni siquiera vagamente, de la indeterminación cuántica, y sólo reconocía el ADN como tres letras mayúsculas que aparecían juntas con frecuencia.El señor «Buckiey» —que sabía hablar, era inteligente y curioso— no había oído prácticamente nada de ciencia moderna. Tenía un interés natural en las maravillas del universo. Quería saber de ciencia, pero toda la ciencia había sido expurgada antes de llegar a él. A este hombre le habían fallado nuestros recursos culturales, nuestro sistema educativo, nuestros medios de comunicación. Lo que la sociedad permitía que se filtrara eran principalmente apariencias y confusión. Nunca le habían enseñado a distinguir la ciencia real de la burda imitación. No sabía nada del funcionamiento de la ciencia.Hay cientos de libros sobre la Atlántida, el continente mítico que según dicen existió hace unos diez mil años en el océano Atlántico. (O en otra parte. Un libro reciente lo ubica en la Antártida.). La historia viene de Platón, que lo citó como un rumor que le llegó de épocas remotas. Hay libros recientes que describen con autoridad el alto nivel tecnológico, moral y espiritual de la Atlántida y la gran tragedia de un continente poblado que se hundió entero bajo las olas. Hay una Atlántida de la «Nueva Era», «la civilización legendaria de ciencias avanzadas», dedicada principalmente a la «ciencia» de los cristales. En una trilogía titulada La ilustración del cristal, de Katrina Raphaell —unos libros que han tenido un papel principal en la locura del cristal en Norteamérica—, los cristales de la Atlántida leen la mente, transmiten pensamientos, son depositarios de la historia antigua y modelo y fuente de las pirámides de Egipto. No se ofrece nada parecido a una prueba que fundamente esas afirmaciones. (Podría resurgir la manía del cristal tras el reciente descubrimiento de la ciencia sismológica de que el núcleo interno de la Tierra puede estar compuesto por un cristal único, inmenso, casi perfecto… de hierro.)Algunos libros —Leyendas de la Tierra, de Dorothy Vitaliano, por ejemplo— interpretan comprensivamente las leyendas originales de la Atlántida en términos de una pequeña isla en el Mediterráneo que fue destruida por una erupción volcánica, o una antigua ciudad que se deslizó dentro del golfo de Corinto después de un terremoto. Por lo que sabemos, ésa puede ser la fuente de la leyenda, pero de ahí a la destrucción de un continente en el que había surgido una civilización técnica y mística preternaturalmente avanzada hay una gran distancia.Lo que casi nunca encontramos —en bibliotecas públicas, escaparates de revistas o programas de televisión en horas punta— es la prueba de la extensión del suelo marino y la tectónica de placas y del trazado del fondo del océano, que muestra de modo inconfundible que no pudo haber ningún continente entre Europa y América en una escala de tiempo parecida a la propuesta.Es muy fácil encontrar relatos espurios que hacen caer al crédulo en la trampa. Mucho más difícil es encontrar tratamientos escépticos. El escepticismo no vende. Es cien, mil veces más probable que una persona brillante y curiosa que confíe enteramente en la cultura popular para informarse de algo como la Atlántida se encuentre con una fábula tratada sin sentido crítico que con una valoración sobria y equilibrada.Quizá el señor «Buckiey» debería aprender a ser más escéptico con lo que le ofrece la cultura popular. Pero, aparte de eso, es difícil echarle la culpa. Él se limitaba a aceptar lo que la mayoría de las fuentes de información disponibles y accesibles decían que era la verdad. Por su ingenuidad, se veía confundido y embaucado sistemáticamente.La ciencia origina una gran sensación de prodigio. Pero la pseudociencia también. Las popularizaciones dispersas y deficientes de la ciencia dejan unos nichos ecológicos que la pseudociencia se apresura a llenar. Si se llegara a entender ampliamente que cualquier afirmación de conocimiento exige las pruebas pertinentes para ser aceptada, no habría lugar para la pseudociencia. Pero, en la cultura popular, prevalece una especie de ley de Gresham según la cual la mala ciencia produce buenos resultados.En todo el mundo hay una enorme cantidad de personas inteligentes, incluso con un talento especial, que se apasionan por la ciencia. Pero no es una pasión correspondida. Los estudios sugieren que un noventa y cinco por ciento de los americanos son «analfabetos científicos». Es exactamente la misma fracción de afroamericanos analfabetos, casi todos esclavos, justo antes de la guerra civil, cuando se aplicaban severos castigos a quien enseñara a leer a un esclavo. Desde luego, en las cifras sobre analfabetismo hay siempre cierto grado de arbitrariedad, tanto si se aplica al lenguaje como a la ciencia. Pero un noventa y cinco por ciento de analfabetismo es extremadamente grave.Todas las generaciones se preocupan por la decadencia de los niveles educativos. Uno de los textos más antiguos de la historia humana, datado en Sumeria hace unos cuatro mil años, lamenta el desastre de que los jóvenes sean más ignorantes que la generación inmediatamente precedente. Hace dos mil cuatrocientos años, el anciano y malhumorado Platón, en el libro VII de Las leyes, dio su definición de analfabetismo científico: El hombre que no pudiera discernir el uno ni el dos ni el tres ni en general los pares y los impares, o el que no supiera nada de contar, o quien no fuera capaz de medir el día y la noche o careciera de experiencia acerca de las revoluciones de la Luna o del Sol o de los demás astros… Lo que hay que decir que es menester que aprendan los hombres libres en cada materia es todo aquello que aprende en Egipto junto con las letras la innumerable grey de los niños. En primer lugar, por lo que toca al cálculo, se han inventado unos sencillos procedimientos para que los niños aprendan jugando y a gusto… Yo… cuando en tiempos me enteré tardíamente de lo que nos ocurre en relación con ello, me quedé muy impresionado, y entonces me pareció que aquello no era cosa humana, sino propia más bien de bestias porcinas, y sentí vergüenza no sólo por mí mismo sino en nombre de los helenos todos.[1] No sé hasta qué punto la ignorada de la ciencia y las matemáticas contribuyó al declive de la antigua Atenas, pero sé que las consecuencias del analfabetismo científico son mucho más peligrosas en nuestra época que en cualquier otra anterior. Es peligroso y temerario que el ciudadano medio mantenga su ignorancia sobre el calentamiento global, la reducción del ozono, la contaminación del aire, los residuos tóxicos y radiactivos, la lluvia ácida, la erosión del suelo, la deforestación tropical, el crecimiento exponencial de la población. Los trabajos y sueldos dependen de la ciencia y la tecnología. Si nuestra nación no puede fabricar, a bajo precio y alta calidad, los productos que la gente quiere comprar, las industrias seguirán desplazándose para transferir un poco más de prosperidad a otras partes del mundo. Considérense las ramificaciones sociales de la energía generada por la fisión y fusión nucleares, las supercomputadoras, las «autopistas» de datos, el aborto, el radón, las reducciones masivas de armas estratégicas, la adicción, la intromisión del gobierno en la vida de sus ciudadanos, la televisión de alta resolución, la seguridad en líneas aéreas y aeropuertos, los trasplantes de tejido fetal, los costes de la sanidad, los aditivos de alimentos, los fármacos para tratar psicomanías, depresiones o esquizofrenia, los derechos de los animales, la superconductividad, las píldoras del día siguiente, las predisposiciones antisociales presuntamente hereditarias, las estaciones espaciales, el viaje a Marte, el hallazgo de remedios para el sida y el cáncer…¿Cómo podemos incidir en la política nacional —o incluso tomar decisiones inteligentes en nuestras propias vidas— si no podemos captar los temas subyacentes? En el momento de escribir estas páginas, el Congreso está tratando la disolución de su departamento de valoración tecnológica, la única organización con la tarea específica de asesorar a la Casa Blanca y al Senado sobre ciencia y tecnología. Su competencia e integridad a lo largo de los años ha sido ejemplar. De los quinientos treinta y cinco miembros del Congreso de Estados Unidos, por extraño que parezca a finales del siglo XX, sólo el uno por ciento tiene unos antecedentes científicos significativos. El último presidente con preparación científica debió de ser Thomas Jefferson.[2]¿Cómo deciden esos asuntos los americanos? ¿Cómo instruyen a sus representantes? ¿Quién toma en realidad estas decisiones, y sobre qué base? —ooo— Hipócrates de Cos es el padre de la medicina. Todavía se le recuerda 2500 años después por el Juramento de Hipócrates (del que existe una forma modificada que los estudiantes de medicina pronuncian cuando se licencian). Pero, principalmente, se le recuerda por sus esfuerzos por retirar el manto de superstición de la medicina para llevarla a la luz de la ciencia. En un pasaje típico, Hipócrates escribió: «Los hombres creen que la epilepsia es divina, meramente porque no la pueden entender. Pero si llamasen divino a todo lo que no pueden entender, habría una infinidad de cosas divinas.» En lugar de reconocer que somos ignorantes en muchas áreas, hemos tendido a decir cosas como que el universo está impregnado de lo inefable. Se asigna la responsabilidad de lo que todavía no entendemos a un Dios de lo ignorado. A medida que fue avanzando el conocimiento de la medicina a partir del siglo IV, cada vez era más lo que entendíamos y menos lo que teníamos que atribuir a la intervención divina: tanto en las causas como en el tratamiento de la enfermedad. La muerte en el parto y la mortalidad infantil han disminuido, el tiempo de vida ha aumentado y la medicina ha mejorado la calidad de vida de millones de personas en todo el planeta.En el diagnóstico de la enfermedad, Hipócrates introdujo elementos del método científico. Exhortaba a la observación atenta y meticulosa: «No dejéis nada a la suerte. Controladlo todo. Combinad observaciones contradictorias. Concedeos el tiempo suficiente.» Antes de la invención del termómetro, hizo gráficas de las curvas de temperatura de muchas enfermedades. Recomendó a los médicos que, a partir de los síntomas del momento, intentaran predecir el pasado y el probable curso futuro de cada enfermedad. Daba gran importancia a la honestidad. Estaba dispuesto a admitir las limitaciones del conocimiento del médico. No mostraba ningún recato en confiar a la posteridad que más de la mitad de sus pacientes habían muerto por causa de las enfermedades que él trataba. Sus opciones, desde luego, eran limitadas; los únicos fármacos de que disponía eran principalmente laxantes, eméticos y narcóticos. Se practicaba la cirugía y la cauterización. En los tiempos clásicos se hicieron avances considerables hasta la caída de Roma.Mientras en el mundo islámico florecía la medicina, en Europa se entró realmente en una edad oscura. Se perdió la mayor parte del conocimiento de anatomía y cirugía. Abundaba la confianza en la oración y las curaciones milagrosas. Desaparecieron los médicos seculares. Se usaban ampliamente cánticos, pociones, horóscopos y amuletos. Se restringieron o ilegalizaron las disecciones de cadáveres, lo que impedía que los que practicaban la medicina adquirieran conocimiento de primera mano del cuerpo humano. La investigación médica llegó a un punto muerto.Era muy parecido a lo que el historiador Edward Gibbon describió para todo el Imperio oriental, cuya capital era Constantinopla: En el transcurso de diez siglos no se hizo ni un solo descubrimiento que exaltara la dignidad o promoviera la felicidad de la humanidad. No se había añadido ni una sola idea a los sistemas especulativos de la antigüedad y toda una serie de pacientes discípulos se convirtieron en su momento en los maestros dogmáticos de la siguiente generación servil. La práctica médica premoderna no logró salvar a muchos ni siquiera en su mejor momento. La reina Ana fue la última Estuardo de Gran Bretaña. En los últimos diecisiete años del siglo XVII se quedó embarazada dieciocho veces. Sólo cinco niños le nacieron vivos. Sólo uno sobrevivió a la infancia. Murió antes de llegar a la edad adulta y antes de la coronación de la reina en 1702. No parece haber ninguna prueba de trastorno genético. Contaba con los mejores cuidados médicos que se podían comprar con dinero.Las trágicas enfermedades que en otra época se llevaban un número incontable de bebés y niños se han ido reduciendo progresivamente y se curan gracias a la ciencia: por el descubrimiento del mundo de los microbios, por la idea de que médicos y comadronas se lavaran las manos y esterilizaran sus instrumentos, mediante la nutrición, la salud pública y las medidas sanitarias, los antibióticos, fármacos, vacunas, el descubrimiento de la estructura molecular del ADN, la biología molecular y, ahora, la terapia genética. Al menos en el mundo desarrollado, los padres tienen muchas más posibilidades de ver alcanzar la madurez a sus hijos de las que tenía la heredera al trono de una de las naciones más poderosas de la Tierra a finales del siglo XVII. La viruela ha desaparecido del mundo. El área de nuestro planeta infestada de mosquitos transmisores de la malaria se ha reducido de manera espectacular. La esperanza de vida de un niño al que se diagnostica leucemia ha ido aumentando progresivamente año tras año. La ciencia permite que la Tierra pueda alimentar a una cantidad de humanos cientos de veces mayor, y en condiciones mucho menos miserables, que hace unos cuantos miles de años.Podemos rezar por una víctima del cólera o podemos darle quinientos miligramos de tetraciclina cada doce horas. (Todavía hay una religión, la «ciencia cristiana», que niega la teoría del germen de la enfermedad; si falla la oración, los fieles de esta secta preferirían ver morir a sus hijos antes que darles antibióticos.) Podemos intentar una terapia psicoanalítica casi fútil con el paciente esquizofrénico, o darle de trescientos a quinientos miligramos de clozapina al día. Los tratamientos científicos son cientos o miles de veces más eficaces que los alternativos. (E incluso cuando parece que las alternativas funcionan, no sabemos si realmente han tenido algún papel: Pueden producirse remisiones espontáneas, incluso del cólera y la esquizofrenia, sin oración y sin psicoanálisis.) Abandonar la ciencia significa abandonar mucho más que el aire acondicionado, el aparato de CD, los secadores del pelo y los coches rápidos.En la época preagrícola, de cazadores-recolectores, la expectativa de vida humana era de veinte a treinta años, la misma que en Europa occidental a finales de la época romana medieval. La media no ascendió a cuarenta años hasta alrededor del año 1870. Llegó a cincuenta en 1915, sesenta en 1930, setenta en 1955 y hoy se acerca a ochenta (un poco más para las mujeres, un poco menos para los hombres). El resto del mundo sigue los pasos del incremento europeo de la longevidad. ¿Cuál es la causa de esta transición humanitaria asombrosa, sin precedentes? La teoría del germen como causante de la enfermedad, las medidas de salud pública, las medicinas