La policía de lo Paranormal

ZETETIC 1. adj. proceeding by inquiry. 2. n. skeptic, seeker; specif, one of a group of Pyrrhonist philosophers.  —Webster’s Third New International Dictionary

ZETETICO 1. adj. Que procede indagando. 2. n. escéptico, buscador; uno de los filósofos Pirronistas.
—Tercer Nuevo Diccionario Internacional de Webster

Con el exótico nombre, explicado más arriba, se lanzaba en el otoño boreal de 1.976 la primera edición de lo que después se convirtió en la principal revista dedicada al escepticismo científico, el SKEPTICAL INQUIRER, que se constituiría en el órgano de difusión del Committee for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal (Comité para la Investigación de declaraciones paranormales)   por sus siglas en Inglés SCICOP, que ingeniosamente en Inglés se puede asociar con “Policía de lo Paranormal”.
Su editores Martin Gardner, Ray Hyman, Paul Kurtz, James Randi, Dennis Rawlins y Marcello Truzzi  eran todos ellos destacados investigadores que lidiaban con las afirmaciones fantásticas de moda en aquel entonces.
Nadie mejor que Carl Sagan, uno de sus más destacados miembros para una mejor descripción del mismo:

El Comité de Investigación Científica de Declaraciones Paranormales es una organización de científicos, académicos, magos y otros dedicados al examen escéptico de pseudociencias emergentes o en pleno desarrollo. Fue fundado por el filósofo de la Universidad de Buffalo Paúl Kurtz en 1976. He estado afiliado a él desde el principio. Su acrónimo, CSICOP, se pronuncia «scicop», como si se tratara de una organización de científicos que realizan una función de policía. Las críticas que presentan los que se sienten heridos por los análisis que hace el CSICOP suelen ser así: es hostil a toda nueva idea, dicen, serían capaces de llegar a unos niveles absurdos en su rígido desenmascaramiento, es una organización vigilante, una nueva Inquisición, y así sucesivamente.

El CSICOP es imperfecto. En algunos casos, esta crítica está justificada hasta cierto punto. Pero, desde mi punto de vista, el CSICOP cumple una importante función social: como organización conocida a la que pueden dirigirse los medios de comunicación cuando desean oír la otra parte de la historia, especialmente cuando se decide que alguna afirmación asombrosa de pseudociencia merece salir en las noticias. Solía ocurrir (y todavía es así en gran parte de los medios de comunicación globales) que, cuando salía un gurú que levitaba, un visitante extraterrestre, un canalizador o un curandero en los medios de comunicación, se trataba el tema sin profundidad ni crítica. No se presentaba ninguna memoria en el estudio de televisión, diario o revista sobre otras afirmaciones similares que habían demostrado ser patrañas y engaños. El CSICOP representa un contrapeso, aunque su voz todavía no es bastante alta ante la credulidad en la pseudociencia que parece intrínseca a gran parte de los medios de comunicación.

Estas palabras estaban contenidas en el libro “El mundo y sus demonios” y era la visión que en esos años, fines de los 90, se tenía acerca de la publicación.

Por ser el “Skeptical” la expresión más exacta de los objetivos de APRA, decidí hacer una recopilación y publicar en español algunos de sus artículos que encuentro pertinentes.

 

La Biblia desenterrada.

Por: Osvaldo Meza. (osvaldomeza11@gmail.com)

Reseña de “La biblia desenterrada” De Israel Finkelstein y  Neil Asher Silberman

             Es increíble lo poco que puedes llegar a saber de un juego que has jugado toda tu vida’

Mickey Mantle (Beisbolista estadounidense)

 

Este libro publicado en 2001 originalmente en inglés y con edición en castellano de 2003 le deja a un lector la misma impresión que manifestó el beisbolista arriba mencionado, sobre todo si habla y lee en castellano.

Nací y mucho tiempo crecí como cristiano, y como testigo de Jehová que fui, leí como mínimo cinco veces la Biblia, de Génesis a Revelación o Apocalipsis. Si bien la lectura selectiva y explicada desde el púlpito cegaba por completo cualquier análisis crítico del libro más vendido todos los años, inevitablemente las cosas en el Génesis no cuadraban.

Ya fuera del ámbito religioso y desbancado por completo todo atisbo de veracidad del relato de la creación, nunca había considerado que lo después mencionado en la biblia no fuera verdad. Pensaba que tal vez había imprecisiones cronológicas en algunos años o tal vez siglos pero ya siendo crítico con los textos sagrados, jamás pensé que algunos pilares de la tradición bíblica pertenecieran nada más y nada menos que al terreno de la literatura más fantástica y mejor planeada del mundo antiguo, cuya fuerza e impacto en la vida real sigue vigente.

La lectura de la biblia, la doctrina de la Iglesia, la de los otros dos principales monoteísmos (judaísmo e islamismo) y las miles de referencias culturales que enmarcan nuestro aprendizaje están implícitos en nuestra sociedad occidental, y tal como manifestó el filósofo Lessing: ‘’ La superstición en la que fuimos educados conserva su poder sobre nosotros aun cuando lleguemos a no creer en ella’’. Nunca mejor dicho. Es por eso que este libro es de por más interesante.

¿Qué ocurre cuando el lector bienintencionado e imparcial pero educado en el seno de una cultura cristiana se entera que no hay evidencias que respalden la existencia de los patriarcas? ¿O que el Éxodo bíblico nunca existió? ¿O que la gloria del rey David y que las riquezas del rey Salomón no son tales?

Pues ocurre que experimenta un escepticismo intenso, producido por lo que en psicología se llama efecto Einstellung (del alemán que significa ‘’configuración’’). Básicamente significa que la primera impresión o idea que tenemos de un determinado fenómeno impide plantearse otras posibles concepciones de un determinado fenómeno. Es por este efecto que cuesta más reaprender algo de nuevo que aprender desde cero. Desde pequeños hemos incorporado muchas ideas y relatos bíblicos que no imaginamos otras explicaciones más allá de las que se encuentran en la biblia. Es por eso que siempre nos cuesta aceptar la idea de la verificación independiente respecto a los acontecimientos allí narrados.

Debe hacerse una aclaración. Este libro sirve como una introducción a los grandes temas de la biblia.

Si bien el título es amplio, en realidad abarca solamente al antiguo testamento (Léase desde Génesis hasta Malaquías) y se centra sobre todo en el período en que realmente fueron escritos y compilados los documentos que conocemos con ese nombre. Lleno de citas bíblicas, compara, analiza y explica la plausibilidad de los hechos narrados a la luz de las evidencias arqueológicas disponibles, fruto de los trabajos de arqueólogos (muchos de ellos israelíes modernos) en la península de Sinaí. Además explica porqué se había tardado tanto en la historia en hacer un abordaje secular, crítico y sobre todo científico de los sucesos bíblicos.

¿Fundó Abrahám una tribu de hebreos a través de Jacob, quien tras haber ‘’contendido con dios’’  se llamaría Israel,  sería el padre de las doce tribus que heredarían la ‘’Tierra prometida’’? ¿Qué necesidad había en explicar que Abrahám procedía de Ur o que la tumba de su esposa y la de él y la de su hijo Isaac y su nieto fuera en Macpelá? ¿Por qué insistir en que Esaú, hermano de Jacob, quien luego se llamaría Edom, despreció su ‘’herencia’’ por una sopa de lentejas e insistió en matar a su hermano una y otra vez?

La peculiaridad del libro es que transforma la lectura del relato bíblico en una trama política de lo más interesante, ofrece una reinterpretación de esas historias, desde la perspectiva de un pueblo, y más que nada, de una clase gobernante de una pequeña localidad en Oriente que hizo todo lo posible para mantener su individualidad y no ser engullida y asimilada por potencias circundantes.

En este libro el lector notará la elegancia en la creación de documentos y lo efectiva de esas tácticas para otorgar a un grupo de personas que habitan un determinado espacio (léase ‘’el pueblo de Israel’’), de una historia, tradición y costumbres que finalmente se utilizarían para legitimar pretensiones sobre objetos mucho más inmediatos y tangibles. Se conocerá la historia del rey Josías, quien, muy probablemente con ayuda de sus funcionarios de gobierno, lograron ‘’enlibrar’’ sus deseos e improntar en sus súbditos la idea de ser una nación especial, única y sobre todo favorecida por una alianza con el ‘’único dios verdadero’’.

Un dato interesante es que no se desacredita absolutamente toda la biblia, como podría pensar un escéptico radical, sino que también se la utiliza como referencia para enmarcar otros acontecimientos.

Como bien se explica en el libro, ese es precisamente el trabajo de un estudioso de la biblia:

La esencia misma de los estudios bíblicos consiste en separar las partes históricas del resto del texto en función de consideraciones lingüísticas, literarias y de la historia extrabíblica. Así pues, podemos dudar, por supuesto, de la historicidad de un versículo y aceptar la validez de otro, en especial en el caso de Omrí y Ajab, cuyo reino aparece descrito en textos contemporáneos asirios, moabitas y árameos

Una obra breve y densa, con sorpresas en cada capítulo para cualquier lector y en cada página para un lector asiduo de la biblia.

Considero un buen punto de partida para cualquiera que quiera profundizar sus conocimientos en la arqueología bíblica y en el análisis más pormenorizado de eventos puntuales, como la tan anhelada unificación de las doce tribus bajo el reinado de David y Salomón o los eventos posteriores a la destrucción del primer templo.

Lecturas como estas nos obligan a replantearnos cuestiones que creíamos sabidas y a respetar y admirar el trabajo de personas que, en busca de la verdad, desafían convenciones e instituciones.

 

 

Sapiens, un libro para hoy

 

Por: Osvaldo Meza (osvaldomeza11@gmail.com)

Con una capacidad de síntesis, que nos recuerda al maestro Asimov, y una claridad de ideas al mismo nivel del propio Sam Harris, en este libro se conectan hechos del pasado como una introducción para entender qué sucede en el presente. Como el propio autor declara, es una reseña que nos cuenta cómo una determinada especie de homínido, el Homo sapiens, pasó de ser uno más de los tantos de su género a pasar a ser el amo y señor de lo que se encuentra en la superficie terrestre. De ser dominado y limitado por su entorno y lo que en él predomina, a dominar tantas fuerzas como le fue posible, a tal punto de moldear este ambiente hostil y domesticarlo.

Si bien el estilo literario del autor es de lo más pulcro, lo que impacta del libro es la forma en que se presentan los hechos, las ideas que se desprenden de los mismos y la interpretación que se hace de ellos, cosa que generalmente ya queda implícita y el autor lo deja a criterio del lector, ya con muy poco margen para la discusión.

