Por qué niego la religión

Por: James Randi

 

La página de esta semana1 estará dedicada enteramente a la religión. He llegado a un punto donde tengo que descargarme sobre este tema que, hasta ahora, he sentido que se hallaba fuera de los temas que la JREF2 maneja. Dado que la religión surge como parte de los tantos argumentos que apoyan otras afirmaciones fantásticas, quiero mostrarles que aceptarla es de la misma naturaleza que aceptar la astrología, la EPS («percepción extrasensorial»), la profecía, la rabdomancia (también llamada «radiestesia») y la otra miríada de extrañas creencias que manejamos cada día.

Con anterioridad me he excusado de participar en acaloradas discusiones de esta persistente noción, sobre la base de que no ofrece ninguna evidencia examinable, a diferencia de lo que hacen las otras creencias en lo sobrenatural… aunque esos exámenes siempre han mostrado resultados negativos. No se puede discutir lógicamente con la gente religiosa, porque afirman que sus creencias son de tal naturaleza que no pueden examinarse, simplemente «existen». En lugar de discutir o intentar razonar con sus estándares, me conformaré con señalar, brevemente, cuán improbables, irrazonables, caprichosas y fantásticas son sus afirmaciones básicas, refiriéndome en su mayor parte a aquéllas con las que tengo más familiaridad, por mi experiencia personal.

Con frecuencia recibo críticas de creyentes en asuntos psíquicos y dogmas religiosos, ofendidos, que me acusan de ser uno de esos temibles «materialistas»; o de ser incapaz de aceptar las maravillas que ellos eligen adoptar, por estar «encerrado» en una visión del mundo que acepta sólo la versión científica «inamovible» y «ortodoxa» de cómo funciona el mundo. Esas palabras entrecomilladas son extractos directos de reprensiones recientes a las que fui sometido. Primero que nada, la palabra «inamovible» no puede en modo alguno aplicarse a la verdadera visión científica. Mi definición favorita de ciencia, concisa y que admito haber inventado, es: La ciencia es la búsqueda de verdades básicas sobre el Universo, una búsqueda que desarrolla afirmaciones que parecen describir cómo funciona el Universo, pero que están sujetas a corrección, revisión, ajuste, o incluso rechazo liso y llano, en caso de presentarse evidencia conflictiva o mejor.

La ciencia es una disciplina que hace frecuentes concesiones mientras intenta aproximarse mucho a esa elusiva meta llamada «verdad», pero sabiendo que cualquier conclusión a la que pueda llegar es simplemente la mejor del momento. Cualquier declaración ( , por ejemplo) es «verdadera» cuando se aplica a las balas de cañón lanzadas desde torres inclinadas; sin embargo no describe exactamente la interacción de objetos muy pequeños o muy grandes como electrones o galaxias. Eso no la vuelve «errónea», simplemente limitada. Declaraciones más abarcativas, tales como la relatividad o la cuántica, describen mejor un espectro más amplio de interacciones físicas, pero enterradas en esas declaraciones más avanzadas encontramos la anterior, más simple, la cual confío en que mi lector reconocerá como una de las enunciadas por ese sujeto llamado Newton. La estructura de la Ciencia misma también está en estado de desarrollo constante; idealmente, no tiene un estado «ortodoxo» en el cual se estabiliza de forma confortable y complaciente.

Sólo hace falta un nuevo estándar estadístico o una innovación en la observación para cambiar su enfoque ante cualquier evento o decisión con los cuales estaba anteriormente -de forma tentativa- satisfecha, pero el verdadero científico no lamenta ni rehúsa tales mejoras de enfoque o técnica, por el contrario adoptándolas y ajustándose a la comprensión nueva y mejorada del mundo que se halla disponible. A la religión, en contraste, le repele la duda honesta, prefiriendo la aceptación ingenua y sin cuestionamientos. Es el deseo de ajustarse lo que proporciona la verdadera gloria de la Ciencia, en mi opinión de aficionado. Esto se halla en claro contraste con los axiomas de la religión, los que se vanaglorian orgullosamente de sus inflexibles «verdades» para demostrar que «saben» ciertas cosas con certeza. Aún así, la Tierra es redonda, no plana, ni es el centro del Universo; esas revelaciones fueron prontamente aceptadas, absorbidas y aceptadas por la ciencia, primitiva como era en ese momento de la historia, y quienes las incorporaron a su visión del mundo no sintieron ningún dolor, aunque en algunos casos debe de haber habido algo de incomodidad y sorpresa, seguida por deleite. Eppur, si muove. Incluso si no lo dijo, estoy seguro de que hubiera querido hacerlo… Sí, soy un materialista.

Estoy dispuesto a que me demuestren que estoy equivocado, pero eso no ha sucedido… aún. Y admito que la razón por la que soy incapaz de aceptar las afirmaciones de las maravillas psíquicas, ocultas y/o sobrenaturales es porque estoy encerrado en una visión del mundo que exige evidencias en lugar de fe ciega, una visión que insiste en la repetición de todos los experimentos (en particular aquéllos que aparentan mostrar violaciones a un mundo racional) y una visión que requiere un examen abierto de los métodos utilizados para llevar a cabo esos experimentos. La decisión de ser un materialista es mía, la tomé luego de muchos años de consideración de lo que observé, y luego de leer a Bertrand Russell y a otros. Ya que no fue una simple reacción a la información que me llegaba, sino el resultado de examinar esa información, estoy orgulloso de mi decisión. [Una digresión: estoy orgulloso de ser estadounidense, escéptico y bright («ateo»). Sólo me siento orgulloso de aquello que he logrado, no de aquello con lo que nací o que me fue dado.

Elegí ser estadounidense y me gané esa distinción, me transformé en escéptico y sigo siéndolo aunque era difícil y aún me causa problemas, y ser un bright es un desafío a los millones que me etiquetan de inferior porque no soy supersticioso como ellos. No me importa; yo conozco y acepto el mundo real.] De niño, se me dijo que los salvajes estaban condenados a arder en sulfuro hirviente si no aceptaban a la «misericordiosa» deidad que se me describió, ¡incluso si no habían tenido la oportunidad de conocerlo/la! Esa deidad, por lo que me dijeron, tenía muchos de los serios defectos que se me dijo que debía evitar. Él/ella/ello era caprichoso, inseguro, celoso, vengativo, sádico y cruel, y exigía constante alabanza, sacrificio, adulación y reforzamiento del ego, o los castigos podrían ser muy severos. Descubrí, en mis tempranas observaciones, que la gente religiosa estaba muy temerosa, temblando y preguntándose si habrían cometido alguna infracción a la multitud de reglas que tenían que seguir. Estaban (y están) regidos por el miedo.

Ese no es mi estilo. Pero fueron las increíbles historias que me contaron las que me hicieron retroceder, incrédulo. Por ejemplo, me dijeron que hace unos 2.000 años una virgen del medio Oriente fue impregnada por algún tipo de fantasma, y como resultado produjo un hijo que podía caminar sobre el agua, revivir a los muertos, transformar agua en vino y multiplicar rodajas de pan y peces. Todo además de arrojar demonios. Esperó y aceptó una muerte brutal y sádica, y luego se levantó de entre los muertos. Había mucho, mucho más. Adán y Eva, decían, eran los humanos originales, depositados en un jardín para iniciar nuestra especie. Pero no entendía, y aún no entiendo, cómo si sólo tuvieron dos hijos varones, y uno de ellos mató al otro, de algún modo se las arreglaron para producir suficiente gente para poblar la Tierra, sin incesto, ¡lo que estaba claramente prohibido! Entonces algún profeta detuvo la rotación de la Tierra, un ejército hizo sonar cuernos hasta que cayó una pared, un sujeto llamado Moisés dividió en dos el Mar Rojo, e hizo que cayeran ranas del cielo… No hace falta que siga. ¡Y eso es sólo una pequeña parte de una religión! El Mago de Oz es más creíble. Y más divertido.

Sigo escuchando, de parte de los parapsicólogos, los religiosos y los ocultistas, sobre esta falta de voluntad a la que aluden, la reluctancia por parte de ciertos escépticos para considerar la evidencia. Puede ser que haya escépticos que coincidan con esa descripción, pero no conozco a ninguno. He escuchado sobre la supuesta negativa de los escépticos a creer, que se asemeja e incluso supera la dedicación del más ardiente entusiasta de la reencarnación, del más fanático doblador de cucharas, o del más devoto de los OVNIs. También he visto intentos por delinear las bases más o menos irracionales que subyacen bajo tales posiciones extremas. Se dice, con bastante exactitud, que la mente humana necesita una imagen comprensible del universo en el cual vive; la búsqueda de patrones es una técnica de supervivencia básica que está programada en nosotros.

También buscamos tener un entendimiento de nuestra propia existencia, y con frecuencia resulta que adoptar lo que podría describirse como un punto de vista religioso o «religioso-metafísico» parece facilitar crearle un sentido al supuesto enigma de la existencia. Me da la impresión de que los escépticos, hablando en general, evitan creer en hipótesis metafísicas, inverificables y anticientíficas, pero los credófilos prefieren creer que, cuando nos presionen, los escépticos admitiremos haber adoptado al menos cierto grado de enfoque metafísico. Esto sólo puede ser el intento desesperado de los credófilos por hacerse ilusiones, una declaración de que ellos no pueden creer que no todos son crédulos. Es algo con lo que simplemente no pueden identificarse, ni aceptar. He aquí la forma en la que los credófilos nos ven a los escépticos, y cómo intentan hacerse ver como racionales, en contraste con nuestra conducta inconstante: admitirán que muchos de ellos han adoptado posiciones religiosas heterodoxas; y puede que incluyan en la lista de ellas hombres de paja tan obvios y ridículos como la Teosofía o la Cienciología, sólo para mostrar que no están totalmente desprovistos de sentido común.

Dicen que aunque muchos escépticos reniegan de cualquier tendencia religiosa, aún así, agregan, tras cuidadoso examen, ellos (los escépticos) frecuentemente exhiben una profunda creencia en lo que los credófilos consideran la «doctrina metafísica» que llaman «materialismo». Esta doctrina, dicen, niega la existencia de entidades tales como mentes, almas y espíritus, y afirma que el universo físico constituye la totalidad de la realidad. Señalan que ya que el materialismo no puede considerarse probado científica o filosóficamente, este apego por nuestra parte puede deberse a una reacción a ciertos eventos y tendencias en la historia de la ciencia. Esto es una inversión del carro y el caballo, en mi opinión. Apartándome por un momento del tema, permítanme exponer aquí un punto de vista y un enfoque que ya he ofrecido antes. Los lectores tendrán presente el premio de un millón de dólares que ofrece la JREF. Muchos de los postulantes al premio (la mayoría) nos desafían para que refutemos su(s) afirmacion(es).

Nosotros respondemos que no afirmamos nada, que simplemente les pedimos que prueben sus afirmaciones. No intentamos, ni intentaremos, refutar aquello que ellos afirman es verdadero. De similar manera, los escépticos no intentan probar el materialismo. Es simplemente la mejor, más lógica y razonable explicación del universo. Eso es emplear la economía de pensamiento. Y el materialismo puede verificarse; un atributo que los credófilos dicen con frecuencia que no es aceptable ni necesario dentro de su punto de vista sobrenatural. Los escépticos no permiten la invención de situaciones o entidades convenientes pero inverificables para establecer una afirmación, ni aceptan que pueda adjudicarse propiedades mentales o espirituales a la materia física, lo que da origen a la idea de las reliquias y lugares sagrados. Ejemplos de esto son el diente de Buda, el Sudario de Turín, Lourdes, la Piedra Negra de la Meca. Aristóteles, en cuyas enseñanzas se basa buena parte de la cristiandad, enseñó que había «esferas cristalinas» que arrastraban a los planetas y estrellas en sus viajes celestes, y que estaban asociadas con «motores» incorpóreos e indefinidos que proveían las fuerzas para mantenerlos en movimiento.

Él pensaba que esos «motores» eran de naturaleza espiritual, y que la relación de un motor con su esfera era la de un alma en relación con su cuerpo. Esta visión fue reforzada por posteriores intérpretes de Aristóteles como Tomás de Aquino en el siglo XIII, quien enseñó que la materia más básica se concebía, de igual modo, como poseedora de propiedades psicológicas. Aristóteles escribió que un objeto terrestre caía al suelo debido a su «aspiración» por alcanzar su «lugar natural». Esta visión animista del universo también se encuentra en las obras de William Gilbert, el físico inglés. Él apoyaba las ideas del filósofo griego Tales, quien atribuía la atracción magnética a la acción de un «alma magnética» en el mineral magnético natural conocido como calamita o piedra imán, y que la atracción era provocada por la emisión de un «efluvio magnético» del mineral. Gilbert creía también que la Tierra misma tenía un alma magnética.

En su posición tan cercana al Sol, decía, el alma de la Tierra percibía el campo magnético del Sol, y razonaba que uno de sus lados ardería mientras que el otro se congelaría si no actuaba, y por lo tanto decidía inclinar su eje en un ligero ángulo a fin de producir la variación de las estaciones. No se equivoque condenando a Aristóteles y a Harvey como malos pensadores; no lo eran. Trataron bien otros asuntos sobre los que escribieron. Es probable que si hubieran tenido acceso al conocimiento mejorado que se desarrolló luego del período en el que vivieron, hubieran aceptado y celebrado esa adición; eran científicos, aunque no se había alcanzado la estricta disciplina de esa profesión cuando declararon sus conclusiones. El hecho de que se hayan desvanecido esas fantásticas visiones animistas de la materia constituyente del Universo como resultado de los avances científicos no debe llevarnos a desdeñar las ideas de los antiguos; hicieron lo mejor que pudieron, y debido a las invenciones creadas libremente por sus religiones (vienen a la mente historias sobre nacimiento virginal y sobre panes y peces) no encontraron dificultad en sus asunciones algo menos imaginativas.

Sin embargo, va siendo hora que los paranormalistas, ocultistas y entusiastas religiosos de hoy acepten que sus propias asunciones ya no son, ni serán, aceptables. Tenemos que crecer. La religión está detrás de muchas de las principales tragedias de la humanidad. Un nuevo libro de Jon Krakauer se titula Under the Banner of Heaven: A Story of Violent Faith («Bajo el estandarte del Cielo: una historia de fe violenta»). La actual percepción del Islam como una religión particularmente militante (oficialmente impulsada y hermoseada para justificar nuestra presencia en Irak, en mi opinión) invoca horrendos recuerdos del fiasco del culto davidiano y del ataque de gas nervioso de Aum Shrinricko en el subterráneo de Tokio hace unos pocos años, y del suicidio «del fin del mundo» de los fieles en la secta «People`s Temple» de Jim Jones.

Esas son sólo unas pocas instancias dramáticas de los efectos del celo religioso que hizo que los creyentes más conservadores recularan, e incluso dudaran (por unos instantes) de la sabiduría de su fe. No hubieran debido ser necesarios tales eventos de alto perfil, repentinos y sangrientos, para llamar nuestra atención sobre este problema. Otras situaciones más penetrantes que están desarrollándose, a las cuales parece que nos acostumbramos debido a su presencia constante en nuestras vidas, deberían producir la misma alarma. La tragedia israelí-palestina, la guerra católico-protestante en Irlanda del Norte, la guerra étnica tamil-sinhalesa y las atrocidades hindú-musulmanas que diariamente cobran vidas y traen terror y agonía a tantos, son sólo continuaciones de antiguas confrontaciones entre variantes de ilusiones religiosas.

Los esfuerzos desesperados para sostener (por cualquier medio) el gobierno y poder de los sistemas religiosos vigentes que insisten en que poseen El Camino a la salvación y la vida eterna, tal como tan bien demostró la sangrienta Inquisición Católica que nos liberó no hace tanto tiempo, ilustran igualmente bien que una porción demasiado grande de nuestro conflicto es un resultado directo de la presencia de la religión. Y, en eventos tan menores como las elecciones locales, se puede jugar y de hecho se juega la carta de la religión, con gran éxito. Atesoramos nuestros errores, y los defendemos. Con frecuencia hasta la muerte. Y la actitud de que las creencias supersticiosas como la religión son inofensivas está muy equivocada. Richard Dawkins lo observó recientemente: Creo que puede afirmarse que la fe es uno de los mayores males del mundo, comparable al virus de la viruela pero más difícil de erradicar. La fe, al ser creencia que no se basa en la evidencia, es el principal vicio de cualquier religión. ¿Y quién, contemplando a Irlanda del Norte o a Medio Oriente, puede confiar en que el virus cerebral de la fe no es peligroso por demás?3 Siempre he hecho una diferencia entre «fe ciega» y «fe basada en la evidencia».