y la tecnología médica. La longevidad quizá sea la mejor medida de la calidad de vida física. (Si uno está muerto, no puede hacer nada para ser feliz.) Es un ofrecimiento muy valioso de la ciencia a la humanidad: nada menos que el don de la vida.Pero los microorganismos se transforman. Aparecen nuevas enfermedades que se extienden como el fuego. Hay una batalla constante entre medidas microbianas y contramedidas humanas. Nos ponemos a la altura de esta competición no sólo diseñando nuevos fármacos y tratamientos, sino avanzando progresivamente con mayor profundidad en la comprensión de la naturaleza de la vida: una investigación básica.Si queremos que el mundo escape de las temibles consecuencias del crecimiento de la población global y de los diez mil o doce mil millones de personas en el planeta a finales del siglo XXI, debemos inventar medios seguros y más eficientes de cultivar alimentos, con el consiguiente abastecimiento de semillas, riego, fertilizantes, pesticidas, sistemas de transporte y refrigeración. También se necesitarán métodos contraceptivos ampliamente disponibles y aceptables, pasos significativos hacia la igualdad política de las mujeres y mejoras en las condiciones de vida de los más pobres. ¿Cómo puede conseguirse todo eso sin ciencia y tecnología?Sé que la ciencia y la tecnología no son simples cornucopias que vierten dones al mundo. Los científicos no sólo concibieron las armas nucleares; también agarraron a los líderes políticos por las solapas para que entendieran que su nación —cualquiera que ésta fuera— tenía que ser la primera en tenerlas. Luego fabricaron más de sesenta mil. Durante la guerra fría, los científicos de Estados Unidos, la Unión Soviética, China y otras naciones estaban dispuestos a exponer a sus compatriotas a la radiación —en la mayoría de los casos sin su conocimiento— con el fin de prepararse para la guerra nuclear. Los médicos de Tuskegee, Alabama, engañaron a un grupo de veteranos que creían recibir tratamiento médico para la sífilis, cuando en realidad servían de grupo de control sin tratamiento. Son conocidas las atrocidades perpetradas por los médicos nazis. Nuestra tecnología ha producido la talidomida, el CFC, el agente naranja, el gas nervioso, la contaminación del aire y el agua, la extinción de especies e industrias tan poderosas que pueden arruinar el clima del planeta. Aproximadamente, la mitad de los científicos de la Tierra trabajan al menos a tiempo parcial para los militares. Aunque todavía se ve a algunos científicos como personas independientes que critican con valentía los males de la sociedad y advierten con antelación de las potenciales catástrofes tecnológicas, también se considera que muchos de ellos son oportunistas acomodaticios o complacientes originadores de beneficios corporativos y armas de destrucción masiva, sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo. Los peligros tecnológicos que plantea la ciencia, su desafío implícito al saber tradicional y la dificultad que se percibe en ella son razones para que alguna gente desconfíe de la ciencia y la evite. Hay una razón por la que la gente se pone nerviosa ante la ciencia y la tecnología. De modo que el mundo vive obcecado con la imagen del científico loco: desde los chiflados de bata blanca de los programas infantiles del sábado por la mañana y la plétora de tratos faustianos de la cultura popular, desde el epónimo doctor Fausto en persona al Dr. Frankenstein, Dr. Strangelove y Jurassic Park.Pero no nos podemos limitar a concluir que la ciencia pone demasiado poder en manos de tecnólogos moralmente débiles o políticos corruptos enloquecidos por el poder y decidir, en consecuencia, prescindir de ella. Los avances en medicina y agricultura han salvado muchas más vidas que las que se han perdido en todas las guerras de la historia.[3] Los avances en transportes, comunicación y espectáculos han transformado y unificado el mundo. En las encuestas de opinión, la ciencia queda clasificada siempre entre las ocupaciones más admiradas y fiables, a pesar de los recelos. La espada de la ciencia es de doble filo. Su temible poder nos impone a todos, incluidos los políticos, pero desde luego especialmente a los científicos, una nueva responsabilidad: más atención a las consecuencias a largo plazo de la tecnología, una perspectiva global y transgeneracional y un incentivo para evitar las llamadas fáciles al nacionalismo y el chauvinismo. El coste de los errores empieza a ser demasiado alto. —ooo—
¿Nos interesa la verdad? ¿Tiene alguna importancia?… donde la ignorancia es una bendición es una locura ser sabio,escribió el poeta Thomas Gray. Pero ¿es así? Edmund Way Teale, en su libro de 1950 Círculo de las estaciones, planteó mejor el dilema:Moralmente es tan malo no querer saber si algo es verdad o no, siempre que permita sentirse bien, como lo es no querer saber cómo se gana el dinero siempre que se consiga.Por ejemplo, es descorazonador descubrir la corrupción y la incompetencia del gobierno, pero ¿es mejor no saber nada de ello? ¿A qué intereses sirve la ignorancia? Si los humanos tenemos, por ejemplo, una propensión hereditaria al odio a los forasteros, ¿no es el autoconocimiento el único antídoto? Si ansiamos creer que las estrellas salen y se ponen para nosotros, que somos la razón por la que hay un universo, ¿es negativo el servicio que nos presta la ciencia para rebajar nuestras expectativas?En La genealogía de la moral, Friedrich Nietzsche, como tantos antes y después, critica el «progreso ininterrumpido en la autodesvalorización del hombre» causado por la revolución científica. Nietzsche lamenta la pérdida de la «creencia del hombre en su dignidad, su unicidad, su insustituibilidad en el esquema de la existencia». Para mí es mucho mejor captar el universo como es en realidad que persistir en el engaño, por muy satisfactorio y reconfortante que sea. ¿Qué actitud es la que nos equipa mejor para sobrevivir a largo plazo? ¿Qué nos da una mayor influencia en nuestro futuro? Y si nuestra ingenua autoconfianza queda un poco socavada en el proceso, ¿es tan grande la pérdida, en realidad? ¿No hay motivo para darle la bienvenida como una experiencia que hace madurar e imprime carácter?Descubrir que el universo tiene de ocho mil a quince mil millones de años y no de seis mil a doce mil [4] mejora nuestra apreciación de su alcance y grandeza; mantener la idea de que somos una disposición particularmente compleja de átomos y no una especie de hálito de divinidad, aumenta cuando menos nuestro respeto por los átomos; descubrir, como ahora parece posible, que nuestro planeta es uno de los miles de millones de otros mundos en la galaxia de la Vía Láctea y que nuestra galaxia es una entre miles de millones más, agranda majestuosamente el campo de lo posible; encontrar que nuestros antepasados también eran los ancestros de los monos nos vincula al resto de seres vivos y da pie a importantes reflexiones —aunque a veces lamentables— sobre la naturaleza humana.Sencillamente, no hay vuelta atrás. Nos guste o no, estamos atados a la ciencia. Lo mejor sería sacarle el máximo provecho. Cuando finalmente lo aceptemos y reconozcamos plenamente su belleza y poder, nos encontraremos con que, tanto en asuntos espirituales como prácticos; salimos ganando.Pero la superstición y la pseudociencia no dejan de interponerse en el camino para distraer a todos los «Buckiey» que hay entre nosotros, proporcionar respuestas fáciles, evitar el escrutinio escéptico, apelar a nuestros temores y devaluar la experiencia, convirtiéndonos en practicantes rutinarios y cómodos además de víctimas de la credulidad. Sí, el mundo sería más interesante si hubiera ovnis al acecho en las aguas profundas de las Bermudas tragándose barcos y aviones, o si los muertos pudieran hacerse con el control de nuestras manos y escribirnos mensajes. Sería fascinante que los adolescentes fueran capaces de hacer saltar el auricular del teléfono de su horquilla sólo con el pensamiento, o que nuestros sueños pudieran predecir acertadamente el futuro con mayor asiduidad que la que puede explicarse por la casualidad y nuestro conocimiento del mundo.Todo eso son ejemplos de pseudociencia. Pretenden utilizar métodos y descubrimientos de la ciencia, mientras que en realidad son desleales a su naturaleza, a menudo porque se basan en pruebas insuficientes o porque ignoran claves que apuntan en otra dirección. Están infestados de credulidad. Con la cooperación desinformada (y a menudo la connivencia cínica) de periódicos, revistas, editores, radio, televisión, productores de cine y similares, esas ideas se encuentran fácilmente en todas partes. Mucho más difíciles de encontrar, como pude constatar en mi encuentro con el señor «Buckiey», son los descubrimientos alternativos más desafiantes e incluso más asombrosos de la ciencia.La pseudociencia es más fácil de inventar que la ciencia, porque hay una mayor disposición a evitar confrontaciones perturbadoras con la realidad que no permiten controlar el resultado de la comparación. Los niveles de argumentación, lo que pasa por pruebas, son mucho más relajados. En parte por las mismas razones, es mucho más fácil presentar al público en general la pseudociencia que la ciencia. Pero eso no basta para explicar su popularidad.Naturalmente, la gente prueba distintos sistemas de creencias para ver si le sirven. Y, si estamos muy desesperados, todos llegamos a estar de lo más dispuestos a abandonar lo que podemos percibir como una pesada carga de escepticismo. La pseudociencia colma necesidades emocionales poderosas que la ciencia suele dejar insatisfechas. Proporciona fantasías sobre poderes personales que nos faltan y anhelamos (como los que se atribuyen a los superhéroes de los cómics  hoy en día, y anteriormente a los dioses). En algunas de sus manifestaciones ofrece una satisfacción del hambre espiritual, la curación de las enfermedades, la promesa de que la muerte no es el fin. Nos confirma nuestra centralidad e importancia cósmica. Asegura que estamos conectados, vinculados, al universo.[5] A veces es una especie de hogar a medio camino entre la antigua religión y la nueva ciencia, del que ambas desconfían.En el corazón de alguna pseudociencia (y también de alguna religión antigua o de la «Nueva Era») se encuentra la idea de que el deseo lo convierte casi todo en realidad. Qué satisfactorio sería, como en los cuentos infantiles y leyendas folclóricas, satisfacer el deseo de nuestro corazón sólo deseándolo. Qué seductora es esta idea, especialmente si se compara con el trabajo y la suerte que se suele necesitar para colmar nuestras esperanzas. El pez encantado o el genio de la lámpara nos concederán tres deseos: lo que queramos, excepto más deseos. ¿Quién no ha pensado —sólo por si acaso, sólo por si nos encontramos o rozamos accidentalmente una vieja lámpara de hierro— qué pediría?Recuerdo que en las tiras de cómic y libros de mi infancia salía un mago con sombrero y bigote que blandía un bastón de ébano. Se llamaba Zatara. Era capaz de provocar cualquier cosa, lo que fuera. ¿Cómo lo hacía? Fácil. Daba sus órdenes al revés. O sea, si quería un millón de dólares, decía «seralód ed nóllim, nú emad». Con eso bastaba. Era como una especie de oración, pero con resultados mucho más seguros.A los ocho años dediqué mucho tiempo a experimentar de esta guisa, dando órdenes a las piedras para que se elevasen: «etavéle, ardeip». Nunca funcionó. Decidí que era culpa de mi pronunciación. —ooo— Podría afirmarse que se abraza la pseudociencia en la misma proporción que se comprende mal la ciencia real… sólo que aquí acaba la comparación. Si uno nunca ha oído hablar de ciencia (por no hablar de su funcionamiento), difícilmente será consciente de estar abrazando la pseudociencia. Simplemente, estará pensando de una de las maneras que han pensado siempre los humanos. Las religiones suelen ser los viveros de protección estatal de la pseudociencia, aunque no hay razón para que tengan que representar este papel. En cierto modo es un dispositivo procedente de tiempos ya pasados. En algunos países, casi todo el mundo cree en la astrología y la adivinación, incluyendo los líderes gubernamentales. Pero eso no se les ha inculcado sólo a través de la religión; deriva de la cultura que los rodea, en la que todo el mundo se siente cómodo con estas prácticas y se encuentran testimonios que lo afirman en todas partes.La mayoría de los casos a los que me refiero en este libro son norteamericanos… porque son los que conozco mejor, no porque la pseudociencia y el misticismo tengan mayor incidencia en Estados Unidos que en otra parte. Uri Geller, doblador de cucharas y psíquico que se comunica con extraterrestres, saluda desde Israel. A medida que crecen las tensiones entre los secularistas argelinos y los fundamentalistas musulmanes aumenta el número de gente que consulta discretamente a los diez mil adivinos y clarividentes (de los que cerca de la mitad operan con licencia del gobierno). Altos cargos franceses, incluido un antiguo presidente de la República, ordenaron la inversión de millones de dólares en una patraña (el escándalo Elf-Aquitaine) para encontrar nuevas reservas de petróleo desde el aire. En Alemania hay preocupación por los «rayos de la Tierra» carcinógenos que la ciencia no detecta; sólo pueden ser captados por experimentados zahones blandiendo sus palos ahorquillados. En las Filipinas florece la «cirugía psíquica». Los fantasmas son una obsesión nacional en Gran Bretaña. Desde la segunda guerra mundial, en Japón han aparecido una enorme cantidad de nuevas religiones que prometen lo sobrenatural. El número estimado de adivinos que prosperan en el Japón es de cien mil, con una clientela mayoritaria de mujeres jóvenes. Aum Shirikyo, una secta que se supone implicada en la fuga de gas nervioso sarín en el metro de Tokyo en marzo de 1995, cuenta entre sus principales dogmas con la levitación, la curación por la fe y la percepción extrasensorial (PES). Los seguidores bebían, a un alto precio, el agua del «estanque milagroso»… del baño de Asahara, su líder. En Tailandia se tratan enfermedades con pastillas fabricadas con Escrituras Sagradas pulverizadas. Todavía hoy se queman «brujas» en Sudáfrica. Las fuerzas australianas que mantienen la paz en Haití rescatan a una mujer atada a un árbol; está acusada de volar de tejado en tejado y chupar la sangre a los niños. En la India abunda la astrología, la geomancia está muy extendida en China.Quizá la pseudociencia global reciente de más éxito —-según muchos criterios, ya una religión— es la doctrina hindú de la meditación trascendental (MT). Las soporíferas homilías de su fundador y líder espiritual, el Maharishi Mahesh Yogi, se pueden seguir por televisión. Sentado en posición de yogui, con sus cabellos blancos veteados de negro, rodeado de guirnaldas y ofrendas florales, su aspecto es imponente. Un día, cambiando de canales, nos encontramos con esta cara. «¿Sabéis quién es?», preguntó nuestro hijo de cuatro años. «Dios.» La organización mundial de MT tiene una valoración estimada de tres mil millones de dólares. Previo pago de una tasa, prometen que a través de la meditación pueden hacer que uno atraviese paredes, se