Por: Robert Ingersoll

 

Entonces me dicen:

“¿Qué propone usted?

Usted ha destruido esto, ¿qué nos propone para reemplazarlo?”
No he destruido lo bueno. Sólo me he esforzado para salir con paso firme de los fuegos crueles e ignorantes del infierno. No destrocé el pasaje “Dios será misericordioso con el misericordioso”. No destruyo la promesa “Si perdonas a otros, Dios te perdonará”. Por nada del mundo macularía la más débil estrella brillando en el horizonte de la desesperación humana, ni en el cielo de la esperanza humana, pero haré lo que pueda para remover esa sombra infinita del corazón del hombre.

“¿Qué propone en lugar de esto?”

Bien, en primer lugar, propongo un espíritu de paz y concordia: hacer buenos amigos en todas partes.

No importa en qué creamos, estrechemos nuestras manos y dejémoslo así. Esta es tu opinión, ésta es la mía: seamos amigos.
La ciencia crea amigos; la religión y la superstición crean enemigos.

Se dice: “Creer es importante”.

Yo digo: No, son importantes las acciones. Juzga por los actos, no por las creencias. Paz y concordia, buenos amigos, hombres y mujeres sinceros, tolerancia mutua, surgida del respeto mutuo… No creo en el perdón como lo predica la iglesia. No necesitamos el perdón de Dios, sino el de los otros y el nuestro.

Si le robo al señor Smith y Dios me perdona, ¿en qué ayuda eso al señor Smith? Si yo, calumniando, cubro con la lepra de algún crimen a alguna pobre niña, y ella se marchita como una flor en decadencia y luego yo obtengo el perdón de Dios, ¿en qué la ayuda eso? Si hay otro mundo, tendremos que compensar a la gente que hemos perjudicado en éste. No hay convocatorias de acreedores allí. Hay que pagar cada centavo… En esto creo. Y si me trae problemas, lo sostendré, y me afirmaré en mi lógica, y lo aceptaré como un hombre.

Y también creo en el evangelio de la Libertad, en dar a otros lo que pedimos para nosotros.

Creo que hay lugar en todas partes para el pensamiento, y mientras más libertad demos, más libertad tendremos. En libertad, la extravagancia es economía.

Seamos justos. Seamos generosos el uno con el otro…

Dicen: “¡Ah!, pero eso no alcanza. Debe usted creer”.

Yo digo: No. Mi evangelio de salud traerá vida. Mi evangelio de inteligencia, mi evangelio de buen vivir, mi evangelio de concordia cubrirá al mundo de hogares felices. Mi doctrina pondrá alfombras en sus pisos, cuadros en sus paredes. Mi doctrina pondrá libros en sus repisas, ideas en sus mentes. Mi doctrina librará al mundo de los monstruos anormales nacidos de la ignorancia y la superstición. Mi doctrina nos dará salud, bienestar y felicidad.

Esto es lo que quiero. En esto creo. Démosnos inteligencia. En poco tiempo un hombre descubrirá que no puede robar sin robarse a sí mismo. Descubrirá que no puede asesinar sin asesinar su propia felicidad. Descubrirá que cada crimen es un error…

Me dicen: “Ah, pero eliminas la inmortalidad”.

No lo hago. Si somos inmortales, eso es un hecho natural, y no se lo debemos a los sacerdotes, y no puede ser destruido por el descreimiento. Mientras amamos esperamos vivir, y cuando muere el ser amado, diremos: “Espero que podamos encontrarnos de nuevo”, y lo hagamos o no, no es obra de la teología.
Será un hecho de la naturaleza.
Por mi vida, no destruiré un ápice de la esperanza humana, pero quiero que, cuando una pobre mujer mece la cuna y canta un arrullo al adorable niñito de los hoyuelos, no se la haga creer que noventa y nueve veces de cada cien está criando astillas para arder en el infierno.
“Hay mal bastante para un día”, y yo digo: “Hay mal bastante para un mundo”.

Y supongamos que, después de todo, la muerte es el fin. Cercano al goce eterno, cercano a estar para siempre con los que amamos y nos han amado, cercano a ello, está el ser envuelto en el lienzo sin sueños de la paz eterna.

Cerca de la vida eterna está el sueño eterno. En las costas sombrías de la muerte, el mar de los problemas no agita ninguna ola. Los ojos que han sido cubiertos con la oscuridad permanente no volverán a conocer jamás el roce ardiente de las lágrimas. Los labios rozados por el silencio eterno no volverán a emitir jamás las quebradas palabras de la congoja. Los corazones de polvo no sufren. Los muertos no lloran. Dentro de la tumba no yacen penas veladas y sollozantes, y en la penumbra sin luz no se esconde ningún tembloroso temor. Prefiero pensar que aquellos que he amado y perdido han vuelto a la tierra, se han convertido en una parte de la riqueza elemental de la tierra.

Prefiero pensar en ellos como polvo inconsciente, prefiero soñar con ellos gorgoteando en las corrientes, flotando en las nubes, estallando en espuma de luz en las costas de los mundos, prefiero pensar que son las visiones perdidas de una noche olvidada, antes que tener el más mínimo temor de que sus almas desnudas han sido atrapadas por un dios ortodoxo.
Dejaré a mis muertos donde los deja la naturaleza.
Atesoraré cualquier flor de esperanza que florezca en mi corazón, le daré aliento con mis suspiros y la regaré con mis lágrimas.
Pero no puedo creer que haya algún ser en el universo que haya creado el alma humana para el dolor eterno.
Antes preferiría que cada dios se destruyera a sí mismo; preferiría que todo se convirtiera en caos eterno, en noche negra y sin estrellas, antes que siquiera un alma sufriera agonía eterna. He decidido que si hay un dios, será misericordioso con los misericordiosos.

Sobre esa roca me afirmo.

Que no torturará a los que perdonan.

Sobre esa roca me afirmo.

Que cada hombre debe ser fiel a sí mismo, y que no hay mundo, no hay estrella, donde la honestidad sea un crimen.

Sobre esa roca me afirmo.

El hombre honesto, la mujer buena, el niño feliz, no tienen nada que temer, en este mundo o en el venidero.

Sobre esa roca me afirmo.

 

 

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