La Ciencia que lee la Mente

Por: Mónica Salomone, de EL PAIS, España.

LOS NEURÓLOGOS DETECTAN EN EL CEREBRO LA `FIRMA` DE LA IDEOLOGÍA Y DE LA ESPIRITUALIDAD

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Déjame ver tu cerebro… y te diré quién eres. Te diré, en concreto, a quién votas; si eres sincero o mentiroso; o si, como Enrique Iglesias, eres capaz de tener una experiencia religiosa. Y si además de ver tu cerebro me dejas tocarlo, podré inducirte desde un orgasmo a un viaje astral. Cantantes y metáforas aparte, los propios neurocientíficos advierten de que conviene tomarse en serio las posibles consecuencias derivadas del hecho de que empiezan a investigarse en el cerebro las bases biológicas, elhardware, de cuestiones tan íntimas y en apariencia intangibles como la ideología o la personalidad. No en vano la neuroética es un área en auge.

Con las nuevas técnicas la intimidad empieza a emerger como un concepto borrosoLos autores de un trabajo publicado recientemente en la revista Nature Neuroscienceaseguraban haber hallado diferencias en el funcionamiento de un cerebro liberal frente a otro conservador. En pocas palabras: el primero reacciona mejor ante los cambios, mientras que el segundo es más rígido.Los investigadores hicieron electroencefalogramas a 43 hombres y mujeres diestros mientras reaccionaban ante un estímulo que solía repetirse, pero a veces cambiaba. Cuando ocurría esto último, en la gran mayoría de los sujetos que previamente se habían declarado liberales se detectaba una actividad más intensa en un área de la corteza cerebral relacionada con los conflictos, lo que sugiere “una mayor sensibilidad neurocognitiva” a los cambios, escriben David Amodio y su grupo en su artículo. Se ve, por tanto, la firma de la ideología en el cerebro.“Esta investigación demuestra que se empieza a dilucidar cómo un producto abstracto, aparentemente inefable de la mente, como la ideología, tiene su reflejo en el cerebro humano”, dice Amodio.

¿Alguien se escandaliza por esta afirmación? ¿Alguien piensa que es absurdo que pueda verse algo así en un escáner cerebral? No los neurocientíficos, desde luego. Para ellos está clarísimo, y es perfectamente esperable, que cerebros que piensan distinto, que reaccionan distinto ante un mismo estímulo, funcionen de forma diferente; medir esa diferencia es sólo cosa de tener el instrumento adecuado.“Todo, y todo es todo, está en el cerebro”, dice Alberto Ferrús, director del Instituto Cajal de Neurociencias del CSIC, en Madrid. “La sensación de estar enamorado o enfadado, la religión… todo se traduce en moléculas, en algo físico que hay en el cerebro”.En los años noventa, cuando aparecieron las primeras técnicas para estudiar el cerebro humano en vivo y en directo -en acción-, se supo que la corteza cerebral de muchos ciegos muestra diferencias apreciables respecto a la corteza de personas que ven; que el cerebro de los taxistas tiene más sitio para información espacial; o cómo actúa el cerebro de los ajedrecistas al jugar.

¿Qué hay de raro en dar un paso más y buscar la marca de la mentira o la espiritualidad? Nada de nada, dice Ferrús.Pero volvamos al trabajo sobre los cerebros políticos. En él se hacen las siguientes analogías: pensamiento menos rígido equivale a ideología liberal; pensamiento menos rígido equivale a más actividad en áreas cerebrales implicadas en afrontar conflictos; y, por tanto, más actividad en áreas cerebrales implicadas en afrontar conflictos equivale a ideología liberal.Puestos a analizar, dicen los expertos, el eslabón frágil del razonamiento no es que un estilo de pensamiento tenga su sustrato biológico, sino lo no absoluto del término liberal. En el trabajo de Nature Neuroscience la mayoría de los autodefinidos liberales votaron por John Kerry, y los conservadores por Bush. ¿Se puede sustituir eso por Zapatero versus Rajoy? Y en un país musulmán, ¿quiénes tienen el cerebro flexible y quiénes rígido? Y los liberales del Trienio Liberal en España, entre 1820 y 1823, ¿qué cerebro tenían?

Ahora bien, no hay que equivocarse: que haya un sustrato biológico no implica ni que esehardware nos ha sido transmitido genéticamente, ni que es inmutable. “Nosotros no examinamos si la orientación política se hereda, si nos viene dada de nacimiento”, explica Amodio. “El cerebro es maleable, así que incluso si nacemos con un sistema neural más sensible a información conflictiva, es posible que este sistema neural cambie con el tiempo”. Y ¿es fácil de cambiar el hardware que nos viene de fábrica? En otras palabras, ¿Qué pesa más, lo heredado o el ambiente?“Puede que esa no sea la manera correcta de formular la pregunta”, responde Amodio. “Los genes proporcionan unos mecanismos de base para la supervivencia. Pero lo bonito es que la expresión génica es muy sensible al ambiente”.

Otra posible pregunta sobre este trabajo es si los cambios sociales globales -el cambio de postura respecto a la homosexualidad, el divorcio o el trabajo femenino-, implican un cambio colectivo en el funcionamiento del cerebro. ¿Tenemos todos un cerebro más liberal? “Tal vez”, responde Amodio, para quien sin embargo la sociedad tiende ahora hacia un mayor conservadurismo -una prueba más de lo confuso de estos términos-. Pero “no está claro si estos cambios a gran escala tienen algo que ver con cambios heredables. Podrían estar más relacionados con la globalización y los cambios culturales”.

En cualquier caso, lo cierto es que a la luz de los tentáculos que está desarrollando la neurociencia la intimidad empieza a emerger -también- como un concepto de lo más borroso. Con lo que ello implica, como señala Carlos Belmonte, director del Instituto de Neurociencias de Alicante: “Los problemas éticos que plantea la capacidad de analizar la actividad del cerebro vinculada a conductas, o la capacidad de modular desde fuera esa actividad cerebral, de encender o apagar genes, la neuro-estimulación, son importantes”. Se podría llegar a descubrir cómo es el cerebro de un maltratador, por ejemplo, y entonces “¿Estaría bien tratarle para que no llegue a serlo? ¿Hasta dónde podemos llegar? Se van a plantear debates muy serios, y vamos a una velocidad espeluznante”, dice.

 

Diálogos sobre…

Los dos máximos sistemas del mundo ptolemáico y copernicano

Por: Galileo GalileiGalileo-ptolomeo-copernico

SAGREDO.
Me parece que ya ha sido hallado. Haced que la Tierra sea el primer móvil, es decir hacedla girar sobre sí misma en veinticuatro horas del mismo modo que todas las demás esferas de manera que, sin participar tal movimiento a ningún otro planeta o estrella, todas tendrán sus ortos, ocasos y, en definitiva, todas las demás apariencias.

SIMPLICIO. Lo importante es poderlas mover sin mil inconvenientes.