vuelva invisible y vuele. Pensando al unísono, según dicen, han reducido el índice de delitos en Washington, D.C. y han provocado el colapso de la Unión Soviética, entre otros milagros seculares. No se ha ofrecido la más mínima prueba real de tales afirmaciones. MT vende medicina popular, dirige compañías comerciales, clínicas médicas y universidades de «investigación», y ha hecho una incursión sin éxito en la política. Con su líder de extraño carisma, su promesa de comunidad y el ofrecimiento de poderes mágicos a cambio de dinero y una fe ferviente, es el paradigma de muchas pseudociencias comercializadas para la exportación sacerdotal.Cada vez que se renuncia a los controles civiles y a la educación científica se produce otro pequeño tirón de la pseudociencia.Liev Trotski lo describió refiriéndose a Alemania en vísperas de la toma del poder por parte de Hitler (pero la descripción podría haberse aplicado igualmente a la Unión Soviética de 1933):No sólo en las casas de los campesinos, sino también en los rascacielos de la ciudad, junto al siglo XX convive el XIII. Cien millones de personas usan la electricidad y creen todavía en los poderes mágicos de los signos y exorcismos… Las estrellas de cine acuden a médiums. Los aviadores que pilotan milagrosos mecanismos creados por el genio del hombre llevan amuletos en la chaqueta. ¡Qué inagotable reserva de oscuridad, ignorancia y salvajismo poseen!Rusia es un caso instructivo. En la época de los zares se estimulaba la superstición religiosa, pero se suprimió sin contemplaciones el pensamiento científico y escéptico, sólo permitido a unos cuantos científicos adiestrados. Con el comunismo se suprimieron sistemáticamente la religión y la pseudociencia… excepto la superstición de la religión ideológica estatal. Se presentaba como científica, pero estaba tan lejos de este ideal como el culto misterioso menos provisto de autocrítica. Se consideraba un peligro el pensamiento crítico —excepto por parte de los científicos en compartimentos de conocimiento herméticamente aislados—, no se enseñaba en las escuelas y se castigaba cuando alguien lo expresaba. Como resultado, con el poscomunismo, muchos rusos contemplan la ciencia con sospecha. Al levantar la tapa, como ocurrió con los virulentos odios étnicos, salió a la superficie lo que hasta entonces había estado hirviendo por debajo de ella. Ahora toda la zona está inundada de ovnis, poltergeist, sanadores, curanderos, aguas mágicas y antiguas supersticiones. Un asombroso declive de la expectativa de vida, el aumento de la mortalidad infantil, las violentas epidemias de enfermedades, las condiciones sanitarias por debajo del mínimo y la ignorancia de la medicina preventiva se unen para elevar el umbral a partir del cual se dispara el escepticismo de una población cada vez más desesperada. En el momento de escribir estas líneas, el miembro más popular y más votado de la Duma, un importante defensor del ultranacionalista Vladimir Zhirinovski, es un tal Anatoli Kashprirovski: un curandero que, a distancia, con la luz deslumbrante de su rostro en la pantalla del televisor, cura enfermedades que van desde una hernia hasta el sida. Su cara pone en funcionamiento relojes estropeados.Existe una situación más o menos análoga en China. Después de la muerte de Mao Zedong y la gradual emergencia de una economía de mercado, aparecieron los ovnis, la canalización y otros ejemplos de pseudociencia Occidental, junto con prácticas chinas tan antiguas como la adoración de los ancestros, la astrología y las adivinaciones, especialmente la versión que consiste en arrojar unas ramitas de milenrama y examinar los viejos hexagramas del I Ching. El periódico del gobierno lamentaba que «la superstición de la ideología feudal cobre nueva vida en nuestro país». Era (y sigue siendo) un mal principalmente rural, no urbano.Los individuos con «poderes especiales» atraían a gran número de seguidores. Según decían, podían proyectar Qi, el «campo de energía del universo», desde su cuerpo para cambiar la estructura molecular de un producto químico a dos mil kilómetros de distancia, comunicarse con extraterrestres, curar enfermedades. Algunos pacientes murieron bajo los cuidados de uno de esos «maestros de Qi Gong», que fue arrestado y condenado en 1993. Wang Hong-cheng, un aficionado a la química, afirmaba haber sintetizado un líquido que, si se añadía al agua en pequeñas cantidades, la convertía en gasolina o un equivalente. Durante un tiempo recibió fondos del ejército y la policía secreta pero, cuando se constató que su invento era una patraña, fue arrestado y encarcelado. Naturalmente, se propagó la historia de que su desgracia no era producto del fraude sino de su negativa a revelar la «fórmula secreta» al gobierno. (En Norteamérica han circulado historias similares durante décadas, normalmente con la sustitución del papel del gobierno por el de una compañía petrolera o automovilística importante.) Se está llevando a los rinocerontes asiáticos a la extinción porque dicen que sus cuernos, pulverizados, previenen la impotencia; el mercado abarca todo el este de Asia.El gobierno de China y el Partido Comunista chino estaban alarmados por estas tendencias. El 5 de diciembre de 1994 emitieron una declaración conjunta que decía, entre otras cosas:Se ha debilitado la educación pública en temas científicos en años recientes. Al mismo tiempo han ido creciendo actividades de superstición e ignorancia y se han hecho frecuentes los casos de anticiencia y pseudociencia. En consecuencia, se deben aplicar medidas eficaces lo antes posible para fortalecer la educación pública en la ciencia. El nivel de educación pública en ciencia y tecnología es una señal importante del logro científico nacional. Es un asunto de la mayor importancia en el desarrollo económico, avance científico y progreso de la sociedad. Debemos prestar atención y potenciar esta educación pública como parte de la estrategia de modernización de nuestro país socialista para conseguir una nación poderosa y próspera. La ignorancia, como la pobreza, nunca es socialista.Así pues, la pseudociencia en Estados Unidos es parte de una tendencia global. Sus causas, peligros, diagnóstico y tratamiento son iguales en todas partes. Aquí, los psíquicos venden sus servicios en largos anuncios de televisión con el respaldo personal de los presentadores. Tienen su canal propio, el Psychic Friends Network, con un millón de abonados anuales que lo usan como guía en su vida cotidiana. Hay una especie de astrólogo-adivino-psíquico dispuesto a aconsejar a altos ejecutivos de grandes corporaciones, analistas financieros, abogados y banqueros sobre cualquier tema. «Si la gente supiera cuántas personas, especialmente entre los más ricos y poderosos, van a los psíquicos, se quedaría con la boca abierta para siempre», dice un psíquico de Cleveland, Ohio. Tradicionalmente, la realeza ha sido vulnerable a los fraudes psíquicos. En la antigua China y en Roma la astrología era propiedad exclusiva del emperador; cualquier uso privado de este poderoso arte se consideraba una ofensa capital. Procedentes de una cultura del sur de California particularmente crédula, Nancy y Ronald Reagan consultaban a un astrólogo para temas privados y públicos, sin que los votantes tuvieran conocimiento de ello. Parte del proceso de toma de decisiones que influyen en el futuro de nuestra civilización está sencillamente en manos de charlatanes. De todas formas, la práctica es relativamente baja en América; su extensión es mundial. —ooo— Por divertida que pueda parecer la pseudociencia, por mucho que confiemos en que nunca seremos tan crédulos como para que nos afecte una doctrina así, sabemos que está ocurriendo a nuestro alrededor. La Meditación Trascendental y Aum Shin-rikyo parecen haber atraído a gran número de personas competentes, algunas con títulos avanzados de física o ingeniería. No son doctrinas para mentecatos. Hay algo más.Más aún, nadie que esté interesado en lo que son las religiones y cómo empiezan puede ignorarlas. Aunque parece que se alzan amplias barreras entre una opinión local pseudocientífica y algo así como una religión mundial, los tabiques de separación son muy delgados. El mundo nos presenta problemas casi insuperables. Se ofrece una amplia variedad de soluciones, algunas de visión mundial muy limitada, otras de un alcance portentoso. En la habitual selección natural darwiniana de las doctrinas, algunas resisten durante un tiempo, mientras la mayoría se desvanecen rápidamente. Pero unas pocas —a veces, como ha mostrado la historia, las más descuidadas y menos atractivas de entre ellas— pueden tener el poder de cambiar profundamente la historia del mundo.El continium que va de la ciencia mal practicada, la pseudociencia y la superstición (antigua y de la «Nueva Era») hasta la respetable religión basada en la revelación es confuso. Intento no utilizar la palabra «culto» en este libro en el sentido habitual de una religión que desagrada al que habla. Sólo pretendo llegar a la piedra angular del conocimiento: ¿saben realmente lo que afirman saber? Todo el mundo, por lo visto, tiene una opinión relevante.En algunos pasajes de este libro me mostraré crítico con los excesos de la teología, porque en los extremos es difícil distinguir la pseudociencia de la religión rígida y doctrinaria. Sin embargo, quiero reconocer de entrada la diversidad y complejidad prodigiosa del pensamiento y práctica religiosa a lo largo de los siglos, el crecimiento de la religión liberal y de la comunidad ecuménica en el último siglo y el hecho de que —como en la Reforma protestante, el ascenso del judaismo de la Reforma, el Vaticano II y el llamado alto criticismo de la Biblia— la religión ha luchado (con distintos niveles de éxito) contra sus propios excesos. Pero, igual que muchos científicos parecen reacios a debatir o incluso comentar públicamente la pseudociencia, muchos defensores de las religiones principales se resisten a enfrentarse a conservadores ultras y funda-mentalistas. Si se mantiene la tendencia, a la larga el campo es suyo; pueden ganar el debate por incomparecencia del contrario.Un líder religioso me escribe sobre su anhelo de «integridad disciplinada» en la religión:Nos hemos vuelto demasiado sentimentales… La devoción extrema y la psicología barata por un lado, y la arrogancia e intolerancia dogmática por el otro, distorsionan la auténtica vida religiosa hasta hacerla irreconocible. A veces casi rozo la desesperación, pero también vivo con tenacidad y siempre con esperanza… La religión sincera, más familiar que sus críticos con las distorsiones y absurdidades perpetradas en su nombre, tiene un interés activo en alentar un escepticismo saludable para sus propósitos… Existe la posibilidad de que la religión y la ciencia forjen una relación poderosa contra la pseudociencia. Por extraño que parezca, creo que pronto se unirán para oponerse a la pseudorreligión.La pseudociencia es distinta de la ciencia errónea. La ciencia avanza con los errores y los va eliminando uno a uno. Se llega continuamente a conclusiones falsas, pero se formulan hipotéticamente. Se plantean hipótesis de modo que puedan refutarse. Se confronta una sucesión de hipótesis alternativas mediante experimento y observación. La ciencia anda a tientas y titubeando hacia una mayor comprensión. Desde luego, cuando se descarta una hipótesis científica se ven afectados los sentimientos de propiedad, pero se reconoce que este tipo de refutación es el elemento central de la empresa científica.La pseudociencia es justo lo contrario. Las hipótesis suelen formularse precisamente de modo que sean invulnerables a cualquier experimento que ofrezca una posibilidad de refutación, por lo que en principio no pueden ser invalidadas. Los practicantes se muestran cautos y a la defensiva. Se oponen al escrutinio escéptico. Cuando la hipótesis de los pseudocientíficos no consigue cuajar entre los científicos se alegan conspiraciones para suprimirla.La capacidad motora en la gente sana es casi perfecta. Raramente tropezamos o caemos, excepto de pequeños o en la vejez. Aprendemos tareas como montar en bicicleta, patinar, saltar a la comba o conducir un coche y conservamos este dominio para toda la vida. Aunque estemos una década sin practicarlo, no nos cuesta ningún esfuerzo recuperarlo. La precisión y retención de nuestras habilidades motoras, sin embargo, nos da un falso sentido de confianza en nuestros otros talentos. Nuestras percepciones son falibles. A veces vemos lo que no existe. Somos víctimas de ilusiones ópticas. En ocasiones alucinamos. Tendemos a cometer errores. Un libro francamente ilustrativo, titulado Cómo sabemos que no es así: la falibilidad de la razón humana en la vida cotidiana, de Thomas Gilovich, muestra cómo la gente yerra sistemáticamente en la comprensión de números, cómo rechaza las pruebas desagradables, cómo le influyen las opiniones de otros. Somos buenos en algunas cosas, pero no en todo. La sabiduría radica en comprender nuestras limitaciones. «Porque el hombre es una criatura atolondrada», nos enseña William Shakespeare. Aquí es donde entra el puntilloso rigor escéptico de la ciencia.Quizá la distinción más clara entre la ciencia y la pseudociencia es que la primera tiene una apreciación mucho más comprensiva de las imperfecciones humanas y la falibilidad que la pseudociencia (o revelación «inequívoca»). Si nos negamos categóricamente a reconocer que somos susceptibles de cometer un error, podemos estar seguros de que el error —incluso un error grave, una equivocación profunda— nos acompañará siempre. Pero si somos capaces de evaluarnos con un poco de coraje, por muy lamentables que sean las reflexiones que podamos engendrar, nuestras posibilidades mejoran enormemente.Si nos limitamos a mostrar los descubrimientos y productos de la ciencia —no importa lo útiles y hasta inspiradores que puedan ser— sin comunicar su método crítico, ¿cómo puede distinguir el ciudadano medio entre ciencia y pseudociencia? Ambas se presentan como afirmación sin fundamento. En Rusia y China solía ser fácil. La ciencia autorizada era la que enseñaban las autoridades. La distinción entre ciencia y pseudociencia se hacía a medida. No hacía falta explicar las dudas. Pero en cuanto se produjeron cambios políticos profundos y se liberaron las restricciones del libre pensamiento hubo una serie de afirmaciones seguras o carismáticas —especialmente las que nos decían lo que queríamos oír— que consiguieron muchos seguidores. Cualquier idea, por improbable que fuera, conseguía autoridad.Para el divulgador de la ciencia es un desafío supremo aclarar la historia actual y tortuosa de sus grandes descubrimientos y equivocaciones, y la testarudez ocasional de sus practicantes en su negativa a cambiar de camino. Muchos, quizá la mayoría de los libros de texto de ciencias para científicos en ciernes, lo abordan con ligereza. Es mucho más fácil presentar de modo atractivo la sabiduría destilada durante siglos de interrogación paciente y colectiva sobre la naturaleza que detallar el complicado aparato de destilación. El método, aunque sea indigesto y espeso, es mucho más importante que los descubrimientos de la ciencia.