No puedo afirmar haber leído muchos libros pero cierta experiencia en ese mundillo la tengo, sobre todo en libros de divulgación científica y de historia. Y justamente, este libro ofrece una descripción de la historia pero basada en las evidencias disponibles de grandes acontecimientos atribuidos al hombre, como su migración a América y la domesticación de animales, brindadas sobre todo por la arqueología y la paleontología. Y lo hace desde la aventajada perspectiva de alguien que puede ver el cuadro completo en la actualidad pero que tiene la difícil tarea de ‘’conectar los puntos’’ como diría Asimov. Y en este libro se aprovecha la ventaja y de forma palmaria se cumple con la tarea.

La estructura del libro se divide en tres partes, como se explica en el mismo, a partir de las tres grandes revoluciones que ha experimentado la humanidad: la revolución cognitiva, la agrícola y la científica. Es en esta última en la que nos encontramos hoy día.

En la primera parte se brinda un resumen de las diferentes especies de homínidos que cohabitaron el planeta hasta hace aproximadamente 10000 años (Homo rudolfensis; Homo erectus; Homo neaderthalensis), dando por tierra a la idea común de una aparición en secuencia de evolución gradual de las mismas. No, coexistieron y, como también se comenta, además se hibridaron y también se exponen pruebas de estos hechos. Inquietantes implicancias. Se ve al Sapiens como un animal más, un animal ‘’sin importancia’’ que tenía tantas probabilidades de concretar proyectos como la tenían otros mamíferos, ¿pero cómo llegó a construir civilizaciones y artefactos que escapan del planeta desde tal humilde origen? Eso también se intenta responder.

Uno de los capítulos más impactantes del libro es el que relata la naturaleza devastadora de Sapiens que caracterizó sus olas migratorias. Revela no sólo la capacidad adaptativa de la especie sino también lo efectiva que fueron las herramientas que usaron para conseguir asentarse. Herramientas principalmente cognitivas. De ahí el nombre de la primera revolución. Probablemente la causa de esta revolución, que se habrá iniciado hace 70000 años, hayan sido mutaciones aleatorias en los genes de los Sapiens, lo cual implica que tal vez sólo una vez en la historia del universo, sólo una especie tuvo la oportunidad de conocer el espacio más allá de lo que le permiten sus ojos.

Pero la aparición del lenguaje, se puede decir, es condición necesaria pero no suficiente, para el éxito de Sapiens, queda algo más. Y en ese algo más es donde se percibe la particularidad de este libro, al explicar de forma plausible fenómenos tan obvios que generalmente pasan desapercibidos. Y esa es la contribución más importante del mismo. Categorías que anteriormente eran  innominadas pese a que moldearon nuestra visión actual del mundo, como las corporaciones, las finanzas, las leyes y los derechos universales, son bautizadas en este libro, de forma que dejarán una marca indeleble en la memoria del lector.

La revolución cognitiva es, en consecuencia, el punto en el que la historia declaró su independencia de la biología

 

Se lee en el último enunciado una introducción a la relación entre biología e historia, así también, de manera sobria se analiza los vínculos entre biología y cultura, que sería la antropología y sus contribuciones para entender problemas tan actuales como la pandemia de la obesidad o la creciente tasa de divorcios.

En la segunda parte del libro se analiza lo que el autor llama: El mayor fraude de la historia. En esta sección se hace uso de las evidencias que se disponen para llegar a conclusiones coherentes, obviamente, pero de una forma muy poco ortodoxa. Durante siglos que creyó que la agricultura y la domesticación de los animales fue un logro humano en el que el hombre ejercía un rol activo pero, ¿qué dicen los aproximadamente 11000 de agricultura en relación a la forma de vida de los Sapiens? ¿Fue esa domesticación un camino de una sola vía?

Avanzando un poco más en el libro, y por tanto, en la historia humana, nos encontraremos con las interacciones entre las distintas creaciones humanas y su evolución hasta nuestros días. ¿Porqué ‘’libertad’’ hoy día no significa lo mismo que cuando se firmó la declaración de la independencia de los Estados Unidos? ¿Qué significaba en aquel entonces ser libre? ¿Y ahora?

Es interesante que para responder preguntas de este tipo, el autor no sólo se valga de la historia o del derecho sino también de la psicología y de las neurociencias. Ecléctico.

Una vez abordados estos temas, el autor reflexiona sobre lo que llama la ‘’flecha de la historia’’, mirando a la misma, no con la vista de un águila, sino con el ‘’punto de vista de un satélite espía cósmico, que escudriña milenios en lugar de siglos’’. Sus conclusiones son contundentes.

Un aspecto clave de la llamada ‘’flecha de la historia’’ se vincula con la formación de los imperios y su relación con la religión. ¿Cómo es demasiado probable  que quien lea esto en castellano sea católico? La respuesta se sabe. Pero es distinto preguntarse el ‘’cómo’’ a preguntarse ‘’por qué’’. ¿Por qué fue el cristianismo y no otro politeísmo el que acabó siendo la religión oficial del imperio romano? De igual modo, ¿por qué la revolución científica empezó en Europa occidental y no en Asia?

Y finalmente, en la última parte se analiza la revolución científica y su matrimonio con la economía, que dan paso a lo que se llama ‘’el credo capitalista’’ y al invento que argamasa todo este conglomerado que llamamos sistema económico.

Historia, biología, antropología y psicología. Justamente, ese sincretismo de disciplinas se palpa de la forma más tangible cuando se analiza lo que llamamos la ‘’felicidad’’. ¿Qué dicen los estudios realizados al respecto? Se intenta abordar el tema desde una perspectiva lo más objetiva posible, llegando a una conclusión que podrá engendrar debates, característica de todo buen libro.

Finalmente, se plantea la cuestión de lo que sucederá en el futuro, partiendo de la base de cómo estamos ahora moldeando el presente.

Con una bibliografía enciclopédica que da pie a sus afirmaciones, este libro responde de manera absolutamente pragmática y necesaria, la pregunta: porqué y para qué estudiar historia.

Evoca a la frase de Anne Rice, quien en boca del vampiro Lestat, dice: ‘’ Preguntar es realmente abrir la puerta a un torbellino. La propia respuesta puede aniquilar la pregunta y a quien la formula’’.

Libro recomendado y sirve además como perfecto regalo.

 

 

 

 

 

El Pensamiento crítico en los niños. 

 

Por: Diego Aguilar. 

Todos los niños son educados y condicionados en una cierta religión.
Es uno de los crímenes más grandes en contra de la humanidad.

No puede haber un crimen más grande que contaminar la mente de un niño inocente con ideas que van a convertirse en obstáculos en su descubrimiento de la vida.
Cuando quieres descubrir algo, tienes que ser totalmente imparcial. No puedes descubrir la religión siendo musulmán, o cristiano o hindú. Esas son maneras de impedirte que descubras la religión.

Todas las religiones, hasta ahora, han estado intentando adoctrinar a los niños. Antes de que el niño sea capaz de hacer preguntas ya se le dan respuestas. ¿Te das cuenta de que esto es un atentado a la integridad intelectual de los niños?

El niño no ha hecho la pregunta y tú ya le estás dando una respuesta. Lo que estás haciendo en realidad es matar la posibilidad de que surja la pregunta. Has llenado su mente con la respuesta. Y si no tiene su propia pregunta, ¿cómo puede tener su propia respuesta? La búsqueda tiene que ser sinceramente suya. No puede ser prestada, no puede ser heredada.

Pero este disparate ha estado sucediendo durante siglos. El sacerdote, el político y tus padres están interesados en hacer algo de tí antes de que puedas descubrir quién eres. Tienen miedo de que si descubres quién eres, seas un rebelde, seas peligroso para los poderes establecidos. Entonces te convertirías en un individuo viviendo por derecho propio, no una vida prestada.

Tienen tanto miedo que antes de que el niño sea capaz de preguntar, de investigar, empiezan a atiborrar su mente con todo tipo de tonterías. El niño está indefenso. Naturalmente, cree en su madre y en su padre, y por supuesto cree en el sacerdote, en el que a su vez creen el padre y la madre. Todavía no ha aparecido el gran fenómeno de la duda.

Y dudar es una de las cosas más valiosas en la vida, porque a menos que dudes no puedes descubrir.

Les dicen: “Las dudas las siembra el diablo. La duda es quizá el pecado más grande. La creencia es una virtud. Cree y encontrarás; duda y has equivocado el primer paso”.
La verdad es justo lo opuesto. Cree y nunca encontrarás, y todo lo que encuentres no será otra cosa que la proyección de tu propia creencia, no será la verdad.

Duda y duda totalmente, porque la duda es un proceso de limpieza. Saca toda la basura de tu mente.
Te devuelve a la inocencia, vuelves a ser el niño que fue destruido por los padres, por los sacerdotes, por los políticos, por los pedagogos. Tienes que descubrir nuevamente a ese niño. Tienes que empezar desde ese punto: los niños.

Medicina tradicional china: una validación insospechada

´´Podemos rezar por una víctima del cólera o podemos darle quinientos miligramos de tetraciclina cada doce horas. (…) Podemos intentar una terapia psicoanalítica casi fútil con el paciente esquizofrénico, o darle de trescientos a quinientos miligramos de clozapina al día’’.

 El mundo y sus demonios. Carl Sagan

 

 

Por: Osvaldo Meza (osvaldomeza11@gmail.com)

Si bien ni la ‘’ciencia cristiana’’ o el psicoanálisis son los temas a abordar, el dilema presente es válido, ya que la pregunta de fondo es si las cosas funcionan o no. Y esa es la pregunta en relación a la medicina tradicional china (MTC).

Si bien es importante conocer los motivos del gran espaldarazo dado por la OMS a la  MTC (1), con sus inevitables connotaciones políticas e ideológicas (las cuales no se abordarán aquí), creemos que lo más importante es fundamentar la posición de porqué se considera que haber hecho eso es un error. Aunque uno se siente tentado a hacer cierto paralelismo entre el Gran salto hacia adelante, en el que el dictador de turno aprovechó la palanca política para oficializar la MTC a finales de los  50, pero aquella vez sólo en China, ya que ni en su vasto territorio esta última  gozaba de moderada aceptación. La MTC debe su cuerpo actual a Mao Zedong.

¿Es suficiente con que el organismo internacional sanitario más poderoso certifique sin más a una terapia para que esta sea considerada eficaz?

La OMS ha hecho esfuerzos loables para la difusión y la aplicación de los avances científicos aplicados en la medicina, sobre todo en el área de salud pública y en las campañas de vacunación. Millones de personas se han beneficiado directamente de estos programas y muchas más de forma indirecta, ya que el vínculo entre salud y economía es innegable y produce más un país sano que uno sumido en una epidemia de enfermedades prevenibles. Además, se asume que al ser una organización vanguardista en el campo de la medicina, sus consejos y departamentos son asesorados por expertos en sus distintas áreas. Todo eso es verdad pero pasar de esos hechos afirmar que una terapia en particular es efectiva sin aportar evidencias es sencillamente recurrir al argumento de autoridad: algo es cierto sólo porque alguien respetado lo dice.