SALVIATI. Todos los inconvenientes serán eliminados a medida que los propongáis. Y lo dicho hasta aquí son sólo las razones primeras y más generales por las que parece que no resulta del todo improbable que el giro diurno sea más bien de la Tierra que de todo el resto del universo.

Yo no os las propongo como leyes inquebrantables, sino como razones que tienen alguna verosimilitud. Y puesto que comprendo perfectamente que una única experiencia o demostración concluyente que se tuviese en contra, bastaría para echar por tierra estos y otros cien mil argumentos probables, por ello no hay que detenerse aquí, sino avanzar y oír lo que responde el Sr. Simplicio, y qué posibilidades mejores o qué argumentos más firmes aduce en contra.

SIMP. Primero diré algo en general sobre todas estas cosas en su conjunto, después pasaré a lo particular. Me parece que, en general, os basáis en la mayor simplicidad y facilidad para producir los mismos efectos, cuando consideráis que respecto al modo de causarlos, tanto da mover sólo la Tierra como todo el resto del mundo excepto la Tierra, pero respecto al modo de obrar, consideráis mucho más fácil la primera posibilidad que la segunda. A lo cual yo os respondo que también a mí me parece lo mismo si yo considero mi fuerza, no ya finita, sino debilísima.

Pero respecto a la potencia [virtù] del Motor, que es infinita, no es menos fácil mover el universo que la Tierra o que una paja. Y si la potencia es infinita, ¿por qué no debe ejercerse más bien una parte grande que una pequeña? Por tanto, me parece que el argumento en general no es eficaz.

SALV. Si yo hubiese dicho alguna vez que el universo no se mueve por falta de potencia del Motor, habría errado y vuestra corrección sería oportuna. Y os concedo que a una potencia infinita le es tan fácil mover cien mil como uno. Pero lo que yo he dicho no tiene que ver con el Motor, sino sólo con los móviles, y de éstos no sólo tiene que ver con su resistencia, que indudablemente es menor en el caso de la Tierra que en el del universo, sino con los otros movimientos particulares que acabamos de considerar.

Cuando después decís que de una potencia infinita es mejor ejercer una gran parte que una pequeña, os respondo que una parte del infinito no es mayor que otra si ambas son finitas; como tampoco puede decirse que el cien mil sea una parte mayor del infinito que el dos, aunque aquél es cincuenta mil veces más grande que éste.

Y si para mover el universo se requiere una potencia finita, por más que grandísima en comparación con la que bastaría para mover sólo la Tierra, no por ello se requeriría mayor parte de la infinita, ni la que quedara ociosa sería menos infinita. De modo que el aplicar un poco más o menos de potencia, para un efecto particular, no importa nada. Además está el hecho de que la actividad de tal potencia no tiene como término y fin sólo el movimiento diurno, sino que en el mundo existen otros movimientos bien conocidos y otros muchos pueden sernos desconocidos.

Así pues, habiendo observado los móviles no dudando que la operación más breve y expedita es el mover la Tierra en lugar del universo, y pensando además en las muchas otras simplificaciones y facilidades que se consiguen con este único movimiento, un axioma de Aristóteles muy verdadero que nos enseña que Frustra fit per plura quod potest fieri per pauciora [«En vano se hace con más medios lo que puede hacerse con menos medios», un caso particular del principio general de que la naturaleza no hace nada en vano], hace que resulte más probable que el movimiento diurno sea sólo de la Tierra, que del universo excepto la Tierra. SIMP.

Al citar el axioma habéis dejado una cláusula que lo afecta todo, especialmente en el presente caso. La partícula olvidada es un aeque bene. Así pues, es necesario examinar si todo se puede satisfacer igualmente bien con uno u otro supuesto.

SALV. Si una y otra disposición resulta igualmente satisfactoria se comprenderá a partir del examen detallado de las apariencias que deben satisfacerse. Porque hasta ahora se ha razonado, y se razonará, ex hipothesi, suponiendo que respecto a la satisfacción de las apariencias ambas disposiciones son igualmente adecuadas. Además, sospecho que la partícula que decís que he descuidado, más bien la habéis añadido vos de modo superfluo.

Porque el decir «igualmente bien» es una relación que necesariamente requiere al menos dos términos, no pudiendo una cosa tener relación consigo misma y decirse, v.g., el reposo es igualmente bueno que el reposo. Porque cuando se dice «En vano se hace con más medios lo que puede hacerse con menos medios», se entiende que aquello que ha de hacerse tiene que ser lo mismo, y no dos cosas distintas.

Y porque la misma cosa no puede llamarse igualmente bien hecha que sí misma. Luego el añadido de la partícula «igualmente bien» es superflua y una relación que tiene un único término.

SAGR. Si no queremos que nos ocurra lo mismo que ayer, por favor volvamos al tema, y que el Sr. Simplicio empiece a plantear las dificultades que le parece que contradicen esta nueva disposición del mundo.

SIMP. La disposición no es nueva, al contrario es antiquísima. Y que sea verdadera lo refuta Aristóteles y sus refutaciones son éstas. «En primer lugar, si la Tierra se moviese sobre sí misma, estando en el centro, o en círculo estando fuera del centro, sería necesario que con tal movimiento se moviese violentamente, porque éste no es su movimiento natural.

Puesto que si fuese suyo, lo poseería también cada una de sus partículas, pero todas ellas se mueven hacia el centro en línea recta. Siendo, por tanto, violento y preternatural, no podría ser sempiterno.

Pero el orden del mundo es sempiterno, por tanto, etc. «En segundo lugar, parece que todos los demás móviles de movimiento circular se quedan atrás y se mueven con más de un movimiento, excepto el primer móvil. Por tanto, sería necesario que también la Tierra se moviera con dos movimientos.

Y si eso fuera así, sería necesario que se diesen cambios en las estrellas fijas, lo cual no se ve. Antes bien, las mismas estrellas salen y se ponen siempre por los mismos lugares sin variación alguna. «Tercero, el movimiento de las partes y del todo es naturalmente hacia el centro del universo, y precisamente por ello permanecen en él. «Después plantea la duda de si el movimiento de las partes se da para ir naturalmente hacia el centro del universo o bien hacia el centro de la Tierra.

Y concluye que su instinto propio es el de ir hacia el centro del universo, y por accidente hacia el centro de la Tierra. De esta duda se habló ayer extensamente. «Finalmente confirma lo mismo con el cuarto argumento tomado de la experiencia de los graves que, al caer de arriba abajo, caen perpendicularmente sobre la superficie de la Tierra.

E igualmente, los proyectiles lanzados perpendicularmente hacia arriba, vuelven perpendicularmente por las mismas líneas hacia abajo, incluso aunque hubieran sido lanzados a alturas inmensas. Argumentos de los que necesariamente se concluye que su movimiento es hacia el centro de la Tierra que, sin moverse en absoluto, los espera y recibe. Menciona, por último, que los astrónomos han proporcionado otros argumentos en confirmación de las mismas conclusiones, quiero decir de que la Tierra está en el centro del universo e inmóvil.

