Sectas y religiones

Por: Ligia Gómez

 

APARECIDO EN SINDIOSES.ORG

Una tarea realmente difícil para el que no profesa ni se adhiere a ninguna fe en particular, es vislumbrar los límites reales, si es que existen, entre sectas y religiones.
Más allá de estudiar el concepto de lo que es una secta y de lo que se supone que no es una religión, está el hecho de que para muchos no existe diferencia alguna. Para quien se adhiere a una secta difícilmente aceptará que se trata de una, por lo que no considerará en ningún momento que deba hacerse alguna diferenciación.
Para el que profesa una religión, desde su punto de vista, tampoco será necesario hacer distinción alguna pues se encuentra seguro de estar del lado correcto, es decir, en una religión y no en una secta. A fin de cuentas, queda para el escéptico, descreído, ateo o sencillamente indiferente a la temática sectaria/religiosa, intentar determinar o comprender si hay o no diferencias entre una forma de culto y otra.

Y quizás muchos se pregunten por qué es importante hacer alguna distinción. Es fácil si nos damos cuenta de la connotación despectiva que la palabra secta ha adquirido en las últimas décadas. Más que por la naturaleza de las mismas, que ya de por sí implican un perjuicio para quienes se adhieren a ellas, por los sonados casos de sectas suicidas, que desde Jonestown, con Jim Jones invitando al suicidio a más de 900 personas (e invitando es sólo un eufemismo deliberadamente usado), se han sucedido numerosos casos de sectas que llevaron a sus seguidores a la muerte, sea por un acto de suicidio o porque directamente los asesinaran cuando no aceptaron inmolarse junto al resto. Así que ahora quedan de un lado las sectas y del otros la religiones, consciente o inconscientemente se asume que profesar una religión está bien, mientras que ser parte de una secta está mal. Pensemos de nuevo: cerrarse a otras opiniones diferentes a aquellas que nuestro grupo acepta, aislarse intelectualmente al no aceptar que existan otras explicaciones para lo que es la vida, la naturaleza, el universo y todo lo que ello implica, asumir como reales seres, historias, hechos y relatos porque un libro, fundamento de ese grupo y en base al cual se ha tejido todo un sistema de creencias, que no filosófico, lo dice, no es, según las religiones, perjudicial para quienes se unen a ellas.

Sin querer ser reiterativos, no está de más pensar una tercera vez y considerar hasta qué punto somos certeros al acusar solo a las sectas de estar en la posición equivocada.
Hasta qué punto alertamos en una única dirección y dejamos que lo establecido por la tradición, por costumbre, por antigüedad, por ser extremadamente poderoso política, social y económicamente, se acepte como favorable para el individuo, aunque esto le signifique la mutilación de su libertad de opinión e individualidad y el derecho de todo ser humano a mantener su mente abierta al conocimiento, la información y la decisión para obrar según lo que las leyes morales de la sociedad y de sí mismo, le dicten como más adecuado, sin el continuo temor de que un error le condenará al infierno eterno o le asegurará la expulsión de quienes hasta ese momento fueron su refugio, su compañía y su guía, dándole la espalda al cometer algún pecado, decir una blasfemia o romper cualquiera de sus reglas sagradas impuestas por seres humanos tan imperfectos como quien las vulnera.
Ciertamente que en la actualidad algunas religiones no fomentan ni provocan la muerte se sus seguidores, pero no debemos olvidar que otras sí lo hacen, de hecho, esperan ganar el anhelado cielo de esa forma, a través del suicidio, aunque ello implique la muerte de miles de personas como podemos ver continuamente en Israel o, más recientemente, con lo ocurrido en Nueva York.
Sin embargo, no pasemos por alto algo que continuamente obviamos, sea porque queremos o porque no nos damos cuenta: muchos crímenes son cometidos también al amparo de supuestas posesiones, exorcismos y demás ideas que determinadas religiones han inculcado como ciertas.
Y eso sin contar que fenómenos como las sectas satánicas no existirían si no hubiese una fe, cuyo pilar fundamental es la supuesta lucha contra el mal, al cual han personificado, nombrado y dotado de toda una historia de, por supuesto, desobediencia a las reglas, normas o palabras de su dios, y es que no podía ser diferente.
Añadamos que para no dejar morir lo que tan sustanciosamente les ayuda a mantener a sus fieles en el camino de Dios, su dios claro,  autoridades religiosas de alto poder aún en la actualidad insisten en asegurar a sus fieles que el Diablo existe y deben cuidarse de él…la solución, obviamente, es continuar siendo devotos a su respectiva fe y no desobedecer en absoluto a quienes detentan la autoridad, en un entramado jerárquico con tintes más políticos que espirituales. Siendo las cosas de esta forma, los crímenes se pueden adjudicar, fuera de las pasiones humanas, al rock, a las drogas, a las sectas, al Diablo, a las películas e incluso, increíble pero cierto, a los libros. Pero nunca a la devoción por la fe de una religión que se ha convertido en buen ejemplo de cómo tener
poder político y económico, y millones de seguidores alrededor del mundo que no se atreven a juzgarla ni cuestionarla por ello.
Si algo tiene de admirable, es esto.
Nada de lo que hemos desarrollado hasta ahora debe ser entendido como una crítica a ninguna religión en particular, sino a todas en general.
No se refiere a una crítica en contra del aspecto espiritual que todas buscan o, por lo menos, intentan desarrollar en sus adeptos, sino a los métodos, formas, normas, exclusión de otros conceptos diferentes a los suyos, la cerrazón filosófica y el sectarismo que les caracteriza, así como la falta de flexibilidad para adaptarse a la sociedad actual y las necesidades de cada individuo, dejándolo de lado en pro de su crecimiento como grupo acumulador de poder, de dinero o de reclutamiento de fieles que le confieran, precisamente, todo esto.
Tampoco debe ser entendido como una forma de quitar parte de la carga al fenómeno sectario, sino más bien de dar a entender que ambas, las dos, son, de una u otra forma, la misma cosa, que convergen en muchos puntos, quizás demasiados, y esto les lleva muchas veces a la misma posición. No sabemos si la muerte de miles de personas en el World Trade Center o la de cientos de personas en Israel  mes a mes, son más o menos que las decenas que son conducidas al suicidio a través de las llamadas sectas destructivas.
Tampoco sabemos si la ceguera de los más acérrimos seguidores de las principales religiones es mayor que la de aquellos que se mantienen en los límites impuestos por sus líderes sectarios.
Pero lo que si nos muestra un cuidadoso estudio del fenómeno sectario y del religioso es que tal como pensaba Krishnamurti, son una camisa de fuerza para nuestra mente.
Creo que todo el que la tenga debería, o querría si lo supiera, escapar de ella.