Dicho argumento siempre tuvo críticas y sencillamente es muy pobre cuando se trata de la medicina. ¿Por qué? Porque existen mejores, contundentes y sobre todo legítimas herramientas que permiten comprobar de forma fehaciente y sobre todo, reproducible, si una terapia funciona o no funciona. Y en cuestiones de MTC, la OMS no ha brindado ninguna evidencia de ese tipo para respaldar su apoyo.

¿Por qué decimos que no funciona la MTC?

Para responder a esta pregunta, primeramente hablemos de sus fundamentos. Contrario a la medicina ortodoxa (o sea, la que funciona), que basa su efectividad en estudios a doble ciego de casos y control en poblaciones grandes de pacientes, para suprimir lo más posible el efecto placebo, la MTC se basa en la filosofía taoísta. Eso es de comprender, ya que en sus inicios, que es aproximadamente 2600 a.C., no se conocía de microbiología, biología o bioquímica.

Como menciona J.M. Mullet, en su libro Medicina sin engaños:

‘’La MTC no se basa en la observación y la experimentación, sino en la doctrina taoísta de los no al revés. Asimismo, para complicarlo más, hay distintas escuelas con diferentes interpretaciones en las que puede variar el número de meridianos, su localización y la definición de los órganos y las enfermedades que dependen del yin y del yang. Algunas incluso hacen un mestizaje e incorporan el concepto de chakra, de origen hindú, que serían como unos centros de energía, de los que habría, otra vez según el libro que consultes, unos seis o siete asociados con los colores del arcoíris.’’

Suena a literatura fantástica, porque lo es. Sin importar consideraciones gnoseológicas, porque a la luz de lo que sabemos del cuerpo humano hoy día, la MTC lleva las de perder, en medicina (y para los pacientes en general) finalmente lo que importa que el medicamento o terapia utilizados funcione, además, que no produzca más daño que el beneficio relativo que aporta.

Por si no despierte nuestra suspicacia conocer sus principios básicos y para responder definitivamente a la pregunta de si funciona o no, un simple dato, como nos lo recuerda de nuevo J.M. Mullet:

‘’Y no lo digo por decir: los números cantan. Si realizamos un análisis objetivo, no parece que la medicina en España tenga que envidiar nada a la China. La esperanza de vida de China es de 74,2 años, con lo que se sitúa en un discreto puesto 97 en el ránking mundial, frente a los 82,5 años de España. Ya sé que la esperanza de vida es una medida indirecta en la que influyen otros factores como la alimentación, la seguridad alimentaria, etcétera. Vamos a concretar. La tasa de mortalidad infantil es de 24,63 por mil en China, frente al 4,33 por mil en España. Por lo tanto, no entiendo qué ventaja puede aportar la medicina primitiva (tradicional) china a uno de los sistemas sanitarios públicos mejores del mundo. ’’

Así es. Pero más definitiva  es la sentencia de la iniciativa Cochrane. Y la vehemencia con la que se afirma esto es producto del análisis planificado, metódico y sobre todo honesto de lo que la MTC puede ofrecernos. Después de todo uno de los aspectos más llamativos de la medicina que funciona es su carácter receptivo e integrativo a cuanta opción terapéutica exista, siempre que sus resultados se comprueben según rígidos estándares.

 

La colaboración Cochrane.

La iniciativa Cochrane parte de la medicina basada en evidencia. Básicamente reúne todos los estudios realizados en un área en particular de la medicina, los analiza y divulga las conclusiones en relación a efectividad de los tratamientos.

A decir de su fundador, Archie Cochrane, sería una ‘’revisión crítica’’ de las evidencias disponibles a través de los ensayos realizados. Aquellos estudios que mayor peso tendrían en la revisión serían los estudios a doble ciego de casos y control y los demás estudios, si bien se incluirían en la revisión, tendrían un grado de recomendación menor. Este tipo de evaluaciones se conocería más tarde como ‘’revisión sistemática’’. O sea, se toma toda la evidencia o conocimiento disponible y serio de un campo y luego se extraen conclusiones y recomendaciones. Estas, a su vez, serán tanto o más recomendables en función a la calidad de la información inicial. Es otra manera de expresar un principio crítico fundamental: la certeza de una afirmación depende del nivel de evidencia que se tenga sobre el tema.

¿Qué aporta esta herramienta para saber más sobre la eficacia de la MTC?

Si bien hay tantos estudios en base al ‘’medicamento’’ utilizado, se dispone de revisiones sistemáticas de algunos de ellos. Tomemos dos ejemplos.

El primero que mencionaremos lleva por título Medicación tradicional china oral para la obstrucción adhesiva del intestino delgado (2). En esta revisión se tomó una afirmación por muchísimo tiempo sustentada por los defensores de la MTC. Nada más y nada menos que el tratamiento de las bridas y adherencias post- quirúrgicas. Estas suelen ser una complicación tardía de cirugías abdominales y por lo general los casos sintomáticos son de tratamiento quirúrgico, ya que el tejido fibroso originado por el proceso de curación tras la cirugía forma una especie de cuerda que ahorca el tubo digestivo y puede producir finalmente una obstrucción intestinal con graves consecuencias si no se resuelve a tiempo.

Los resultados son reveladores:

‘’Se analizó cinco ensayos aleatorios que incluyeron 664 participantes. En dichos ensayos se probaron cinco medicinas diferentes a base de hierbas que incluyeron decocción de Huo‐Xue‐Tong‐Fu, decocción de Xiao‐Cheng‐Qi‐Tang, una combinación de decocciones de Xiao‐Cheng‐Qi‐Tang y Si‐Jun‐Zi‐Tang, decocción de Chang‐Nian‐Lian‐Song‐Jie‐Tang y decocción de Fufang‐Da‐Cheng‐Qi‐Tang. Hubo variaciones en las composiciones a base de hierbas probadas y en los métodos de administración de la medicación. Los resultados principales informados en los ensayos fueron los efectos sobre el dolor abdominal, la distensión abdominal, el estreñimiento, la defecación, el tiempo hasta la primera defecación después del tratamiento y la tasa de reintervención durante el curso de la enfermedad. ‘’

‘’Aunque muchos estudios han evaluado el uso de la MTC para la obstrucción adhesiva del intestino delgado, la mayoría se excluyó de esta revisión debido a sus limitaciones metodológicas. Esta revisión sistemática no encontró pruebas suficientes para apoyar la eficacia y la seguridad objetivas de la MTC en pacientes con obstrucción adhesiva del intestino delgado. Las pruebas positivas se deben interpretar con cuidado debido al número insuficiente de estudios con tamaños de la muestra grandes, la falta de ensayos bien diseñados y de alta calidad y la falta de información de seguridad. Por lo tanto, se necesitan estudios adicionales con tamaños de la muestra más grandes y ensayos controlados aleatorios de alta calidad que produzcan datos más exactos y significativos sobre la eficacia de las medicinas chinas a base de hierbas para la obstrucción adhesiva del intestino delgado.’’

 Otro ejemplo lo tenemos en relación al tratamiento de la preeclampsia(3), grave enfermedad que consiste en cifras peligrosas de presión arterial en mujeres con embarazo de término.

Aquí tampoco las conclusiones no favorecen a la MTC.

Resultados principales:

No había ensayos adecuados para su inclusión en esta revisión.

Conclusiones de los revisores:

El efecto de las hierbas medicinales chinas para el tratamiento de la preeclampsia todavía es incierto. Actualmente no existen ensayos controlados aleatorios que aborden la eficacia y seguridad de las hierbas medicinales chinas para el tratamiento de la preeclampsia. Se requieren ensayos controlados aleatorios bien realizados.

 

Como se puede ver, la MTC no es respaldada por la medicina que sí funciona, la que se basa en evidencia y que salva vidas. Una vez más se destaca la importancia del pensamiento crítico a la hora de tomar decisiones, las que sean, pero mucho más aun cuando se trata de nuestra salud.

Si bien las implicancias de las nuevas políticas de salud de la OMS tendrán inevitables consecuencias, consideramos que el único escudo contra estas pseudociencias siempre lo será el conocimiento que la verdadera ciencia brinde, ya que finalmente es el paciente quien decidirá qué tipo de terapia usar.

Nota post- liminar:

Para más datos sobre estudios y particularidades en relación a la MTC y la muy relacionada acupuntura, se recomienda:

– Medicina sin engaños. Todo lo que necesitas saber sobre los peligros de la medicina alternativa. J. M. Mulet. T. Editorial Destino (2016)

– Trick or treatment. The undeniable facts about alternative medicine, by Simon Singh and Edzard Ernst. Bantam Press (2008)

Bibliografía consultada.

  1. https://clustersalud.americaeconomia.com/sector-publico/la-medicina-tradicional-china-adquiere-mas-relevancia-gracias-la-oms.
  2. Suo T, Gu X, Andersson R, Ma H, Zhang W, Deng W, et al. Oral traditional Chinese medication for adhesive small bowel obstruction. Cochrane Database Syst Rev [Internet]. 2012 [citado 3 de mayo de 2020];(5). Disponible en: https://www.cochranelibrary.com/es/cdsr/doi/10.1002/14651858.CD008836.pub2/full/es
  3. Hierbas medicinales chinas para el tratamiento de la preeclampsia (Revisión Cochrane traducida) [Internet]. [citado 3 de mayo de 2020]. Disponible en: https://www.fisterra.com/guias2/cochrane/AB005126-ES.htm

El progreso de la humanidad: razones para ser optimistas

Por Claudio Di Gregorio

Los medios abundan en malas noticias: despidos, pobreza, más desigualdad económica, calentamiento global y contaminación ambiental, nuevas enfermedades, más terrorismo y guerras en distintas regiones. Homicidios, hambre en África, inundaciones, pandemias, crisis de refugiados, cada vez más químicos en nuestros alimentos… el mundo pareciera estar al borde del colapso —ya vienen el Armagedón y Jesucristo. ¿Deberíamos volver al pasado bucólico de nuestros abuelos o bisabuelos? Quienes lo proponen no saben cómo se vivía antes de la Revolución Industrial: sin medicamentos ni antibióticos o agua potable, sin alimentos suficientes, electricidad o sistemas sanitarios.

Al contrario de lo que creemos, el progreso en las últimas décadas no tiene precedentes. Estamos ante el mayor ascenso en los estándares de vida globales que se haya producido nunca. La pobreza, la desnutrición, el analfabetismo, el trabajo infantil y la mortalidad infantil están cayendo más rápido que en cualquier otro momento en la historia humana. El riesgo de que un individuo sea expuesto a la guerra, muera en un desastre natural o caiga bajo una dictadura es menor que en cualquier otra época.

Hay muchos indicadores de que el pesimismo no se justifica. Veamos unos cuantos:

¿Somos más pobres?

Quizás sí en algunos puntos del planeta —como Argentina o Haití— pero no globalmente. En los últimos 50 años, la pobreza mundial cayó más que en los 500 años precedentes. Desde hace 25 años, salen de la pobreza extrema 138 mil personas por día.