[1] Versión de José Manuel Pabón y Manuel Femández-Galiano, Ma­drid, 1984.

[2] Aunque puede afirmarse lo mismo de Theodore Rooseveit, Herbert Hoover y Jimmy Cárter. Gran Bretaña tuvo una primera ministra así con Margaret Thatcher. Sus estudios de química, en parte bajo la tutela de la premio Nobel Dorothy Hodgkins, fueron la clave de la fuerte defensa por parte del Reino Unido de la prohibición mundial del CFC reductor del ozono.

[3] Recientemente, en una cena, pregunté a los comensales reunidos —cuya edad calculo que iba de los treinta a los sesenta— cuántos de ellos estarían vivos si no hubieran existido los antibióticos, marcapasos y el resto de la parafernalia de la medicina moderna. Sólo uno levantó la mano. No era yo.

[4] «Ninguna persona religiosa lo cree», escribe uno de los consultores de este libro. Pero muchos «científicos creacionistas» no sólo lo creen, sino que realizan esfuerzos cada vez más agresivos y exitosos para que se enseñe en las es­cuelas, museos, zoológicos y libros de texto. ¿Por qué? Porque sumando las «ge­nealogías», las edades de los patriarcas y otros en la Biblia, se alcanza esta cifra, y la Biblia es «inequívoca».

[5] Aunque para mí es difícil ver una conexión cósmica más profunda que los asombrosos descubrimientos de la astrofísica nuclear moderna: excepto el hidrógeno, todos los átomos que nos configuran —el hierro de nuestra sangre, el calcio de nuestros huesos, el carbón de nuestro cerebro— fueron fabricados en es­trellas gigantes rojas a una distancia de miles de años luz en el espacio y hace mi­les de millones de años en el tiempo. Somos, como me gusta decir, materia estelar.

¿Y usted cómo sabe que los magos hacen trucos?

El mago pone a su guapa asistente en una plancha debajo de una sierra eléctrica circular de más de un metro de diámetro que gira furiosamente.
Quizá corta algún trozo de madera para constatar el poder destructivo del gigantesco dispositivo. La sierra eléctrica baja de manera dramática hacia el vientre de la guapa asistente hasta que la toca.
La mujer trata de escapar pero está sujeta con cadenas. La sierra entra con una sacudida en el cuerpo, cortando el vientre. Es posible que se vea sangre. La guapa asistente parece morir, sus músculos se relajan, la cabeza cae hacia un lado y los espectadores miran cómo la sierra termina su corte y se ve sobresaliendo por la espalda de la asistente, convertida ahora en dos medias asistentes más o menos guapas, una del ombligo para arriba y la otra del ombligo para abajo.
El público que asiste a un suceso así, sin embargo, no grita con horror, no se siente espectador de un asesinato vil, no sale corriendo a buscar a la policía, no salta como una chusma desbocada a linchar al sonriente mago. Simplemente espera.
Lentamente, la gigantesca sierra se levanta, el  mago mueve las manos estudiadamente, probablemente se arroja algo de humo en el escenario y suena música correspondiente a la emoción. De pronto, la asistente recobra la vida, es liberada, salta grácilmente de su plancha de tortura al escenario, sonriendo ampliamente, como un anuncio de pasta dental.
El mago la recibe tomándola delicadamente de la mano.
El público observa que ni siquiera el ajustado traje de lentejuelas de la proverbialmente guapa asistente muestra siquiera una desgarradura.
Los asistentes aplauden, el mago y la, sí, guapa asistente, se inclinan agradecidos, cambia la música y viene el acto siguiente. A ver, si yo veo de noche en un rincón oscuro a cualquier ciudadano serruchando a una mujer, guapa o no, trataré de impedirlo si el tamaño me ayuda, o llamaré a la policía, o gritaré pidiendo auxilio y alertando a los vecinos… no me quedaré ahí esperando a ver qué más pasa.
Pero el público, en este caso, se queda tan tranquilo.
Evidentemente, el astuto público sabe que está ante un truco de magia de escenario, un acto de ilusionismo. ¿Cómo lo sabe?

Vaya, la pregunta es tan tonta que responderla es difícil.

En serio, ¿cómo sabe usted que no ha asistido a un hecho asombroso de verdadera magia o brujería en el cual una persona ha sido cortada por la mitad y reconstruida debido a las energías del prana o el chi, la percepción extrasensorial, la hipnosis, la influencia de los espíritus o cualquier secreto milenario de los antiguos egipcios?
Piénselo.
Si viéramos este acto de ilusionismo con la estrechez de miras, la obtusa mente y la incapacidad racional de los charlatanes y su séquito, se nos podrían presentar argumentos sensacionales que resultaran en diálogos reveladores:

Gran Tragaembustes (GT): “No hay una explicación científica para lo que hemos visto: cortar a una mujer y pegarla de nuevo es un portento. 
Debe ser un fenómeno paranormal que debemos estudiar con un zahorí, una cacerola desvencijada, una cámara de fotos y un balde bien abastecido de agua con su correspondiente fregona (o trapeador).”

Incrédulo remiso (IR): “Hombre, es un truco”.

GT: “Y ¿cómo lo sabes?”

IR: “Pues porque es imposible rebanar a una muchacha sin que haya cortes de nervios, destrozo surtido e intenso de multitud de órganos internos, cortes en la piel y la consecuente muerte. Sin contar con que el vestidito de tul con lentejuelas habría quedado como la fregona o trapeador que pides. Pegarla de nuevo es imposible, ni un equipo de los mejores cirujanos podría hacerlo.
Nunca se ha hecho, habría sido un notición.”

GT: “¿Quieres decir que lo sabes todo, altanero cientificoide?”

IR: “Ni todo ni mucho, apenas un poco. Pero esto es un truco.”

GT: “O sea, estás fanáticamente cerrado a considerar lo que has visto con tus propios ojos como una verdad que puede tener importantes consecuencias parapsicológicas.”

IR: “Pues ya puesto así, sí. Una cosa es tener la mente abierta y otra dejar que le entre cualquier trozo de basura. No es necesario precisamente un cociente intelectual de 140 para saber que esto es un truco. Un niño te lo podría decir.”

GT: “A ver, demuéstrame que es un truco o un fraude. Dime cómo se hizo.”

IR: “No tengo puta idea de cómo se hizo, pero no necesito conocer el truco para saber que es un truco, eso no tiene nada que ver.”

GT: “O sea que no puedes demostrar cómo se hace.”

IR: “Así, tomando una cerveza después del show, pues no.
Necesitaría que el mago me permitiera conocer el truco que él usa, estudiarlo, analizarlo o hacerlo confesar. Y como él vive honradamente de sus trucos y los llama trucos de ilusionismo, pues difícilmente me los va a revelar o a permitir que los revele. Y como hay muchas formas de hacer un efecto mágico, incluso un mago puede no saber cuál de las formas se usó en este caso particular.”

GT: “Pues yo, como hymbestygador parapsicológico afirmo que se trata de un fenómeno misterioso, paranormal y lo suficientemente interesante como para escribirme un libro sobre el tema y hacer una asociación de hymbestygadores (en la que por supuesto aceptaremos a todos los hymbestygadores que piensen lo mismo que yo) para ocuparnos del tema y conseguirnos un programa en la radio.
La primera frase de mi libro será: `no se ha podido encontrar una explicación científica al fenómeno`. Venderé carretadas de libros.”

IR: “Pero si es un truco, cualquier persona normal puede verlo.”

GT: “Cerrado, dogmático. Nunca te dejaré hablar con mi Zoociedad Nazi-o-nal de Hymbestygasyón Paranadológica. Y ya sabrás de mí y de mis abogados, infeliz.”

El hecho real es que en muchas ocasiones resulta muy difícil saber cómo hacen sus trucos los magos, especialmente si son buenos.

De eso depende su éxito ante el público. Pero todos los que estamos en el público sabemos que es un truco. La diferencia entre los trucos mágicos y muchos fenómenos paranormales es que el mago abiertamente dice que presenta “efectos” o “ilusiones”, que utiliza elementos bien conocidos como la distracción, la habilidad con los dedos (prestidigitación), aparatos, ilusiones visuales, espejos y toda una variedad de herramientas de su oficio que le permiten ser un actor que en el escenario interpreta el papel de mago.
Por su parte, los fenómenos paranormales se presentan como hechos reales aunque parezcan precisamente trucos. Cuando los magos se interesan por el nivel de superchería de los buhoneros del ocultismo, suelen hacer demostraciones asombrosas.

He hablado aquí de “El Místico Abadaba”, que hace unas cirugías psíquicas que son un primor. Se ha mandado hacer un dedo pulgar falso como el que usaba Tony Agpaoa, del que extrae disimuladamente sangre y tripitas de pollo que parecen surgir del vientre del “paciente” con una verosimilitud asombrosa. Cuando un curanderoide brasileño de nombre “Arigo” impresionaba a los ignorantes metiéndose un cuchillo entre el párpado superior y el globo ocular, James Randi aprendió a hacerlo, demostrando que ni es difícil, ni duele, ni tiene de paranormal más de lo que tiene la televisión o los acordes en Do mayor. Pero se ve impresionante.

Como los magos viven del secreto de sus ilusiones, no son muy dados a contar cómo las hacen. De hecho hay toda una ética al respecto. Alguna vez, absolutamente confuso por un truco y aprovechando que estaba mostrándole México a Randi, le pregunté cómo se hacía. El viejo mago me preguntó “¿Te interesa simplemente saberlo o piensas practicar el truco?” Le dije que era pura y vil curiosidad y me informó que me iba yo a quedar con las ganas de saber. Tiempo después, ante otro truco “urigelleresco”, le dije que yo quería hacer eso, y con gusto me lo enseñó.

Es un efecto impresionante mediante el cual el espectador puede ver con sus propios dos ojitos suyos de su propiedad cómo uno de los dientes de un tenedor se va doblando solito de manera absolutamente inverosímil. Si los magos, que finalmente son gente del espectáculo, mantienen en secreto sus trucos, es de suponerse que quienes pretenden engañar a la gente presentando un truco como “fenómeno paranormal” son incluso más celosos de sus secretos. Eso dificulta que se pueda responder rápida y precisamente a la exigencia de los creyentes, crédulos o comerciantes: “A ver, dime cuál es el truco.” A veces, descubrir el truco cuesta trabajo y riesgos.

Los primeros estudiosos de los tales “cirujanos psíquicos” filipinos estuvieron en peligro real cuando se hicieron de trozos orgánicos que, diciendo que eran “tumores”, el charlatán “extraía del cuerpo del paciente”. Claro que no le hicieron gracia a los charlatanes, los trozos resultaron ser menudencias y sangre de pollo y cerdo, nada de tumores ni zarandajas similares. A veces, descubrir los trucos demanda de grandes conocimientos y valentía como los de exhibió Harry Houdini en numerosas sesiones “espiritistas” en las que su habilidad como mago le permitía ver de manera clara cómo se provocaban las “maravillas” que convencían a sus coetáneos de que los “médiums” tenían línea directa con el más allá.

Pero no faltó el que quisiera ponerle las manos encima al mago cuando los dejaba con el culo al aire, aunque la excelente condición físicoatlética de Houdini siempre impidió que las cosas llegaran a mayores. A veces, descubrir el truco no sirve de mucho, por las explicaciones verdaderamente fantásticas de los farsantes, como Uri Geller, que repite como guacamaya que si bien muchos magos pueden hacer trucos con los que obtienen los mismos resultados que Geller, los efectos que él, Uri, obtiene, son sin truco.

Es decir, ante dos efectos idénticos, y sabiendo que uno es una ilusión, se nos pide que creamos que el otro es producto de poderes rarísimos y sobrenaturales. A veces no se puede descubrir el truco porque los charlatanes no se dejan, simplemente, aduciendo todo tipo de argucias y distracciones. En tales casos, es necesario echar mano del sentido común (el menos común de los sentidos) y de la lógica más elemental para determinar si algo tiene o no visos de ser anormal, ya no digamos paranormal. Cuestionarse su verosimilitud, buscar casos parecidos, razonar desapasionadamente.

No hacer eso conlleva el riesgo de que usted, al no saber cómo hace sus trucos un mago, decida que lo que hace el mago no es un truco. Piénselo detenidamente: a lo largo de su vida ha visto muchísimas maravillas a cargo de los ilusionistas profesionales; se adivinan cartas, los objetos cambian de lugar misteriosamente, aparecen objetos e incluso animales de la nada, otros objetos o personas desaparecen, se destruyen y reconstruyen distintos materiales (cuerdas, periódicos, personas completas), parecen violarse las leyes de la naturaleza… y sin embargo usted sabe que eso es imposible, que es un truco, y siempre se hace la pregunta: “¿cómo lo hace?”, y aunque no tenga respuesta, no se inquieta pensando en que sea una real violación del orden del universo.