De ahora en adelante, usaré la palabra «fe» sin agregar «ciega». En lugar de «fe basada en la evidencia», diré «confianza». Tengo confianza en que el sol saldrá mañana, ¡o, más correctamente, en que la Tierra girará para enfrentar al sol!; y tengo fe en que George W. Bush en algún momento dejará de apelar a un dios o invocar la plegaria en cada una de sus apariciones públicas… Los credófilos tratan de establecer un paralelo entre la ciencia y la religión. Esa es una empresa inútil; la una es la exacta opuesta de la otra. No, tal como también escribe Dawkins, Aunque tiene muchas de las virtudes de la religión, [la ciencia] no tiene ninguno de sus vicios. La ciencia se basa en evidencia verificable. Encontramos la religión en buena parte de nuestra historia, nuestra filosofía, nuestra vida diaria y nuestro sistema legal. La mezcla de razas fue prohibida con base en reglas bíblicas, la esclavitud fue justificada por el mismo libro.

Es conveniente tener un antiguo conjunto de reglas para respaldar las acciones y conductas odiosas, especialmente cuando puede argumentarse que es necesario cierto nivel de «interpretación» (¡aunque nunca una negación total!) para que se apliquen en cualquier situación. En ese sentido, rechazo los gastados argumentos que tratan de excusar errores y disparates completamente obvios de la religión insistiendo que «en realidad no significan eso». Significa lo que dice, y ninguna coartada o explicación me convencerán de que no se suponía que los fieles realmente creyeran que el Universo fue creado en siete días. Decídanse: o es correcta, o está equivocada. Ahórrenme el argumento de que le debemos tanto de nuestro arte y cultura a la religión; eso es un error de atribución.

Las grandes obras de arquitectura, pintura, música y escultura que se prodigó para adular santos, deidades y sus descendientes, y los benditos fallecidos, fueron comisionados, auspiciados y pagados por aquéllos que los ofrecían como sacrificios, penitencia, homenaje y relaciones públicas. Esos ofrecimientos eran artículos de seguro, apaciguamiento y soborno para neutralizar transgresiones o para obtener una mejor posición en la fila. Fueron motivados por el miedo. Estoy de acuerdo en que la abundancia de trabajo creativo que podemos disfrutar como resultado de esta aprensión es mucho mayor, pero pienso con frecuencia cuánto mejor hubiera sido si el trabajo hubiera sido dirigido a (y planeado para) nuestra especie, en lugar de serlo para seres míticos en el cielo o bajo tierra. Bien, agradezco a la mitología por darme el Mesías de Händel, pero eso no compensa el sufrimiento, dolor, temor y los millones de muertos que no hacía falta que ocurrieran… Considere esto: un hombre cree (más allá de cualquier duda) que su dios es el único dios, es omnipotente y omnisciente, lo ha creado a él y al universo entero que lo rodea, y es caprichoso, celoso, vengativo y violento.

El mismo dios ofrece al hombre una alternativa entre arder en agonía eterna en un infierno con una precisa definición, o vivir para siempre en una variedad de paraísos, algunos de los cuales incluyen calles de oro y otros una amplia provisión de deleites virginales. ¿Hay alguna elección? ¿El hombre dejará de cumplir alguna de las órdenes o los caprichos de esta deidad? ¿Cómo podemos dudar que la religión es un sistema compulsivo que controla completamente a sus adherentes? Es una tiranía, una trampa, un desastre de tamaño y alcance infinitos. No quiero nada de eso. Examine la noción de un «dios amoroso». Este dios sólo lo ama si sigue las reglas. No se permiten preguntas, dudas ni objeciones. «Porque yo lo digo, ésa es la razón». Él/ella/ello lo ama como un granjero ama a un animal de tiro; uno es útil, obedece, y es dócil. Si se aparta de la senda, su primogénito será asesinado, si no sigue una orden caprichosa, se convierte en una columna de sal. ¿Eso es «amor»? Si es así, prefiero la indiferencia. A diferencia de los religiosos, que lo tienen todo cortado, predigerido y servido, yo estoy dispuesto a que me muestren.

Pero no aceptaré el argumento de las amenazas y el temor, no me creeré la excusa de que «no lo sabemos todo», y no tengo tiempo para argüir sobre las interminables fábulas anecdóticas a las que los fieles son tan afectos. ¿En qué cosas sí creo? Creo en la bondad inherente a mi especie, porque ésa parece ser una táctica y calidad positiva que conduce a mejores oportunidades de supervivencia, y a pesar de nuestra tontería, parece que hemos sobrevivido. Creo que este sistema de envejecer y eventualmente morir (un sistema resultado del proceso evolutivo, no del esfuerzo consciente) es un proceso excelente que crea espacio para miembros de la especie mejorados (ojalá), en un entorno que es cada vez más limitado. Creo que si no nos despabilamos y adquirimos un sentido de la realidad y el pragmatismo, nuestra especie hará lo que todas hacen en algún momento: dejará de existir, prematuramente.

También creo que sí nos despabilaremos, porque esa es una táctica de supervivencia, y somos realmente buenos sobreviviendo… También creo en los cachorritos y los ojos brillantes de un niño, en la risa y las sonrisas, en los girasoles y en las mariposas. Las montañas y los icebergs, los copos de nieve y las nubes, son delicias para mí. Sí, sé que esta percepción es el resultado de la programación de mi cerebro, junto con la experiencia y asociación incorporadas, pero ello no le resta un ápice a mi apreciación de los fenómenos. Sé que otros, de mi especie o no, pueden no compartir mi maravilla y aceptación de estos elementos que tanto placer me dan, porque tienen distintas necesidades y reacciones. Una nube es una masa de vapor de agua condensado en la atmósfera, lo sé. Pero puede ser un navío, un demonio, un águila, si me permito actuar como un ser humano, y aunque muchos lo dudan, frecuentemente lo hago.

El escritor Krakauer, en su libro Bajo el estandarte del Cielo, en relación con la premisa de que la violencia y el fanatismo se hallan fácilmente en la religión, escribe: Aunque el territorio lejano de lo extremo puede ejercer una atracción intoxicante en los individuos susceptibles de todas clases, el extremismo parece ser especialmente predominante entre aquéllos inclinados por temperamento o crianza hacia las búsquedas religiosas. La fe es la antítesis misma de la razón; la falta de juicio, un componente crítico de la devoción espiritual. Y cuando el fanatismo religioso suplanta al raciocinio, de pronto no hay límites. Todo puede suceder. Absolutamente todo. El sentido común no se compara con la voz de Dios… «La fe es la antítesis misma de la razón; la falta de juicio, un componente crítico de la devoción espiritual». Eso lo dice todo.

Diez mitos -y diez verdades- acerca del Ateísmo

Por: Sam Harris

LOS ANGELES TIMES – 24 DE DICIEMBRE DE 2006

Traducción de Ricardo Montanía 

Varias encuestas indican que el término “ateo” ha adquirido un extraordinario estigma en los Estados Unidos de tal forma que ser un ateo es ahora un perfecto impedimento para una carrera en la política ( entendida de tal manera en que ser Musulmán u homosexual no lo es). De acuerdo a una reciente encuesta de Newsweek, solo el 37% de los Americanos votarían para presidente a un ateo, que sea calificado en otros aspectos.

A menudo se imagina a los ateos como intolerantes, inmorales, deprimidos, ciegos a la belleza de la naturaleza y dogmáticamente cerrados a la evidencia de lo sobrenatural.

Aún John Locke, uno de los grandes patriarcas de la iluminación, creía que al ateísmo no se debería “tolerar del todo”, porque, decía él, “promesas, acuerdos y juramentos, que mantienen juntas las sociedades, podrían no ser mantenidas por los ateos”.

Eso fue 300 años atrás. Pero en los Estados Unidos hoy, algo parece haber cambiado. Un destacado 87% de la población  afirma “nunca haber dudado” de la existencia de Dios; unos pocos 10% se identifican a sí mismos como “ateos”- y su reputación parece ir en deterioro.

Como es sabido que los ateos suelen estar entre la gente más inteligente y científicamente formada en cualquier sociedad, parece ser importante desinflar los mitos que les impiden jugar un papel mayor en el discurso nacional.

  1. Los ateos creen que la vida no tiene sentido.

Por el contrario, la gente religiosa suele quejarse de que la vida no tiene sentido e imaginan que solo pueden ser redimidos por la promesa de felicidad eterna más allá de la tumba. Los ateos tienden a ser bastante seguros de que la vida es preciosa. A la vida se imbuye de significado viviéndola plenamente. Las relaciones con aquellos que amamos son significativas ahora, no necesitan ser eternas para eso. Los ateos tienden a encontrar este miedo como una insignificancia… bueno… sin significado.

  1. El ateísmo es responsable por los más grandes crímenes de la historia.

La gente de fe suele afirmar que los crímenes de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot fueron el producto inevitable de la no creencia. El problema con el fascismo y el comunismo, sin embargo, no es que sean muy críticos de la religión; el problema es que son demasiado parecidos a la religión. Tales regimenes son intrínsecamente dogmáticos y generalmente hacen surgir cultos a la personalidad indistinguibles de los cultos a los héroes religiosos.

Auschwitz, el GULAG y los campos de la muerte no son ejemplos de lo que pasa cuando los humanos rechazan el dogma religioso; son ejemplos de los estragos que causan los dogmas políticos, raciales y nacionalistas.

No hay sociedades en la historia humana que han sufrido porque su pueblo se haya vuelto demasiado razonable.

  1. El ateísmo es dogmático.

Judíos, Cristianos y Musulmanes afirman que sus escrituras son tan proféticas de las necesidades humanas que solo pudieron haber sido escritas bajo la dirección de una deidad omnisciente.

Un ateo es simplemente una persona que ha considerado esta afirmación, leído las escrituras y encontrado las afirmaciones ridículas. No es necesario tener fe en algo, o ser de alguna manera dogmático para rechazar creencias religiosas injustificadas. Como el historiador Stephen Henry Roberts (1901- 1971) dijo en una ocasión: “ Te reto a que ambos somos ateos. Solamente que yo creo en un dios menos que tú. Cuando entiendas porque desestimaste los otros posibles dioses, entenderás porque desestimo al tuyo”.

  1. Los ateos creen que todo en el universo surgió por azar.

Nadie sabe porqué el universo existió. En efecto, no está enteramente claro que podamos hablar coherentemente acerca del “comienzo” o de la “creación” del universo, estas ideas invocan el concepto de tiempo y aquí hablamos del origen del espacio-tiempo en sí mismo.

La idea que los ateos creen que todo fue creado al azar es también utilizada regularmente como crítica a la evolución darwinista. Como explica Richard Dawkins en su maravilloso libro “El espejismo de Dios”, “esto representa una absoluta mala interpretación de la teoría evolucionista.” Aunque no sabemos precisamente como la química temprana de la tierra engendró la biología, sabemos que la diversidad y la complejidad que vemos en el mundo viviente no es un producto del mero azar. La evolución es una combinación de mutación aleatoria y selección natural. Darwin utilizó la frase “selección natural” por analogía con “selección artificial”, utilizada por los criadores de animales. En ambos casos,  la selección ejerce un efecto altamente no aleatorio en el desarrollo de cualquier especie.

  1. El ateísmo no tiene conexión con la ciencia.

Aunque es posible ser un científico y creer en Dios- como algunos científicos parecen decir- no hay dudas de que un involucramiento con el pensamiento científico tiende a erosionar antes que a apuntalar la fe religiosa. Si tomamos a USA como ejemplo: la mayoría de las encuestas hechas al público en general muestra un 90% de creencia en algún Dios personal; sin embargo el 93% de los miembros de la Academia Nacional de Ciencias no es creyente. Esto sugiere hay pocos modos de pensar menos adecuados a la fe religiosa que el pensamiento científico.

  1. Los ateos son arrogantes.

Cuando los científicos no saben algo- como porqué el universo empezó o como se formó la primera molécula auto-replicante – lo admiten. Pretender que se sabe cosas que en realidad no se saben implica una enorme negativa para la ciencia. Y sin embargo es la sangre que da vida de las religiones basadas en la fe. Una de las monumentales ironías del discurso religioso se ve en la frecuencia con que la gente de fe se auto alaban por su humildad, mientras afirman conocer hechos acerca de la cosmología, la química y la biología que ningún científico conoce. Cuando consideran cuestiones acerca de la naturaleza del cosmos y nuestro lugar en él, los ateos tienden a basar sus opiniones en la ciencia. Esto no es arrogancia; es honestidad intelectual.

  1. Los ateos son cerrados a la experiencia espiritual.

No hay nada que impida a un ateo experimentar el amor, el éxtasis, arrobamiento y sobrecogimiento; los ateos pueden dar valor a estas experiencias y buscarlas regularmente. Lo que los ateos no suelen hacer es hacer injustificadas (e injustificables) afirmaciones acerca de la realidad basados en esas experiencias. No hay dudas de que algunos Cristianos han transformado para mejor su vida leyendo la  Biblia y rezando a Jesús.

¿Qué prueba esto?

Prueba que ciertas disciplinas de atención y códigos de conducta pueden tener un profundo efecto en la mente humana. ¿Sugieren estas experiencias que Jesús es el único salvador de la humanidad? Ni remotamente- porque Hindúes, Budistas,  Musulmanes e incluso ateos tienen experiencias similares-.

No hay en efecto ningún Cristiano en la tierra que sepa si Jesús usaba barba más que si nació de una virgen o que si se levantó de entre los muertos. Estas simplemente no son la clase de cosas que una experiencia espiritual pueda autenticar.

  1. Los ateos creen que no hay nada más allá de la vida y el entendimiento humanos.

Los ateos son libres de admitir los límites del entendimiento humano de una manera en que los religiosos no pueden. Es obvio que no entendemos del todo el universo; pero es aún más obvio que ni la Biblia, ni el Corán reflejan un mejor entendimiento de él.

No sabemos si habrá vida compleja en algún otro lugar del cosmos, pero podría. Si la hubiera, tales seres podrían haber desarrollado un entendimiento de las leyes naturales que excedan vastamente a las nuestras. Los ateos pueden hacer esas suposiciones, incluso pueden admitir que si existieran brillantes extraterrestres, los contenidos de la Biblia y el Corán serían aun menos impresionantes que lo que son para los humanos ateos.

Desde el punto de vista ateo, las religiones del mundo trivializan completamente la belleza real de la inmensidad del universo. Nadie debe aceptar algo que no tenga suficiente evidencia para aceptar tal observación.

  1. Los ateos ignoran el hecho de que la religión es extremadamente beneficiosa para la sociedad.

Aquellos que enfatizan los buenos efectos de la religión parecen nunca percibir que tales efectos fallan en demostrar la verdad de cualquier doctrina religiosa. Es por eso que tenemos términos como “pensamiento deseoso” y  “auto-decepción”. Hay una profunda diferencia entre un espejismo consolador y la verdad.

En cualquier caso, los buenos efectos de la religión pueden ser discutidos. En la mayoría de los casos, parece que la religión da a la gente malas razones para comportarse bien, cuando hay buenas razones disponibles. Pregúntese a sí mismo, si qué cosa es más moral, ayudar a los pobres preocupados por su sufrimiento, o hacerlo así porque el creador del universo desea que lo haga, que lo recompensará por hacerlo o lo castigará si así no lo hiciere.

  1. El ateísmo no provee bases para la moralidad.

Si una persona aún no comprendió que la crueldad está mal, ciertamente no descubrirá eso leyendo la Biblia o el Corán—esos libros desbordan de crueldad humana y divina.