Se calcula que el PIB creció solo 50 % desde el nacimiento de Cristo a 1820. En 1820, el PIB per cápita en lo mejor de Europa Occidental era menor que el actual de Mozambique o Pakistán; desde entonces, el PIB per cápita en Occidente aumentó más de 15 veces. Desde 1950, el PIB per cápita de India se ha multiplicado por 5, el de Japón 11 veces y el de China casi 20 veces: casi 9 de cada 10 chinos vivían en extrema pobreza en 1981; hoy, solo 1 de cada 10.

Los países ricos progresaban más rápido que los pobres, pero desde 2000 los países en desarrollo crecieron más rápido, al 3 % anual. En una década, el ingreso per cápita en los países de ingresos bajos y medios del mundo se duplicó. El 28 de marzo de 2012 fue el primer día en la historia en que los países en desarrollo tuvieron más de la mitad del PIB mundial.

En 1820, el 94 % de la población mundial vivía en la pobreza extrema. En 2015, solo el 12 % del mundo seguía en pobreza extrema.

En el 2000, las Naciones Unidas plantearon el objetivo de que en 2015 la pobreza extrema sea la mitad de la de 1990. La meta se cumplió 5 años antes de la fecha límite.

Expectativa de vida

Un hombre prehistórico, un griego o un romano del imperio tenían una esperanza de vida de 20 a 30 años. Haití, uno de los pocos países que hoy es más pobre que en 1950, en realidad tiene una mortalidad infantil más baja que la que tenían los países más ricos del planeta en 1900.

La esperanza de vida al nacer aumentó más del doble en el último siglo que en los 200.000 años anteriores. Un chico nacido hoy tiene más probabilidades de llegar a la jubilación que sus antecesores hasta el quinto año de vida. Al inicio de la guerra en 1964, EE. UU. y Vietnam tenían muy distintas expectativas de vida; en 2003 se igualaron. La prosperidad es importante: ningún país con ingreso per cápita superior a 10 mil dólares tiene una tasa de mortalidad infantil superior al 2%.

¿Mueren de hambre en el África subsahariana?

Los europeos del siglo 18 recibían menos calorías que el promedio subsahariano de hoy, y sus hambrunas eran crónicas o periódicas. Hace un siglo las familias gastaban casi todo su ingreso en alimentos; hoy pesan cinco veces menos en la canasta familiar.

Mil millones le deben la vida a la Revolución Verde de Norman Borlaug, de mediados de siglo, y 2 mil millones han dejado de tener hambre desde 1990.

¿El mundo es cada vez más violento?

En las invasiones mongoles del siglo XIII habría muerto una de cada 8 personas del mundo. En las caídas de Roma (siglos III a V) y de la dinastía Ming (siglo XVII) murieron proporcionalmente dos veces más que en la Segunda Guerra Mundial.
En Europa desde 900 d.C. había dos guerras nuevas por año, y en los 500 años que terminaron en 1938 hubo más de 2 mil guerras en el resto del mundo.

La guerra y la violencia eran el estado natural. Un 15 % de los cavernícolas tuvo una muerte violenta; 34 de los 49 primeros emperadores romanos y uno de cada ocho regentes europeos del 600 al 1800 fueron asesinados en el cargo. El sacrificio humano era común en la antigüedad. La tortura era aplicada por las autoridades —ceguera, hierro ardiente, amputaciones— y las ejecuciones eran orgías de sadismo, pero ambas fueron derogadas en casi todo el mundo. Los reyes lograron impedir las guerras civiles, y la justicia reemplazó la venganza personal. En 1828 se crea la policía. El aumento del comercio transformó al prójimo, de amenaza a cliente.

Las guerras duraban años, pero las cuatro con grandes poderes en el último cuarto del siglo XX duraron en promedio 97 días. En las guerras entre países morían unas 86 mil personas en los años 50; hoy mueren poco más de 3 mil. Las guerras civiles actuales matan a menos de un tercio de las cifras que en los años 60 a 80.

El siglo XXI ha estado más libre de genocidio que nunca. El terrorismo es espectacular, pero de los 457 grupos terroristas activos desde 1968, ninguno logró conquistar un Estado y el 94 % de ellos no logró ni siquiera uno de sus objetivos.

Somos los destructores del medio ambiente

No tanto. En 1972, el Club de Roma advirtió que los contaminantes aumentaban exponencialmente, pero pronto la contaminación no solo dejó de aumentar, sino que comenzó a disminuir dramáticamente. Según la agencia ambiental de Estados Unidos, de 1980 a 2014 las emisiones totales de los seis principales contaminantes del aire se redujeron, en promedio, en más de dos tercios. La emisión de plomo, caso extremo, cayó un 99 %.

La deforestación se detuvo en los países ricos. El área forestal de Europa y de Estados Unidos viene creciendo desde 1990, y en el resto la pérdida anual de bosques es casi cero. En China, los bosques aumentan en más de 2 millones de hectáreas por año. La deforestación de la Amazonia brasileña disminuyó un 70 % desde 2005.

En 1975 se calculó que la mitad de las especies del planeta se habrían extinguido, pero la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza hoy enumera solo 709 especies extinguidas desde 1500. Las áreas protegidas casi se duplicaron entre 1990 y 2013, y ahora el área mundial es dos veces los Estados Unidos.

Los autos son más limpios: un auto moderno en marcha contamina menos que un auto de los años 70 apagado, cuando se fugaba vapor de gasolina.

En 1972 dijeron que el cobre se agotaría en 36 años. Hoy estimamos que nos quedan entre 100 y 200 años de cobre.

¿Estamos envenenando nuestra salud?

Quizás la fiebre tifoidea haya matado uno de cada tres atenienses y acabado con su civilización. La Peste Negra del siglo XIV mató a un cuarto de los europeos. Cuando Napoleón se retiró de Moscú en 1812, más de 400.000 de sus 500.000 soldados murieron de neumonía, tifus y disentería.

Desde hace 25 años, 285.000 nuevas personas ganan acceso a agua potable cada día, quizás el mayor factor de eliminación de enfermedades, seguido por los antibióticos y las vacunas. La viruela mataba millones; hoy no existe. Medicamentos baratos frenaron las enfermedades cardiovasculares.

Hoy el cáncer es más frecuente, pero eso ocurre porque en promedio ataca a los 65 años, y antes no vivíamos hasta esa edad. Además, los tratamientos mejoran: las tasas de muerte por cáncer han disminuido un 22 % en las últimas 2 décadas. La Organización Mundial de la Salud estima que la contaminación y los químicos en nuestro medio ambiente no representan más del 3 % de todos los cánceres, incluidos los cánceres laborales. La Academia Nacional de Ciencias de EE. UU. opina que los componentes sintéticos de nuestra dieta podrían ser más seguros que los componentes naturales.

El peor problema en los países pobres no viene de la tecnología y la riqueza, sino de su falta: sin electricidad ni gas, miles de millones cocinan quemando leña, estiércol y carbón en ambientes cerrados, y eso causa enfermedades respiratorias agudas y mata a una persona cada 10 segundos en el mundo.

¿Somos prisioneros del sistema capitalista?

Para el Antiguo y el Nuevo Testamento la esclavitud es una institución natural y establecida. Hasta el siglo XIX, no era ilegal en ningún lado. Se sigue practicando en algunas zonas, pero desde 2007 es un delito en todo el mundo. La segregación ha desaparecido de las democracias occidentales.
En 1900, nadie vivía en una democracia que alcanzase a todo hombre, mujer o nativo. Hoy la democracia es la regla en Occidente, y en los catorce países de la ex Unión Soviética.
Además, entramos al mundo laboral más tarde, trabajamos menos horas por semana, nos jubilamos antes y vivimos más tiempo después de la jubilación. La población mundial crece, pero la tasa de desempleo cae.

Nuestra visión de la homosexualidad

Hasta mediados del siglo XX era un delito en muchos países, y en el pasado a menudo se pagaba con mutilación y con la vida, lo que aun ocurre en algunos países islámicos. Pero no solo ya no es delito en el mundo civilizado, sino que desde 1973 no se la considera trastorno mental.

¿Cada día somos más ignorantes?

En 1820, según la OCDE, solo el 12 % de la población mundial podía leer y escribir; hoy solo el 14 % de los adultos no puede leer y escribir. Y los países pobres alcanzan a los ricos: en 1900 tenían 1/8 del nivel de alfabetización de los países ricos; ahora es la mitad.

En América Latina, la educación primaria aumentó de 23 % en 1900 al 94 % en 2010. Tras la Segunda Guerra Mundial, el coeficiente de inteligencia promedio era de 100; en 1972 fue de 108, y en 2002, de 118,5. Antes, ninguna mujer iba a la universidad; hoy más mujeres van que hombres.

¿Se exagera con el feminismo?

Quizás sí, pero el retraso era largo: durante casi toda la historia, las mujeres fueron propiedad de sus padres primero, y luego de sus maridos. No podían votar, tener propiedades, controlar sus propios cuerpos, recibir educación o trabajar fuera del hogar. Incluso podían ser compradas y vendidas.

Si nuestra hija o nuestra hermana venía a nuestra casa escapando de un marido violento, podríamos haber ido a la cárcel por albergarla. Debíamos devolverla a su marido golpeador. El cambio de mentalidad ha sido tal que los hombres de hoy son más feministas que las mujeres en los años 70.

Hay demasiados pobres niños maltratados

Cierto, pero el pasado era mucho peor: desde siempre el trabajo de niños muy chicos fue natural. Los padres recurrían a ellos no porque fueran malos, sino porque eran muy pobres y necesitaban el trabajo de sus hijos para alimentar a la familia. Aun en 1950, la tasa de trabajo infantil en China era del 48 %, en India 35 %, en África 38 %, y en un país más rico como Italia, del 29 %.

Según la Organización Internacional del Trabajo, del 2000 al 2012 los trabajadores infantiles disminuyeron de 245 a 168 millones: 40% menos niñas y 25% menos varones. Y la proporción de chicos en trabajos peligrosos o insalubres cayó dos tercios.

Hemos progresado más en estos 100 años que en los previos 100 mil. La mayor parte de la reducción de la mortalidad humana ocurrió en las últimas cuatro de las 8 mil generaciones de Homo sapiens, desde que evolucionamos hace 200 mil años.

La humanidad pudo hacer todo esto cuando muy pocos tenían acceso a una fracción del conocimiento y podían colaborar solamente con gente cercana. Imaginemos lo que va a pasar ahora, que somos miles de millones conectados. Todavía hay enormes problemas —como la crisis de los refugiados, el cambio climático o el aumento de la desigualdad en la mayor economía mundial— pero ahora tenemos más cerebros que nunca, inventando posibles soluciones.

En física, la velocidad de escape es la velocidad que necesita un objeto para liberarse de la fuerza gravitacional de un cuerpo. La humanidad ha alcanzado la velocidad de escape.