Por tanto, si alguien llega con otra aparente violación de las leyes naturales, del orden universal, y dice que no es un truco… ¿por qué vamos a creerle más a sus afirmaciones que a todo lo que sabemos sobre el mundo y su funcionamiento? Dicho de otro modo, si parece un truco, lo más probable es que sea un truco: caras que aparecen en el piso, aparatos supuestamente extraterrestres, comunicación con los muertos, profecías de las que siempre nos enteramos después de los acontecimientos… si alguien, contra toda lógica, dice que el fenómeno no es un truco, que realmente se han violado las leyes naturales y se ha roto en pedazos el orden del universo, más vale que tenga pruebas, pruebas sólidas. Pruebas al menos tan asombrosas como extravagante es su afirmación.

Porque los magos funcionan de buena fe, pero los charlatanes no. Así que, cuando le presenten alguna nueva maravilla, recuerde que usted sabe que lo que hacen los magos son trucos. Y generalmente mejores que las barbajanadas que nos venden los parapsicólogos y demás fauna desvergonzada.

El Sermón Dominical

Por: Carl Sagan

DE “EL CEREBRO DE BROCA”

En la cuna de toda ciencia yacen teólogos extinguidos,
como las serpientes estranguladas junto a la cuna de Hércules.

T. H. HUXLEY (1860)

Hemos visto el círculo superior de la espiral de poderes.
Hemos llamado Dios a ese círculo.
Le hubiésemos podido dar cualquier otro nombre:Abismo, Misterio,
Oscuridad absoluta, Luz absoluta,Materia, Espíritu, Esperanza última, Silencio
.
NIKOS KAZANTZAKIS (1948)

En estos días suelo dar conferencias científicas ante audiencias populares. En algunas ocasiones me preguntan sobre la exploración planetaria y la naturaleza de los planetas; en otras, sobre el origen de la vida y la inteligencia en la Tierra; en otras todavía, sobre la búsqueda de vida en cualquier lugar; y otras veces, sobre la gran perspectiva cosmológica. Como esas conferencias ya las conozco por ser yo quien las doy, lo que más me interesa en ellas son las preguntas.
Las más habituales son relativas a objetos volantes no identificadosy a los astronautas en el principio de la historia, preguntas que en mi opinión son interrogantes religiosos disfrazados. Son igualmente habituales, especialmente después deuna conferencia en la que hablo de la evolución de la vida o de la inteligencia, las preguntasdel tipo:

«¿Cree usted en Dios?».

Como la palabra Dios significa cosas distintas para distintas personas, normalmente pregunto qué entiende mi interlocutor por «Dios».Sorprendentemente, la respuesta es a veces enigmática o inesperada: «¡Oh! Ya sabe Vd.,Dios.Todo el mundo sabe quien es Dios», o bien, «Pues una fuerza superior a nosotros yque existe en todos los puntos del universo». Hay muchas fuerzas de ese tipo, contesto.Una de ellas se llama gravedad, pero no es frecuente identificarla con Dios. Y no todo elmundo sabe a lo que se hace referencia al decir Dios. El concepto cubre una amplia gama de ideas. Alguna gente piensa en Dios imaginándose un hombre anciano, de grandes dimensiones, con una larga barba blanca. sentado en un trono en algún lugar ahí arriba en el cielo, llevando afanosamente la cuenta de la muerte de cada gorrión. Otros —porejemplo, Baruch Spinoza y Albert Einstein— consideraban que Dios es básicamente la suma total de las leyes físicas que describen al universo. No sé de ningún indicio de peso en favorde algún patriarca capaz de controlar el destino humano desde algún lugar privilegiado oculto en el cielo, pero sería estúpido negar la existencia de las leyes físicas. Creer o no creer en Dios depende en mucho de lo que se entienda por Dios.
A lo largo de la historia, ha habido posiblemente miles de religiones distintas. Hay tambiénuna piadosa creencia bien intencionada, según la cual todas son fundamentalmente idénticas. Desde el punto de vista de una resonancia psicológica subyacente, puede haber efectivamente importantes semejanzas en los núcleos de muchas religiones, pero en cuantoa los detalles de la liturgia y de la doctrina, y en las apologías consideradas autenticantes,la diversidad de las religiones organizadas resulta sorprendente. Las religiones humanasson mutuamente excluyentes en cuestiones tan fundamentales como: un dios o muchos, el origen del mal, la reencarnación, la idolatría, la magia y la brujería; el papel de la mujer,las proscripciones dietéticas, los ritos mortuorios, la liturgia del sacrificio, el acceso directo o indirecto a los dioses, la esclavitud, la intolerancia con otras religiones y la comunidad de seres a los que se debe una consideración ética especial.
Si despreciamos esas diferencias,no prestamos ningún servicio a la religión en general, ni a ninguna doctrina en particular.Creo que deberíamos comprender los puntos de vista de los que hacen las distintas religiones e intentar comprender que las necesidades humanas quedan colmadas con esas diferencias.
Bertrand Russell fue arrestado en una ocasión por protestar pacíficamente en ocasión del ingreso de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial. El funcionario de la prisión preguntó a Russell cual era su religión, lo que era una pregunta rutinaria por aquel entonces en todoslos ingresos.
Russell respondió «Agnóstico» y tuvo que deletrearle la palabra. El funcionario sonrió afablemente, movió la cabeza y dijo: «Hay muchas religiones distintas, pero supongo que todos adoramos al mismo Dios». Russell comentó que esa observación le mantuvo alegre durante semanas.
Y no debía haber muchas cosas que lo alegraran en la cárcel,aunque consiguió escribir toda laIntroducción a la filosofía matemática y empezó a leer para su trabajo El análisis de la mente, todo ello dentro de sus limitaciones.
Muchas de las personas que me preguntan por mis creencias lo que en realidad quieren es confirmar si su sistema de creencias particular es coherente con el conocimiento científico moderno.
La religión ha salido dañada de su confrontación con la ciencia, y mucha gente —pero no todo el mundo— se muestra reacia a aceptar un cuerpo de creencias teológicas que entre en conflicto frontal con lo que conocemos.
Cuando el Apollo 8 cumplía la primera navegación tripulada alrededor de la Luna, en un gesto más o menos espontáneo losastronautas a bordo leyeron el primer versículo del Génesis en un intento, a mi criterio, de tranquilizar a los contribuyentes norteamericanos en cuanto a que no existía incoherencia entre las consideraciones religiosas tradicionales y un vuelo tripulado a la Luna.
Los musulmanes ortodoxos, por su parte, se sintieron ultrajados por los astronautas del Apollo11, ya que para el Islam la Luna posee un significado especial y sagrado. Después delprimer vuelo orbital de Yuri Gagarin, y en un contexto religioso muy distinto, Nikita Kruschev, presidente del Consejo de Ministros de la URSS, afirmó que Gagarin no había encontrado ni dioses ni ángeles allá arriba; es decir, Kruschev tranquilizó a su “feligresía”en el sentido de que el vuelo orbital tripulado no entraba en contradicción con suscreencias.En los 50 una revista técnica soviética llamada Vo-prosy Filosofii (Problemas de Filosofía) publicó un artículo que sostenía —muy poco convincentemente, a mi criterio— que el materialismo dialéctico exigía la existencia de vida en todos los planetas.
Algo más tarde, apareció una triste refutación oficial en la que se marcaban las distancias entre el materialismo dialéctico y la exobiología.

Una predicción clara en un área que está siendo estudiada a fondo permite que las doctrinas sean objeto de refutaciones. La situación en la que menos desea encontrarse una religión burocrática es la de la vulnerabilidad ante larefutación, es decir, que pueda llevarse a cabo una experiencia en la que la religión pueda tambalearse. Así, el hecho de que no se haya encontrado vida en la Luna no ha modificado en nada las bases del materialismo dialéctico. Las doctrinas que no hacen predicciones son menos consistentes que las que hacen predicciones correctas; éstas a su vez tienen más éxito que las doctrinas que hacen predicciones falsas.Pero no siempre. Una prominente religión norteamericana predicaba resueltamente que el mundo finalizaría en 1914. Ahora bien, 1914 ha llegado y se ha ido y, aun a pesar de que los acontecimientos de ese año fueron verdaderamente importantes, el mundo no parece haberse acabado. Son tres las respuestas que pueden ofrecer los seguidores de una religión organizada ante un fracaso profético tan notorio como ése. Podrían haber dicho: «¿Dijimos1914? Lo sentimos, queríamos decir 2014. Un pequeño error de cálculo; esperamos que no les haya causado ningún perjuicio». Pero no lo hicieron. Podrían haber dicho: «El mundo se habría acabado en 1914, pero rogamos tan intensamente e intercedimos tanto ante el Señor, que eso evitó el fin de la Tierra». Pero tampoco lo hicieron. En lugar de ello, hicieron algo más ingenioso. Anunciaron que el mundo se había acabado realmente en 1914 y que si los demás no nos habíamos dado cuenta, ese era nuestro problema.
Ante tamañas evasivasresulta sorprendente que esa religión tenga todavía adeptos, pero las religiones son duras de roer.
O bien no hacen ninguna propuesta que pueda refutarse, o bien revisan rápidamente la doctrina después de una refutación. El hecho de que las religiones sean tan descaradamente deshonestas, tan despreciativas de la inteligencia de sus adeptos y de que a pesar de ello todavía florezcan no dice nada bueno en favor del vigor mental de suscreyentes. Pero también pone de manifiesto, como si ello necesitase una demostración, que cerca del núcleo de la experiencia religiosa existe algo que se resiste a la racionalidad.

Andrew Dickson White fue la fuerza intelectual motora, el fundador y el primer presidente de la Universidad Cornell. Fue también uno de los autores de un libro extraordinario titulado The Warfare of Science with Theology in Christendom, que levantó un gran escándalo en la época de su publicación, hasta el punto de que el coautor solicitó que su nombre fuese omitido. White era un hombre de sólido sentimiento religioso.(*)
Pero escribió sobre lalarga y penosa historia de las erróneas posiciones que las religiones habían sostenido acerca de la naturaleza del mundo, y de cómo fueron perseguidos aquellos que investigaron y descubrieron que era distinta a los postulados doctrinales, y cómo sus ideas fueron suprimidas. El viejo Galileo fue amenazado por la jerarquía católica con ser torturado por elhecho de proclamar que la Tierra se movía. Spinoza fue excomulgado por la jerarquía judía. En realidad, difícilmente se encontrará alguna religión organizada, con un amplio cuerpo dedoctrina, que no se haya erigido en perseguidora, en algún momento, del delito deinvestigar abiertamente.
La misma devoción de Cornell por la investigación libre y no sectaria fue considerada tan objetable en el último cuarto del siglo xix que los sacerdotesrecomendaban a los graduados de la escuela secundaria que era preferible no recibireducación universitaria antes que matricularse en una institución tan impía. De hecho la capilla Sage fue construida para apaciguar a los píos, aunque es una satisfacción decir que,de vez en cuando, se han realizado serios esfuerzos en favor de un ecumenismo abierto..

–(*) White habría sido también el responsable de la ejemplar costumbre de no otorgar grados de doctor honoris causa por la Universidad de Cornell; le preocupaba un abuso potencial: la posibilidad de que esos grados honoríficos fuesen intercambiados por legados o donativos económicos. White era un hombre de convicciones éticas profundas y valientes.–

Muchas de las controversias descritas por White son discusiones sobre los orígenes. Se solía pensar que hasta el más trivial acontecimiento del mundo —la eclosión de una flor, por ejemplo— se debía a una microintervención directa de la Deidad. La flor era incapaz de abrirse por sí sola; Dios tenía que decir: «¡Eh, flor, ábrete!». Al aplicar esta idea a losasuntos del hombre, las consecuencias sociales han sido a menudo muy variables. Por un lado, pareciera indicar que no somos responsables de nuestras acciones. Si la representación teatral que es el mundo está producida y dirigida por un Dios omnipotente y omnisciente, ¿no puede deducirse acaso que cualquier mal que se produzca es una acciónde Dios? Me consta que esta idea resulta embarazosa para Occidente; los intentos por evitarla pretenden que lo que parece ser obra del demonio en realidad forma parte del PlanDivino, demasiado complejo para que podamos comprenderlo en toda su extensión; o que Dios prefirió ocultar su propia visión de la causalidad cuando se dispuso a hacer el mundo.
No hay nada totalmente imposible en esos intentos filosóficos de rescate, pero parecen tener un fuerte carácter de apuntalamiento de una estructura ontológica tambaleante.(*)
Además, la idea de una microintervención en los asuntos del mundo ha sido utilizada para prestar apoyo al statu quo social, político y económico. Por ejemplo, estaba la idea del«Derecho Divino de los Reyes», que fue teorizada por filósofos como Thomas Hobbes. Si alguien tenía pensamientos revolucionarios con respecto a Jorge III, por poner un ejemplo, entonces era condenado por los delitos religiosos de blasfemia e impiedad, así como porotros delitos políticos más vulgares, como la traición.-

(*)Los teólogos han hecho muchas afirmaciones sobre Dios en materias que hoy nos parecen, como poco, engañosas. Tomás de Aquino pretendía demostrar que Dios no puede crear otro Dios, o suicidarse, o fabricar un hombre sin alma, o incluso fabricar un triángulo cuyos ángulos interiores no sumen 180 grados. Pero Balyai y Lobachevsky fueron capacesde hacer esto último (sobre una superficie curva) en el siglo XIX y ni siquiera se acercaban a ser dioses. Curioso concepto éste, el de un Dios omnipotente con una larga lista de cosas que le está prohibido hacer por mandato de los teólogos…—

 