No obtenemos moralidad de la religión. Nosotros decidimos que es bueno en nuestros buenos libros recurriendo a las intuiciones morales que (en cierto nivel) están impresos en nosotros y que han sido refinados por miles de años de pensar acerca de las causas y posibilidades de la felicidad humana.

Hemos hecho un considerable progreso moral a través de los años y no lo hicimos leyendo la Biblia o el Corán más atentamente. Ambos libros condonan la práctica de la esclavitud— mientras todo humano civilizado reconoce que la esclavitud es una abominación. Cualquier cosa que sea buena en un escrito —como la regla dorada— puede ser valorada por su sabiduría ética sin que debamos creer que nos fue traída por el creador del universo.

Perder nuestras espinas dorsales para salvar nuestros pescuezos

Por: Sam Harris

 

HUFTINGTON POST, 5 DE MAYO DE 2008

Traducción de Stergios Korfiatis. Publicado en ArgAtea

 Geert Wilders, político holandés conservador y provocador, se ha convertido en el proyectil más reciente en la guerra cultural más importantegeert_wilders3 del mundo: el conflicto entre la sociedad civil y el Islam tradicional. Wilders, que vive bajo continua protección armada debido a amenazas de muerte, lanzó recientemente una película de 15 minutos titulada Fitna («conflicto» en árabe) en la Internet. La película ha sido juzgada como ofensiva porque yuxtapone imágenes de violencia musulmana con pasajes del Corán. Dado que los perpetradores de tal violencia citan frecuentemente estos mismos pasajes como justificación para sus acciones, el simple hecho de describir esta conexión en una película no parecería algo controversial. Polémico o no, uno seguramente esperaría que políticos y periodistas en cada sociedad libre defendieran vigorosamente el derecho de Wilders de hacer tal película. Pero en ese caso uno estaría viviendo en otro planeta, uno en el que la gente no niega alegremente sus más básicas libertades en nombre de la «sensibilidad religiosa».

Atestigüen la respuesta del mundo libre ante Fitna: el gobierno holandés intentó prohibir la película explícitamente, y los ministros de asuntos exteriores de la Unión Europea la condenaron públicamente, al igual que Ban Ki-moon, secretario Wilders+Fitna+movie+about+Korangeneral de la O.N.U. La televisión holandesa rechazó transmitir Fitnasin editar. Cuando Wilders declaró su intención de lanzar la película en la Internet, su servidor de red en Estados Unidos, Network Solutions, retiró su página web.

Disonando en este tema apareció Liveleak, un sitio web británico de videos compartidos, que finalmente transmitió la película el 27 de marzo. Recibió más de 3 millones de opiniones en las primeras 24 horas. El día siguiente, sin embargo, Liveleak retiró Fitnade sus servidores, habiendo sido aterrorizado hacia una auto-censura debido a amenazas contra su personal. Pero la película se había difundido demasiado en la Internet para ser suprimida (y Liveleak, después de tomar mayores medidas de seguridad, la ha colocado de nuevo en su página también).

Por supuesto, de inmediato hubo llamadas para un boicoteo de productos holandeses a través del mundo musulmán. En respuesta, las corporaciones holandesas colocaron anuncios en países como Indonesia, denunciando la película en señal de autodefensa. Varios países musulmanes bloquearon YouTube y otros sitios de videos compartidos en un esfuerzo por evitar que la blasfemia de Wilders penetrara las mentes de sus ciudadanos. También ha habido protestas y ataques aislados contra embajadas, y demandas abiertas por el asesinato de Wilders. En Afganistán, mujeres en burkas podían ser vistas quemando la bandera holandesa; el Taliban realizó por lo menos dos ataques de venganza contra tropas holandesas, dando por resultado cinco muertes holandesas; y preocupaciones de seguridad han hecho que los Países Bajos cierren su embajada en Kabul. Hay que recordar, sin embargo, que nada todavía ha ocurrido que equipare la feroz respuesta en contra de las caricaturas danesas.

Mientras tanto Kurt Westergaard, uno de los dibujantes daneses, ha amenazado demandar a Wilders por infracción de copyright, ya que Wilders utilizó su dibujo de un Mahoma bomba-Laden sin su permiso. Westergaard vive oculto desde 2006 debido a las amenazas de muerte dirigidas hacia él, por lo cual la Unión Danesa de Periodistas se ofreció voluntariamente a llevar este caso en su favor. Obviamente, hay algo divertido acerca de un hombre amenazado, incapaz de arriesgarse a aparecer en público por temor a ser asesinado por religiosos lunáticos, amenazando con demandar a otro hombre en la misma situación sobre violaciones de copyright. Pero es comprensible que Westergaard no quisiera ser lanzado al enemigo repetidamente sin su consentimiento. Westergaard es un hombre extraordinariamente valiente cuya vida ha sido arruinada tanto por el fanatismo religioso como por la sumisión del mundo libre ante él. En febrero, el gobierno danés arrestó a tres musulmanes que al parecer se preparaban para asesinarlo. Otros daneses bastante desafortunados al también llamarse «Kurt Westergaard» han tenido que tomar medidas para evitar ser asesinados en su lugar. (Desde entonces Wilders ha retirado la caricatura de la versión oficial de Fitna.)

Wilders, al igual que Westergaard y los otros dibujantes daneses, ha sido calumniado ampliamente por «intentar provocar» a la comunidad musulmana. Incluso si ésta había sido su intención, esta crítica representa una coincidencia casi supernatural de ceguera moral e imprudencia política. El punto no es (y nunca lo será) que cualquier persona libre hable, escriba o dibuje en tal manera que provoque a la comunidad musulmana. El punto es que solamente la comunidad musulmana reacciona de la manera en que lo hace. La controversia alrededor de Fitna, como todas tales controversias, delata un hecho especialmente sobresaliente sobre nuestro mundo: Los musulmanes parecen estar mucho más preocupados sobre los desaires percibidos hacia su religión que sobre las atrocidades que diariamente se cometen en su nombre. Nuestra comodidad ante esta sicopática bifurcación de prioridades ha tomado, más y más, la forma de un cobarde y cerrado consentimiento.

Hay aquí una asombrosa ironía que muchos han notado. La posición de la comunidad musulmana ante todas las provocaciones parece ser: El Islam es una religión de paz, y si usted dice que no es así, le mataremos. Por supuesto, la verdad es a menudo más variada, pero ésta es tan variada como pudiera ser: El Islam es una religión de paz, y si usted dice que no lo es, los musulmanes pacíficos no podemos asumir la responsabilidad de lo que hagan nuestros hermanos y hermanas menos pacíficos. Cuando quemen sus embajadas o secuestren y maten a sus periodistas, sepan que les haremos a Uds. principalmente responsables y dedicaremos nuestra mayor energía a criticarlos por «racismo» e «Islamofobia».

Nuestras sumisiones ante estas amenazas han tenido loque a menudo se llama un «efecto congelante» sobre nuestro ejercicio de libre expresión. He experimentado, en mi propia pequeña forma, esta frialdad de primera mano. Primero, y más importante, mi amiga y colega Ayaan Hirsi Ali se encuentra entre los que están siendo cazados. Debido al fracaso de gobiernos occidentales en hacer que sea seguro que la gente pueda hablar abiertamente sobre el problema del Islam, yo y otros debemos reunir una cantidad de fondos privados para ayudar a pagar su protección permanente. El problema no es, como se alega a menudo, que los gobiernos no pueden permitirse proteger a cada persona que hable abiertamente contra la intolerancia musulmana. El problema es que tan pocas personas hablen abiertamente. Si hubiera diez mil Ayaan Hirsi Ali, el riesgo de cada uno sería reducido radicalmente.

En cuanto a infracciones de mi propio discurso, mi primer libro, El fin de la fe, casi no llegó a ser publicado por miedo a ofender las sensibilidades (probablemente sin haberlo leído) de fanáticos religiosos. W.W. Norton, que publicó el libro, fue ampliamente visto como arriesgándose –riesgo atenuado probablemente por el hecho de que soy un ofensor en las mismas condiciones de toda fe religiosa. Sin embargo, cuando llegó la hora de hacer las correcciones finales a El fin de la fe,muchas de las personas a quienes había agradecido por nombre en mis reconocimientos (incluyendo a mi agente en ese entonces y mi redactor en Norton) independientemente me pidieron que quitara sus nombres del libro. Sus preocupaciones eran explícitamente de seguridad personal. Dada nuestra respuesta vergonzosamente ineficaz al fatwa contra Salman Rushdie, sus preocupaciones eran perfectamente comprensibles.

Nature, posiblemente el diario científico más influyente en el planeta, publicó recientemente un extenso encubrimiento de faltas del Islam (Z. Sardar «Más allá de la relación problemática».Nature 448, 131-133; 2007). El autor comenzó, como si estuviera encima de un minarete (torre de una mezquita), simplemente declarando que la religión del Islam era «intrínsecamente racional». Entonces procedió a sostener, en medio de una altamente idiosincrásica lectura de historia y teología, que la convulsión actual de esta religión racional en las profundidades violentas de la sin-razón se puede atribuir completamente a la herencia del colonialismo. Después de una cierta negociación, Nature también acordó publicar una breve respuesta mía. Lo que los lectores de mi carta al editor no podían saber, sin embargo, era que fue publicada solamente después de que oraciones, perfectamente basadas en hechos, juzgadas ofensivas al Islam fueron expurgadas. Entendí las preocupaciones de los redactores en ese entonces: no sólo tienen las leyes de difamación británica de la cual preocuparse, sino que médicos e ingenieros musulmanes en el Reino Unido acababan de revelar una tendencia hacia los atentados suicidas. Estuve agradecido de que Nature publicara mi carta.

En un estremecedoramente irónico giro de acontecimientos, una versión más corta del mismo ensayo que usted ahora está leyendo fue encargada originalmente por la página de opinión delWashington Post y después rechazada porque fue juzgada demasiado crítica al Islam. Por favor notar que este ensayo era destinado a la página de la opinión del periódico, el cual había solicitado mi respuesta a la controversia sobre la película de Wilders. La ironía de su rechazamiento parecía enteramente perdida en el Post, el cual respondió a mi subsiguiente expresión de asombro ofreciendo pagarme un «honorario de compensación». Lo rechacé.

Podría enumerar, al igual que muchos escritores, otros ejemplos de encuentros con redactores y editores, todos ilustrando un solo hecho: Mientras sigue siendo tabú el criticar la fe religiosa en general, se considera especialmente imprudente criticar al Islam. Solamente los musulmanes persiguen y buscan y asesinan a sus apóstatas, infieles y críticos en el siglo XXI. Hay, con seguridad, razones por las que esto ocurre. Algunas de estas razones tienen que ver con accidentes de historia y geopolítica, pero otras se pueden remontar directamente a las doctrinas que santifican la violencia que son únicas en el Islam.

Un punto de la comparación: La controversia sobre Fitna fue seguida inmediatamente por una extendida cobertura de los medios sobre un escándalo que implicaba a la Fundamentalista Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (FSUD). En Texas, la policía intervino en un complejo de FSUD y tomó a centenares de mujeres y muchachas menores de edad en custodia para protegerlas de las continuadas, sacramentales agresiones de sus miembros. Mientras que el Mormonismo predominante es ahora considerado como una de las religiones importantes en los Estados Unidos, su rama fundamentalista, con su adhesión a la poligamia, abuso conyugal, unión forzada, niñas novias (y, por lo tanto, violación de menores) se retrata a menudo en la prensa como un culto depravado. Pero uno podría discutir fácilmente que el Islam, considerado tanto en general como en relación a sus casos más negativos, es mucho más despreciable que el Mormonismo fundamentalista. El mundo musulmán puede emparejar al FSUD pecado por pecado –los musulmanes practican comúnmente la poligamia, matrimonios forzados (a menudo entre muchachas menores de edad y hombres mayores), y violencia conyugal— pero agreguen a estas indiscreciones los incomparables males de las matanzas por honor, la «circuncisión femenina», el amplio apoyo al terrorismo, una fascinación pornográfica con videos que muestran matanzas de infieles y apóstatas, una vibrante forma de anti-semitismo que es explícitamente genocida en sus aspiraciones, y una habilidad para producir libros y programas de televisión para niños en los que se glorifican atentados suicidas y se representa a judíos como «monos y cerdos».

Cualquier comparación honesta entre estas dos fes revela un extraño doble criterio en nuestro tratamiento de la religión. Podemos celebrar abiertamente la marginalización de los hombres de FSUD y el rescate de sus mujeres y niños. Pero, dejando a un lado la imposibilidad práctica y política de hacerlo, ¿podríamos incluso permitirnos contemplar la liberación de mujeres y niños del Islam tradicional?

Musulman_vs_Fitna

Musulman_vs_Fitna

¿Qué hay de todos los musulmanes civiles, amantes de la libertad, moderados que están tan horrorizados ante la intolerancia musulmana como yo? No hay duda que millones de hombres y mujeres encajan en esta descripción, pero elocuentes moderados son muy difíciles de encontrar. Dondequiera que el «Islam moderado» se anuncie, uno descubre a menudo un Islamismo franco que está al acecho apenas uno o dos eufemismos debajo de la superficie. La evasiva es ofrecida al público en general por la corrección política, el optimismo a ultranza, y el «sentimiento de culpa blanco». Aquí es donde encontramos a gente siniestra presentándose con éxito como «moderados» –gente como Tariq Ramadan quien, frecuentado por europeos liberales como el epitome del Islam cosmopolita, no puede llegar a condenar realmente las matanzas por honor de manera contundente (él recomienda que la práctica sea suspendida, hasta que finalice un estudio pendiente). Moderación también se atribuye a los grupos como el Consejo sobre las Relaciones Americano-Islámicas (CAIR), una firma islámica de relaciones públicas que se presenta como lobby de los derechos civiles.

Incluso cuando uno encuentra una voz verdadera de moderación musulmana, a menudo aparece caracterizada por una preponderante carencia de honestidad. Por ejemplo alguien como Reza Aslan, autor de Ningún Dios, excepto Dios: debatí con Aslan para Book TV sobre el tema general de la religión y la modernidad. Durante el curso de nuestra discusión, dije algunas palabras muy duras sobre la Sociedad de los Hermanos Musulmanes. Mientras admitía que hay una diferencia entre esta fraternidad y una verdadera organización jihadista como Al Qaeda, dije que su ideología estaba «bastante cercana» como para preocuparnos. Aslan respondió con un grandioso argumento ad hominem diciendo, «eso indica la profunda simpleza con la que Ud. ve a esta región. Usted no podría estar más equivocado» y afirmando que mi opinión sobre el Islam la había tomado de Fox News. Tales maniobras, viniendo de un iraní erudito sobre el Islam, acarrea el peso de autoridad, especialmente ante una audiencia que está desesperada por creer que la amenaza del Islam ha sido toscamente exagerada. El problema, sin embargo, es que el credo de la Sociedad de los Hermanos Musulmanes realmente es «Alá es nuestro objetivo. El profeta es nuestro líder. El Corán es nuestra ley. Jihad es nuestra vía. Morir por Alá es nuestra más alta esperanza».

La conexión entre la doctrina del Islam y la violencia islámica simplemente no está abierta al debate. No es que los críticos de la religión como yo especulemos que tal conexión pueda existir: el punto es que los propios islamistas reconocen y demuestran esta conexión en cada oportunidad y negarlo es recluirse en un mundo de fantasía de cortesía política y defensas religiosas. Muchos eruditos occidentales, como la muy admirada Karen Armstrong, parecen estar justamente en ese punto. Todo su discurso acerca de cuan benigno «realmente» es el Islam y de cómo el problema del fundamentalismo existe en todas las religiones, sólo ofusca lo que podría ser el más urgente tema de nuestro tiempo: el Islam, tal como es entendido y practicado actualmente por un extenso número de musulmanes en el mundo, es antitético a la sociedad civil. Una encuesta reciente demostró que treinta y seis por ciento de los musulmanes británicos (edades 16-24) creen que una persona debería ser ejecutada por abandonar la fe. Sesenta y ocho por ciento de musulmanes británicos sienten que vecinos que insulten al Islam deberían ser arrestados y ser procesados, y setenta y ocho por ciento piensan que los dibujantes daneses debieron ser llevados a los tribunales. Y éstos son musulmanes británicos.