 

Quien desee profundizar en el tema puede descargar la versión in extenso de este artículo. También dispone del ciclo de recientes audiciones del Observatorio Racionalista sobre “El progreso humano”, empezando por la segunda parte del programa del 9 de febrero de 2019 (“La neutralidad positiva”).

Recomiendo también sitios web como Our World in Data de Max Roser; Gapminder de Hans Rosling (contra las percepciones erróneas); OECD Historical Statistics, el del Banco Mundial y los de la ONU y sus agencias.

Finalmente, estos libros:

  • Amartya Sen, Development as Freedom, 1999.
  • Charles Kenny, Getting Better, Why Global Development Is Succeeding, 2012.
  • Henry George, Progress and Poverty, 2006.
  • Henry Grady Weaver, The Mainspring of Human Progress, 1953-1965.
  • Joel Mokyr, The Lever of Riches. Technological Creativity and Economic Progress, 1992.
  • Johan Norberg, Progress: Ten Reasons to Look Forward to the Future, 2016.
  • Matt Ridley, The Rational Optimist: How Prosperity Evolves, 2010.
  • Otto L. Bettman, The Good Old Days: They Were Terrible, 1974.
  • Peter H. Diamandis & Steven Kotler, Abundance: The Future is Better Than You Think, 2012.
  • Robert William Fogel, The Escape From Hunger and Premature Death, 2004.
  • Ronald Bailey, The End of Doom: Environmental Renewal in the Twenty-First Century, 2015.
  • Ruth DeFries, The Great Ratchet: How Humanity Thrives in the Face of Natural Crisis, 2014.
  • Steven Pinker, The Better Angels of Our Nature, 2011.
  • Indur M. Goklany, The Improving State of the World, 2007.

La pandemia de la trascendencia

Por: Jorge Alfonso Ramírez

Publicado originalmente en Pensar Vol. 3, No. 4

Tratado de ateología. Física de la metafísica. Por Michel Onfray. Ediciones de la Flor, 2005. 269 páginas.

“No desprecio a los creyentes, no me parecen ni ridículos ni dignos de lástima, pero me parece desolador que prefieran las ficciones tranquilizadoras de los niños a las crueles certidumbres de los adultos. Prefieren la fe que calma a la razón que intranquiliza, aun al precio de un perpetuo infantilismo mental. Son malabares metafísicos a un costo monstruoso”.

Así, con este primer embate, el autor francés nacido en 1959, Michel Onfray, doctorado en filosofía, desembarca en territorio creyente en su magnífica obra Tratado de Ateología.

El filósofo anticipa su posición con un estilo franco y directo, sin tanto apego a los rebusques expresivos: “Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en un asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo”.

Desnuda sin piedad las miserias de la mente beata sometida desde el fondo de los siglos por el peso asfixiante de los tres monoteísmos. Mentes disminuidas ante la mirada pueril de esos símbolos que hace mil años ya despedían el olor rancio de las antiguallas inservibles.

El autor —buscando las causas que dieron origen al opio de los pueblos— señala, entre otras cosas, a la muerte: “para conjurar la muerte, el homo sapiens la deja de lado. A fin de evitar resolver el problema, lo suprime. Tener que morir sólo concierne a los mortales. El creyente ingenuo y necio sabe que es inmortal, que sobrevivirá…”

Pinta el revelador cuadro de una escena primitiva intentando mostrar cómo lo divino surge de la angustia de una vida que termina: “Dios nace de la inflexibilidad, la rigidez y la inmovilidad cadavérica de los miembros de la tribu. Ante el espectáculo del cadáver, los sueños y los humos con que se alimentan los dioses adquieren cada vez más consistencia”.

Es el “imperio patológico de la pulsión de muerte”. Esta “neurosis que forja dioses” —dice Onfray— “no se cura con un esparcimiento caótico y mágico” y apunta sin dudar a la posibilidad de un desmontaje filosófico de esta ficción de ficciones a la que llaman Dios.

Hay páginas completas y sucesivas que deslumbran y atrapan por la lucidez de la crítica mordaz que hace Onfray, en especial al referirse a la reina absoluta de todos los absurdos: la Teología.

El autor se esmera en la autopsia del sinsentido diseccionando los disparates transformados en dogmas: la transubstanciación, la inmaculada concepción, la infalibilidad del Papa, y de todas las insustanciales conjeturas que como engendros sólo pueden incubarse en las estrambóticas mentes de los teólogos.

Las líneas dedicadas a la fábula de la transubstanciación son particularmente fulminantes: “los malabares con la sustancia y las especies sensibles son muy necesarios para convencer a los fieles de que lo que es (el pan y el vino) no existe y que lo que no es (el cuerpo y la sangre de Cristo) existe de verdad. ¡Prestidigitación metafísica sin igual! Cuando la teología se entromete, la gastronomía y la enología, incluso la dietética y la hematología, renuncian a sus pretensiones. Ahora bien, el destino del cristianismo se juega en esta lamentable comedia del bonneteau1 ontológico”. Aplaudo de pié.

Onfray no deja escapar la oportunidad de recuperar la memoria cuando repasa los ríos de sangre que tiñen a las santas religiones: “Millones de muertos, durante siglos, en el nombre de Dios, con la Biblia en una mano y la espada en la otra: la Inquisición, la tortura, el tormento; las Cruzadas, las masacres, los saqueos, las violaciones, el exterminio, el genocidio…” Todo, por amor al prójimo, escribe. “Detrás de todas esas abominaciones hay versículos de la Torá, pasajes de los Evangelios, suras del Corán que legitiman y bendicen…” señala con su habilidad de síntesis.

En su recorrida hacia atrás en el tiempo, detiene su atención en el paso del Jesús histórico al Cristo de la fe y sitúa el origen del mito cristiano en estrecho vínculo con los “delirios de un histérico”, como se refiere Onfray a Pablo de Tarso. La famosa escena de la conversión en el camino de Damasco pierde su encanto místico y Onfray nos muestra con crudeza la patología de un enfermo y su febril delirio evangelizador que terminó infectando toda la cuenca mediterránea.

En los Corintios (1 Cor 9:27), dice Onfray, Pablo confiesa: “Antes castigo a mi cuerpo y lo esclavizo”. “Sabemos que ahí se inicia el elogio del celibato, de la castidad y de la abstinencia. Jesús nada tiene que ver con esto; se trata más bien de la venganza de un aborto, como se nombra a sí mismo en la primera Epístola a los Corintios (15:8)”

“¿Incapaz de acercarse a las mujeres?” —se cuestiona el autor—, “Las detesta…¿impotente? Las desprecia.” A los ojos de Onfray, Pablo se convierte así en la palanca que remueve y renueva la misoginia del monoteísmo judío, heredado luego por el cristianismo y el Islam: “El Génesis condena de modo radical y definitivo a la mujer”, subraya, “primera pecadora y causa del mal en el mundo. Pablo adoptó esa idea nefasta, mil veces nefasta”.

Se vislumbra así́, según el autor, de donde provienen esas absurdas prohibiciones que afectan a las mujeres y que las condenan al silencio y la sumisión como puede comprobarse en Epístolas y Hechos, ambos de factura paulina. La bola de nieve mitológica puesta a rodar por la enfermedad del tarsiota significó para Onfray: “¡Dos milenios de castigos a las mujeres con el único fin de purgar la neurosis de un aborto!”

Pablo de Tarso —insiste el autor— como desequilibrado mental, encaja perfectamente en la categoría de “profetas furibundos, locos iluminados, histéricos convencidos de la superioridad de sus verdades grotescas y vaticinadores de múltiples Apocalipsis”

Envueltos en esa efervescencia milenarista en la que no se conocían aún la clozapina o el haloperidol, abundan los individuos de esta clase, como Teduas —sostiene Onfray—, que “se creía Josué, el profeta de las salvaciones anunciadas y también el étimo de Jesús… Procedente de Egipto, y con cuatro mil seguidores, quería destruir el poder romano y pretendía poseer la facultad, por medio de la palabra, de dividir las aguas de un río, con el fin de permitir el avance de sus tropas…Los soldados romanos decapitaron al Moisés de segunda clase antes de que pudiera demostrar su talento hidráulico”.

“El Jesús de Pablo de Tarso —apunta Onfray— obedece a las mismas leyes de género que el Ulises de Homero, el Apolunio de Tiana Filostrato o el Encolpio de Petronio: un héroe de película histórica…” Es decir, es el resultado de una ficción amplificada promovida por quien se interpreta como llamado a una causa trascendente. ¿No nos recuerda esto a muchos a quienes vemos hoy por televisión detentar semejantes pretensiones?

Y en ese mismo sentido, pero desde una perspectiva más amplia incluye a los demás evangelistas: “Los evangelistas escriben una historia y en ella narran menos el pasado de un hombre que el futuro de una religión” Le llama a esto “Argucias de la razón: creen en el mito y éste los crea. Los creyentes inventan su criatura y luego le rinden culto: el principio mismo de la alienación…”

En su repaso del pasado, Onfray pone el foco en los momentos decisivos del expediente del cristianismo: la conversión de Constantino y sus oportunas habilidades políticas que le permiten manejar el crucial Concilio de Nicea, en el año 325, donde se proclama “décimotercer apóstol”, y otros eventos críticos y fundamentales para la irrupción del cristianismo en la historia, como el del año 380, cuando el emperador Teodosio impuso el catolicismo como religión del estado.

Corriendo más hacia el rojo del espectro, y con el subtítulo de El gusto musulmán por la sangre arranca Onfray una brutal síntesis del tercer monoteísmo por orden de aparición cronológica: “El Islam retoma por su cuenta los peores desatinos judíos y cristianos: el pueblo elegido, el sentimiento de superioridad, lo local convertido en global…el culto a la pulsión de muerte, la teocracia abocada al exterminio de lo diferente…”

Rápidamente, Onfray busca a la principal bestia conceptual parida por la teocracia musulmana al señalar que: “Cerca de doscientos cincuenta versículos —entre los seis mil doscientos treinta y cinco del Libro— justifican y legitiman la guerra santa, la jihad.”

La exacerbación de la sumisión y la obediencia hasta el paroxismo del holocausto, mezclada con la prohibición de la duda —de hecho, “musulmán” es una palabra árabe que significa “los que se someten a la voluntad de Dios”—, es una mezcla explosiva que, como señala el autor, se suma a “la negación de la cualidad existencial a toda persona que no sea musulmana, la justificación de la matanza de infieles, el respeto a los rituales y obligaciones del creyente, la condena al uso de la razón, etc.” “Así se justifican los kamikazes musulmanes. Teoría de la escatología existencial”.