Hay muchos debates científicos legítimos relacionados con orígenes y finales.
¿Cuál es elorigen de la especie humana? ¿De dónde vienen las plantas y los animales? ¿Cómo surgió lavida? ¿Y la Tierra y los planetas, el Sol y las estrellas? ¿Tiene origen el Universo y, en esecaso, cuál? Y también una pregunta más fundamental y poco frecuente, de la que muchos son como son?
La idea de que es necesario un Dios (o varios) para producir esos  orígenes ha sido atacada en repetidas ocasiones en los últimos mil años. Gracias a nuestros conocimientos acerca del fototropismo y de las hormonas vegetales, podemos explicar hoy  la eclosión la flor sin recurrir a una microintervención divina. Lo mismo pasa con la causalidad en el origen de las cosas.
A medida que vamos comprendiendo mejor eluniverso, van quedando menos cosas para Dios. La visión que tenía Aristóteles de Dios era la de un ser capaz de producir el primer movimiento sin moverse, un roi faineant, un rey perezoso que crea primero el universo y se sienta luego para observar cómo van tejiéndose las intrincadas y entremezcladas cadenas de la causalidad a lo largo de los tiempos. Pero esa idea parece abstracta y alejada de la experiencia cotidiana.
Es un tanto perturbadora ya viva la vanidad humana.  Los seres humanos parecen tener una aversión natural hacia la progresión infinita de las causas, y ese desagrado es precisamente el fundamento de las demostraciones más famosas y más efectivas de la existencia de Dios, formuladas por Aristóteles y Tomas de Aquino. Pero esos pensadores vivieron mucho antes de que las series infinitas se convirtiesen en un lugar común de las matemáticas. Si en la Grecia del siglo v a. J.C. se hubiese inventado el cálculo diferencial e integral o la aritmética transfinita, y no hubiesensido desestimados posteriormente, la historia de la religión en Occidente hubiese podido sermuy distinta, o por lo menos no hubiera existido la pretensión de que la doctrina teológica puede demostrarse mediante argumentos racionales a quienes rechazan la revelación divina, como intentó Tomas de Aquino en su Summa Contra Gentiles.Cuando Newton explicó el movimiento de los planetas recurriendo a la teoría de la gravitación universal, dejó de necesitarse que los ángeles empujasen los planetas. CuandoPierre Simon, marqués de Laplace, propuso explicar el origen del sistema solar —aunque noel origen de la materia— también mediante leyes físicas, la necesidad de un dios para losorígenes de las cosas empezó a ser profundamente cuestionada.
Se cuenta que Laplace presentó una edición de su trabajo matemático Mecanique céleste a Napoleón, a bordo delbarco que a través del Mediterráneo los llevaba a Egipto en su famosa expedición de 1798.Unos días más tarde, siempre según la misma versión, Napoleón se quejó a Laplace de queen el texto no apareciese ninguna referencia a Dios.(*) La respuesta fue: «Señor, nonecesito esa hipótesis». La idea de que Dios es una hipótesis en lugar de una verdadevidente es una idea moderna en Occidente, aunque ya fue discutida seria y torcidamentepor los filósofos jónicos hace unos 2.400 años.–

(*)Resulta encantadora la idea de que Napoleón se pasase realmente unos cuantos días abordo repasando un texto de matemáticas avanzadas como Mecanique céleste. Seinteresaba verdaderamente por la ciencia e hizo un intento serio por conocer los últimosdescubrimientos (ver The Society of Arcueil: A view of French Science at the Time ofNapoleon I, de Maurice de Laplace; Crosland, Cambridge, Harvard University Press, 1967).Napoleón no tuvo la intención de leer toda la Mecanique céleste y escribió a Laplace en otraocasión: «Los primeros seis meses que pueda, los dedicaré a leerlo». Pero también hizo lasiguiente observación, con motivo de otro libro de Laplace: «Sus libros contribuyen a lagloria de la nación. El progreso y la perfección de las matemáticas están íntimamenteligados a la prosperidad del estado».

–Normalmente se cree que al menos el origen del universo necesita de un Dios, según laidea aristotélica.(*) Vale la pena detenemos un poco más sobre este punto.
En primer lugar, es perfectamente posible que el universo sea infinitamente viejo, eterno, y por tantono requiera ningún Creador. Esta idea concuerda con nuestros conocimientos cosmológicos actuales, los que permitirían un universo oscilante en el que los acontecimientos desde el Big Bang no serían sino la última encarnación de una serie infinita de creaciones y185destrucciones del universo. Pero, en segundo lugar, consideremos la idea de un universo creado de la nada por Dios. La pregunta que aparece inmediatamente (de hecho, muchoscríos de diez años piensan espontáneamente en ella antes de ser disuadidos por losmayores) es: ¿de dónde viene Dios?
Si la respuesta es que Dios es infinitamente viejo y haestado presente en cualquier época, no hemos resuelto nada. Con ello nos habremoslimitado a retrasar un poco más el afrontar el problema. Un universo infinitamente viejo yun Dios infinitamente viejo son, a mi entender, misterios igualmente profundos. No hayevidencia de que uno de ellos esté más solidamente establecido que el otro. Spinoza pudohaber dicho que las dos posibilidades no se diferencian en nada en absoluto.–

(*)Sin embargo, a partir de consideraciones astronómicas, Aristóteles dedujo que en eluniverso existían varias docenas de seres capaces de producir el primer movimiento sin necesidad de moverse. Esos argumentos de Aristóteles parecen tener consecuencias politeístas que algunos teólogos occidentales pueden considerar peligrosas.–

Cuando se trata de afrontar misterios tan profundos, considero prudente adoptar unaactitud humilde. La idea de que los científicos y los teólogos, con el bagaje actual de conocimientos,todavía raquítico, acerca de este cosmos tan amplio y aterrador, puedencomprender los orígenes del universo es casi tan absurda como la idea de que losastrónomos mesopotámicos de hace 3.000 años —en quienes se inspiraron los antiguosHebreos, durante la invasión babilónica, para explicar los acontecimientos cosmológicos enel primer capítulo del Génesis— hubiesen comprendido los orígenes del universo.Sencillamente no lo sabemos. El libro sagrado Hindú, el Rig Veda (x: 129) presenta una visión mucho más realista sobre este asunto:¿Quién sabe con certeza? ¿Quién puede declararlo aquí?¿Desde cuándo ha nacido, desde cuándo se produjo la creación?Los dioses son posteriores a la creación de este mundo;¿Quién puede saber entonces los orígenes del mundo? Nadie sabe desde cuando surgió lacreación;Ni si la hizo o no;Aquel que vigila desde lo alto de los cielos, Solo él sabe —o tal vez no lo sabe.Pero la época en la que vivimos es muy interesante. Algunas preguntas sobre los orígenes,incluso algunas preguntas relacionadas con el origen del universo, pueden llegar a teneruna comprobación experimental en las próximas décadas. No existe una posible respuestapara las grandes preguntas cosmológicas que no choque con la sensibilidad religiosa de losseres humanos. Pero existe la posibilidad de que las respuestas desconcierten a muchasreligiones doctrinales y burocráticas. La idea de una religión como cuerpo de doctrina,inmune a la critica y determinado para siempre por algunos de sus fundadores, es a micriterio la mejor receta para una larga desintegración de esa religión, especialmente en losúltimos tiempos. En cuestiones de orígenes y principios, la sensibilidad religiosa y lacientífica tienen objetivos muy parecidos. Los seres humanos somos de tal forma quedeseamos ardientemente conocer las respuestas a esas preguntas —a causa quizá delmisterio de nuestros propios orígenes individuales. Pero nuestros conocimientos científicosactuales, aún siendo limitados, son mucho más profundos que los de nuestros antecesoresbabilonios del año 1000 a. J.C. Las religiones que no muestran predisposición poracomodarse a los cambios, tanto científicos como sociales, están sentenciadas de muerte.Un cuerpo de creencias no puede ser vivo y consistente, vibrante y creciente, a menos deser sensible a las criticas más serias que Le puedan ser formuladas.La Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos contempla la diversidad dereligiones, pero no prohibe la crítica religiosa. De hecho, protege y alienta la critica186religiosa. Las religiones tienen que estar sujetas, por lo menos, al mismo grado deescepticismo que, por ejemplo, las opiniones sobre visitas de OVNIs o sobre el catastrofismo de Velikovsky. Creo aconsejable que sean las propias religiones las quefomenten el escepticismo sobre los puntales fundamentales de sus propias bases. No secuestiona que la religión proporcione alivio y ayuda, que sea un baluarte siempre presentepara las necesidades emocionales y que pueda tener un papel social extremadamente útil. Pero eso no significa en absoluto que la religión tenga que ser inmune a la comprobación, alescrutinio critico, al escepticismo. Resulta sorprendente el bajo nivel de discusión escépticade la religión que se da en el país que Tom Paine, el autor de The Age of Reason,contribuyo a fundar. Sostengo que los sistemas de creencias que no son capaces de aceptarla critica no merecen ser. Aquellos que son capaces de hacerlo posiblemente tengan en suinterior importantes parcelas de verdad.La religión solía proporcionar una visión, normalmente aceptada, de nuestro lugar en eluniverso. Ese ha sido, con toda seguridad, uno de los objetivos principales de los mitos ylas leyendas, de la filosofía y la religión, desde que han existido los seres humanos. Pero laconfrontación entre las distintas religiones y de la religión con la ciencia ha desgastado esospuntos de vista tradicionales, por lo menos en la mente de muchos.(*) La forma deencontrar nuestro lugar en el universo se consigue examinando el universo yexaminándonos a nosotros mismos —sin ideas preconcebidas, con la mente lo más abiertaque podamos. No podemos empezar totalmente de cero, ya que afrontamos el problemacon ciertas inclinaciones, debidas a nuestro origen hereditario y ambiental; pero, una vezcomprendidos esos prejuicios artificiales, ¿no es posible arrancar de la Naturaleza nuestrosconocimientos?

–(*)El tema no deja de tener su ironía. Agustín nació en África en el año 354 a. J.C. y en sujuventud fue maniqueo, un adepto de la visión dualista del universo según la cual el bien yel mal están en conflicto en términos de igualdad, visión que más tarde fue condenada porherética por la ortodoxia cristiana. La posibilidad de que el maniqueísmo no estuvieseacertado se le ocultó a Agustín cuando estudiaba astronomía. Descubrió que incluso lasfiguras principales de la fe no podían justificar sus misteriosas nociones astronómicas. La contradicción entre teología y ciencia en materia astronómica constituyó el impulso inicialque le condujo hacia el catolicismo, la religión de su madre, la misma religión que siglosmás tarde persiguió a científicos como Galileo por mejorar nuestros conocimientosastronómicos. Agustín se convirtió posteriormente en San Agustín, una de las principalesfiguras de la historia de la Iglesia católica y su madre se convirtió en Santa Mónica, enhonor de la cual recibió su nombre uno de los suburbios de Los Angeles. Bertrand Russell sepreguntó cuál hubiese sido el punto de vista de Agustín en cuanto al conflicto entreastronomía y teología si hubiese vivido en tiempos de Galileo.–

Los que propugnan religiones doctrinales —aquellas que priman un determinado cuerpo de creencias y que desprecian a los infieles— están amenazados por el valiente afán deadquirir conocimientos. Dicen que puede ser peligroso profundizar demasiado. Mucha gente ha heredado su religión al igual que el color de sus ojos: la consideran algo sobre lo que nohay que pensar con detenimiento y, en cualquier caso, algo que escapa a nuestro control.Pero aquellos que sienten en lo más profundo de su ser una serie de creencias, que han idoseleccionando, sin excesivos prejuicios, de entre los hechos y las alternativas, han desentirse atraídos por los interrogantes. El disgusto hacia las dudas relativas a nuestrascreencias es la señal de alerta del cuerpo: ahí se encuentra un bagaje doctrinal noexaminado y posiblemente peligroso.Christian Huygens escribió en 1670 un interesante libro en el que hacia una serie deespeculaciones atrevidas y premonitorias sobre la naturaleza de los demás planetas delsistema solar. Huygens era muy consciente de que muchos consideraban objetables susespeculaciones, así como sus observaciones astronómicas. «Pero tal vez dirán», pensabaHuygens, «que no nos corresponde a nosotros ser tan curiosos e inquisitivos en esas Cosasque el Supremo Creador parece haber conservado para su propio Conocimiento: Ya que alno haber deseado llevar más allá el Descubrimiento o Revelación de ellas, no parece sino187presunción investigar en aquello que ha considerado oportuno esconder. Pero hay que decira esos caballeros», proseguía atronadamente Huygens, «que es mucha su pretensión dedeterminar hasta que punto, y no más allá, debe caminar el Hombre en sus Búsquedas y lade imponer limites a la Actividad de los demás Hombres; como si conociesen los Limitesque Dios ha impuesto al Conocimiento; o como si los Hombres fuesen capaces de superaresos Limites. Si nuestros Antecesores hubiesen sido hasta ese punto escrupulosos, todavíaseriamos ignorantes de la Magnitud y la Figura de la Tierra, o de que existe un sitio llamadoAmérica.Si consideramos el universo como un todo, encontraremos algo sorprendente. En primerlugar, encontramos un universo que es excepcionalmente bello, construido de formaintrincada y sutil. Sobre si nuestra apreciación del universo se debe o no a que formamosparte de él —sobre si lo encontráramos bello, independientemente de como estuvieseconstituido el universo— no pretendo dar una respuesta. Pero no existe la menor duda deque la elegancia del universo es una de sus propiedades más notables. Al mismo tiempo, no puede cuestionarse que existen cataclismos y catástrofes que se repiten periódicamente enel universo y a la escala más temible. Se dan, por ejemplo, explosiones de quásares que posiblemente arrasen los núcleos de las galaxias. Parece probado que cada vez que explosiona un quásar, saltan por los aires más de un millón de mundos y que innumerables formas de vida, algunas de ellas inteligentes, quedan brutalmente destruidas. No es ese eluniverso tradicionalmente benigno de la religiosidad convencional de Occidente, construidopara el provecho de los seres vivos y, en particular, de los hombres. De hecho, las enormes dimensiones del universo —mas de cien mil millones de galaxias, cada una de las cuales contiene más de cien mil millones de estrellas— ponen de manifiesto la inconsecuencia de los acontecimientos humanos en el contexto cósmico. Vemos al mismo tiempo un universomuy bello y muy violento. Vemos un universo que no excluye al dios tradicional de Oriente u Occidente, pero que tampoco requiere uno.Creo intensamente que si existe un dios o algo por el estilo, nuestra curiosidad y nuestrainteligencia han de ser proporcionadas por ese dios. Seriamos desagradecidos para conesos dones (así como incapaces de emprender ese tipo de acción) si suprimiésemos nuestrapasión por explorar el universo y a nosotros mismos. Por otro lado, si ese dios tradicional no existe, nuestra curiosidad y nuestra inteligencia son las herramientas fundamentalespara procurarnos la supervivencia. En ambos casos la empresa del conocimiento es coherente tanto con la ciencia como con la religión y resulta esencial para el bienestar de la especie humana.