De vez en cuando, sin embargo, una voz solitaria se puede oír reconociendo lo que es innegable. Hassan Butt escribió en el Guardian:

Cuando era todavía miembro de lo que es probablemente mejor conocido como la Red Británica de Jihad, una serie de grupos terroristas musulmanes británicos semi-autónomos unidos por una sola ideología, recuerdo cómo reíamos siempre que la gente en la TV proclamaba que la única causa de los actos islámicos terroristas como el 9/11 y los bombardeos de Madrid y Londres era la política extranjera occidental. Al culpar al gobierno por nuestras acciones, hicieron nuestro trabajo de propaganda por nosotros. Más importante, también ayudaron a evitar cualquier investigación crítica del verdadero motor de nuestra violencia: la teología islámica.

Es asombroso cuan poco frecuente se oye tal honestidad entre las voces públicas del Islam «moderado». Esto es lo que le debemos a los verdaderos moderados del mundo musulmán: debemos considerar a sus co-religiosos con los mismos estándares de civismo y sensatez que suponemos en el resto de la gente. Solamente nuestra voluntad de criticar abiertamente al Islam en sus demasiado obvios defectos hará que sea seguro para los musulmanes moderados, los seculares, los apóstatas –y, de hecho, las mujeres– levantarse y reformar su fe.

Y si a alguien en esta discusión se le puede acusar de racismo, es a los defensores occidentales y «multiculturalistas» quienes juzgan a árabes y musulmanes demasiado inmaduros para cargar con las responsabilidades del discurso civil. Como Ayaan Hirsi Ali ha precisado, hay una forma calamitosa de «acción afirmativa» en el trabajo, especialmente en Europa occidental, en donde eximen a inmigrantes musulmanes sistemáticamente de estándares occidentales de orden moral en nombre del «respeto» a las garrafales patologías en su cultura. Hirsi Ali también ha observado que hay un cuasi-racista, doble-moral pensamiento que se muestra siempre que potencias occidentales pregonan que «el Islam es paz», al mismo tiempo que toman medidas heroicas para protegerse de la próxima vez en que los bárbaros enloquezcan en respuesta a una película, historieta, ópera, novela, desfile de belleza –o el mero nombramiento de un oso de peluche.

¿Ha visto Ud. las caricaturas danesas que tanto irritaron al mundo musulmán? Probablemente no, ya que su publicación fue suprimida por casi cada periódico, revista, y estación de televisión en los Estados Unidos. Dada su candente recepción –centenares de millares de musulmanes furiosos, centenares de personas asesinadas– su simple banalidad debe haber dado a estos dibujos una extraordinaria notabilidad. Una revista que sí los imprimió, Free Inquiry, (para la cual estoy orgulloso de haber escrito), tuvo sus ejemplares prohibidos en todas las librerías del país. Ésta es precisamente la clase de capitulaciones que debemos evitar en el futuro.

La lección que debemos obtener de la controversia sobre Fitna es que necesitamos más crítica del Islam, no menos. Dejemos que haya en tales cantidades que ni siquiera el más fanático islamista pueda concebir el contenerlo. Como Ibn Warraq, autor del inspirado Porqué no soy musulmán, dijo en respuesta a eventos recientes:

Es perverso que los medios occidentales lamenten la carencia de una reforma islámica y obstinadamente ignoren trabajos como la película de Wilders, Fitna.¿Cómo piensan que habrá reforma si no es con crítica? No existe tal cosa como el «derecho a no ser ofendido»; de hecho, yo estoy profundamente ofendido por el contenido del Corán, con su odio abierto hacia cristianos, judíos, apóstatas, no-creyentes y homosexuales, pero no puedo exigir su supresión.

Credo Ateo

Por: PZ Myers

Del blog Pharyngula, traducido por Ricardo Montanía

El Blog Pharyngula está descripto por su autor como “Evolución, desarrollo y eyaculaciones biológicas aleatorias de un ateo liberal”. 

Ateismo

Una de las razones por las cuales los ateos debemos ser enérgicos y firmes es que flotamos solos en un vasto mar de ignorancia.
El caso que nos ocupa es el de un artista que obviamente nunca conoció a un ateo
He aquí su descripción de la pintura de la derecha;

Estoy expresando mis sentimientos hacia la idea misma del Ateísmo. Casi tengo pena por aquellos que tienen tales creencias. No estoy diciendo que éstas sean erradas o correctas. Sólo digo que lo que creen es más deprimente que cualquier otra posibilidad.Así hice esta simple pintura, para expresar mis sentimientos por alguien que cree en nada.
Aquí vemos a una persona sentada en una habitación vacía, sin puertas ni ventanas. Lo que es más problemático es el hecho de que ésta persona desea estar ahí y no quiere abandonar su silla. Sólo, rechazado, y perdido en los recovecos del tiempo, sin nada a lo cual aferrarse o sostener como un símbolo de su propia identidad. Aquellos que buscan la nada como un premio deberían captar esto.
No creo que los ateos siquiera crean en el amor, lo que es la parte más triste.Si esta pintura lo ofende, recuerde que no está dirigida a usted. Incluso si es un ateo.

¿Los ateos no creen en el amor? ¿De dónde proviene este sinsentido?
Este tipo es un idiota que se sienta en solitario imaginando qué es lo que los ateos piensan y realiza su ridícula pintura basado en la idea que los ateos son solitarios nihilistas que no creen en nada. Conozco a muchos ateos y no, su descripción no es exacta
La pintura no me ofende, Solamente me enferma la petulante ignorancia de su creador. Se han hecho muchos comentarios, todos ellos han sido escondidos por el anfitrión….. lo cual nos dice quien ha tenido sus ojos fuertemente cerrados en este debate. Pienso que el autor necesita retitular su pintura como “Autorretrato”.
Este ateo, simplemente cree en todo lo que Es (lo cual es mucho) y no cree en lo que No Es ( cuya negación parece representar para algunos teístas una completa negación del universo…lo cual nos dice más acerca de sus elusivas mentalidades que de las nuestras).
Dado que el artista no entiende que creemos en algo (incluido el amor), aquí hay un corto y simple credo para los sindioses.

Un credo ateo

Creo en el tiempo,
la materia y la energía,
las cuales constituyen el mundo entero.

Creo en la razón, la evidencia y la mente humana,
las únicas herramientas que tenemos.
Ellas son el producto de fuerzas naturales
en un majestuoso pero impersonal universo
mayor y más rico que lo que podamos imaginar,
una fuente de interminables oportunidades de descubrimiento.

Creo en el poder de la duda.
No pido seguridades tranquilizadoras,
sino abarcar las preguntas
y poder enfrentar mis propias creencias.

Acepto la mortalidad humana.

Tenemos una sola vida;
breve y llena de conflictos,
con chispas de amor y comunión,
comprensión y exploración,
de belleza y creación de nueva vida,
de nuevo arte y nuevas ideas.

Me regocijo en esta vida que tengo
y en la grandeza del mundo que me ha precedido
y en una tierra que  persistirá después de mí.

 

 

Embaucados por las fantasías de las hadas

Por: Richard Dawkins

 Extraído de “Destejiendo el Arcoíris”

La credulidad es la debilidad del hombre, pero es la fuerza del niño.
Charles Lamb, Essays of Elia [Ensayos de Elia] (1823)

Tenemos apetito de maravillas, un apetito poético que la auténtica ciencia debiera alimentar, pero que está siendo secuestrado, con frecuencia por el afán de lucro, por los proveedores de la superstición, lo paranormal y la astrología.
Frases resonantes del estilo de «la cuarta casa de la era de Acuario», o «Neptuno retrocedió y se desplazó a Sagitario» excitan falsas ideas románticas que, para los ingenuos e impresionables, son apenas distinguibles de la auténtica poesía científica, de la que son buenas muestras frases como,
«El universo es generoso más allá de lo imaginable», de Sombras de antepasados olvidados, de Carl Sagan y Ann Druyan (1992) o, del mismo libro (después de describir de qué manera el sistema solar se condensó a partir de un disco en rotación),«El disco se agita repleto de posibles futuros».
En otro libro, Carl Sagan señalaba:
¿Cómo es que apenas ninguna de las principales religiones ha considerado la ciencia y ha llegado a la siguiente conclusión: «¡Esto es mejor de lo que pensábamos! El universo es mucho mayor de lo que dijeron nuestros profetas, más grandioso, más sutil, más elegante»? En vez de eso dicen: «¡No, no, no! Mi dios es un dios pequeño, y quiero que siga siéndolo». Una religión, vieja o nueva, que resaltara la magnificencia del universo tal como la revela la ciencia moderna podría ser capaz de movilizar reservas de reverencia y admiración que las confesiones convencionales apenas han explotado.
                                                            Un punto azul pálido (1995)

La decadencia de las religiones occidentales tradicionales ha creado un vacío que parece estar siendo ocupado no por la ciencia, con su visión más clarividente y grandiosa del cosmos, sino por lo paranormal y la astrología. Cabía esperar que, a finales del siglo xx, el más fecundo de todos desde el punto de vista científico, la ciencia se hubiera incorporado a nuestra cultura y nuestro sentido estético se hubiera ampliado para ir al encuentro de su poesía.
Sin revivir el pesimismo de C.P. Snow en los años cincuenta, veo con disgusto que, a las puertas del fin de siglo, estas esperanzas no se han materializado. Los libros de astrología se venden más que los de astronomía. La televisión allana el camino a magos de segunda categoría que se hacen pasar por médiums y clarividentes. Este capítulo intenta explicar la superstición y la credulidad, así como la facilidad con que pueden explotarse. A continuación,el capítulo 7 aboga por el simple pensamiento estadístico como antídoto para la enfermedad paranormal.
Empecemos por la astrología.
El 27 de diciembre de 1997, uno de los periódicos británicos de mayor circulación, el Daily Mail, dedicaba su principal noticia de portada a la astrología, con el siguiente titular a toda plana: «1998: El alba de Acuario».
Uno casi se siente agradecido cuando el artículo prosigue admitiendo que el cometa Hale Bopp no fue la causa directa de la muerte de la princesa Diana. El astrólogo del periódico, muy bien pagado por cierto, nos dice que «el poderoso y lento Neptuno» está a punto de unir sus «fuerzas» con el igualmente poderoso Urano a medida que se desplaza hacia Acuario. Esto tendrá consecuencias espectaculares:… el Sol se elevará. Y el cometa ha venido a recordarnos que este Sol no es un sol físico, sino un sol espiritual, psíquico, interior. Por lo tanto, no tiene por qué obedecer a la ley de la gravedad. Puede elevarse sobre el horizonte de forma más célere si suficiente gente se levanta para darle la bienvenida y animarlo. Y puede disipar la oscuridad en el momento en que aparece.
¿Cómo puede la gente encontrar atractivas estas simplezas, especialmentecuando se las compara con el universo real revelado por la astronomía?
En una noche sin luna, cuando «las estrellas parecen muy frías en el cielo», y las únicas nubes visibles son las manchas relucientes de la Vía Láctea, vayámonos a un lugar alejado de la contaminación lumínica de las calles, tendámonos sobre la hierba y contemplemos el cielo. Superficialmente se aprecian constelaciones, pero la pauta de una constelación apenas tiene más significado que una mancha de humedad en el techo del cuarto de baño. Adviértase, en consecuencia, el escaso contenido de frases como «Neptuno se desplaza hacia Acuario». Acuarioes un conjunto heterogéneo de estrellas, todas ellas a distancias variables de nosotros y desconectadas entre sí, excepción hecha de que constituyen un dibujo (sin sentido) cuando se las contempla desde cierto lugar (no particularmente especial) de la galaxia (aquí).
Una constelación no es una entidad en absoluto y, por lo tanto, no es la clase de cosa hacia la que Neptuno, o lo que sea, puede decirse con propiedad que «se desplaza».Además, el trazado de una constelación es efímero. Hace un millón de años, nuestros antepasados Homo erectas miraban con curiosidad durante la noche (entonces no había contaminación lumínica, a menos que procediera de la brillante innovación de aquella especie, el fuego de campamento) a un conjunto de constelaciones muy distintas. Dentro de un millón de años, nuestros descendientes verán otras formas en el cielo, y ya sabemos exactamente qué aspecto tendrán.
Este es el tipo de predicción detallada que los astrónomos, pero no los astrólogos, pueden hacer. Y, a diferencia de las predicciones astrológicas, será correcta.Debido a la velocidad finita de la luz, cuando miramos la nebulosa de Andrómeda la estamos viendo tal como era hace 2,3 millones de años, cuando Australopithecus cazaba al acecho en pleno veldt, la antigua sabana del África austral. Estamos mirando al pasado. Si desplazamos nuestros ojos unos pocos grados para contemplar la estrella brillante más cercana de la constelación de Andrómeda, Mirach, la estaremos viendo tal como era cuando quebró Wall Street. El Sol está a sólo ocho minutos en el pasado. Pero si apuntamos un gran telescopio a la galaxia del Sombrero estaremos contemplando un billón de soles tal como eran cuando nuestros antepasados rabudos atisbaban tímidamentea través del dosel arbóreo y la India colisionaba con Asia creando la cordillera del Himalaya. Una colisión a mayor escala entre dos galaxias en el Quinteto de Stephan se nos muestra tal como era en una época en la que en la Tierra alboreaban los dinosaurios y los trilobites acababan de desaparecer.
Nómbrese cualquier acontecimiento histórico y encontraremos una estrella cuya luz nos proporcione un vislumbre de algo que ocurrió durante aquel año. A menos que uno sea un niño muy pequeño, en algún lugar del cielo nocturno uno puede encontrar su estrella natal personal. Su luz es un resplandor termonuclear que proclama el año de nuestro nacimiento. En realidad, podemos encontrar unas cuantas de tales estrellas(unas 40 si uno tiene 40 años; unas 70 si uno tiene 50; unas 175 si uno tiene 80 años de edad). Cuando observamos una de las estrellas de nuestro año de nacimiento, nuestro telescopio es una máquina del tiempo que nos permite contemplar acontecimientos termonucleares que tuvieron lugar en el año en que nacimos. Una fatuidad agradable, pero eso es todo. Nuestra estrella de nacimiento no se dignará decirnos nada acerca de nuestra personalidad, nuestro futuro o nuestras compatibilidades sexuales.
Las estrellas tienen órdenes del día mayores, en los que no figuran las insignificantes preocupaciones humanas.Obviamente, nuestra estrella de nacimiento sólo es nuestra durante este año. El año próximo deberemos mirar hacia la superficie de una esfera mayor situada a un año luz más de distancia. Piénsese en esta esfera en expansión como un radio de buenas noticias, la noticia de nuestro nacimiento que se emite constantemente hacia el exterior. En el universo einsteniano en el que la mayoría de científicos cree hoy que vivimos, no hay nada en principio que pueda viajar más deprisa que la luz. De modo que, si el lector tiene 50 años de edad, dispone de una burbuja personal de noticias con un radio de 50 años luz. Dentro de esta esfera (que contiene algo más de mil estrellas) es en principio posible(aunque evidentemente no en la práctica) que se hayan infiltrado las noticias de su existencia. Fuera de esta esfera el lector no existe en un sentido einsteniano. Las personas mayores tienen esferas de existenciamás grandes que las más jóvenes, pero no hay nadie cuya existencia se extienda más allá de una minúscula fracción del universo.
El nacimiento de Jesucristo nos puede parecer un acontecimiento antiguo y trascendental, ahora que llegamos a su segundo milenario. Pero la noticia es tan reciente a esta escala que, incluso en las circunstancias más ideales, en principio sólo podría haber sido proclamada a menos de la mitad de una cienbillonésima de las estrellas del universo.
Muchas de las estrellas que vemos, si no todas, estarán orbitadas por planetas.La cifra es tan enorme que es probable que muchos de ellos alberguenformas de vida, algunas de las cuales habrán desarrollado inteligencia y tecnología. Pero las distancias y los tiempos que nos separan son tan grandes que miles de formas de vida podrían evolucionar de manera independiente y extinguirse sin que fuera posible para ninguna de ellas saber de la existencia de ninguna otra.Para calcular el número de estrellas natales he supuesto que la separación media entre estrellas es de unos 7,6 años luz de distancia. Esto es aproximadamente lo que ocurre en nuestra región local de la Vía Láctea.Parece una densidad asombrosamente baja (unos 440 años luz cúbicos por estrella), pero en realidad es alta en comparación con la densidad de estrellas en el universo en su conjunto, donde el espacio entre galaxias está vacío. Isaac Asimov tiene una ilustración espectacular: es como si toda la materia del universo fuera un único grano de arena situado en el centro de una habitación vacía de 35 kilómetros de longitud, 35 de anchura y 35 de altura. Pero, al mismo tiempo, es como si este único grano de arena estuviera pulverizado en mil millones de millones de millones de fragmentos, porque éste es aproximadamente el número de estrellas que hay en el universo.
Éstos son algunos de los datos desapasionadosde la astronomía, y puede verse que son hermosos.La astrología, en comparación, es un insulto estético. Sus escarceos precopernicanos degradan y rebajan la astronomía, como cuando se utilizaa Beethoven para estribillos comerciales. También es una afrenta para la ciencia de la psicología y para la riqueza de la personalidad humana.Estoy hablando de la manera frivola y potencialmente perjudicial que tienen los astrólogos de dividir a las personas en 12 categorías. Los escorpio son tipos alegres y comunicativos, mientras que los leo, con sus personalidades metódicas, compaginan bien con los libra (o lo que quiera que sea). Mi mujer, Lalla Ward, recuerda una ocasión en la que una joven actriz norteamericana se acercó al director de la película en la que ambas trabajaban y le espetó: «¡Caramba!, señor Preminger, ¿de qué signo es usted?», para recibir el siguiente desaire inmortal, en un fuerte acento austríaco: «Soy del signo “no molestar-“».’