Y menciona sólo una, que consiste en que todas las apariencias que se ven en los movimientos de las estrellas, responden a la posición de la Tierra en el centro, y esa correspondencia no se daría si no lo estuviera.» Los otros argumentos, presentados por Ptolomeo y los otros astrónomos, los puedo sacar a colación ahora si así lo deseáis, o después de que hayáis dicho lo que se os ocurra como respuesta a éstos de Aristóteles.

SALV. Los argumentos que se presentan en este tema son de dos clases: unos tienen que ver con los accidentes terrestres, sin relación alguna con las estrellas, y otros se sacan de las apariencias y observaciones de las cosas celestes. Los argumentos de Aristóteles en su mayoría están sacados de las cosas que están en nuestro entorno, y deja los otros a los astrónomos.

Por ello estaría bien, si os parece, examinar los que están tomados de las experiencias de la Tierra, y después veremos los de la otra clase. Y puesto que Ptolomeo, Tycho y otros astrónomos y filósofos, además de los argumentos que han tomado de Aristóteles, confirmándolos y fortaleciéndolos, han presentado otros, se podrían unir, para no tener que dar las mismas respuestas o similares dos veces. Por ello, Sr. Simplicio, si queréis exponerlos vos, o preferís que yo os libere de esta molestia, estoy dispuesto a complaceros.

SIMP. Será mejor que los expongáis vos que, por haberlos estudiado más, los tendréis más presentes y en mayor número.

SALV. Todos plantean como el mejor argumento el de los cuerpos graves que, cayendo de arriba abajo, llegan por una línea recta y perpendicular a la superficie de la Tierra. Lo que se considera un argumento irrefutable de que la Tierra está inmóvil.

Porque si ésta tuviese la rotación diurna, una torre desde cuya parte superior se deja caer una piedra, al ser transportada por la rotación de la Tierra, en el tiempo que la piedra tarda en caer, recorrería muchos cientos de brazas hacia oriente, y la piedra debería caer a tierra lejos de la base de la torre en un espacio correspondiente.

Dicho efecto lo confirman con otra experiencia, esto es dejando caer una bola de plomo desde la cima del mástil de una nave que está quieta, anotando la señal de donde percute, que está próximo al pie del mástil. Pero, si desde el mismo lugar se dejara caer la misma bola mientras la nave avanza, su punto de percusión estaría lejos del otro por tanto espacio cuanto la nave se hubiera deslizado hacia adelante en el tiempo de caída del plomo.

Y eso es debido únicamente al hecho de que el movimiento natural de la bola liberada a sí misma es en línea recta hacia el centro de la Tierra. Se fortalece este argumento con la experiencia de un proyectil lanzado hacia lo alto a una distancia enorme, como sería el caso de una bala lanzada por un cañón levantado perpendicularmente sobre el horizonte, que en la subida y el retorno tarda tanto tiempo que en nuestro paralelo, el cañón y nosotros juntos seremos desplazados por la Tierra muchas millas hacia levante, de modo que la bala, al caer, no podrá volver nunca al cañón, sino tan lejos hacia occidente cuanto la Tierra haya avanzado. Añaden, además, la tercera y muy eficaz experiencia que es la siguiente.

Si se disparase con una culebrina una bala con gran elevación hacia levante, y después otra con igual carga y con la misma elevación hacia poniente, el tiro hacia poniente llegaría mucho más lejos que el disparado hacia levante, puesto que mientras la bala va hacia occidente, y la artillería, llevada por la Tierra, hacia oriente, la bala tocaría tierra lejos de la pieza de artillería por tanto espacio cuanto es la suma de los dos viajes, uno hecho por sí misma hacia occidente y el otro por la pieza llevada por la Tierra hacia levante.

Por el contrario, del viaje hecho por la bala disparada hacia levante habría que restar el que hubiese hecho la artillería siguiéndola. Así pues, suponiendo, por ejemplo, que el viaje de la bala por sí misma fuese de cinco millas y que la Tierra en ese paralelo, en el tiempo del vuelo de la bala, recorriese tres millas, en el tiro hacia poniente la bala caería a Tierra ocho millas lejos de la pieza, esto es sus cinco hacia poniente y las tres de la pieza hacia levante.

Pero el tiro hacia oriente no llegaría más allá de dos millas, que es lo que queda una vez restado de las cinco del tiro, las tres del movimiento de la pieza hacia la misma parte. Pero la experiencia muestra que los tiros son iguales. Por tanto, la artillería está inmóvil y, en consecuencia, también la Tierra lo está.

Pero los disparos hacia el sur y hacia el norte confirman, no menos que los anteriores, el estatismo de la Tierra, puesto que, en éstos, nunca se daría en el blanco al que uno hubiera apuntado, sino que los disparos siempre serían desviados hacia poniente, por el desplazamiento que tendría el blanco llevado por la Tierra hacia levante mientras la bala está en el aire. Y no sólo los disparos por las líneas de los meridianos, ni siquiera los disparados hacia oriente o hacia occidente serían precisos, sino que los orientales resultarían altos y los occidentales bajos, siempre que se disparase horizontalmente.

Porque al realizarse el viaje de la bala en ambos disparos por la tangente, esto es por una línea paralela al horizonte, y dándose el caso de que en el movimiento diurno, si fuese de la Tierra, el horizonte siempre va descendiendo hacia levante y elevándose por poniente (por eso nos parece que las estrellas orientales se elevan y las occidentales descienden), en consecuencia el blanco oriental iría quedándose por debajo del disparo, por lo que éste resultaría alto, y la elevación del blanco occidental dejaría bajo el disparo hacia occidente. De modo que nunca podría dispararse con precisión. Y puesto que la experiencia muestra lo contrario, es forzoso afirmar que la Tierra está inmóvil.

SIMP. ¡Oh!, estos sí son buenos argumentos a los que es imposible encontrar respuesta que valga.

SALV ¿Acaso los oís por primera vez?

SIMP. Realmente sí. Y ahora veo con cuán bellas experiencias ha querido la naturaleza ser cortés con nosotros para ayudarnos a conocer la verdad. ¡Oh, qué bien concuerdan una verdad con otra y cómo conspiran todas para resultar inexpugnables!

SAGR. ¡Qué pecado que la artillería no existiese en tiempos de Aristóteles! Con ella habría derrotado la ignorancia y habría hablado sin titubear en absoluto de las cosas del mundo.

SALV. Me parece muy bien que estos argumentos os resulten nuevos, así no seréis de la opinión de la mayor parte de los peripatéticos, que creen que si alguien se aparta de la doctrina de Aristóteles es porque no ha entendido ni penetrado bien sus demostraciones.

Pero con toda seguridad oiréis otras novedades, y veréis cómo los seguidores del nuevo sistema plantean contra sí mismos observaciones, experiencias y argumentos de bastante mayor fuerza que los planteados por Aristóteles y Ptolomeo u otros impugnadores de las mismas conclusiones, con lo que os darán la seguridad de que no han sido llevados a seguir tal opinión por ignorancia o inexperiencia.