La Ciencia que lee la Mente

Por: Mónica Salomone, de EL PAIS, España.

LOS NEURÓLOGOS DETECTAN EN EL CEREBRO LA `FIRMA` DE LA IDEOLOGÍA Y DE LA ESPIRITUALIDAD

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Déjame ver tu cerebro… y te diré quién eres. Te diré, en concreto, a quién votas; si eres sincero o mentiroso; o si, como Enrique Iglesias, eres capaz de tener una experiencia religiosa. Y si además de ver tu cerebro me dejas tocarlo, podré inducirte desde un orgasmo a un viaje astral. Cantantes y metáforas aparte, los propios neurocientíficos advierten de que conviene tomarse en serio las posibles consecuencias derivadas del hecho de que empiezan a investigarse en el cerebro las bases biológicas, elhardware, de cuestiones tan íntimas y en apariencia intangibles como la ideología o la personalidad. No en vano la neuroética es un área en auge.

Con las nuevas técnicas la intimidad empieza a emerger como un concepto borrosoLos autores de un trabajo publicado recientemente en la revista Nature Neuroscienceaseguraban haber hallado diferencias en el funcionamiento de un cerebro liberal frente a otro conservador. En pocas palabras: el primero reacciona mejor ante los cambios, mientras que el segundo es más rígido.Los investigadores hicieron electroencefalogramas a 43 hombres y mujeres diestros mientras reaccionaban ante un estímulo que solía repetirse, pero a veces cambiaba. Cuando ocurría esto último, en la gran mayoría de los sujetos que previamente se habían declarado liberales se detectaba una actividad más intensa en un área de la corteza cerebral relacionada con los conflictos, lo que sugiere “una mayor sensibilidad neurocognitiva” a los cambios, escriben David Amodio y su grupo en su artículo. Se ve, por tanto, la firma de la ideología en el cerebro.“Esta investigación demuestra que se empieza a dilucidar cómo un producto abstracto, aparentemente inefable de la mente, como la ideología, tiene su reflejo en el cerebro humano”, dice Amodio.

¿Alguien se escandaliza por esta afirmación? ¿Alguien piensa que es absurdo que pueda verse algo así en un escáner cerebral? No los neurocientíficos, desde luego. Para ellos está clarísimo, y es perfectamente esperable, que cerebros que piensan distinto, que reaccionan distinto ante un mismo estímulo, funcionen de forma diferente; medir esa diferencia es sólo cosa de tener el instrumento adecuado.“Todo, y todo es todo, está en el cerebro”, dice Alberto Ferrús, director del Instituto Cajal de Neurociencias del CSIC, en Madrid. “La sensación de estar enamorado o enfadado, la religión… todo se traduce en moléculas, en algo físico que hay en el cerebro”.En los años noventa, cuando aparecieron las primeras técnicas para estudiar el cerebro humano en vivo y en directo -en acción-, se supo que la corteza cerebral de muchos ciegos muestra diferencias apreciables respecto a la corteza de personas que ven; que el cerebro de los taxistas tiene más sitio para información espacial; o cómo actúa el cerebro de los ajedrecistas al jugar.

¿Qué hay de raro en dar un paso más y buscar la marca de la mentira o la espiritualidad? Nada de nada, dice Ferrús.Pero volvamos al trabajo sobre los cerebros políticos. En él se hacen las siguientes analogías: pensamiento menos rígido equivale a ideología liberal; pensamiento menos rígido equivale a más actividad en áreas cerebrales implicadas en afrontar conflictos; y, por tanto, más actividad en áreas cerebrales implicadas en afrontar conflictos equivale a ideología liberal.Puestos a analizar, dicen los expertos, el eslabón frágil del razonamiento no es que un estilo de pensamiento tenga su sustrato biológico, sino lo no absoluto del término liberal. En el trabajo de Nature Neuroscience la mayoría de los autodefinidos liberales votaron por John Kerry, y los conservadores por Bush. ¿Se puede sustituir eso por Zapatero versus Rajoy? Y en un país musulmán, ¿quiénes tienen el cerebro flexible y quiénes rígido? Y los liberales del Trienio Liberal en España, entre 1820 y 1823, ¿qué cerebro tenían?

Ahora bien, no hay que equivocarse: que haya un sustrato biológico no implica ni que esehardware nos ha sido transmitido genéticamente, ni que es inmutable. “Nosotros no examinamos si la orientación política se hereda, si nos viene dada de nacimiento”, explica Amodio. “El cerebro es maleable, así que incluso si nacemos con un sistema neural más sensible a información conflictiva, es posible que este sistema neural cambie con el tiempo”. Y ¿es fácil de cambiar el hardware que nos viene de fábrica? En otras palabras, ¿Qué pesa más, lo heredado o el ambiente?“Puede que esa no sea la manera correcta de formular la pregunta”, responde Amodio. “Los genes proporcionan unos mecanismos de base para la supervivencia. Pero lo bonito es que la expresión génica es muy sensible al ambiente”.

Otra posible pregunta sobre este trabajo es si los cambios sociales globales -el cambio de postura respecto a la homosexualidad, el divorcio o el trabajo femenino-, implican un cambio colectivo en el funcionamiento del cerebro. ¿Tenemos todos un cerebro más liberal? “Tal vez”, responde Amodio, para quien sin embargo la sociedad tiende ahora hacia un mayor conservadurismo -una prueba más de lo confuso de estos términos-. Pero “no está claro si estos cambios a gran escala tienen algo que ver con cambios heredables. Podrían estar más relacionados con la globalización y los cambios culturales”.

En cualquier caso, lo cierto es que a la luz de los tentáculos que está desarrollando la neurociencia la intimidad empieza a emerger -también- como un concepto de lo más borroso. Con lo que ello implica, como señala Carlos Belmonte, director del Instituto de Neurociencias de Alicante: “Los problemas éticos que plantea la capacidad de analizar la actividad del cerebro vinculada a conductas, o la capacidad de modular desde fuera esa actividad cerebral, de encender o apagar genes, la neuro-estimulación, son importantes”. Se podría llegar a descubrir cómo es el cerebro de un maltratador, por ejemplo, y entonces “¿Estaría bien tratarle para que no llegue a serlo? ¿Hasta dónde podemos llegar? Se van a plantear debates muy serios, y vamos a una velocidad espeluznante”, dice.

 

Cómo estudiar cosas extrañas

supercherias_imposicon_manosPor: Frank Tocco

Muchos estudiantes están interesados en estudiar tópicos no convencionales. Existen estrategias para trabajar con estos estudiantes que incrementan sus aptitudes críticas y razonamiento analítico sin desencantarlos con la ciencia y las disciplinas tradicionales.

Como profesor de ciencias en un programa interdisciplinario para no graduados, suelo encontrar estudiantes que quieren estudiar tópicos que muchos de mis colegas encontrarían no académicos y ciertamente no científicos, como astrología, reiki, canalizaciones, tarot, homeopatía y percepción extrasensorial. ¿Qué puede hacer un profesor, trabajando en la tradición científica occidental, con ese tipo de solicitud?

Una posibilidad es explicar claramente al estudiante que esos tópicos “no son ciencia”, y que no irán a aprender nada investigándolos. Pienso que esto no lleva al estudiante a ningún lado y que es el tipo de actitud que hace que muchos de ellos teman afrontar intereses no convencionales. Esta posición también refuerza la incredulidad de los estudiantes en la ciencia, en los profesores y en la academia, una actitud que no será rebatida en los libros de tópicos no convencionales que ellos eligen.

Pocos años atrás, dejé de combatir a la “Nueva Era” en la educación. Me pregunté a mí mismo si habrían caminos a través de los cuales podría convertir la curiosidad de los alumnos en una ventaja académica. Estos estudiantes venían a mí con una enorme curiosidad y entusiasmo por estudiar e investigar. ¿Cómo podría yo maniobrar para convertir este interés en trabajo académico creíble, que también apareciera creíble y académico a mis colegas? Encontré que si encauzaba su entusiasmo creativamente, sería una oportunidad para que estos estudiantes puedan empezar a aprender ciencia, el método científico y el pensamiento crítico.

Desde entonces, he tratado de ayudar a los estudiantes a tomar materias en las cuales ellos estén interesados independientemente de cuán excéntricos puedan parecer desde el punto de vista de la academia tradicional. Los ayudo a convertir sus intereses en estudio tradicional eligiendo una aproximación analítica con la cual ambas partes queden satisfechas. A veces es fácil, pero otras tamtas se necesita de bastante creatividad. Mi primer paso consiste en preguntar a mis estudiantes si desean que su trabajo sea creíble. Para muchos, esta es una cuestión central, debido a que ellos podrían estar interesados en practicar la disciplina que desean estudiar. Para otros esto puede ser reemplazado por sus profundas creencias. Típicamente la cuestión de la credibilidad comienza a alentar una apertura hacia la idea de expandir su trabajo.

¿Es creíble estudiar materias extrañas?

Aún cuando los estudiantes deseen intensamente investigar tópicos no-convencionales, están a menudo desprevenidos de que podría no ser posible obtener créditos por estudiar estas áreas leyendo los libros y artículos escritos por sus “practicantes” y proponentes. Tal como están definidas por sus “creyentes”, esas áreas no son académicamente admisibles por las instituciones y facultades acreditadas.

Una estudiante me preguntó acerca de su tópico “Terapia de Polaridad”. Le dije que podría tomar cursos en la American Polarity Therapy Association (APTA), ya que lugares como éstos eran “legítimos y respetados” en un muy estrecho espectro de Universidades. Las universidades acreditadas establecen que lo enseñado en esas clases, aunque abierto a la crítica y corrección, es equívoco y no aplicable. Es lo mejor a lo que ha llegado el modelo analítico occidental, a través de completas investigaciones. Si alguien desea investigar algo no convencional, el desafío es transformar este estudio en algo riguroso y académico.

¿Cómo podemos conseguir esto? Una aproximación inicial es observar la materia no ortodoxa, a través de los lentes de una disciplina establecida, usando las bases epistemológicas y metodológicas, así como los estándares del sistema. Con este procedimiento, cualquier tema puede ser examinado y se convierte en creíble para los estándares académicos tradicionales. Por ejemplo, si observamos a la Terapia de Polaridad (TP) a través de los lentes de la historia, sociología o psicología, podemos usar estas disciplinas para prestar su credibilidad a nuestros estudios, haciendo legítimas preguntas investigativas tales como: ¿Cómo se originó la TP? ¿Hay diferencias demográficas en los pacientes que usan TP? ¿Las modalidades alternativas médicas satisfacen a los pacientes de maneras en que la medicina alopática no lo hace? Los estudiantes están frecuentemente intrigados por preguntas escolásticas relativas a sus intereses no convencionales.

Esta aproximación es útil en programas interdisciplinarios, donde los estudiantes necesitan créditos en una variedad de áreas. En mi trabajo, primero uso el estudio de las ciencias para conocer los criterios convencionales. En este caso, la cuestión podría ser: ¿Son las técnicas del TP científicas? ¿Cómo se compara la TP con técnicas médicas científicamente establecidas? Incluso los estudiantes que afirman que ellos “no están de acuerdo con la ciencia” son pasibles de hacerse estas preguntas para justificar sus creencias. La idea básica es proveer a los estudiantes de un método para examinar su tema como una persona objetiva y ajena a la materia, libre de inamovibles preconceptos inherentes a la exploración de un tema desde una perspectiva muy cercana.

Usando una lista de libros en oposición

Después de establecer una disciplina investigativa y sus correspondientes preguntas, se insta al estudiante a leer la literatura escéptica de su tema en cuestión. Son libros que pueden ofrecerles una desafiante perspectiva desde la cual examinar los tópicos no convencionales, profundizando sus estudios. Es útil hacerles leer algo que aparezca en un rango amplio del pensamiento crítico: cómo éste se aplica a las ideas no convencionales (ej, Gilovich 1991; Randi 1982; Schick y Vaughn 1995; Shermer 1997), aunque a veces es difícil para los estudiantes no orientados hacia la ciencia el fortalecer sus visión de las cosas a través de este tipo de textos. Como mis estudiantes trabajan todos en estudios independientes, y no en una clase, no tienen un instructor disponible inmediatamente para ayudarlos en el terreno intelectualmente difícil. En este caso, artículos específicos extraídos de antologías (ej., Frazier 1991) o artículos reimpresos de periódicos escépticos son más útiles.

Este material puede ser a menudo un ataque frontal a sus creencias, lo cual ayuda sólo con algunos estudiantes. Después de todo, la mayoría de ellos están interesados en probar que sus tópicos no convencionales tienen méritos académicos y validez última. En este caso, altero la aproximación, usando una antigua estrategia retórica para crear un argumento. Les explico que, curiosamente, los artículos y libros escépticos en realidad incluyen visiones potencialmente corroborativas acerca de las ciencias no ortodoxas. Estos recursos escépticos son un buen lugar para probar tópicos no convencionales, dejando a los “debunkers” hacer la investigación de fondo. Digamos que usted esté interesado en canalización y ha leído los artículos de Martín Gardner ha escrito sobre el tema. (ej., Gardner 1996). Por supuesto, el sentido de su retórica será en el sentido de desafiar a los médiums y canalizadores, sin embargo, para hacer esto más efectivamente , el autor primero explicará todo acerca de ellos, incluyendo la historia de la canalización, biografías de famosos canalizadores y sesiones de canalización sin explicar; porqué los canalizadores piensan que la canalización funciona, historias acerca de fraudes de canalización, ex canalizadores que han explicado canalizaciones fraudulentas, magos que han reproducido las técnicas de los médiums y psíquicos, y – muy importante – cualquier célebre o controversial – resultado que provenga de laboratorios convencionales. Todo esto sera seguido por citaciones de libros y artículos donde se podrán seguir sus fuentes.

Si los estudiantes están seriamente interesados en la canalización, Gardner quizá los salve de un frustrante día de búsqueda de libros básicos. Pueden repetir este proceso para casi cualquier tópico no convencional. Aún cuando estos autores escépticos frecuentemente demuestran la falsedad de estos temas, algunos de ellos son hallazgos hechos por científicos en reputados laboratorios de universidades. Los resultados de la investigación pueden ser interpretados de varias maneras y la metodología puede ser verificada o discutida. No hay razón por la cual un estudiante no pueda encontrar estos artículos y citarlos en respuesta a los escépticos.