1. En inglés, sign admite varios significados, entre ellos «signo» (del zodíaco, en este caso) y «letrero o rótulo» (como el que se coloca en la puerta de la habitación de un hotel, en el ejemplo). (N. del T.)

La personalidad es un fenómeno real, y los psicólogos han desarrollado con cierto éxito modelos matemáticos para manejar su variación en muchas dimensiones. El número inicialmente grande de dimensiones puede reducirse matemáticamente, con una pérdida medible de poder predictivo. Este número menor de dimensiones derivadas corresponde a veces a las dimensiones que intuitivamente pensamos que reconocemos (agresividad, obstinación, afectuosidad, etcétera).
Resumir la personalidad de un individuo como un punto en un espacio multidimensional es una aproximación útil cuyas limitaciones pueden establecerse. Hay una gran diferencia entre esto y cualquier categoriza-ción mutuamente exclusiva, y más todavía la ridicula ficción de los 12 cubos de basura de la astrología de los periódicos. Se basa en datos genuinamente relevantes acerca de las personas, no en sus fechas de nacimiento. La escala multidimensional del psicólogo puede ser útil para decidir si una persona es adecuada para una determinada carrera, o si los miembros de una pareja de prometidos lo son el uno para el otro. Las 12 casillas del astrólogo son, en el mejor de los casos, una distracción costosa e irrelevante.Además, contrastan extrañamente con nuestros fuertes tabúes y leyes actuales contra la discriminación. Se inculca a los lectores de periódicos a verse a sí mismos, y a sus amigos y colegas, como escorpio o libra, o cualquier otro de los 12 «signos» míticos. Si se piensa en ello un momento, ¿no se trata de una forma de etiquetaje discriminador como los estereotipos culturales que muchos de nosotros encontramos hoy censurables?

Puedo imaginar una pieza corta de los Monty Python en la que un periódico publica una columna diaria con algo así:
Alemanes: Forma parte de tu naturaleza ser trabajador y metódico, lo que hoy te será útil en tu trabajo. En tus relaciones personales, en especialesta noche, tendrás que refrenar tu tendencia natural a obedecer órdenes.
Españoles: Tu caliente sangre latina puede conseguir lo mejor de ti, de modo que guárdate de hacer algo que puedas lamentar. Y mantente apartado del ajo a la hora de comer si tienes aspiraciones románticas para la noche.
Chinos: La inescrutabilidad tiene muchas ventajas, pero hoy puede ser tu ruina…
Ingleses: Tu obstinación puede servirte bien en los tratos comerciales, pero intenta relajarte y dejarte ir en tu vida social.
Y así sucesivamente a lo largo de 12 estereotipos nacionales. Sin duda las columnas de astrología son menos ofensivas, pero debemos preguntarnos dónde residen exactamente las diferencias. Ambas son culpables de discriminación fácil, al dividir a los seres humanos en grupos mutuamente excluyentes sin ninguna base. Aun en el caso de que hubiera indicios de algunos leves efectos estadísticos, ambos tipos de discriminación alientan el trato prejuicioso a las personas, al considerarlas como tipos y no como individuos. Ya se pueden ver anuncios en las columnas de corazones solitarios que incluyen frases tales como «Escorpios abstenerse» o «No hace falta que los tauro escriban». Desde luego, esto no es tan malo como los infames carteles que pregonaban«Negros no» o «Irlandeses no», porque el prejuicio astrológico no se ejerce de manera consistente sobre algunos signos zodiacales más que otros, pero el principio de creación y discriminación de estereotipos(en oposición a aceptar a las personas como individuos) persiste.
Puede que incluso haya tristes consecuencias humanas. El objetivo básico de anunciarse en las columnas de contactos es aumentar la superficiede captación de compañeros sexuales (y es cierto que el círculode los compañeros de trabajo y los amigos de los amigos suele ser escaso y necesita enriquecerse). A las personas solitarias, cuya vida podría verse transformada por una amistad compatible y largo tiempo deseada, se las anima a desechar, de manera injustificable y sin sentido, hasta once doceavas partes de la población disponible. Hay personas vulnerables ahí fuera, y debieran ser dignas de compasión, no objetode engaño deliberado.
Según una anécdota apócrifa, hace algunos años un ganapán de un periódico que, tras sacar la pajita más corta, tuvo que redactar los consejos astrológicos del día, alivió su aburrimiento escribiendo bajo un signo zodiacal las siguientes líneas siniestras: «Todas las penas del año pasado son nimiedades en comparación con las que hoy caerán sobreti». Fue despedido después de que la centralita del periódico quedara bloqueada por las llamadas de lectores presa del pánico, testimonio patéticode la candida confianza que la gente puede depositar en la astro-logia.
Además de la legislación contra la discriminación, tenemos leyes destinadas a protegernos de los fabricantes que hacen falsas afirmaciones acerca de sus productos. La ley no se invoca en defensa de la simple verdad acerca del mundo natural. Si así fuera, los astrólogos proporcionarían el mejor caso de prueba que pueda desearse. Afirman que pueden predecir el futuro y adivinar las flaquezas personales, y son pagados por ello, así como por su asesoramiento profesional a individuos en ocasión de decisiones importantes. Un fabricante de productos farmacéuticos que pusiera en el mercado una pildora anticonceptiva que no tuviera el menor efecto demostrable sobre la fertilidad sería procesado de acuerdo con la leyes de comercio y demandado por las dientas que quedaran embarazadas. De nuevo, aunque parezca una reacción excesiva, realmente no puedo entender por qué los astrólogos profesionales no son arrestados por fraude e incitación a la discriminación.
El Daily Telegraph del 18 de noviembre de 1997 informaba de que un supuesto exorcista, que había persuadido a una crédula joven para que tuviera relaciones sexuales con él so pretexto de expulsar espíritus malignos del cuerpo de la chica, había sido encarcelado para cumplir 18 meses de condena.
El hombre había enseñado a la joven algunos libros de quiromancia y magia, y después le dijo que estaba «aojada: alguien le había echado mala suerte». Con el fin de exorcizarla, le explicó,tenía que ungirla completamente con aceites especiales. Ella consintió en quitarse toda la ropa con este propósito. Finalmente, la convenció de que debía copular con él «para liberarla de los espíritus». Ahora bien, me parece que la sociedad no debería practicar este doble juego. Si es correcto encarcelar a este hombre por aprovecharse de una joven crédula (mayor de edad), ¿por qué no enjuiciamos de la misma manera a los astrólogos que aceptan dinero de personas igualmente crédulas, o a los adivinadores «psíquicos» que timan a compañías petroleras para que paguen, con el dinero de los accionistas, caras «consultas» sobre dónde perforar?
Por el contrario, si se afirma que los necios deberían ser libres de dar su dinero a un charlatán si así lo desean, ¿por qué razón el «exorcista» sexual no podría aducir una defensa parecida, invocando la libertad de la joven de ofrecer su cuerpo en aras de una ceremonia ritual en la cual tenía una fe genuina en aquel momento?
No existe mecanismo físico conocido por el que la posición de cuerpos celestes distantes en el momento de nuestro nacimiento pueda ejercer influencia causal alguna sobre nuestra naturaleza o nuestro destino.Esto no descarta la posibilidad de alguna influencia física desconocida.Pero sólo tenemos que preocuparnos por ella si alguien puede aportar algún indicio de que los movimientos de los planetas contra el telón de fondo de las constelaciones tiene realmente una mínima influencia sobre los asuntos humanos. Ningún indicio de este tipo ha resistido nunca una investigación adecuada. La inmensa mayoría de estudios científicos de la astrología no ha producido ningún resultado positivo.
Unos (muy) pocos estudios han sugerido (débilmente) una correlación estadística entre el «signo» del zodíaco y el carácter. Estos pocos resultados positivos resultaron tener una interesante explicación. Muchas personas son tan versadas en el saber popular de los signos zodiacales que saben qué rasgos se esperan de ellas. Esto hace que tengan cierta tendencia a vivir de acuerdo con estas expectativas… no muy marcada, pero lo bastante para producir los ligerísimos efectos estadísticos observados.Una prueba mínima que cualquier método de diagnóstico o adivinación respetable debería pasar es la defiabilidad. No se trata de ver si el método realmente funciona, sino de confrontar a distintos profesionalescon la misma evidencia (o dos veces al mismo profesional con la misma evidencia) para ver si están de acuerdo. Aunque no creo que la astrología funcione, habría esperado notas altas de fiabilidad en este sentido de coherencia intrínseca. Después de todo, es presumible que los distintos astrólogos tengan acceso a los mismos libros. Incluso si sus veredictos son erróneos, uno podría pensar que sus métodos son lo bastante sistemáticos para, al menos, producir los mismos veredictos erróneos.
Pero, ¡ay!, como ha demostrado un estudio de G. Dean y otros, ni siquiera alcanzan este hito mínimo y fácil. A modo de comparación,cuando diferentes evaluadores juzgaron a personas de acuerdo con entrevistas estructuradas, el coeficiente de correlación fue superior a 0,8 (un coeficiente de correlación de 1,0 representa la concordancia perfecta, uno de -1,0 la disconformidad absoluta, y uno de 0,0 la alea-toriedad completa, o falta de asociación; 0,8 está muy bien). Frente a esto, en el mismo estudio, el coeficiente de fíabilidad para la astrología fue un mísero 0,1, comparable a la cifra para la quiromancia (0,11), lo que indica una aleatoriedad casi total. Por equivocados que estén los astrólogos, uno pensaría que representarían su papel al unísono, al menos para ser consistentes.Parece ser que no es así. Los análisis de la grafología (el análisis de la caligrafía) y de Rorschach (manchas de tinta) no son mucho mejores.El puesto de astrólogo requiere tan poco aprendizaje o experiencia que con frecuencia se adjudica a un periodista novato que disponga de tiempo. El periodista Jan Moir cuenta en el Guardian del 6 de octubre de 1994 que «El primer trabajo que tuve en el periodismo fue redactar horóscopos para un grupo de revistas femeninas. Era el trabajo de despacho que le tocaba hacer siempre a los recién llegados, porque era tan estúpido y fácil que hasta un novato como yo podía hacerlo». También el prestidigitador y racionalista James Randi ocupó en su juventud un puesto de astrólogo en un periódico de Montreal, bajo el seudónimo de Zo-ran. El procedimiento de Randi consistía en hacerse con revistas de astrología viejas, recortar sus previsiones, mezclarlas en un sombrero, pegarlas al azar en los 12 «signos» y después publicarlas como sus propias «predicciones».
Randi describe la conversación que oyó en un café entre una pareja de oficinistas que examinaban ansiosamente la columna de «Zo-ran» en el diario.

Emitían chillidos de gusto al ver su futuro tan bien explicado, y en respuesta a mi pregunta me dijeron que Zo-ran «las había acertado todas» la semana anterior. No revelé mi identidad… La reacción a la columna en el correo también había sido muy interesante, y suficiente para que yo decidiera que muchas personas aceptarán y racionalizarán casi cualquier afirmación hecha por alguien al que creen una autoridad con poderes místicos. En este punto, Zo-ran colgó sus tijeras, apartó el bote de pegamento y dejó el trabajo.
                                                                                               Flim-Flam (1992)