Después de todo ¿Quién puede negarse a la tentación del paraíso? Comprendemos, dice Onfray, “que tentados por esas vacaciones de sueño perpetuo millones de musulmanes vayan a los campos de batalla desde la primera expedición del profeta en Najla hasta la guerra de IranIrak; que las bombas humanas terroristas palestinas desencadenen la muerte en las terrazas de los cafés israelíes; que piratas del aire lancen aviones de línea contra las Torres Gemelas…Aún se obedecen esas fábulas que dejan pasmada a la inteligencia más modesta…”

El autor, sin mostrar mucha preocupación por el antecedente de Salman Rushdie, se cuestiona sobre la ignorancia que agita la vida en este mundo. Resume su impresión del Corán diciendo: “un libro que data de los primeros años de 630, hipotéticamente dictado a un cuidador de camellos analfabeto, decide en detalle la vida cotidiana de millones de hombres en tiempos de la velocidad supersónica, la conquista espacial, la informatización generalizada del planeta, del descubrimiento de la secuencia del genoma humano…”

Como farmacopea para combatir tanto delirio, el autor propone la deconstrucción de los mitos monoteístas que han infectado la cultura de violencia, ignorancia y muerte. Y vislumbra la posibilidad de un desmontaje filosófico. “¿El desafío?” —se pregunta—, y responde: “Una física de la metafísica: por lo tanto, una verdadera teoría de la inmanencia, una ontología materialista”. Un enunciado complejo como ese, anticipa dificultades, pero la recompensa valdría la pena. Al menos, Onfray escribe: “El ateísmo no es una terapia, sino salud mental recuperada”.

Finalmente, debo decir que Onfray ensayó una suerte de reconocimiento, reconfortante, a mi juicio, al dedicar parte de su tratado al recuerdo de aquellos ateos olvidados. En un ameno e ilustrativo repaso encontramos los nombres del Barón Dietrich Von Holbach, el imprecador de Dios, Julien Ofray de La Mettrie, Adrien Helvetius, Jean Meslier, Ludwing Feuerbach y muchos otros. Onfray se queja —y con razón— de que no existe ningún término para calificar de modo positivo al que no rinde pleitesía a las quimeras “fuera de esa construcción lingüística que exacerba la amputación: a-teo”.

Pero Michel Onfray no se muestra optimista: “Dios no está muerto ni agonizante —afirma—, al contrario de lo que pensaban Nietzsche y Heine. Ni muerto ni agonizante porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco; un cuento para niños no se puede refutar. Ni el hipogrifo ni el centauro están sometidos a la ley de los mamíferos que al igual que Dios, provienen del bestiario mitológico”. Y más aún, agrega: “No se puede asesinar un subterfugio, no es posible matarlo. Más bien, será él quien nos mate; pues Dios elimina todo lo que se le resiste. En primer lugar, la Razón, la Inteligencia, el Espíritu Crítico. El resto sigue por reacción en cadena”, remata.

Ese Dios esculpido en la noche de los tiempos por una especie consciente de su abandono a la intemperie existencial, “sólo existe para facilitar la vida cotidiana a pesar del camino que cada cual ha de recorrer hacia la nada”, escribe, finalmente, no sin cierto dramatismo.

“El último de los dioses desaparecerá con el último de los hombres. Y con él, el miedo, el temor, la angustia, esas máquinas de crear divinidades”.


NOTAS

  1. Bonneteau: juego de prestidigitación callejera.

Ver introducción al Tratado de ateología escrita por Esther Díaz. En Internet: www.estherdiaz.com.ar/textos/on fray.htm.

Sobre penas eternas y consuelos fantásticos

Publicado originalmente en Pensar Vol. 4, No. 4.

Me agrada notar que la religión se puso de pronto de moda en el debate intelectual. En este interesante trabajo, el pensador vasco Fernando Savater despunta desde el vamos, reconociendo la influencia que ejerció sobre sus años adolescentes el libro de Bertrand Russell Ciencia y Religión, aunque en especial Por qué no soy cristiano, del mismo autor, el cual articuló su escepticismo primario.

Esta es una interesante obra de reflexión sobre los devaneos de la mente ante el temor de la muerte, tema al que Savater dedica una muy buena parte de su ensayo —a tal punto que en medio de la lectura uno se pregunta si es un libro sobre la religión o sobre la muerte.

Hay una frase que extraigo como la más representativa y vívida fotografía de la tesis central de Savater:

“El afán de encontrar curación sobrenatural para la muerte siempre será el más sólido fundamento pragmático de la fe”.

Pero claro, el libro también trata de otros aspectos relacionados con “el opio de los pueblos”, al decir de Marx, frase que “es compartida por ilustrados de ayer y conservadores de hoy” aunque “no la vocean por prudente miramiento y que sin duda estiman socialmente importante por su carácter de insustituible estupefaciente”.

Como decía, el libro también habla de la verdad, de la diferencia entre credulidad y fe (sostiene que la credulidad es peor que la fe aunque las razones que plantea para diferenciarlas no me convencen), del charlatán y del embaucador, de la ideología cristiana, del fanatismo y de las implicaciones políticas que tienen las ortodoxias fanáticas, del papel de la formación religiosa en la educación de las democracias laicas:

“El núcleo central del laicismo debería consistir en la capacidad de promover una crítica de la autoridad eclesiástica y una vigilante atención sobre sus pretensiones de poder y sus enseñanzas”, de Ratzinger y su histórico resbalón discursivo en Ratisbona, del carisma arrollador de Juan Pablo II, aunque también de su pensamiento, al que se refiere como “especulaciones doctrinales escolarmente retrógradas, declaradamente opuestas no ya a la ilustración volteriana sino a toda la modernidad intelectual a partir de Descartes”.

La ilustrada incredulidad de Savater nos conduce hasta preguntas incisivas: “Me cuesta comprender a quienes se dicen creyentes, auque afirman serlo de un modo alegórico o simbólico. Símbolos… ¿de qué? Alegorías…¿de qué?” Y para profundizar la pregunta, recuerda el título de un librito aparecido años atrás, donde Umberto Eco y el cardenal Martini mantienen un dialogo casi teológico.

El título del libro, ¿En qué creen los que no creen?, le lleva a Savater aún más al fondo y “ya puestos a situarnos en el brumoso plano teológico, hay una pregunta mucho más urgente y más difícil de responder: ¿En qué creen los que creen? Y su lógico corolario: ¿Por qué creen en ello… si es que logran aclarar en que creen?”

Aunque al autor de La vida eterna le queda claro que la voluntad de creer surge de flaquezas y angustias humanas sobradamente comprensibles, le parece asombroso, por ejemplo, que se respete a los clérigos que administran estas “revelaciones” arbitrarias.

Supone también que la gente acata la religión, en parte, por “pura mimesis social”: “Libre de presiones excepcionales de cualquier tipo, la espontaneidad lleva al ser humano a hacer, pensar y venerar lo que ve hacer, pensar y venerar a los demás”.

Aún así, se pregunta una y otra vez, como si le costara aceptar esa credulidad que se robustece cuando se disipa la inteligencia:

“¿Cómo es posible que alguien crea de veras en Dios, en el mas allá, en todo el circo de lo sobrenatural? Me refiero naturalmente a personas inteligentes y sinceras, de cuya capacidad y coraje mental no tengo ningún derecho de dudar…. Pero… tras Darwin, Nietzche y Freud, después del espectacular despliegue científico y técnico de los últimos 150 años, ahora, hoy… ¿Sigue habiendo creyentes en el Súper Padre justiciero e infinito, en la resurrección de los muertos y en la vida perdurable, amen?”

Con todo, a Savater le parece insoportablemente pretencioso rechazar la idea de Dios con un exabrupto o encogerse de hombros ante la necesidad psicológica de lo trascendente.

El libro está colmado de referencias a otros autores y de citas ingeniosas e interesantes. Me ha complacido encontrar, hacia el final de este repaso reflexivo de cuestiones trascendentes, un breve espacio para el homenaje que el autor dedica “a quienes se enfrentaron con riesgo de su vida a los fanáticos que en el fondo nada saben pero están dispuestos incluso a matar para ocultar el secreto de su ignorancia. Una rosa pues para Hipatia, que exponía el pensamiento de los filósofos griegos a la que los primeros monjes cristianos arrastraron y apalearon por las calles de Alejandría en el año 415 d.J.C. Y también flores de gratitud para Etienne Dolet, ajusticiado en la plaza Maubert de París, o para Giordano Bruno, que ardió en la de las Flores, en Roma. Y tantos y tantos otros”.

William Wrede y su sorprendente “El Origen del Nuevo Testamento”

WilliamWrede.v2 Wrede - Origen del NT

Por Claudio Di Gregorio

Los racionalistas creemos, con alguna razón, que un teólogo o un clérigo es necesariamente un propagandista de su fe: que miente, o bien que por una visión sesgada, no puede ser objetivo. De un cristiano esperamos una apología, una defensa irrestricta, una muralla de dogma, ciega a toda evidencia. Decimos, como Borges, que “la teología pertenece al género de la literatura fantástica” o, como Jorge Alfonso Ramírez, que “es la reina indiscutida de la superchería; un agujero en el aire”.

Entonces un día alguien menciona al teólogo luterano alemán Georg William Wrede, quien murió en 1906 tras haber dejado una obra importante en apenas 47 años de vida. Y en la primera página de El Origen del Nuevo Testamento ––su muy breve pero contundente trabajo publicado póstumamente en 1909–– encontramos esta declaración, inusitada en un teólogo:

“No tengo el plan de defender el Nuevo Testamento contra objeciones, ni siquiera atacar y refutar ciertas ideas sobre el Nuevo Testamento, o su valor… Es privilegio legítimo de la ciencia real y genuina ignorar todo lo relativo a pasiones teológicas y controversias de época, y sin ambages apuntar a un solo fin: llegar al fondo de los hechos”.

Y el párrafo que lo sigue se descompone en nociones igualmente sorprendentes:

  • (a) La ciencia ha destruido la idea de que la Biblia, especialmente el Nuevo Testamento, tiene un origen sobrenatural (“La crítica reconoce que la vieja doctrina de la inspiración es insostenible”).
  • (b) Las narraciones de los cuatro evangelios están viciadas de múltiples contradicciones entre sí, que contribuyen a la idea de que se trata solo de obras humanas.
  • (c) La historia muestra que, al principio, la idea del origen sobrenatural de la Biblia no existía; que esa idea es solo un juicio posterior de la Iglesia sobre esos escritos.

Por si lo anterior no fuese suficientemente claro, Wrede reitera que:

  • (d) “los libros del Nuevo Testamento no fueron… dictados a los autores humanos por Dios… sino escritos por hombres de una manera completamente humana”.

No perdamos de vista que éste no es un texto de Bart Ehrman, de Nietszche o de otro ateo eminente, sino de un teólogo que hasta el fin creyó en la divinidad de Jesucristo, pero cuya integridad moral y raciocinio lo fuerzan a admitir la realidad y a argumentar con honestidad. No se lee todos los días un documento de tanto sentido común y franqueza.

Sin duda un espíritu independiente y alineado con el método científico, Wrede postula la libertad académica: “La investigación exige plena libertad; la línea de marcha no puede ser prescrita, o de lo contrario toda la investigación es mera ilusión y juego de niños”.