SAGR. Llegados a este punto, tengo que contaros algunas cosas que me ocurrieron desde que empecé a oír hablar de esta opinión. Siendo bastante jovencito -apenas había acabado el curso de filosofía, abandonado después por haberme dedicado a otras ocupaciones- ocurrió que cierto extranjero de Rostock, creo que su nombre era Cristiano Vurstisio [Christian Wursteisen, teólogo y matemático, escribió diversos comentarios a obras importantes de astronomía, en alguna de las cuales hace grandes alabanzas de Copérnico], seguidor de la opinión de Copérnico, estuvo por estos lares y, en una academia, dio dos o quizás tres conferencias sobre el tema en una academia, con un concurrido público, creo que más por la novedad que por otra cosa.

No obstante, yo no asistí porque tenía la firme convicción de que tal opinión no podía ser más que una solemne insensatez. Habiendo preguntado después a algunos que habían estado presentes, oí que todos se burlaban excepto uno que me dijo que la cuestión no era tan ridícula.

Y puesto que yo le consideraba bastante inteligente y circunspecto, arrepentido de no haber ido, desde entonces, cada vez que encontraba a uno que defendiese la opinión copernicana, le preguntaba si siempre había sido del mismo parecer. A pesar que he interrogado a muchos, no he encontrado ni uno sólo que no me dijese que había sido mucho tiempo de la opinión contraria, pero que había pasado a ésta movido por los argumentos que la hacen convincente.

Habiéndoles examinado después uno a uno, para ver hasta los argumentos de la otra parte, descubrí que todos los manejaban con toda facilidad, de modo que ciertamente no he podido decir que se hayan lanzado a esta opinión por ignorancia o por vanidad o, como suele decirse, para hacerse el listo. Por contra, de entre todos los peripatéticos y ptolemáicos que he interrogado (y por curiosidad he interrogado a muchos) acerca de si habían estudiado el libro de Copérnico, he encontrado poquísimos que apenas si lo habían visto, pero ninguno que yo crea que lo hubiera entendido.

Y he tratado de averiguar si alguno de los seguidores de la doctrina peripatética ha mantenido alguna vez la otra opinión, y tampoco he encontrado ninguno. Por ello, considerando que no hay nadie que siga la opinión de Copérnico que antes no haya sido de la contraria y que no esté perfectamente informado de los argumentos de Aristóteles y de Ptolomeo y que, por el contrario, no hay ningún seguidor de Aristóteles y Ptolomeo que haya sido anteriormente de la opinión de Copérnico y la haya abandonado para abrazar la de Aristóteles, considerando digo, estas cosas, empecé a creer que el que deja una opinión que bebió con la leche materna y que es seguida por tantos, para pasar a otra por seguida por poquísimos, negada por todas las escuelas y que realmente parece paradoja grandísima, era forzosamente necesario que estuviese movido, por no decir forzado, por argumentos más eficaces.

Por eso he llegado a tener una enorme curiosidad por tocar, como suele decirse, el fondo de la cuestión, y considero una gran suerte para mí haberos encontrado a ambos, de este modo, sin esfuerzo podré oír todo lo que se ha dicho, y quizás lo que pueda decirse, en este tema, seguro de que gracias a vuestros razonamientos me sacaréis de dudas y pasaré a la certidumbre.

SIMP. Con tal que la opinión y la esperanza no se os vean frustradas y al final no os encontréis más confuso que antes.

El Principio Antrópico

Por: Stephen W. Hawking

Fragmento Historia del tiempoBig-Bang

El principio antrópico, puede parafrasearse en la forma “vemos el universo en la forma que es porque nosotros existimos”.

Hay dos versiones del principio antrópico, la débil y la fuerte.

El principio antrópico débil dice que en un universo que es grande o infinito en el espacio y/o en el tiempo, las condiciones necesarias para el desarrollo de vida inteligente se darán solamente en ciertas regiones que están limitadas en el tiempo y en el espacio. Los seres inteligentes de estas regiones no deben, por lo tanto, sorprenderse si observan que su localización en el universo satisface las condiciones necesarias para su existencia.

Es algo parecido a una persona rica que vive en un entorno acaudalado sin ver ninguna pobreza. Un ejemplo del uso del principio antrópico débil consiste en “explicar” por qué el big bang ocurrió hace unos diez mil millones de años: se necesita aproximadamente ese tiempo para que se desarrollen seres inteligentes.

Como se explicó anteriormente, para llegar a donde estamos tuvo que formarse primero una generación previa de estrellas. Estas estrellas convinieron una parte del hidrógeno y del helio originales en elementos como carbono y oxígeno, a partir de los cuales estamos hechos nosotros. Las estrellas explotaron luego como supernovas, y sus despojos formaron otras estrellas y planetas, entre ellos los de nuestro sistema solar, que tiene alrededor de cinco mil millones de años.

Los primeros mil o dos mil millones de años de la existencia de la Tierra fueron demasiado calientes para el desarrollo de cualquier estructura complicada. Los aproximadamente tres mil millones de años restantes han estado dedicados al lento proceso de la evolución biológica, que ha conducido desde los organismos más simples hasta seres que son capaces de medir el tiempo transcurrido desde el bíg bang. Poca gente protestaría de la validez o utilidad del principio antrópico débil.

Algunos, sin embargo, van mucho más allá y proponen una versión fuerte del principio. De acuerdo con esta nueva teoría, o hay muchos universos diferentes, o muchas regiones diferentes de un único universo, cada uno/a con su propia configuración inicial y, tal vez, con su propio conjunto de leyes de la ciencia.

En la mayoría de estos universos, las condiciones no serían apropiadas para el desarrollo de organismos complicados; solamente en los pocos universos que son como el nuestro se desarrollarían seres inteligentes que se harían la siguiente pregunta: ¿por qué es el universo como lo vemos? La respuesta, entonces, es simple; ¿si hubiese sido diferente, nosotros no estaríamos aquí? Las leyes de la ciencia, tal como las conocemos actualmente, contienen muchas cantidades fundamentales, como la magnitud de la carga eléctrica del electrón y la relación entre las masas del protón y del electrón.

Nosotros no podemos, al menos por el momento, predecir los valores de esas cantidades a partir de la teoría; tenemos que hallarlos mediante la observación. Puede ser que un día descubramos una teoría unificada completa que prediga todas esas cantidades, pero también es posible que algunas, o todas ellas, varíen de un universo a otro, o dentro de uno único.

El hecho notable es que los valores de esas cantidades parecen haber sido ajustadas sutilmente para hacer posible el desarrollo de la vida. Por ejemplo, si la carga eléctrica del electrón hubiese sido sólo ligeramente diferente, las estrellas, o habría sido incapaces de quemar hidrógeno y helio, o, por contrario, no habrían explotado.