Hay evidencias, a partir de cuestionarios, de que muchas personas que leen diariamente los horóscopos en realidad no creen en ellos. Afirman que los leen sólo como «evasión» (está claro que su gusto en materia de literatura de evasión es diferente del mío). Pero hay un número significativo de personas que realmente cree en ellos y actúa en función de ellos, incluyendo, según informes alarmantes y por lo visto auténticos, a Ronald Reagan durante su mandato como presidente. ¿Por qué debería uno hacer caso de los horóscopos?
En primer lugar, las predicciones, o las reseñas de caracteres, son tan insulsas, vagas y generales que encajan casi con cualquier persona y circunstancia. Por lo general, la gente se limita a leer su propio horóscopo en el periódico. Si se obligara a leer los otros once, seguramente se impresionaría mucho menos por la coincidencia del propio. En segundo lugar, la gente tiende a recordar los aciertos y olvidar los fallos. Si en un horóscopo de un párrafo hay una frase que parece acertar, uno repara en esa frase concreta, mientras que los ojos pasan sin mirar por las frases restantes. Incluso si se da el caso de un pronóstico notoriamente equivocado, es muy probable que se atribuya a una interesanteexcepción o anomalía y no a una indicación de que todo el asunto podría ser una superchería. David Bellamy, popular científico televisivo (y un auténtico héroe del conservacionismo), confesaba a Radio Times (ese órgano antaño respetado de la BBC) que posee la «precaución de Capricornio» con respecto a determinadas cosas, pero que las más de las veces baja la cabeza y carga como una verdadera cabra.¿No es interesante? Esto confirma lo que siempre he dicho: ¡la excepción que confirma la regla! Es de suponer que Bellamy sabía que no es así, y que simplemente seguía la corriente entre personas cultas de considerar la astrología como una diversión inocua. Yo dudo que sea inocua, y me pregunto si la gente que la entiende como diversión se ha divertido realmente alguna vez con ella.«Una mamá da a luz un gatito de 3 kg» es un titular típico de un periódico llamado Sunday Sport que, como su equivalente norteamericanoel National Enquirer (con una circulación de 4 millones de ejemplares), se dedica enteramente a publicar relatos increíbles hasta el absurdocomo si fueran hechos probados. Una vez conocí a una mujer que trabajaba con dedicación exclusiva en la invención de este tipo de relatos para una publicación norteamericana, y me dijo que ella y sus colegas rivalizaban entre sí para ver quién conseguía las historias más ridiculas y extravagantes. Resultó ser una competición vacía, porque no parece haber límite alguno a lo que la gente está dispuesta a creer sólo con que lo vea impreso.
En la página siguiente a la del relato del gatito de 3 kg, el Sunday Sport publicaba un artículo acerca de un mago que no podía soportar las regañinas de su mujer, de modo que la convirtió en un conejo. Además de complacerse en el estereotipo pre-juicioso de la esposa molesta, el mismo ejemplar del periódico añadía un aderezo xenófobo a sus fantasías: «Griego loco convierte a un muchacho en kebab». Otras noticias muy queridas de estos periódicos incluyen «Marilyn Monroe vuelve en forma de lechuga» (completada con una fotografía de la malograda diosa de la pantalla coloreada en verde dentro del cogollo de una hortaliza fresca), y «Hallada una estatua de Elvis en Marte».Las visiones de un Elvis Presley resucitado son numerosas.
El culto a Elvis, con sus uñas de los dedos de los pies y otras reliquias guardadas como tesoros, sus iconos y sus peregrinajes, lleva camino de convertirse en una nueva religión con todas las de la ley, pero no deberá dormirse en sus laureles si no quiere que el culto a la princesa Diana, más reciente, le tome la delantera. Las multitudes que hacían cola para firmar en el libro de condolencia después de su muerte en 1997 informaron a los periodistas de que se podía ver claramente su cara a través de una ventana, mirando desde un viejo retrato que colgaba de una pared. Como en el caso del Ángel de Mons, que se aparecía a los soldados durante los días más oscuros de la primera guerra mundial, numerosos testigos presenciales «vieron» el espectro de Diana, y la noticia se extendió como un reguero de pólvora entre las multitudes enfervorizadas por la prensa sensacionalista.
La televisión es un medio de comunicación aún más poderoso que la prensa, y estamos en las garras de lo que casi es una epidemia de propaganda paranormal en la televisión. En uno de los ejemplos más notorios de los últimos años en Gran Bretaña, un curandero aseguraba ser el receptáculo del alma de un médico muerto hacía 2000 años, llamadoPablo de Judea. Sin un solo murmullo de indagación crítica, la BBC dedicó todo un programa de media hora a promover esta fantasía como si fuera cierta. Posteriormente tuve un enfrentamiento con el editor delegado de este programa, en un debate público bajo el lema «Venderse a lo sobrenatural», en el Festival de Televisión de Edimburgode 1996. La principal defensa del editor era que el hombre estaba haciendo una buena labor curando a sus pacientes. Parecía creer verdaderamente que esto era todo lo que importaba. ¿Qué importa si realmente tiene lugar la reencarnación, mientras el curandero pueda ofrecer algún consuelo a sus pacientes? Para mí, la respuesta contundente llegó en un informe de prensa que la BBC repartió para acompañar el espectáculo. Entre la lista de personas a quienes se agradecía su asesoramiento por la supervisión de los contenidos estaba nada menos que… ¡Pablo de Judea! Una cosa es que a la gente se le muestren en sus pantallas las creencias excéntricas de un individuo psicótico o fraudulento.Quizá esto sea evasión, incluso comedia, aunque lo encuentro tan criticable como reírse ante un espectáculo de feria en el que se exhiben personas monstruosas, o como la última moda estadounidense de montar violentas trifulcas maritales en la televisión. Pero otra cosa muy distinta es que la BBC malverse el peso de una reputación conseguida a lo largo de muchos años dando a entender que acepta literalmente la fantasía en el anuncio de la farsa.Una fórmula barata pero efectiva de la televisión paranormal es emplear magos ordinarios, pero decir repetidamente a la audiencia que lo que está viendo es genuinamente sobrenatural. En una exhibición suplementaria de desprecio cínico para el coeficiente de inteligencia del espectador, estas actuaciones están sujetas a menos control y precauciónde lo que lo estarían normalmente en la actuación de un mago. Los prestidigitadores bona fide realizan al menos los movimientos oportunos para demostrar que no guardan nada bajo la manga, que no hay alambres bajo la mesa. Cuando un artista se anuncia como «para-normal», se le dispensa incluso de esta dificultad rutinaria.

Permítaseme describir un ejemplo real, un acto de telepatía, de la reciente serie televisiva de Carlton Beyond Belief [Más allá de lo creíble],producida y presentada por David Frost, una veterana personalidad de la televisión británica a quien algún gobierno consideró digno del título de caballero, y cuyo peso tiene su influencia en los televidentes.Los ejecutantes eran un equipo de padre e hijo venidos de Israel. El hijo, con los ojos tapados, podía ver «a través de los ojos de su padre». Se hizo funcionar un generador de números aleatorios, y salió un número. El padre lo miró fijamente, abriendo y cerrando los puños por la tensión, y preguntó a su hijo con un grito sofocado si podía hacerlo. «Sí, creo que sí», profirió el hijo. Naturalmente, adivinó el número. Rabioso aplauso. ¡Qué asombroso! Y no olviden, señores telespectadores, que esto es TV en directo, y que se trata de hechos objetivos, no ficción como en Expediente X.Lo que hemos presenciado no es más que un truco de magia familiar,bastante mediocre, favorito en los teatros de variedades y que se remonta al menos a un tal signor Pinetti, en 1784. Existen muchos códigos sencillos mediante los que el padre podía haber transmitido un número a su bien entrenado hijo. El número de palabras en su grito aparentemente inocente de «¿Puedes hacerlo, hijo?» es una posibilidad.En lugar de poner los ojos en blanco de asombro, David Frost podíahaber intentado el sencillo experimento de amordazar al padre al tiempo que vendaba los ojos del hijo. La única diferencia en relación a un espectáculo de magia ordinario es que una cadena de televisión respetablelo ha calificado de «paranormal».
La mayoría de nosotros desconocemos cómo hacen sus trucos los magos. A veces me dejan atónito. No comprendo cómo extraen conejos de sombreros o sierran cajas por la mitad sin dañar a la dama que está dentro. Pero todos sabemos que existe una explicación perfectamente lógica que el mago podría revelarnos si quisiera, cosa que, de manera harto comprensible, no hace. ¿Por qué, entonces, cuando el mismo truco ostenta la etiqueta de «paranormal» que le otorga una cadena de televisión, consideramos que se trata de un milagro genuino?
Después están aquellos actuantes que parecen «sentir» que alguien de la audiencia tenía un ser amado cuyo nombre empezaba por M, poseía un pequinés y murió de algo que tenía que ver con el pecho: «clarividentes» y «médiums» con un conocimiento que aparentemente «no pueden haber obtenido por ningún medio normal». No dispongo de espacio para entrar en detalles, pero el truco, conocido como «lectura en frío», es bien conocido por los magos. Se trata de una sutil combinación de saber lo que es corriente (muchas personas mueren de fallo cardíaco o cáncer de pulmón) y de ir pescando pistas (la gente descubre involuntariamente las cartas cuando la cosa se va calentando) ayudado por la propensión de la audiencia a recordar los aciertos y olvidar los fallos. Los lectores en frío suelen utilizar soplones que escuchan conversaciones cuando el público entra en el teatro, o incluso interrogan a la gente, y después informan al actuante en su camerino antes del espectáculo.Si un paranormalista pudiera efectuar realmente una demostración adecuadamente contrastada de telepatía (precognición, psicoquinesis, reencarnación, movimiento perpetuo, lo que sea) sería el descubridor de un principio totalmente nuevo, desconocido por la ciencia física. El descubridor del nuevo campo de energía que conecta una mente con otra en la telepatía, o de la nueva fuerza fundamental que desplaza los objetos sin truco por la superficie de una mesa, merece un premio Nobel, y probablemente lo obtendría. Si uno está en posesión de este revolucionario secreto de la ciencia, ¿por qué malgastarlo en entretenimientos televisivos amañados? ¿Por qué no demostrarlo adecuadamente y ser aclamado como el nuevo Newton?
La respuesta está muy clara. No puede hacerlo. Es un farsante. Pero, gracias a los productores de televisión, crédulos o cínicos, un farsante adinerado.
Dicho esto, algunos «paranormalistas» son lo bastante hábiles para engañar a la mayoría de científicos, de manera que las personas mejor cualificadas para desenmascararlos no son los científicos, sino otros magos. Por eso los espiritistas y médiums más famosos suelen dar toda clase de excusas y rechazan subir al escenario si se enteran de que la primera fila está llena de magos profesionales. Varios buenos magos, entre ellos James Randi en Estados Unidos y Ian Rowland en Gran Bretaña, montan espectáculos en los que duplican públicamente los «milagros» de famosos paranormalistas… y luego explican a la audiencia que sólo son trucos. Los Racionalistas de la India son jóvenes magos consagrados que viajan por los pueblos y desenmascaran a los llamados «hombres sabios» emulando sus «milagros». Por desgracia, algunas personas todavía creen en los milagros, aún después de conocer el truco. Otros caen en la desesperación: «Bien, quizá Randi emplea trucos», dicen, «pero esto no significa que los otros no hagan milagros auténticos».
Ante esto, Ian Rowland replicó de forma memorable:«Bueno, si de verdad hacenmilagros, ¡los hacen de la forma más complicada!».Se puede ganar mucho dinero engañando a los crédulos. Un mago normal y corriente no puede esperar, por lo común, salir del mercado de las fiestas para niños y llegar a la televisión de alcance nacional. Pero si hace pasar sus trucos como fenómenos genuinamente sobrenaturales,esto ya es otra cosa. Las compañías de televisión están dispuestasa colaborar en el engaño. Es bueno para los índices de audiencia.En lugar de aplaudir educadamente ante un truco de magia competente,los presentadores se quedan histriónicamente boquiabiertos e145inducen a los televidentes a creer que acaban de presenciar algo que desafía las leyes de la física. Personas desequilibradas explican sus fantasías de fantasmas y duendes pero, en lugar de enviarlas a un buen psiquiatra, los productores de televisión las fichan para su programa y después contratan actores para que efectúen reconstrucciones espectacularesde sus ilusiones… con efectos predecibles sobre la credulidad de grandes audiencias.Corro el peligro de ser malinterpretado, y es importante que lo arrostre. Sería demasiado fácil proclamar de forma autocomplaciente que nuestro conocimiento científico actual es todo lo que hay que saber,que podemos estar seguros de que la astrología y las apariciones son disparates, sin más discusión, simplemente porque la ciencia actual no puede explicarlos. Después de todo, ¿es tan evidente que la astrologíaes un montón de palabrería? ¿Cómo sé que una madre humana no puede parir un gatito de tres kilos? ¿Cómo puedo estar seguro de que Elvis Presley no ha ascendido en gloriosa resurrección, dejando una tumba vacía? Cosas más raras se han visto.
De hecho, cosas que hoy aceptamos como cotidianas, como la radio, les habrían parecido a nuestros antepasados tan improbables como las visitas espectrales. Para nosotros, un teléfono móvil puede no ser más que un fastidio antisocial en los trenes, pero para nuestros antepasados decimonónicos, para quienes los trenes eran una novedad, un teléfono móvil habría parecido pura magia.
Como ha dicho Arthur C. Clarke, el distinguido escritor de ciencia ficción y evangelista del poder ilimitado de la ciencia y la tecnología: «Cualquier tecnología lo bastante avanzada es indistinguible de la magia». Esto ha recibido el nombre de Tercera Ley de Clarke, y volveré a ella.William Thomson, el primer Lord Kelvin, fue uno de los más distinguidos e influyentes físicos ingleses decimonónicos. Para Darwin fue una espina clavada, porque «demostró» (con gran autoridad pero, como ahora sabemos, con un error de bulto) que la Tierra era demasiado joven para que en ella pudiera haberse dado la evolución. También se le atribuyen las siguientes tres predicciones seguras:
«La radio no tiene futuro»;
«Las máquinas voladoras más pesadas que el aire son imposibles»;
«Se demostrará que los rayos X son un fraude».
He aquí un hombre que llevó su escepticismo hasta el punto de jugarse (y ganarse)el ridículo ante las generaciones futuras. El mismo Arthur C.146Clarke, en su visionario libro Perfiles del futuro (1982), cuenta relatos aleccionadores que advierten de los peligros del escepticismo dogmático.Cuando Edison anunció en 1878 que estaba trabajando en la luz eléctrica, se envió una comisión parlamentaria inglesa para que investigara si había algo de interés en ello. El comité de expertos informó que la fantástica idea de Edison (lo que ahora conocemos como bombilla eléctrica) era «bastante buena para nuestros amigos transatlánticos…, pero no merece la atención de los hombres prácticos o científicos».
Para que la cosa no parezca una antología de relatos antibritánicos, Clarke cita también a dos distinguidos científicos norteamericanos sobre el tema de los aeroplanos. El astrónomo Simón Newcomb tuvo la mala suerte de hacer la siguiente afirmación justo antes de la famosa hazaña de los hermanos Wright en 1903:La demostración de que no hay combinación posible de sustancias conocidas, formas de maquinaria conocidas y formas de fuerza conocidas,que puedan unirse en una máquina funcional con la que los hombres puedan cubrir largas distancias por el aire, le parece a este autor todo lo completa que puede ser la demostración de cualquierhecho físico.
Otro célebre astrónomo norteamericano, William Henry Pickering, afirmó categóricamente que, aunque las máquinas voladoras más pesadas que el aire eranposibles (tenía que admitirlo, porque los hermanos Wright ya habían volado), nunca se convertirían en una propuesta práctica seria:La mente popular se imagina a veces máquinas voladoras gigantescas que sobrevuelan el Atlántico transportando innumerables pasajeros de forma análoga a nuestros modernos buques de vapor… Parece prudente decir que tales ideas deben ser completamente visionarias, y aunque una máquina pudiera atravesar el océano con uno o dos pasajeros, el gasto sería prohibitivo… Otra falacia populares esperar que se consiga una velocidad enorme.Pickering continúa «demostrando», mediante rigurosos cálculos sobre los efectos de la resistencia del aire, que un aeroplano no podría viajar nunca más rápido que los trenes expresos de su tiempo. A primera vista, la observación que hizo Thomas J. Watson, gerente de IBM, en 1943, «Pienso que hay un mercado mundial para quizá cinco ordenadores», suena similar. Pero esto es injusto. Watson auguraba seguramente que los ordenadores se harían cada vez mayores, y en esto se equivocó; sin embargo, no estaba menospreciando la importancia del ordenador en el futuro, de la manera en que Kelvin y los otros desacreditaron los viajes aéreos.

Estas anécdotas de patinazos mayúsculos son, en realidad, avisos inquietantes de los peligros de un escepticismo en exceso celoso. La incredulidad dogmática ante cualquier cosa que parezca extraña o inexplicable no es una virtud.
¿Cuál es, pues, la diferencia entre ésta y mi escepticismo declarado ante la astrología, la reencarnación y la resurrección de Elvis Presley?
¿Cómo podemos diferenciar el escepticismojustificado de la miopía dogmática e intolerante?
Pensemos en un espectro de relatos que podrían contarnos y meditemos cuan escépticos deberíamos mostrarnos ante ellos. En el nivel más bajo están aquellas narraciones que podrían no ser ciertas, pero de las que no tenemos ningún motivo particular para dudar. En Hombres en armas (1952), de Evelyn Waugh, el personaje cómico, Apthorpe, suele hablarle al narrador, Guy Crouchback, de sus dos tías, una de las cuales vive en Peterborough y la otra en Tunbridge Wells. En su lecho de muerte, Apthorpe acaba confesando que, en realidad, sólo tiene una tía.
¿Cuál de las dos era la inventada?, pregunta Guy Crouchback.
«La de Peterborough, por supuesto.»
«Verdaderamente me engañaste por completo.»
«Sí, fue una buena broma, ¿no?»
No, la de Apthorpe no fue una buena broma, y es precisamente esto lo que hace que la broma de Evelyn Waugh a costa de Apthorpe sea divertida. Hay, sin duda, muchas señoras de edad que residen en Peterborough, y si un hombre nos dice que tiene una tía que vive allí, no hay razón para no creerle. A menos que tenga algún motivo específicopara mentirnos, bien podemos creerle, aunque si de ello dependen muchas cosas será prudente comprobar la evidencia. Ahora supongamosque alguien nos dice que su tía puede levitar por meditación y fuerza de voluntad. Se sienta con las piernas cruzadas, se nos dice, y piensa cosas bonitas, entona un mantra, se eleva sobre el suelo y permaneceflotando en el aire. ¿Por qué ser más escépticos de lo que seriamos si un hombre nos dijera simplemente que tiene una tía en Peter-borough, pues en ambos casos sólo tenemos la palabra de un testigo presencial?
La respuesta evidente es que la levitación por el poder de la voluntad no es explicable por la ciencia. Pero esto sólo vale para la ciencia de hoy. Esto nos lleva directamente a le Tercera Ley de Clarke, y al punto importante de que la ciencia de cualquier época no tiene todas las respuestas y acabará siendo reemplazada por otra.
Quizá, en algún momento del futuro, los físicos comprenderán completamente la gravedady construirán una máquina antigravitatoria. Es concebible que las tías levitantes puedan llegar a ser algo tan común para nuestros descendientes como los aviones a reacción lo son para nosotros.
¿Nos da derecho la Tercera Ley de Clarke a creer en todos y cada uno de los cuentos increíbles que la gente pueda urdir acerca de milagros aparentes?
Si un hombre afirma que ha visto a su tía levitando con las piernas cruzadas, o a un turco volando a gran velocidad entre los minaretes montado en una alfombra mágica, ¿habremos de tragarnos esa historia sobre la base de que aquellos de nuestros antepasados que dudaron de la posibilidad de la radio resultaron estar equivocados? No,por supuestoque éstos no son motivos suficientes para creer en la levitación o las alfombras mágicas.
Pero ¿por qué no?La Tercera Ley de Clarke no funciona a la inversa. De «cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia» no se sigue que «cualquier afirmación mágica que pueda hacer cualquiera en cualquier momento es indistinguible de un avance tecnológico futuro». Sí, ha habido ocasiones en las que escépticos autorizados han terminado con huevos en su cara pontificadora. Pero es mucho mayor el número de afirmaciones mágicas que nunca han sido vindicadas. Unas cuantas cosas que nos sorprenderían en la actualidad probablemente se harán realidad en el futuro. Pero muchas más cosas que nos sorprenderían hoy no se harán realidad en el futuro. El truco consiste en separar la mena de la ganga de afirmaciones que permanecerán para siempre en el reino de la ficción y la magia.