Ese mismo espíritu científico lo lleva a reconocer ––en contraste con la “certeza” de tantos creyentes–– que siempre habrá muchas lagunas en nuestro conocimiento de Jesús porque “sobre los orígenes de todos los grandes movimientos históricos suele haber alguna penumbra”. La opinión de Wrede, como la de los racionalistas, es tentativa y sujeta a corrección; no es dogma inmutable.

Wrede dedica la mayor parte de este breve trabajo de 50 páginas a indagar el origen de cada uno de los 27 escritos del actual Nuevo Testamento y reserva el capítulo final para explicar cómo esos 27 textos se integraron en un todo y cómo progresivamente los antiguos cristianos les fueron adjudicando divinidad, por encima de todos los demás documentos religiosos.

Pero en esta cronología resume su convicción de que el Nuevo Testamento no cayó del cielo completo el día siguiente a la partida de Jesucristo: “Una sociedad cristiana existió al menos dos décadas antes de la primera de las escrituras del Nuevo Testamento; alrededor de 100 años antes de que surgiera la última, unos 150 años antes del armado de alguna colección de escritos del Nuevo Testamento, y unos 300 o 400 años antes de que esa colección se completara en su forma actual y fuera universalmente reconocida”.

El paso del tiempo es crucial para Wrede ––y para nosotros–– porque demuestra que los documentos no pertenecen a testigos presenciales, y porque la precisión del contenido se hace dudosa: como observa el autor, nadie puede recordar con exactitud un texto largo como el Sermón de la Montaña, varias décadas después de haber sido pronunciado una sola vez y haber sido leído nunca.

De los 27 textos, el más antiguo es la Primera Epístola de Pablo, probablemente del año 54 de nuestra era, informa Wrede, pero no contiene datos sobre Jesucristo sino encara problemas de las incipientes comunidades cristianas. Recién alrededor del año 70 aparece el primer relato de la vida de Cristo: el llamado Evangelio de Marcos.

Wrede examina la posibilidad de que los evangelios de Mateo o Lucas fuesen anteriores y la descarta, porque ambos evangelistas se apoyaron en Marcos (y también en el documento perdido llamado Q, cuya existencia aun hoy debatimos).

El Evangelio de Juan pertenece ya a las postrimerías del siglo I; es inevitable la conclusión de que gran parte de la memoria de un Jesús histórico se perdió en esas décadas durante las cuales nadie pensó en preservar por escrito los dichos de Jesús, porque su regreso se juzgaba inminente. No es sólo eso; Wrede urge a sus lectores creyentes a “aceptar que las narraciones de la vida y las enseñanzas de Jesús experimentaron cambios importantes hasta que llegaron a los evangelios… en las décadas que mediaron entre sus diversos orígenes, vemos cómo se hicieron alteraciones, algunas pequeñas y insignificantes, otras más exhaustivas.”

Explica de este modo el proceso:

“Se corrige… cuando una expresión parece inquietante, cuando tal vez no parece adecuada a Jesús, o ya no corresponde a la creencia de un período posterior. Se puede demostrar que bajo el honesto convencimiento de que Jesús debe de haber dicho algo o relatado algo, se aseveraba que lo dijo…. La alteración debe de haber sido grande donde las ideas de la Iglesia se desarrollaron más… Fue así como comenzó un trabajo imperceptible de adaptar la imagen tradicional de Jesús a las creencias de un tiempo particular…”

Con igual eficacia y brevedad, Wrede demuestra que un buen número de las cartas de Pablo de Tarso (por ejemplo, 14 años de su correspondencia en Siria y Cilicia) y muchos documentos de otros Padres de la Iglesia se extraviaron, lo que refleja lo poco sagrados que esos escritos eran considerados en un principio. Las tradiciones eran juzgadas más valiosas.

William Wrede fue un experto en Pablo, a quien dedicó una obra monumental. Cree que sería exagerado afirmar que Pablo fue el “verdadero fundador del cristianismo”, aunque admite que la de Pablo no es una mera repetición del mensaje de Jesús: “Realmente hay una gran diferencia entre la enseñanza de Jesús y la de S. Pablo, y el apóstol ha puesto énfasis en pensamientos que no estaban presentes en la predicación original del Maestro”.

Racional y objetivo hasta el fin, Wrede declara interpolaciones fraudulentas esos mismos pasajes de Marcos, Juan y otros evangelistas que la crítica de hoy juzga falsos: “Si realmente hay motivos decisivos para suponer una falsificación, debemos reconocerlos honestamente”, admite.

Más aun, Wrede declara que los textos muestran que los evangelios no pertenecen a contemporáneos de Jesús sino a autores anónimos posteriores: “Ninguno de los tres (sinópticos) pretende seriamente haber sido un testigo presencial de la vida de Jesús. Ninguno de ellos narra de manera tal que implique que estaba hablando de sus propias experiencias. Nadie habla de su relación con Jesús, o usa en su historia el ‘nosotros’ personal. Además, Lucas positivamente niega ser un testigo ocular; él pertenece a una generación posterior,” dice, terminante, y similares criterios lo llevan a negar la autoría del evangelio llamado de Juan.

En la misma línea iconoclasta, no teme opinar que cinco de las cartas atribuidas a Pablo y las dos epístolas atribuidas a Pedro fueron escritas por otros, y lo fundamenta.

La parcialidad de los evangelistas es expuesta del mismo modo directo: “Nada podría ser más erróneo que considerar (a ellos) autores modernos de historia… no cuentan su historia simplemente como una historia sino que prefieren, como primera intención, propósitos prácticos y edificantes. No escriben objetivamente, o como personas desinteresadas o como meros cronistas; escriben para creyentes y como creyentes”.

Wrede otra vez revela un racionalismo lúcido: “(En Marcos) se destaca… la curación de los llamados endemoniados, es decir, aquellos poseídos, o, como deberíamos decir, aquellos que sufren de perturbaciones mentales.” Wrede califica de “mitos” episodios como el encuentro de Jesús con el Diablo o el caminar de Jesús en el mar, o la alimentación de 5 mil personas con un poco de pan y pescado. Su religiosidad ––recordemos que no fue un ateo–– solo aparece cuando aventura que Jesús poseía “el don de curar”, pero a la vez niega que Jesús haya sido “un ser divino que podría hacerlo todo”.

Acerca del autor de Evangelio de Lucas a veces es implacable: “La crítica no puede, por supuesto, afirmar que las alteraciones de Lucas son realmente mejoras en la secuencia de la historia. El gran viaje, por ejemplo, que él inserta en los capítulos 9 a 18, como tal no es imaginable…”.

En Los Hechos de los Apóstoles, también de “Lucas”, observa: “Las marcadas similitudes entre las imágenes de Pedro y de Pablo… son en parte accidentales, y en parte se deben a que el autor no tenía conocimiento claro de las diferencias entre los dos hombres”. Con “las diferencias”, Wrede alude a la intención de Pedro de mantener al cristianismo dentro del judaismo, contra el plan de Pablo de “paganizar” o universalizar el culto a Jesús.

Respecto del Apocalipsis el juicio no es menos severo: “La impresión principal para un lector moderno es la de una fantasía extraña y salvaje… Lutero dijo: ‘Mi alma no puede reconciliarse con este libro’, y la mayoría de los lectores de hoy comparten ese sentimiento…. podemos decir sin exagerar que, excepto en los primeros días (y para ‘aquellos cristianos cuya piedad asumió formas fanáticas, o a quienes el esoterismo de este mundo fantasmal alimentó su fantasía’) este libro siempre ha sido uno por el cual sus lectores sintieron poca simpatía, y los teólogos menos que nadie”.

Wrede señala que al principio el Antiguo Testamento fue recibido con naturalidad y reverencia por los cristianos pero, con el paso del tiempo, “para el cristianismo el rasgo principal fue más y más el de la profecía. Todo fue tomado ––no solo los libros proféticos, sino también la ley y los Salmos–– como una colección de profecías sobre Cristo y sobre un ‘final de los tiempos’ que empezó cuando Jesús vino. Con esta interpretación, el Antiguo Testamento se convirtió en una obra apocalíptica mesiánica”.

Finalmente, Wrede explica que los evangelios, “depositarios de la tradición de la vida de Cristo… receptáculos en los que se almacenaba la costosa joya”, con los años pasaron a ser considerados como las joyas en sí mismos.

Admirable y personal como es, Wrede debe ser alineado en la lúcida y liberal escuela alemana de análisis del Jesus histórico, a la que pertenecen, entre otros, Rudolf Bultmann, Bruno Bauer, David Friedrich Strauss, Hermann Gunkel y Albert Schweitzer. La opus magna de Schweitzer, La búsqueda del Jesús histórico (1901 y 1913) lleva el revelador subtítulo “Estudio crítico de su progreso, de Reimarus a Wrede”.

Psicoanálisis a un siglo de distancia

Por: Mario Bunge

Del libro 100 ideas

El psicoanálisis nació a la luz en 1900, con la publicación de La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud. Ernest Jones, su fiel discípulo inglés y principal biógrafo, nos cuenta que este libro, al que Freud siempre consideró su obra maestra, se reeditó ocho veces en vida de su autor. Y afirma que «No se hizo ningún cambio fundamental, ni hubo necesidad de hacerlo».

Semejante inmutabilidad basta para despertar la sospecha de cualquier mente crítica. ¿Por qué no fue necesario modificar nada esencial en una doctrina psicológica en el curso de tres décadas? ¿Será porque no hubo investigación psicoanalítica de los sueños? ¿O porque el primer laboratorio de estudios científicos de los sueños fue fundado recién en 1963, en la Universidad de Stanford, y sin la participación de psicoanalistas? Y si es así, ¿no será que el psicoanálisis es más literatura fantástica que ciencia?

Éste no es el lugar adecuado para hacer una investigación detallada de la teoría ni de la terapia freudianas: esta tarea ya fue hecha por docenas de psicólogos y psiquiatras científicos, de esos que no predican en los templos psicoanalíticos que son ciertas facultades de psicología latinoamericanas. Me limitaré a resumir una decena de resultados de esos análisis de algunos de los mitos más populares inventados por Freud. Helos aquí.

1. Inferioridad intelectual y moral de la mujer, envidia del pene, complejo de castración, orgasmo vaginal y normalidad del masoquismo femenino. Puros cuentos. No hay datos clínicos ni experimentales que los avalen. Lo único que hay son efectos psicológicos de la discriminación contra la mujer en la sociedad actual. Pero éstos están desapareciendo a medida que, contrariamente al notorio machismo de Freud, se va reconociendo la paridad de los sexos.

2. Todo sueño tiene contenido sexual, ya manifiesto, ya latente. Incomprobable, ya que, si en un sueño no aparece nada sexual, el analista “interpretará” algo en el sueño como símbolo sexual. Pero otro analista lo “interpretará” de manera diferente. Al igual que los viejos almanaques de los sueños, los psicoanalistas no exhiben pruebas de sus interpretaciones; pero, a diferencia de aquellos, los psicoanalistas no proponen reglas explícitas que sirvan, por ejemplo, para jugar a la quiniela.