Por supuesto, podría haber otras formas de vida inteligente, no imaginadas ni siquiera por los escritores de ciencia ficción, que no necesitasen la luz de una estrella como el Sol o los elementos químicos más pesados que son fabricados en las estrellas y devueltos al espacio cuando éstas explotan. No obstante, parece evidente que hay relativamente pocas gamas de valores para las cantidades citadas, que permitirían el desarrollo de cualquier forma de vida inteligente.

La mayor parte de los conjuntos de valores darían lugar a universos que, aunque podrían ser muy hermosos, no podrían contener a nadie capaz de maravillarse de esa belleza. Esto puede tomarse o bien como prueba de un propósito divino en la Creación y en la elección de las leyes de la ciencia, o bien como sostén del principio antrópico fuerte. Pueden ponerse varias objeciones a este principio como explicación del estado observado del universo. En primer lugar, ¿en qué sentido puede decirse que existen todos esos universos diferentes? Si están realmente separados unos de otros, lo que ocurra en otro universo no puede tener ninguna consecuencia observable en el nuestro.

Debemos, por lo tanto, utilizar el principio de economía y eliminarlos de la teoría. Si, por otro lado, hay diferentes regiones de un único universo, las leyes de la ciencia tendrían que ser las mismas en cada región, porque de otro modo uno no podría moverse con continuidad de una región a otra. En este caso las únicas diferencias entre las regiones estarían en sus configuraciones iniciales, y, por tanto, el principio antrópico fuerte se reduciría al débil. Una segunda objeción al principia antrópico fuerte es nueva contra la corriente de toda la historia de la ciencia.

Hemos evolucionado desde las cosmologías geocéntricas de Ptolomeo y sus antecesores, a través de la cosmología heliocéntrica de Copérnico y Galileo, hasta la visión moderna, en la que la Tierra es un planeta de tamaño medio que gira alrededor de tina estrella corriente en los suburbios exteriores de una galaxia espiral ordinaria, la cual, a su vez, es solamente una entre el billón de galaxias del universo observable. A pesar de ello, el principio antrópico fuerte pretendería que toda esa vasta construcción existe simplemente para nosotros. Eso es muy difícil de creer.

Nuestro sistema solar es ciertamente un requisito previo para nuestra existencia, y esto se podría extender al conjunto de nuestra galaxia, para tener en cuenta la necesidad de una generación temprana de estrellas que creasen los elementos más pesados. Pero no parece haber ninguna necesidad ni de todas las otras galaxias ni de que el universo sea tan uniforme y similar, a gran escala, en todas las direcciones.

Uno podría sentirse más satisfecho con el principio antrópico, al menos en su versión débil, si se pudiese probar que un buen número de diferentes configuraciones iniciales del universo habrían evolucionado hasta producir un universo como el que observamos. Si éste fuese el caso, un universo que se desarrollase a partir de algún tipo de condiciones iniciales aleatorias debería contener varias regiones que fuesen suaves y uniformes y que fuesen adecuadas para la evolución de vida inteligente.

Por el contrario, si el estado inicial del universo tuvo que ser elegido con extremo cuidado para conducir a una situación como la que vemos a nuestro alrededor, sería improbable que el universo contuviese alguna región en la que apareciese la vida.

En el modelo del big bang caliente descrito anteriormente, no hubo tiempo suficiente para que el calor fluyese de una región a otra en el universo primitivo. Esto significa que en el estado inicial del universo tendría que haber habido exactamente la misma temperatura en todas partes, para explicar el hecho de que la radiación de fondo de microondas tenga la misma temperatura en todas las direcciones en que miremos. La velocidad de expansión inicial también tendría que haber sido elegida con mucha precisión, para que la velocidad de expansión fuese todavía tan próxima a la velocidad crítica necesaria para evitar colapsar de nuevo.

Esto quiere decir que, si el modelo del big bang caliente fuese correcto desde el principio del tiempo, el estado inicial del universo tendría que haber sido elegido verdaderamente con mucho cuidado. Sería muy difícil explicar por qué el universo debería haber comenzado justamente de esa manera, excepto si lo consideramos como el acto de un Dios que pretendiese crear seres como nosotros.

 

La ciencia está en los detalles

Por: Sam Harris

El presidente Obama nominó a Francis Collins a ser el siguiente director de los Institutos Nacionales de la Salud. Se vería como una brillante elección. Las credenciales del Dr. Collins son impecables: es Fisicoquímico y Mfe-ciencia1édico Genético; además solía ser cabeza del Proyecto Genoma Humano. También, según él mismo, es la prueba viviente de que no hay conflicto entre ciencia y religión. En el 2006, publicó “El Lenguaje de Dios”, en el que dice demostrar “una consistente y profundamente satisfactoria armonía entre la ciencia del siglo 21 y el evangelio cristiano.

Al Dr. Collins lo suelen reconocer los científicos seculares por lo que no es, no es un “creacionista de tierra nueva” ni defensor del “diseño inteligente”. Dada la evidencia para la evolución, esas son dos muy buenas cosas que un científico no sea. 

Pero como director de los Institutos, el Dr. Collins tendrá más responsabilidad sobre la investigación biomédica y relacionada con la medicina que cualquier otra persona en la tierra, controlando un presupuesto anual de más de 30 mil millones de dólares. También será uno de los mayores representantes de la ciencia en los Estados Unidos. Por esta razón, es importante que entendamos al Dr. Collins y su fe en cuanto se relacionan con la investigación científica. 

Lo que sigue son una serie de diapositivas, presentadas en orden, de una conferencia sobre ciencia y creencia que el Dr. Collins dio en la Universidad de Californa, Berkeley, en el 2008.

Diapositiva 1: “Dios todopoderoso, que no está limitado en espacio o tiempo, creó el universo hace 13.7 mil millones de años con los parámetros precisos para permitir el desarrollo de la complejidad en largos periodos de tiempo.”

Diapositiva 2: “El plan de Dios incluye al mecanismo de la evolución para crear la maravillosa diversidad de criaturas vivientes en nuestro planeta. Especialmente, ese creativo plan incluía a los seres humanos.” 

Diapositiva 3: “Después de que la evolución haya preparado una ‘casa’ lo suficientemente avanzada (el cerebro humano), Dios otorgó a la humanidad el conocimiento del bien y el mal (la ley moral), libre albedrío y un alma inmortal.”

Diapositiva 4: “Nosotros los humanos utilizamos nuestro libre albedrío para romper la ley moral, alejándonos de Dios. Para los cristianos, Jesús es la solución a ese distanciamiento.”

Diapositiva 5: “Si la ley moral es sólo un efecto colateral de la evolución, entonces no hay tal cosa como el bien y el mal. Todo es una ilusión. Todos hemos sido engañados. ¿Está alguno de nosotros, especialmente los ateos fuertes1, realmente preparado para vivir dentro de esa cosmovisión?”

¿Por qué habrían de ser las creencias del Dr. Collins importantes? 

En los Estados Unidos hay una ignorancia científica epidémica. Esto no es sorprendente, ya que muy pocas verdades científicas son auto evidentes y muchas son contra intuitivas. No es de ninguna manera obvio que el espacio vacío tenga estructura o que compartamos un antecesor en común con la mosca y con la banana. Puede ser difícil pensar como un científico. Pero muy pocas cosas hacen más difícil pensar como un científico que la religión.