Si nos topamos con un relato asombroso o milagroso, podemos empezar preguntándonos si nuestro informante tiene algún motivo para mentir. También podemos evaluar sus credenciales de otras maneras. Recuerdo una divertida cena con un filósofo que me contó la siguiente anécdota: un día, en la iglesia, se dio cuenta de que un sacerdote que estaba arrodillado flotaba a un palmo de altura sobre el suelo de la iglesia. Mi escepticismo natural hacia mi compañero de cena aumentó cuando siguió relatando otras dos experiencias de las que había sido testigo presencial. Contó que, entre sus muchos cargos, una vez había sido director de un hogar para muchachos delincuentes, y descubrió que todos los chicos llevaban tatuada la frase «Quiero a mi mamá» en el pene. Una historia improbable por sí misma, pero no imposible. A diferencia del sacerdote que levitaba, la verdad de la segunda afirmación no cuestionaría grandes principios científicos. No obstante, parecía proporcionar una útil perspectiva sobre la credibilidad de mi vecino.En otra ocasión, dijo este prolífico narrador, había observado cómo un cuervo encendía una cerilla al tiempo que levantaba un ala para resguardarla del viento. He olvidado si el cuervo dio una calada a un cigarrillo, pero, en cualquier caso, los tres relatos en conjunto parecían establecer que mi compañero era un testimonio poco de fiar, aunque divertido. En palabras suaves, la hipótesis de que era un mentiroso (o un lunático, o un visionario que tenía alucinaciones, o que estaba investigandola credulidad de los catedráticos de Oxford) parecía más probable que la hipótesis alternativa de que sus tres relatos descabellados eran ciertos.

Como filósofo, tendría que haber conocido la prueba lógica expuesta por el gran filósofo escocés del siglo xvii David Hume, que para mí es irrebatible:… ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a menos que el testimonio sea tal que su falsedad fuera más milagrosaque el hecho que trata de establecer.«De los milagros» (1748)
Seguiré hasta el final el propósito de Hume con respecto a uno de los milagros mejor certificados de todos los tiempos, uno que, se afirma, fue presenciado por 70.000 personas, y dentro de la presente generación. Se trata de la aparición de Nuestra Señora de Fátima. Cito a partir de un texto de una página de la Iglesia Católica Romana en la red mundial, que señala que, de las muchas apariciones mañanas, ésta es insólita porque ha sido reconocida oficialmente por el Vaticano.

El 13 de octubre de 1917, había más de 70.000 personas reunidas en la Cova da Iría en Fátima, Portugal. Habían acudido allí para observar un milagro que había sido vaticinado por la Santísima Virgen a tres jóvenes visionarios: Lucía dos Santos y sus dos primos,Jacinta y Francisco Marto… Poco después del mediodía, Nuestra Señora se apareció a los tres visionarios. Cuando la Señora estaba a punto de irse, señaló al Sol. Lucía repitió emocionada el gesto, y la gente miró al cielo… Entonces un resuello de terror surgióde la muchedumbre, pues el Sol pareció desgajarse de los cielos y empezar a caer sobre la multitud… Justo cuando parecía que la bola de fuego iba a caer sobre ellos y destruirlos, el milagro cesó, y el Sol recuperó su lugar normal en el cielo, resplandeciendo de nuevo tan apaciblemente como siempre.
Si el milagro del Sol en movimiento lo hubiera visto sólo Lucía, la joven responsable del culto de Fátima en primera instancia, poca gente lo hubiera tomado en serio. Hubiera sido muy fácil que se tratara de una alucinación privada, o de una mentira evidentemente motivada. Son los 70.000 testimonios lo que impresiona.
¿Acaso podrían 70.000 personas ser víctimas simultáneamente de la misma alucinación?
¿Podrían70.000 personas confabularse en la misma mentira?
Y si nunca hubo 70.000 testigos, ¿podría el informador del acontecimiento haberseinventado tantos testimonios y salirse con la suya?
Apliquemos el criterio de Hume.
Por un lado, nos piden que creamos en una alucinación colectiva, un efecto luminoso o una mentira masiva que implica a 70.000 personas. Hay que admitir que esto es improbable. Pero es menos improbable que la alternativa: que el Sol se movió realmente. El Sol que pendía sobre Fátima no era, después de todo, un sol privado; era el mismo Sol que caldeaba a los millones de personas restantes en el lado iluminado del planeta. Si el Sol se hubieramovido realmente, pero el acontecimiento lo hubieran visto únicamentelos presentes en Fátima, tendría que haberse consumado un milagro todavía mayor: tendría que haberse escenificado una ilusión de no movimiento para todos los millones de testigos que no estaban en Fátima. Y esto supone ignorar el hecho de que, si el Sol se hubiera movido realmente a la velocidad reportada, el sistema solar se hubieracolapsado. No tenemos otra alternativa que seguir a Hume, elegir la menos milagrosa de las alternativas posibles y concluir, en contra de la doctrina oficial del Vaticano, que el milagro de Fátima nunca sucedió. Además, no es en absoluto evidente que tengamos la obligación de explicar de qué manera se engañó a los 70.000 testigos presenciales.El de Hume es un razonamiento acerca del balance de probabilidades.Si nos desplazamos al extremo distante de nuestro espectro de supuestos milagros, ¿existen algunas especulaciones o alegaciones que podamos descartar de manera absoluta y para siempre?
Los físicos están de acuerdo en que si un inventor solicita una patente para una máquinade movimiento perpetuo, se puede rechazar con toda seguridad sin siquiera examinar su proyecto. Ello se debe a que cualquier máquina de movimiento perpetuo violaría las leyes de la termodinámica. Sir Arthur Eddington escribió:

Si alguien os dice que vuestra teoría preferida del universo no está de acuerdo con las ecuaciones de Maxwell… entonces tanto peor para las ecuaciones de Maxwell. Si resulta que la observación la contradice… bueno, estos experimentadores a veces hacen chapuzas.Pero si resulta que vuestra teoría va contra la segunda ley de la termodinámica, no puedo daros ninguna esperanza; no le queda más que hundirse en la humillación más profunda.
The Nature ofthe Physical World [La naturaleza del mundo físico] (1928)
Eddington se (techa hábilmente atrás para hacer concesiones abrumadoras en la primera parte del párrafo, de manera que su confianza en la segunda parte tenga más impacto. Pero si el lector todavía encuentra esto demasiado arrogante, si piensa que es una manera de buscarse el descrédito por obra de alguna tecnología futura hoy inimaginable,que así sea. No insistiré en el tema, pero me mantendré en mi postura más débil, con Hume, acerca de las probabilidades relativas. Fraude, ilusión, embuste, alucinación, error honesto o mentiras descaradas… la combinación suma una alternativa tan probable que siempre dudaré de las observaciones casuales o de los relatos de segunda mano que parecen sugerir el derrocamiento catastrófico de la ciencia actual.
No hay duda de que la ciencia actual será derrocada, pero no por anécdotas casuales o por actuaciones en televisión, sino por la investigación rigurosa, repetida, disecada y repetida de nuevo.
Volviendo a nuestro espectro de improbabilidades, las hadas se situarían entre la tía de Apthorpe y una máquina de movimiento perpetuo.Si mañana se descubrieran seres humanos minúsculos, del tamaño de mariposas, dotados de alas y portando ropas elegantes en miniatura, no se habrían violado grandes principios de la física.2 No sería tan revolucionariocomo una máquina de movimiento perpetuo. En cambio, los biólogos tendrían mucho trabajo intentando encajar las hadas en su esquema clasificatorio actual. ¿De dónde surgieron en la evolución? Ni el registro fósil ni la zoología actual nos muestran primate alguno dotadode alas batientes, y sería ciertamente sorprendente que hubieran evolucionado de forma súbita y única en una especie lo bastante cercana a la nuestra para haber elegido (como demostraban claramente unas famosas fotografías trucadas que impresionaron al notoriamente crédulo Sir Arthur Conan Doyle) una vestimenta á la mode de los años veinte.
Criaturas hipotéticas del estilo del monstruo del Loch Ness, el yeti o «abominable hombre de las nieves» del Himalaya, o el dinosaurio del Congo, se encuentran en el espectro en algún lugar más probable que las hadas de Conan Doyle. Realmente, no hay razón por la que una población relicta de plesiosaurios no pueda sobrevivir en el Loch Ness. No puedo decirle al lector lo encantado que yo, y todos los zoólogos, estaríamos si así fuera; o si se encontrara un dinosaurio auténtico río Congo arriba. Un tal descubrimiento no violaría principios biológicos, y ciertamente tampoco principios físicos. La única razón para pensar que es improbable es que el último dinosaurio conocido vivió hace 65 millones de años, y 65 millones de años es un tiempo muy largo para que una población reproductora haya permanecido escondida y sin fosilizar. En cuanto al yeti, la posibilidad de una población superviviente de Homo erectus, o deGigantopithecus, me llenaría de júbilo, si pudiera
creerlo. Deseo de todo corazón pensar que la idea es más probableque las alternativas humeanas: alucinaciones, cuentos de viajeros embusteros o interpretaciones honestas de huellas de animales en la nieve agrandadas por el sol.

El 30 de agosto de 1938, la escenificación radiofónica todavía recordada que Orson Welles hizo de La guerra de los mundos, de H.G. Wells, provocó el pánico generalizado e incluso se rumoreó que hubo algunos suicidios entre los oyentes que creyeron que su escena inicial era (como pretendía ser) un auténtico boletín de noticias que anunciaba una invasión marciana. Este relato suele aducirse como prueba de la ridicula credulidad del pueblo estadounidense, lo cual siempre me ha parecido bastante injusto, porque una invasión procedente del espacio exterior no es imposible y, si ocurriese, un repentino avance informativo por la radio sería la forma más probable que tendríamos de enterarnos.Los relatos de platillos volantes tienen una popularidad perenne, pero la comunidad científica tiende a ser incrédula. ¿Por qué? No porqueuna visita procedente del espacio exterior sea imposible o improbable.La razón, de nuevo, es que las explicaciones alternativas de fraude o ilusión son más probables. De hecho, se han investigado a fondo numerosos relatos de platillos volantes, con un detallismo tedioso, por parte de equipos de investigadores concienzudos, tanto aficionadoscomo profesionales. Una y otra vez, dichos testimonios se vienen abajo después de investigados. Con frecuencia resultan ser fraudes directos (lucrativos para quienes los producen, porque los editores pagan un buen dinero por tales historias, aunque estén pobremente documentadas,y con ellas pueden sostenerse industrias enteras de camisetas y jarras de recuerdo), o bien los «platillos» resultan ser aparatos aéreos, aviones o globos, vistos, o iluminados, desde un ángulo peculiar.A veces son espejismos u otros efectos luminosos, o avistamientos de aviones militares secretos.Quizás un día nos visiten naves espaciales extraterrestres. Pero la probabilidad de que cualquier informe concreto sobre platillos volantessea genuino es baja comparada con la probabilidad de las alternativashumeanas de fraude o ilusión. En particular, lo que para mí resta verosimilitud a la mayoría de relatos de platillos volantes es el parecido casi cómico de los supuestos extraterrestres con los seres humanosordinarios, o las últimas criaturas televisivas de ficción. Muchos de ellos se parecen lo bastante a los machos humanos como para desear copular con hembras humanas, e incluso producir descendientes fértiles.Como Carl Sagan y otros han indicado, los alienígenas humanoides presa del furor de la abducción parecen ser el equivalente moderno de los demonios y brujas del siglo xvii.
Ayudados por el prestigio de la televisión y la prensa, la astrología, el paranormalismo y las visitas de extraterrestres gozan de una vía interna privilegiada hacia la conciencia popular. Si estoy en lo cierto en cuanto a que esta tendencia explota nuestro apetito natural y laudable de maravilla, tenemos aquí, paradójicamente, terreno para el estímulo. Debería confortarnos pensar que, puesto que el apetito de maravilla es alimentado de manera mucho más satisfactoria por la ciencia real, combatir la superstición tendría que ser un simple asunto de educación.Pero sospecho que existe una fuerza adicional operante que puede hacer las cosas más difíciles. Se trata de una fuerza psicológica interesante por derecho propio, y mi objetivo en lo que queda de capítulo será explicarla, porque comprenderla puede limitar su daño potencial.

La fuerza adicional de la que estoy hablando es una credulidad normal y, desde muchos puntos de vista, deseable en los niños, y que, si nos descuidamos, puede continuar en la edad adulta, con resultados catastróficos. Empezaré con una anécdota personal.