3. Complejos de Edipo y de Electra, y represión de los mismos. No hay datos fidedignos, ni clínicos ni antropológicos, que indiquen la existencia de esos complejos. En cuanto a la hipótesis de la represión, sólo sirve para proteger las hipótesis precedentes: cuanto más enfáticamente niego odiar a mi padre, tanto más fuertemente confirmo que lo odio. Que es como decir que el campo gravitatorio es tanto más intenso cuanto menos acelere a los cuerpos en caída.

4. Todas las neurosis son causadas por frustraciones sexuales o por episodios infantiles relacionados con el sexo (p. ej., abuso sexual y amenaza de castración).Pura fantasía. La frustración sexual causa estrés, no neurosis (las que, por lo demás, no fueron bien definidas por Freud). No se ha probado que los abusos sexuales sufridos durante la infancia dejen huellas más profundas que privaciones, palizas, humillaciones u orfandad. Tampoco es plausible que todo olvido resulte de la censura por parte del fantasmal superyó. Se olvida lo que no se refuerza. Lo que sí se ha probado es que la llamada técnica de “recuperación” (implantación) de recuerdos reprimidos fue un pingüe negocio. En todo caso, los trastornos psicológicos tienen múltiples fuentes y, por tanto, múltiples tratamientos posibles. Algunos de ellos (p. ej., micción nocturna y fobias) se tratan exitosamente con terapia de la conducta. Otros (p. ej., depresión y esquizofrenia) responden a drogas. Y otros más (p. ej., violencia patológica) pueden necesitar intervención quirúrgica (en la tiroides o en la amígdala cerebral).

5. La violencia (guerra, huelga, etcétera) es la válvula de escape de la represión del instinto sexual. Salvo en casos patológicos, tratables con neurocirugía, la violencia tiene raíces sociales y culturales: pobreza, expansión económica, fanatismo político o religioso, etcétera. Por tener causas sociales, la violencia colectiva tiene remedios sociales. Por ejemplo, la delincuencia disminuye con la ocupación.

6. Sexualidad infantil. Mito. En efecto, la sexualidad reside en el cerebro, no en los órganos genitales. Sin hipotálamo ni las hormonas que éste sintetiza (oxitocina y vasopresina) no habría deseo ni placer sexuales. Y el cerebro infantil no tiene la madurez fisiológica necesaria para sentir placer sexual. Para entender la sexualidad hay que hacer investigaciones psiconeuroendocrinológicas y antropológicas, en lugar de fantasear incontroladamente.

7. El tipo de personalidad es efecto del modo de aprendizaje del control de los esfínteres. Falso. La investigación ha mostrado la inexistencia de esta correlación: las personalidades “oral” y “anal” son producto de la fantasía incontrolada de Freud. Hay muchos tipos de personalidad, y todos son producto del genoma, del ambiente y del propio esfuerzo. Más aún, lejos de ser inalterable, la personalidad puede ser transformada radicalmente por enfermedades cerebrales, accidentes cerebrovasculares, drogas y reaprendizaje.

8. Los actos fallidos (lapsos de la lengua) revelan deseos reprimidos. Sólo en algunos casos, y son los menos. La mayoría de las transposiciones de palabras son errores inocentes. Para provocarlas deliberadamente se arman los trabalenguas. Además, algunos sujetos son más propensos que otros a cometerlas.

9. El superyó reprime todos los deseos y recuerdos vergonzosos, los que se almacenan en el inconsciente. El analista lo destapa con el método de la asociación libre. Los experimentos más notables sobre el tema, los de la famosa investigadora Elizabeth Loftus (quien no es psicoanalista), no han mostrado la existencia de la represión. Y la experiencia clínica muestra que tampoco existe la asociación libre, puesto que el analista transmite a su cliente sus propias hipótesis y expectativas. A medida que aprende la jerga freudiana, el cliente “confirma” lo que su analista espera de él.

10. El ser humano es básicamente irracional: está dominado por su inconsciente. El inconsciente freudiano, como el diablillo cartesiano, jugaría arbitrariamente con nuestras vidas y a espaldas de nuestra conciencia. Esta visión pesimista de la humanidad no se funda ni puede fundarse sobre datos empíricos. Lo que no quita que algunos procesos mentales escapan, en efecto, a la conciencia. Pero ya Sócrates sostenía algunas cosas de las que no tenemos conciencia. Y el libraco El inconsciente, de Eduard von Hartmann, apareció cuando Freud tenía catorce años, y fue un best seller en alemán y en francés durante una generación. (Yo lo heredé de mi tío Carlos Octavio, quien a su vez puede haberlo heredado de su padre.) En todo caso, si es verdad que a menudo tenemos impulsos irracionales, también es cierto que otras veces logramos controlarlos. Que para eso se montan mecanismos de educación y control social. Y para eso hay quienes hacen ciencia o técnica auténticas: para ascender de lo irracional a lo racional.

En resumen, las fantasías psicoanalíticas son de dos clases: las incomprobables y las comprobables. Las primeras no son científicas. Y las segundas son de dos clases: las que han sido puestas a prueba y las que aún no han sido investigadas científicamente. Todas las del primer grupo han sido falsadas. Y, evidentemente, las del segundo grupo siguen en el limbo.

¿Qué queda de todo un siglo de psicoanálisis? Nada más que fantasía incontrolada. Los psicoanalistas no hacen experimentos, y ni siquiera llevan estadísticas de sus tratamientos. Además, ignoran por principio los hallazgos de la psicobiología y de la psiquiatría biológica. Su psicología es de sillón y sofá, porque son prisioneros del mito primitivo del alma inmaterial que no puede captarse por medios materiales, tales como la resonancia magnética funcional y otros métodos de visualización de procesos mentales.

El psicoanálisis es la teoría de los que no tienen teorías científicas de lo mental ni de lo cultural. Y es una curandería irresponsable que explota la credulidad. Como dijo Sir Peter Medawar, Premio Nobel de Medicina, el psicoanálisis es «Un estupendo timo intelectual». Ningún otro timo del siglo pasado ha dejado semejante huella en la cultura popular.

El éxito comercial del psicoanálisis se explica porque (a) no requiere conocimientos previos; (b) no exige rigor conceptual ni empírico; (c) pretende explicarlo todo con un puñado de principios: desde las neurosis y la rebelión adolescente hasta la religión y la guerra; (d) es un sucedáneo de la religión; (e) llenaba vacíos que dejó hasta hace poco la psicología científica, en particular la sexualidad, las emociones y los sueños; (f) se jacta de curaciones inexistentes; y (g) según el propio Freud, los psicoanalistas les hacen el favor a sus clientes de cobrarles la consulta: no hacen obra social.

Pero éxito comercial y penetración en la cultura de masas no son lo mismo que triunfo científico. Cien años de fantaseo psicoanalítico no han arrojado resultados equivalentes a los que arroja una semana de investigaciones de laboratorio en neurociencia cognoscitiva.

Además, hoy contamos con la psiconeuroendocrinoinmunofarmacología. Ésta es la palabra castellana más larga que conozco. Abreviémosla PNEIF. Este acrónimo designa la ciencia aplicada que busca fármacos que prometan reparar los trastornos del sistema neuroendocrinoinmune que se sienten como trastornos mentales, tales como el dolor y el pánico, la confusión y la amnesia, la alucinación y la depresión.

El caso de la PNEIF es uno de los pocos en que se conoce la fecha exacta del nacimiento de una ciencia: 1955. Ese año se descubrió el primer fármaco neuroléptico para el tratamiento de una enfermedad mental: la depresión. Antes sólo se conocían estimulantes, tales como la cafeína, la benzedrina y la cocaína; calmantes, tales como el opio; y drogas que, como el alcohol y el tabaco, al principio estimulan y luego inhiben.

La ciencia básica correspondiente es la psiconeuroendocrinoinmunología, o PNEI, fusión de cuatro disciplinas que antes estaban apenas relacionadas. No fue sino en el curso de las últimas décadas que se advirtió que las fronteras entre las distintas ciencias del cerebro son en gran medida artificiales, porque cada una de ellas estudia una parte o un aspecto de un único supersistema.

Por ejemplo, se ha descubierto que el órgano de la emoción (el sistema límbico) sostiene unas veces, y otras entorpece, las actividades del órgano del conocimiento (la corteza cerebral). Sin motivación no hay aprendizaje; a su vez, el motivo puede ser afectivo, tal como el deseo de agradar o de molestar a alguien. Y si la emoción es muy fuerte, como es el caso del pánico, el raciocinio falla.

Todo esto se ha sabido desde que los seres humanos empezaron a interesarse por sus procesos mentales. Lo que no se sabía antes es que estos procesos están bastante bien localizados en el cerebro. Por ejemplo, un ser humano que tiene una lesión grave en la corteza prefrontal (detrás de los ojos) tiene el juicio moral deteriorado. Es el caso, afortunadamente muy raro, de los psicópatas.

La PNEIF está de moda porque está abordando y resolviendo una pila de enigmas de la vida mental, y porque su uso médico promete curar o al menos atenuar las angustias de los enfermos mentales y acabar con el psicomacaneo y la psicocurandería.

Por ejemplo, si con una píldora diaria se logra controlar a un esquizofrénico, quedan sin trabajo tanto el brujo que sostiene que se trata de un caso de posesión demoníaca como el psicoterapeuta que asegura que el trastorno es resultado de un episodio infantil, y que trata al paciente con meras palabras.

La PNEIF es la versión más reciente, rigurosa y eficaz de la medicina psicosomática. El psicoanálisis ha quedado definitivamente tan atrás como el curanderismo, excepto como superstición popular y como negocio.

Para comprobar lo que acabo de afirmar basta preguntarle a un boticario qué píldoras se recetan con algún éxito para tratar angustias, obsesiones, depresiones, esquizofrenias y otros trastornos mentales. Y quien quiera saber qué fundamento tienen tales recetas, deberá consultar las revistas científicas que se ocupan de la mente y sus trastornos, así como los semanarios científicos generales Nature y Science.

Estas publicaciones están llenas de nuevos resultados sobre la psique. Ninguna de ellas acepta macaneos psicoanalíticos. Los psicoanalistas sólo usan revistas psicoanalíticas: constituyen una secta marginal con respecto a la comunidad científica. Su alquimia no transmuta ignorancia en conocimiento, sino mito en oro.

La popularidad del psicoanálisis entre los escribidores posmodernos se explica en parte porque no exige conocimientos científicos. Y en parte también porque los posmodernos, como los filósofos hermenéuticos y los practicantes de las “ciencias” ocultas, sospechan que todo es símbolo de alguna otra cosa. Sin embargo, incluso Freud admitió que, a veces, un cigarro es un cigarro.