El Dr. Collins escribió que la ciencia hace la creencia en Dios “intensamente plausible”; el Big Bang, la precisión de las constantes naturales, la emergencia de vida compleja, la eficacia de las matemáticas, todo sugiere la existencia de un Dios “amoroso, lógico y consistente.”

Pero al confrontarlo con explicaciones alternativas de este fenómeno, o con evidencia que sugiere que Dios no es amoroso, ilógico, inconsistente o, de hecho, ausente, el Dr. Collins dice que Dios está fuera de la naturaleza, por lo tanto la ciencia no puede preguntar acerca de su existencia del todo.

Así mismo, el Dr. Collins insiste en que nuestras intuiciones morales dan fe de la existencia de Dios, a su carácter perfectamente moral y a su deseo de hermandad entre cada miembro de nuestra especie. Pero cuando nuestra intuición moral pregunta por la causa de la muerte de inocentes en, digamos, una inundación o un terremoto, el Dr. Collins nos asegura que nuestras nociones temporales del bien y el mal no son confiables y que la voluntad de Dios es un misterio. 

La mayoría de los científicos que estudian la mente humana están convencidos de que es producto del cerebro y éste producto de la evolución. El Dr. Collins toma un enfoque diferente: insiste en que en algún momento del desarrollo de nuestra especie Dios insertó componentes cruciales; incluyendo un alma inmortal, libre albedrío, la ley moral, hambre espiritual, altruismo genuino, etc.

Como alguien que cree que nuestro entendimiento de la naturaleza humana puede ser derivado de la neurociencia, psicología, ciencias cognitivas y economía conductual, entre otras, me preocupa la línea de pensamiento del Dr. Collins. También creo que ella mermaría seriamente los campos como neurociencia y nuestro creciente entendimiento de la mente humana. Si tenemos que mirar hacia la religión para explicar nuestro sentido moral, ¿qué vamos a hacer con los déficits asociados con situaciones como el síndrome del lóbulo frontal y la psicopatía? ¿Son estos desórdenes mejor tratados desde la teología?

El Dr. Collins escribió que “la ciencia no ofrece respuestas a las preguntas más apremiantes de la existencia humana” y que “las afirmaciones del materialismo ateo deben ser constantemente resistidas”. 

Uno sólo puede tener esperanza en que estas convicciones no afectarán su juicio en los Institutos de la Salud. Después de todo, entender el bienestar humano a nivel cerebral puede muy bien ofrecer “respuestas a las preguntas más apremiantes de la existencia humana”; preguntas como, ¿por qué sufrimos? ¿O es, de hecho, posible amar al prójimo como a uno mismo? ¿Y acaso cualquier esfuerzo de explicar la naturaleza humana sin referencia a un alma, y explicar la moralidad sin referencia a Dios, no constituye necesariamente un “materialismo ateísta”?  

Francis Collins es un consumado científico y un hombre sincero en sus creencias. Y eso es precisamente lo que me hace sentir tan incómodo con su nominación. ¿Debemos realmente confiar el futuro de la investigación biomédica en los Estados Unidos a un hombre que sinceramente cree que un entendimiento científico de la naturaleza humana es imposible? 

Sam Harris

Fuente original: http://www.nytimes.com/2009/07/27/opinion/27harris.html?_r=2&ref=opinion

Traducción por Sara García

 

La Evolución como un hecho

Por: Stephen Jay Gouldevolucion

Kirtley Mather, quien murió en 1980 a los noventa años, fue un pilar tanto de la Ciencia como de la religión cristiana en los Estados Unidos y uno de mis amigos más queridos. La diferencia de casi medio siglo entre nuestras edades evaporó anteriormente nuestros intereses comunes.

La cuestión más curiosa que compartimos, fue una batalla que cada uno luchó a la misma edad. Por Kirtley había ido a Tennessee con Clarence Darrow para testificar a favor de la evolución en los juicio
s de Scopes de 1925. Cuando pienso que estamos entrampados nuevamente en la misma lucha por una de los conceptos más documentados, más convincentes y excitantes de toda la Ciencia, no sé si reír o llorar.

De acuerdo a los principios idealizados del discurso científico, el despertar de tópicos aletargados debería reflejar datos frescos que dan una vida renovada a las nociones abandonadas. Aquellos que están fuera del debate actual podrían por consiguiente ser excusados por sospechar que los creacionistas han traído a colación algo nuevo, o que los evolucionistas han generado algún problema interno muy serio. Darrow y Bryan fueron al menos más entretenidos que nosotros, antagonistas menores de hoy.

El ascenso del creacionismo es política, simple y llanamente; representa un punto (y de ninguna manera el más preocupante) del derecho evangélico resurgente. Los argumentos que parecieron locos hace sólo una década, han vuelto a entrar a la corriente del pensamiento actual. El ataque básico de los creacionistas modernos se divide en dos puntos generales antes incluso que nosotros alcancemos los supuestos detalles reales de su asalto contra la evolución.

Primero, ellos juegan sobre el malentendido vernáculo de la palabra “teoría” para llevar a la falsa impresión que nosotros los evolucionistas estamos encubriendo el centro podrido de nuestro edificio. Segundo, ellos abusan de una filosofía de la ciencia muy popular para argumentar que ellos se comportan científicamente a la hora de atacar a la evolución.

Sin embargo, la misma filosofía demuestra que su propia fe no es ciencia, y que el “creacionismo científico” es una frase sin sentido y auto-contradictoria, un ejemplo de lo que Orwell llamó “neolengua” o forma de expresión formal que sirve para fines políticos.

En la jerga estadounidense1, “teoría” frecuentemente significa “hecho imperfecto” –parte de una jerarquía de certidumbre que corre cuesta abajo desde hecho a teoría, hipótesis y suposición. De esta manera los creacionistas pueden (y lo hacen) argumentar: la evolución es “solamente” una teoría, y el debate intenso ahora se ensaña contra muchos aspectos de la teoría. Si la evolución es menos que un hecho, y los científicos no pueden ni siquiera decidirse acerca de la teoría, ¿entonces qué confianza podemos nosotros tener en ella? Ciertamente, el presidente Reagan hizo eco de este argumento ante un grupo evangélico en Dallas cuando dijo (en lo que yo devotamente creo que fue retórica política): “Bueno, es una teoría.

Es solamente una teoría científica, y en los años recientes ha sido cuestionada en el mundo de la ciencia –es decir, no se cree dentro de la comunidad científica que sea tan infalible como alguna vez lo fue.” Bueno, la evolución es una teoría. Es también un hecho. Y los hechos y las teorías son cosas diferentes, no son peldaños en una jerarquía de certeza creciente. Los hechos son los datos del mundo. Las teorías son las estructuras de ideas que explican e interpretan los hechos. Los hechos no se esfuman cuando los científicos debaten teorías rivales para explicarlos.