Algunos educadores pueden protestar que estos estudiantes leen estos materiales por razones erradas. En mi experiencia, sin embargo, los estudiantes gradualmente cambian la manera de ver sus tópicos. Un individuo podría no alterar sus creencias fundamentales en la eficacia de la canalización, pero aprenderá que su verdadero valor y aplicabilidad no son obvios, y que el fenómeno puede ser simplemente causado por desconocidas causales naturales (ej. una imaginación muy activa). Esto lleva al estudiante a posteriores estudios. Más importante aún, los estudiantes, usando reportes escépticos y análisis en oposición y en apoyo a sus hipótesis, se han involucrado en el proceso de investigación.

Una vez que los estudiantes comienzan su investigación, es importante que salgan de la opinión de creyentes hacia una referencia académica.

La simple aparición de una información en un libro no significa que uno pueda acompañar la opinión o investigación y sustanciar con ello su posición. Por ejemplo, los estudiantes pueden citar la Biblia pueden ser usados agregándosele refutaciones y revisiones críticas. Esta distinción entre referencias válidas e inválidas pueden desanimar a los estudiantes que crean estar en el canal investigativo correcto, sólo para descubrir que sus fuentes son de dudosa reputación. para apoyar su tesis acerca de la existencia de, y aunque esto pueda comprar una minoría de lectores, los más no le darán valor como evidencia. Los libros que los académicos no encuentran creíbles

La conversación de Sandy con su pececito dorado

Sandy es una mujer intensamente interesada en la naturaleza y los animales. Trabaja en en un centro natural donde su trabajo consiste en llevar gente a caminatas y mostrarles la vegetación local, animales y la ecología del sitio. También es una persona que cree fervientemente que la gente puede comunicarse con los animales y que ellos, los animales, tienen algo interesante que contarnos acerca de nosotros mismos. Sus escritos a menudo incluyen anécdotas describiendo conversaciones con su pececito dorado.

Cuando pregunté a Sandy si ella deseaba aparecer como “creíble”, pude ver sus ojos brillar. “Por supuesto,” respondió. Debido a su experiencia con el público ella sabía cuán difícil es explicar las ideas en las cuales ella creía tan sinceramente. No fue difícil animarla a leer autores escépticos, así ella conocería “El otro lado de la historia”. Le sugerí leer a Schick y Vaughn “Cómo pensar sobre cosas extrañas: Pensamiento crítico para la Nueva Era”.

En una discusión informal en el medio del semestre, algunos estudiantes, todos envueltos en estudios no convencionales estaban sentados discutiendo los libros que habían leído. De pronto Sandy se lanzó a un histérico ataque contra “Schick and Vaughn”. Orgullosamente comentó a los demás que había leído todo el libro y continuó diciendo “Estaba tan frustrada. Quería decirles una o dos cosas a los tipos.” Estaba sentada en mi sofá y lo decía en voz alta, “Schick and Vaughn, ¿ustedes creen en algo? Muchas veces tomé mi bolígrafo y escribí cosas en el margen: sí, Schick and Vaughn, me gustaría verlos probar algo”.

Todos reímos de su arenga, pero yo sonreía contento en mi interior. Sandy estaba irritada por el libro, y probablemente no había recibido el mensaje completo que los autores desean transmitir, pero se había involucrado intensamente con el libro y sus ideas. Había sido un libro de tareas interactivo para ella, y sus lecciones y precauciones acerca de examinar creencias extremas se conviertieron en partes sutiles de su perspectiva, obvias en sus ensayos y análisis.

“¿Por qué debo guiarme por los escépticos?”

Esta frase es la forma en que un irritado estudiante, que trabajaba en Medicina Tradicional China, se quejaba acerca de considerar el punto de vista escéptico. Yo tenía dos inmediatas respuestas. Primero, se consigue a través de investigaciones una indicación de las debilidades de la materia en cuestión, así como las de las afirmaciones de los proponentes. Segundo, eso ayuda a establecer la credibilidad.

“¿A quién?” preguntó, como él no deseaba argumentar acerca de conceptos y energias que el consideraba no medibles. Le sugeri que habria muchas situaciones en su futuro en la que conocer la ciencia, el criticismo y el espectro completo de ítems detrás de su materia no convencional le sería de gran ayuda. Por ejemplo : 1) Con clientes que están tratando de elegir entre terapias no convencionales y medicina ortodoxa; 2) En congresos profesionales donde se hacen críticas a las investigaciones; 3) Al escribir ponencias; 4) Como protección, por si algún día alguien con poder decide que la modalidad no convencional que se practique es peligrosa y declarada fuera de la ley (suelo dar el ejemplo de las hierbas, bajo control gubernamental); o, 5) Para prepararse él mismo para entrevistas en los periódicos o radios.

Los mencionados son foros que no son usuales a los estudiantes en su situación presente pero que probablemente lo serán si permanecen en su campo no convencional.

Evidencia fuerte

Una vez una estudiante me dijo que ella no estaba interesada es discutir con escépticos, pero que ella quería encontrar “evidencias fuertes” para sus creencias, en este caso astrología. Yo concordé con ella que a mucha gente no le gusta asumir una postura adversa. Le precisé que ella no necesitaba estar familiarizada con todos los asuntos, aserciones, contraaserciones alrededor de la astrología para poder debatir con los escépticos. Revisar críticamente aserciones no ortodoxas no pasa, necesariamente, por el argumento, sino por la comprensión completa de lo que uno investiga, de modo que uno pueda articularlo clara y competentemente.

Los estudiantes se preocupan al incluir en un ensayo el punto de vista escéptico porque debilitaría sus posiciones frente al lector. En realidad, tendrá el efecto contrario. Incluir puntos de vistas dispares indicará que su investigación ha sido profunda, y que no ellos no temen los datos controversiales y disconformes. En la mayoría de los ensayos, no es necesario refutar completamente las hipótesis escépticas. Simplemente reconociéndolas, adicionará fuerza al argumento del alumno.

Le dije a la estudiante interesada en astrología que si ella estaba realmente comprometida con la búsqueda de “evidencias fuertes”, entonces no podía evitar examinar las perspectivas escépticas. Son los escépticos los que tratan de “ablandar” la evidencia no convencional. Por ejemplo, ella quería citar a un investigador astrológico. Le sugerí que lo haga y cite sus datos, opiniones y descubrimientos, pero que no lo tome en forma directa y literal. Hay que hacer algunas preguntas de escrutinio: ¿Es su trabajo refutable? ¿Cómo sabes qué lo es? ¿Cuáles son las razones por las cuales los escépticos cuestionan sus resultados? Si un estudiante está buscando una evidencia substanciosa, no puede evitar estas preguntas. Es la diferencia entre decidir que algo parece correcto, y saber que está correcto.

Mirar el lado escéptico de las cosas no debe alejarle al estudiante de su interés o trabajo primario. La pesquisa escéptica no debe ser algo que reconduzca al estudiante de su pasión; en cambio, debería enriquecer su trabajo. Aunque algunas veces la investigación nos exige examinar cosas que parecen llevarnos lejos del campo de estudio, es al final útil si este trabajo y tiempo nos ayuda a fortaceler nuestro análisis. Cuando sugiero a un alumno que mire el lado escéptico de las cosas, yo quiero decir: 1) Leer un artículo acerca del tema, escrito por un autor crítico; 2) Entrevistar a un investigador que no está de acuerdo con el enfoque del alumno; 3) Dar una mirada a algunos de las objeciones generales a las modalidades no ortodoxas; o 4) Leer un libro que los ayudaría a pensar críticamente acerca de tópicos no convencionales. Esto no es un compromiso extenso, sino simplemente un comienzo.

El señor Alablanca: apertura hacia lo no convencional

Trato de enfatizar con los estudiantes que tratan estudios no convencionales que traten su trabajo como cualquier proyecto convencional. Al hacer esto les dejo saber que estoy consciente de las complejidades del mundo que compartimos. Ocasionalmente, es provechoso resaltar situaciones donde vos, como instructor, estás enfrentado a un mundo misterioso, y luego sugerir las explicaciones ordinarias que estás considerando. La siguiente historia ayudó a una de mis alumnas, que estaba estudiando la inteligencia de los cuervos, a entender que yo podía relacionar sus ideas, y también formar explicaciones alternativas para fenómenos aparentemente inexplicables. Le dije:

 

“Estaba sentado, leyendo en la librería de física. En realidad, estaba mirando afuera, donde dos cuervos saltitaban en el estacionamiento. Uno de ellos giró hacia un lado y noté que tenía una visible zona blanca de plumas en la punta del ala. Cuando se dio la vuelta, noté que tenía la correspondiente zona en la otra ala. Cuando esta inusual ave voló, sus hombros dejaban un patrón asombroso de blancas pecas.

 

Días después, estaba en un edificio diferente, sentando en mi oficina, leyendo tu ensayo sobre la inteligencia de los cuervos. Vos afirmaste que, incluso sin evidencia científica, te dabas cuenta de ciertas cosas sobre los cuervos por intuición. Mientras leía, marcaba lugares donde yo pensaba que debías haber proveído evidencia corroborativa. Murmuré, ‘No, esto no sirve’ o ‘Esto no es convincente’, anotando mis comentarios al margen. De pronto, levanté la mirada y hacia fuera de mi ventana, la cual da sobre algunos techos. Allí estaba el Sr. Alablanca, sin equivocación alguna, posado sobre el techo afuera, ¡mirándome a través de la ventana! Se paseó por el techo un rato, como si no quisiese que me olvidara tan rápido de su presencia”.

Mi estudiante quedó impresionada por esta anécdota extraordinaria. Sin embargo, como le conté después, descubrí que el departamento de ornitología en el campus estaba marcando los cuervos de esa manera para poder seguirlos. No era coloración natural, y tal vez, ni siquiera el mismo Sr. Alablanca en mi ventana. Es útil para demostrar que tu intelecto puede ser amplio al pensar acerca de los límites entre lo real y lo imaginario, pero que la línea entre magia y ciencia no es siempre imposible de distinguir.

Hay algunos estudiosos, sin embargo, que creen que la demarcación entre la ciencia y la magia es completamente ambigua. En este punto de vista, ciencia es una narrativa, similar a cualquier mitología cultural. Esta crítica de la ciencia es un acercamiento para ser usado por estudiantes con estudios no convencionales en sus análisis. Después de todo, si la ciencia misma es construída sobre una fundación insegura, ¿cómo puede hacer alguna demanda epistémica en lo que ella clasifica como pseudociencia? Desafortunadamente, esta observación intelectual provocativa, a parte de ser confusa para muchos estudiantes, puede convertirse desesperanzadamente relativista, lo que es últimamente inútil para estudiantes que buscan credibilidad. Es necesario guiar a los alumnos con cuidado a través el camino de la desconstrucción científica, de modo que toda la teoría y pericia Occidental no sea abandonada.

 

Cariño pedagógico

Para aquellos de nosotros que hemos trabajado felizmente con ciencia y pensamiento analítico por años, es difícil de darse cuenta cuán frustrante puede ser para los alumnos el mirar ideas desafiantes. Los estudiantes pueden resistirse a opiniones que tienen el potencial de molestar su visión del mundo; aun si ellos se entregan a la búsqueda, puede llevar a descubrimientos molestosos acerca de ellos mismos y su mundo. Como educadores, es importante trabajar con estudiantes en un modelo orientado a procesos y desarrollos

No ayuda ser condescendientes o peyorativos con sus creencias profundas, aun si esas creencias parecen totalmente absurdas. Cualquiera que ha trabajado con alumnos que sostienen visiones no convencionales, o que creen en modalidades de cura aparentemente inútiles, sabe lo mucho que ellos sienten estas ideas. Es importante darse cuenta que los estudiantes que siguen tus sugerencias, pueden experimentar una crisis existencial menor. De repente no sabrán qué creer, y muchas de las cosas en las que ellos basaron sus vidas podrán verse inseguras.

 

Te corresponde, en esos momentos, ser un aliado.

Estudiando cosas que no existen

Es común entre los estudiantes acercarse a los educadores de ciencia con la intención de estudiar un fenómeno que el instructor no cree que exista. ¿Dónde esto te deja como guía en esta expedición académica no convencional? Recordá evitar la tentación de tratar de desconvencer a los alumnos de las cosas en los que ellos creen. El objetivo es compartir un proceso de pensamiento y cuidadosa investigación. Las preguntas y críticas de un instructor deben intentar fortalecer el enfoque del estudiante, no destruir su entusiasmo.

Tuve una vez una estudiante interesada en la astrología que me dijo, “esos científicos y escépticos son de mente cerrada, nunca cambian su opinión”.

Yo le respondí, “pero vos no sos de mente cerrada, ¿verdad?”

“Por supuesto que no. Yo no soy una científica”.

“Entonces, ¿estás dispuesta a cambiar tus creencias? ¿Estás abierta a la idea de que, quizás, la astrología es solamente mucho de pensamiento deseoso?
Ella pensó acerca de esto por un largo tiempo y finalmente dijo, “sí, supongo que eso es verdadera apertura mental”.

Yo había resaltado que si ella era verdaderamente de mente abierta, leería las objeciones escépticas a la astrología, y trataria de llegar a una decisión imparcial acerca de sus méritos. Esta es la intención fundamental de la buena ciencia.
Sin embargo, la apertura mental solamente funciona cuando es bidireccional. Para la mayoría de los estudios no convencionales, no existe una solución clara y completa a las preguntas que los estudiantes plantean. Lo mejor que podemos hacer como educadores es ayudarlos a trabajar y pensar diligentemente acerca de sus temas, así cuando sean retados por una objeción escéptica podrán dar una respuesta educada.

Agradecimientos

Quisiera agradecer a Judith Beth Cohen y Marjorie Farrell por comentar y revisar este escrito.

Referencias

Acerca del autor

Frank Trocco lidera estudiantes a los placeres y complejidades de la ciencia controversial, pensamiento crítico y escepticismo en el Lesley College, Massachusetts, y Vermont College, Vermont. Puede ser encontrado en: RFD#2, Box 801, Montville, ME 04941. E-mail: ftrocco@acadia.net