La teoría de la gravedad de Einstein reemplazó la de Newton, pero las manzanas no quedaron suspendidas a medio caer, esperando el resultado. Y los humanos evolucionaron de ancestros simiescos tanto si lo hicieron a través del mecanismo propuesto por Darwin o por algún otro, todavía no descubierto. Por otra parte, “hecho” no significa “certeza absoluta”. Las pruebas finales de la lógica y las matemáticas fluyen deductivamente de premisas indicadas y logran certeza sólo porque no tratan acerca del mundo empírico.

Los evolucionistas no hacen afirmaciones de verdades absolutas, aunque los creacionistas frecuentemente lo hacen (y luego nos atacan por un estilo de argumento que ellos mismos propician). En la Ciencia, un “hecho” sólo puede significar “confirmado a tal grado que sería perverso detener su aceptación provisional”. Yo supongo que las manzanas podrían comenzar a elevarse mañana, pero la posibilidad no merece igual tiempo en los salones de clases de física.

Los evolucionistas han sido claros acerca de la distinción entre hecho y teoría desde el inicio, si solamente porque hemos siempre reconocido cuan lejos estamos de entender completamente los mecanismos (teoría) por los cuales la evolución (hecho) ocurrió. Darwin continuamente enfatizó la diferencia entre sus dos grandes y separados logros: establecer el hecho de la evolución, y proponer una teoría –la selección natural- para explicar el mecanismo de la evolución.

Él escribió en La Descendencia del Hombre: “Yo tengo dos objetivos distintos en vista: primeramente, mostrar que las especies no han sido creadas aisladamente, y segundo, Charles Darwin que la selección natural ha sido el agente principal de cambio… Por lo tanto, si he errado en… haber exagerado el poder [de la selección natural]… Yo he al menos, eso espero, hecho un buen servicio en ayudar a derrocar el dogma de las creaciones separadas.” De este modo Darwin reconoció la naturaleza provisional de la selección natural mientras afirmaba el hecho de la evolución.

El fructífero debate teórico que Darwin inició nunca ha cesado. Desde los 40’s hasta los 60’s, la misma teoría de la evolución de Darwin alcanzó una hegemonía temporal que él nunca disfrutó en su vida. Pero el debate renovado caracteriza nuestra década, y mientras que ningún biólogo cuestiona la importancia de la selección natural, muchos dudan de su omnipresencia. En particular, muchos evolucionistas alegan que cantidades sustanciales de cambios genéticos podrían no estar sujetas a la selección natural y podrían diseminarse a través de las poblaciones al azar.

Otros están cuestionando el lazo de la selección natural de Darwin con el cambio gradual e imperceptible a través de todos los grados intermedios; ellos argumentan que los eventos más evolutivos podrían ocurrir mucho más rápido de lo que Darwin imaginó. Los científicos consideran los debates sobre los tópicos fundamentales de la teoría como una señal de salud intelectual y fuente de excitación. La Ciencia es –¿y cómo más puedo decirlo?– más divertida cuando juega con ideas interesantes, examina sus implicaciones, y reconoce que la información antigua podría ser explicada en sorprendentes formas nuevas.

La teoría evolutiva está disfrutando ahora este vigor inusual. Pero en medio de todo este revuelo, ningún biólogo ha sido llevado a dudar del hecho que la evolución ocurre; nosotros estamos debatiendo como pasa. Todos estamos tratando de explicar la misma cosa: el árbol de la descendencia evolutiva concatenando a todos los organismos por lazos de genealogía. Los creacionistas pervierten y caricaturizan este debate a través del olvido consciente de la convicción común que yace bajo él, y sugieren hipócritamente que los evolucionistas ahora dudamos del propio fenómeno que afanosamente tratamos de entender.

En segundo lugar, los creacionistas claman que “el dogma de las creaciones separadas” tal como Darwin lo caracterizó hace un siglo, es una teoría científica que merece igual tiempo que la Evolución en el programa de estudio de biología de la escuela secundaria. Pero un punto de vista popular entre los filósofos de la ciencia desmiente este argumento creacionista. El filósofo Karl Popper ha argumentado por décadas que el estándar contra el cual la ciencia es medida, es la falsabilidad de sus teorías.

Nosotros nunca podemos probar absolutamente, pero podemos falsar. Un conjunto de ideas que no puede, en un principio, ser falsado, no es ciencia . Todo el programa creacionista incluye poco más que un intento retórico para falsar la evolución presentando supuestas contradicciones entres sus partidarios. Su modo de creacionismo, dicen ellos, es “científico” pues sigue el modelo Popperiano al tratar de demoler la Evolución. Sin embargo, el modelo Popperiano debe aplicarse en ambas direcciones.

Uno no se vuelve un científico simplemente tratando de falsar un sistema rival y verdaderamente científico; uno tiene que presentar un sistema alternativo que también satisfaga el criterio Popperiano –que también debe ser falsable en un principio. “Creacionismo científico” es una frase autocontradictoria y sin sentido precisamente porque no puede ser falsada. Yo puedo imaginar observaciones y experimentos que refutarían cualquier teoría evolutiva que conozca, pero no puedo imaginar que datos potenciales podrían llevar a los creacionistas a abandonar sus convicciones.

La evolución como un hecho y una teoría

Por: Stephen Jay Gould

Kirtley Mather, quien murió en 1980 a los noventa años, fue un pilar tanto de la Ciencia como de la religión cristiana en los Estados Unidos y uno de mis amigos más queridos. La diferencia de casi medio siglo entre nuestras edades evaporó anteriormente nuestros intereses comunes.

La cuestión más curiosa que compartimos, fue una batalla que cada uno luchó a la misma edad. Por Kirtley había ido a Tennessee con Clarence Darrow para testificar a favor de la evolución en el juicio de Scopes de 1925. Cuando pienso que estamos entrampados nuevamente en la misma lucha por una de los conceptos más documentados, más convincentes y excitantes de toda la Ciencia, no sé si reír o llorar.

De acuerdo a los principios idealizados del discurso científico, el despertar de tópicos aletargados debería reflejar datos frescos que dan una vida renovada a las nociones abandonadas. Aquellos que están fuera del debate actual podrían por consiguiente ser excusados por sospechar que los creacionistas han traído a colación algo nuevo, o que los evolucionistas han generado algún problema interno muy serio. Darrow y Bryan fueron al menos más entretenidos que nosotros, antagonistas menores de hoy.

El ascenso del creacionismo es política, simple y llanamente; representa un punto (y de ninguna manera el más preocupante) de la resurgente derecha evangélica. Los argumentos que parecieron locos hace sólo una década, han vuelto a entrar a la corriente del pensamiento actual. El ataque básico de los creacionistas modernos se divide en dos puntos generales antes incluso que nosotros alcancemos los supuestos detalles reales de su asalto contra la evolución.

Primero, ellos juegan sobre el malentendido vernáculo de la palabra “teoría” para llevar a la falsa impresión que nosotros los evolucionistas estamos encubriendo el centro podrido de nuestro edificio. Segundo, ellos abusan de una filosofía de la ciencia muy popular para argumentar que ellos se comportan científicamente a la hora de atacar a la evolución.

Sin embargo, la misma filosofía demuestra que su propia fe no es ciencia, y que el “creacionismo científico” es una frase sin sentido y auto-contradictoria, un ejemplo de lo que Orwell llamó “neolengua” o forma de expresión formal que sirve para fines políticos.

En la jerga estadounidense1, “teoría” frecuentemente significa “hecho imperfecto” –parte de una jerarquía de certidumbre que corre cuesta abajo desde hecho a teoría, hipótesis y suposición. De esta manera los creacionistas pueden (y lo hacen) argumentar: la evolución es “solamente” una teoría, y el debate intenso ahora se ensaña contra muchos aspectos de la teoría. Si la evolución es menos que un hecho, y los científicos no pueden ni siquiera decidirse acerca de la teoría, ¿entonces qué confianza podemos nosotros tener en ella?

Ciertamente, el presidente Reagan hizo eco de este argumento ante un grupo evangélico en Dallas cuando dijo (en lo que yo devotamente creo que fue retórica política): “Bueno, es una teoría. Es solamente una teoría científica, y en los años recientes ha sido cuestionada en el mundo de la ciencia –es decir, no se cree dentro de la comunidad científica que sea tan infalible como alguna vez lo fue.”

Bueno, la evolución es una teoría. Es también un hecho. Y los hechos y las teorías son cosas diferentes, no son peldaños en una jerarquía de certeza creciente. Los hechos son los datos del mundo. Las teorías son las estructuras de ideas que explican e interpretan los hechos. Los hechos no se esfuman cuando los científicos debaten teorías rivales para explicarlos.

La teoría de la gravedad de Einstein reemplazó la de Newton, pero las manzanas no quedaron suspendidas a medio caer, esperando el resultado. Y los humanos evolucionaron de ancestros simiescos tanto si lo hicieron a través del mecanismo propuesto por Darwin o por algún otro, todavía no descubierto. Por otra parte, “hecho” no significa “certeza absoluta”. Las pruebas finales de la lógica y las matemáticas fluyen deductivamente de premisas indicadas y logran certeza sólo porque no tratan acerca del mundo empírico.

Los evolucionistas no hacen afirmaciones de verdades absolutas, aunque los creacionistas frecuentemente lo hacen (y luego nos atacan por un estilo de argumento que ellos mismos propician). En la Ciencia, un “hecho” sólo puede significar “confirmado a tal grado que sería perverso detener su aceptación provisional”. Yo supongo que las manzanas podrían comenzar a elevarse mañana, pero la posibilidad no merece igual tiempo en los salones de clases de física.

Los evolucionistas han sido claros acerca de la distinción entre hecho y teoría desde el inicio, si solamente porque hemos siempre reconocido cuan lejos estamos de entender completamente los mecanismos (teoría) por los cuales la evolución (hecho) ocurrió. Darwin continuamente enfatizó la diferencia entre sus dos grandes y separados logros: establecer el hecho de la evolución, y proponer una teoría –la selección natural- para explicar el mecanismo de la evolución.

Él escribió en La Descendencia del Hombre: “Yo tengo dos objetivos distintos en vista: primeramente, mostrar que las especies no han sido creadas aisladamente, y segundo, Charles Darwin que la selección natural ha sido el agente principal de cambio… Por lo tanto, si he errado en… haber exagerado el poder [de la selección natural]… Yo he al menos, eso espero, hecho un buen servicio en ayudar a derrocar el dogma de las creaciones separadas.” De este modo Darwin reconoció la naturaleza provisional de la selección natural mientras afirmaba el hecho de la evolución.

El fructífero debate teórico que Darwin inició nunca ha cesado. Desde los 40’s hasta los 60’s, la misma teoría de la evolución de Darwin alcanzó una hegemonía temporal que él nunca disfrutó en su vida. Pero el debate renovado caracteriza nuestra década, y mientras que ningún biólogo cuestiona la importancia de la selección natural, muchos dudan de su omnipresencia. En particular, muchos evolucionistas alegan que cantidades sustanciales de cambios genéticos podrían no estar sujetas a la selección natural y podrían diseminarse a través de las poblaciones al azar.

Otros están cuestionando el lazo de la selección natural de Darwin con el cambio gradual e imperceptible a través de todos los grados intermedios; ellos argumentan que los eventos más evolutivos podrían ocurrir mucho más rápido de lo que Darwin imaginó. Los científicos consideran los debates sobre los tópicos fundamentales de la teoría como una señal de salud intelectual y fuente de excitación. La Ciencia es –¿y cómo más puedo decirlo?– más divertida cuando juega con ideas interesantes, examina sus implicaciones, y reconoce que la información antigua podría ser explicada en sorprendentes formas nuevas.

La teoría evolutiva está disfrutando ahora este vigor inusual. Pero en medio de todo este revuelo, ningún biólogo ha sido llevado a dudar del hecho que la evolución ocurre; nosotros estamos debatiendo como pasa. Todos estamos tratando de explicar la misma cosa: el árbol de la descendencia evolutiva concatenando a todos los organismos por lazos de genealogía. Los creacionistas pervierten y caricaturizan este debate a través del olvido consciente de la convicción común que yace bajo él, y sugieren hipócritamente que los evolucionistas ahora dudamos del propio fenómeno que afanosamente tratamos de entender.

En segundo lugar, los creacionistas claman que “el dogma de las creaciones separadas” tal como Darwin lo caracterizó hace un siglo, es una teoría científica que merece igual tiempo que la Evolución en el programa de estudio de biología de la escuela secundaria. Pero un punto de vista popular entre los filósofos de la ciencia desmiente este argumento creacionista. El filósofo Karl Popper ha argumentado por décadas que el estándar contra el cual la ciencia es medida, es la falsabilidad de sus teorías.

Nosotros nunca podemos probar absolutamente, pero podemos falsar. Un conjunto de ideas que no puede, en un principio, ser falsado, no es ciencia . Todo el programa creacionista incluye poco más que un intento retórico para falsar la evolución presentando supuestas contradicciones entres sus partidarios. Su modo de creacionismo, dicen ellos, es “científico” pues sigue el modelo Popperiano al tratar de demoler la Evolución. Sin embargo, el modelo Popperiano debe aplicarse en ambas direcciones.

Uno no se vuelve un científico simplemente tratando de falsar un sistema rival y verdaderamente científico; uno tiene que presentar un sistema alternativo que también satisfaga el criterio Popperiano –que también debe ser falsable en un principio. “Creacionismo científico” es una frase autocontradictoria y sin sentido precisamente porque no puede ser falsada. Yo puedo imaginar observaciones y experimentos que refutarían cualquier teoría evolutiva que conozca, pero no puedo imaginar que datos potenciales podrían llevar a los creacionistas a abandonar sus convicciones.

Artículo original en inglés.