Hace mucho tiempo, cuando mi hermana y yo éramos niños, nuestros padres y tíos nos gastaron una inocentada un 1 de abril, el día de todos los tontos. Anunciaron que habían redescubierto en el desván un pequeño avión que les había pertenecido cuando eran jóvenes, y que nos iban a montar en él para que diéramos una vuelta. Volar no era tan corriente entonces, y estábamos emocionados. La única condición era que debíamos llevar los ojos vendados. Nos llevaron cogidos de la mano, mientras nos reíamos nerviosos, tropezando y cayendo en el césped, y nos ataron a nuestros asientos. Oímos el ruido del motor al arrancar, hubo una sacudida y empezamos a ascender para efectuar un vuelo que fue agitado: baches, inclinaciones, bamboleos. De vez en cuando era evidente que pasábamos a través de las altas copas de los árboles, porque notábamos que las ramas nos rozaban levemente y un viento agradable corría sobre nuestras caras. Finalmente «aterrizamos». El viaje lleno de sacudidas terminó en térra firma, nos quitaron la venda y entre risas todo se reveló. No había ningún avión. No nos habíamos movido del sitio. Habíamos estado simplemente sentados en un banco de jardín que nuestro padre y nuestro tío habían levantado y hecho girar y traquetrear para simular el movimiento aéreo. No había motor, sólo el ruidoso aspirador, y un ventilador para hacer soplar el viento sobre nuestras caras. Éstos, y las ramas de los árboles que nos rozaban, los habían manejado nuestra madre y nuestra tía, situadas junto al banco. Fue divertido mientras duró.Como niños crédulos y confiados que éramos, habíamos esperado durante días el vuelo prometido antes de que tuviera lugar. Nunca se nos ocurrió preguntarnos por qué teníamos que ir con los ojos vendados.¿No hubiera sido natural preguntarse qué objeto tenía hacer un viaje divertido si no podíamos ver nada? Pero no, nuestros padres simplementenos dijeron que, por alguna razón no especificada, era necesario taparnos los ojos; y así lo aceptamos. Puede que estuvieran recurriendoa la receta consagrada por el tiempo de «no echar a perder la sorpresa». Nunca nos preguntamos por qué nuestros mayores nos habían ocultado el secreto de que al menos uno de ellos debía ser un pilotoexperimentado; no creo que ni siquiera nos preguntáramos cuál de ellos era. Simplemente, no teníamos la disposición mental del escéptico. No teníamos miedo alguno de estrellarnos, tal era la fe que teníamos en nuestro padre y nuestro tío. Y cuando nos quitaron la venda y nos dimos cuenta de que habíamos sido objeto de una broma, aún así no dejamos de creer en Papá Noel, en el hada del diente, los ángeles, el cielo, los felices terrenos de caza y todos los demás cuentos que aquellos mismos mayores nos habían contado. Mi madre no recuerda el incidenteque acabo de relatar, pero sí la ocasión en que su padre les gastó una broma idéntica a ella y su hermanita. Las instrucciones de su padre fueron incluso más descabelladas, porque su aeroplano «despegó» desde el interior de la casa, y a las niñas se les dijo que «agacharanla cabeza mientras salían volando por la ventana». Tanto mi madre como su hermana siguen cautivadas por aquella experiencia.Los niños son crédulos por naturaleza. No podría ser de otra manera.Llegan a este mundo sin saber nada, y están rodeados de adultos que, en comparación, lo saben todo. Es absolutamente cierto que el fuego quema, que las serpientes muerden, que si andamos sin protección bajo el sol del mediodía nos cocemos hasta enrojecer y, como ahora sabemos, nos arriesgamos a un cáncer. Además, la otra manera, aparentemente más científica, de obtener conocimientos útiles, el aprendizaje mediante ensayo y error, suele ser una mala idea, porque los errores son a veces demasiado costosos. Si nuestra madre nos dice que no vayamos nunca a chapotear al lago porque hay cocodrilos, no es bueno adoptar una actitud escéptica, científica y «adulta» y responderle:
«Gracias, mamá, pero prefiero verificarlo experimentalmente».
Con demasiada frecuencia, tales experimentos serían terminales. Es fácil ver por qué la selección natural (la supervivencia de los mejor adaptados)podría penalizar una disposición mental experimental y escéptica y favorecer la credulidad ingenua de los niños.Pero esto tiene un inevitable y lamentable efecto secundario. Si nuestros padres nos dicen algo que no es cierto, también nos lo creemos.¿Cómo podríamos evitarlo? Los niños no están equipados para conocer la diferencia entre una advertencia verdadera sobre un peligro genuino y una advertencia falsa de que nos quedaremos ciegos o iremos al infierno si «pecamos», por decir algo. Si los niños estuvieran equipados para ello, no necesitarían ninguna advertencia. La credulidad, como dispositivo de supervivencia, viene en un solo lote. Creemos lo que se nos dice, sea verdadero o falso. Los padres y demás parientes adultos saben tanto que es natural suponer que lo saben todo, y es natural creerles. De modo que cuando nos cuentan que Papá Noel baja por la chimenea, y que la fe «mueve montañas», también nos lo creemos.Los niños son crédulos porque tienen que serlo para desempeñar su papel de «oruga» en la vida. Las mariposas tienen alas porque su papel es localizar miembros del sexo opuesto y diseminar su descendencia entre nuevas plantas comestibles. Tienen un apetito modesto, satisfecho por ocasionales libaciones de néctar. Ingieren poca proteína en comparación con las orugas, que constituyen el estadio de crecimiento en el ciclo biológico. En general, los animales en fase juvenil tienen que prepararse para convertirse en adultos reproductores. Las orugas están aquí para comer todo lo que puedan con el fin de transformarse en crisálidas, de las que saldrán los adultos reproductores alados. Por eso carecen de alas pero, en cambio, poseen robustas mandíbulas masticadoras y un apetito voraz e insaciable.Los individuos juveniles humanos deben ser crédulos por razones parecidas. Son orugas de información. Están aquí para convertirse en adultos reproductores dentro de una sociedad refinada, basada en el conocimiento; y la fuente principal de su dieta de información son sus mayores, sobre todo sus padres. Por lo mismo que las orugas poseen mandíbulas masticadoras córneas para ingerir la pulpa del repollo, los niños poseen ojos y oídos bien abiertos, y mentes receptivas y confiadas para absorber el lenguaje y otras formas de conocimiento. Son suéteres del saber adulto.
Mareas de datos, gigabytes de sabiduría, entran a raudales a través de los pórticos del cráneo infantil, y la mayor parte se origina en la cultura que han construido los padres y las generacionesde antepasados. Pero es importante no llevar demasiado lejos la analogía de la oruga. Los niños se transforman en adultos gradualmentey no de golpe como las orugas que se metamorfosean en mariposas.Recuerdo que una vez, en Navidad, intenté entretener a una niña de seis años calculando con ella el tiempo que tardaría Papá Noel en descender por todas las chimeneas del mundo. Si la altura media de una chimenea es de 6 metros y existen, pongamos por caso, 100 millones de casas con niños, ¿con qué rapidez, me preguntaba yo en voz alta, tendría que bajar zumbando por cada chimenea para poder terminar su trabajo en el amanecer del día de Navidad? Apenas tendría tiempo de entrar de puntillas y sin hacer ruido en la habitación de cada niño, porquenecesariamente tendría que romper la barrera del sonido. La niña comprendió y se dio cuenta de que había un problema, pero esto no la preocupó lo más mínimo. Dejó de lado el tema sin indagar más. Nunca pareció cruzar por su mente la posibilidad evidente de que sus padres le hubieran estado contando mentiras. Ella no lo habría dicho con estas palabras, pero la implicación era que, si las leyes de la física hacían imposible la hazaña de Papá Noel, tanto peor para las leyes de la física. Sus padres le habían dicho que bajaba por todas las chimeneas durante las pocas horas de la Nochebuena, y eso bastaba. Tenía que ser así porque papá y mamá lo habían dicho.
Pienso que la candidez confiada puede ser normal y saludable en un niño, pero puede convertirse en credulidad enfermiza y censurable en un adulto. Crecer y convertirse en adulto, en el sentido más pleno de la palabra, debería incluir el cultivo de un saludable escepticismo. La predisposición a dejarse engañar puede calificarse de infantil, porque es común (y defendible) en los niños. Sospecho que su persistencia en los adultos surge del deseo (en realidad, del anhelo vehemente) de las seguridades y comodidades perdidas de la niñez.
Este aspecto lo describió muy bien en 1986 Isaac Asimov, el gran escritor de ciencia ficcióny divulgador científico: «Inspecciónese cada una de las muestras de seudociencia y se encontrará una manta de seguridad, un pulgar que chupar, una falda que agarrar». La infancia es, para muchas personas, una Arcadia perdida, una especie de cielo, con sus certezas y sus seguridades,sus fantasías de volar al País de Nunca Jamás con Peter Pan, sus cuentos a la hora de ir a dormir, antes de vernos arrastrados hasta el País del Sueño en los brazos del Osito de Peluche. En retrospectiva, los años de la inocencia infantil pueden pasar demasiado deprisa. Quiero a mis padres porque me llevaron en un vuelo tan alto como el de un águila a través de las copas de los árboles; y por contarme las historias del Hada del Diente y de Papá Noel, de Merlín y sus hechizos, del Niño Jesús y los tres Reyes Magos. Todas estas historias enriquecen la niñez y, junto con muchas otras cosas, contribuyen a que la recordemoscomo una época fascinante.El mundo de los adultos puede parecer un lugar frío y vacío, sin hadas ni Papá Noel, sin País de los Juguetes ni la Narnia de los cuentos infantiles de C.S. Lewis, sin los felices terrenos de caza adonde van las mascotas que mueren, y sin ángeles (ni de la guarda ni de la variedad de jardín). Pero tampoco hay demonios, ni fuego del infierno, ni brujas malvadas, fantasmas, casas encantadas, posesión demoníaca, cocos ni ogros. Es cierto que ni el osito Teddy ni la muñeca Dolly están realmente vivos. Pero existen compañeros de cama adultos a los que asirse, cálidos, vivos, que hablan y piensan, y muchos de nosotros encontramosque éste es un tipo de amor más gratificante que la afección pueril por juguetes rellenos de paja, por blandos y mimosos que sean.
No crecer como es debido significa retener la calidad de «oruga» de la infancia (donde es una virtud) en la edad adulta (donde se convierte en un vicio). En la infancia nuestra credulidad nos es muy útil. Nos ayuda a llenar nuestro cráneo, de manera extraordinariamente rápida,con la sabiduría de nuestros padres y antepasados. Pero si no crecemospara salir de ella en la plenitud del tiempo, nuestra naturaleza de oruga nos convierte en un blanco fácil para astrólogos, médiums, gu-rúes, evangelistas y charlatanes. El genio del niño humano, oruga mental extraordinaria, le sirve para empaparse de información e ideas, no para criticarlas. Si más tarde aparecen las facultades críticas será a pesar de las inclinaciones de la niñez, y no debido a ellas.
El papel secante del cerebro del niño es el plantel poco prometedor, la base sobre la cual posteriormente quizá podrá desarrollarse la actitud escéptica, como una planta de mostaza que pugna por crecer. Necesitamos sustituir la credulidad automática de la niñez por el escepticismo constructivo de la ciencia adulta.Pero sospecho que hay un problema adicional. Nuestra visión del niño como oruga de información es demasiado simple. La programaciónde la credulidad del niño tiene una peculiaridad que resulta casi paradójica hasta que la comprendemos.
Volvamos a nuestra imagen del niño que necesita absorber información de la generación previa lo más rápidamente posible.
¿Qué ocurre si dos adultos, por ejemplo nuestro padre y nuestra madre, nos facilitan opiniones contradictorias?
¿Qué ocurre si nuestra madre nos dice que todas las serpientes son mortíferasy no debemos acercarnos nunca a ellas, y al día siguiente nuestro padre nos dice que todas las serpientes son letales excepto las verdes, y que podemos tener una serpiente verde como mascota?
Ambos ejemplosde consejos pueden ser buenos. El consejo materno tiene el efecto deseado de protegernos contra las serpientes, aunque la generalización no sea aplicable a las serpientes verdes. El consejo más discriminatorio del padre tiene el mismo efecto protector y es mejor en algunos aspectos,pero podría ser fatal si se trasladara, sin revisión, a un país lejano. En cualquier caso, para el niño pequeño la contradicción entre ambos consejos podría ser peligrosamente desconcertante.
Los padres suelen hacer denodados esfuerzos para no contradecirse, y probablemente hacenbien. Pero al «diseñar» la credulidad, la selección natural habría tenido que introducir una manera de habérselas con los consejos contradictorios.Quizás una regla sencilla tal como «Cree cualquier historia que oigas primero» o «Cree a la madre antes que al padre, y al padre antes que a otros adultos de la población».A veces el consejo de los padres advierte específicamente contra la credulidad hacia otros adultos de la población.
He aquí un ejemplo de consejo que los padres tienen que dar a sus hijos: «Si cualquier adulto os pide que vayáis con él y os dice que es amigo de vuestros padres, no lo creáis, por amable que parezca e incluso (o especialmente) si os ofrece caramelos. Id sólo con un adulto que vosotros y vuestros padres ya conozcáis, o bien que lleve un uniforme de policía».

(Recientemente apareció en los periódicos ingleses una historia encantadora: la reina Elizabeth, la Reina Madre, que tiene 97 años, le dijo a su chófer que detuviera el coche cuando advirtió que una niña, que aparentemente se había perdido, estaba llorando. La anciana y amable dama salió para confortar a la niña, y se ofreció a llevarla a su casa. «No puedo», sollozó la niña, «no se me permite hablar con extraños».)
Un niño tiene la obligación de ejercer, en determinadas circunstancias, lo opuesto a la credulidad: un tenaz apego a una afirmación previa de un adulto frente a una afirmación posterior contradictoria, por muy tentadoramente plausible que sea.
Así pues, los calificativos «ingenuo» y «crédulo» no son estrictamente aplicables a los niños. Las personas verdaderamente crédulas creen cualquier cosa que acaban de oír o leer, aunque contradiga lo que han oído o leído antes.
La cualidad infantil que intento describir no es la pura ingenuidad, sino una combinación compleja de credulidad combinada con su opuesta: el tozudo mantenimiento de una creencia, una vez adquirida. Así, la receta completa es una credulidad temprana extrema seguida de un inmovilismo igualmente obstinado. Es fácil ver lo devastadora que puede ser esta combinación.
Aquellos viejos jesuítas sabían lo que hacían: «Dadme al niño durante sus siete primeros años, y os devolveré al hombre»

  1. Excepto el de escala. No es posible la existencia de seres humanos del tamaño indicado,por la misma razón que no es posible la existencia de ratones del tamaño de elefantes ni de elefantes del tamaño de ratones. Sostener el peso de un cuerpo grácil como el de un elfo o muy pesado como el de un gigante (y mantenerlo en sus funciones vitales normales) demanda adaptaciones biológicas que no pueden producir, como resultado final, un ser humano en miniaturao gigantesco. (N. del T.)

Escepticismo Político

Por: Extraido del Skeptical Inquirer

Según una opinión muy difundida entre los italianos, la gente se divide en dos clases: los furbi, o pícaros, y los fessi o tontos. Y, como lo sugieren los éxitos pasados de Silvio Berlusconi, uno de cada dos italianos han admirado más a los furbi que a los fessi. Escuche lo que sigue para no caer en la ignominiosa categoría de los fessi.Durante dos milenios los filósofos escépticos nos han alertado contra las supercherías religiosas y los fraudes intelectuales. Pero ninguno de ellos, ni siquiera Sexto Empírico en la Antigüedad, ni Francisco Sánches en el Renacimiento, ni David Hume en la Ilustración, ni Bertrand Russell en el siglo pasado, nos han advertido contra los espejismos y crímenes políticos, pese a que ellos son mucho más peligrosos que cualquier superstición.En lo que sigue procuraré reparar esta omisión. Argüiré que, aunque en materia política todos somos tuertos, más vale que el ojo vidente sea escéptico. Y, para que no se crea que predico el escepticismo político radical y destructivo, o sea, el anarquismo, empezaré por distinguirlo del escepticismo moderado o puramente metodológico que recomendara Descartes y que se practica en ciencia y en técnica, a saber, el que recomienda dudar antes y después de creer.

1. ESCÉPTICOS RADICALES Y MODERADOS
Se cree comúnmente que los escépticos no tienen creencias. Esta creencia acerca de los escépticos es falsa, ya que sin creencias de algún tipo –por ejemplo, que conviene mirar a ambos lados antes de cruzar la calle– no sobreviviríamos. Las creencias, pues, son fuentes de acción. Quien nada cree nada hace y por lo tanto vive aun peor y menos que el dogmático.
Contrariamente a lo que sucede con los gusanos, en los humanos el estímulo no causa directamente una respuesta, sino que es refractado por un sistema de creencias. Esto explica por qué un mismo estímulo, tal como una frase, provoca una reacción en Fulano y otra diferente en Zutano. Por ejemplo, la expresión ‘justicia social’ alarma al conservador pero atrae al progresista.
Desde luego, no todas las creencias son equivalentes: unas son más verdaderas o mejores que otras. El dogmático es esclavo de creencias que no ha examinado críticamente, de modo que se arriesga a obrar mal. El escéptico radical, el que nada cree, no está al abrigo de toda creencia, sino que es víctima de creencias ajenas. En cambio, el escéptico moderado, el que sopesa ideas antes de adoptarlas o rechazarlas, está en condición de actuar racional y eficazmente. En otras palabras, mientras el escéptico radical es nihilista, el escéptico moderado es constructivo. Y lo que construye, a diferencia del edificio dogmático, no se desploma al primer temblor, porque ya ha pasado pruebas escépticas.
Entre los sistemas de creencias figuran las ideologías, o sea, los cuerpos de ideas acerca de la naturaleza del mundo, del más allá, de los valores y de las normas morales y políticas. Las creencias ideológicas suelen ser las más fuertes. Tanto, que muchos científicos eminentes, que rechazaron todas las pseudociencias consabidas, se aferraron a dogmas religiosos o políticos.
Por ejemplo, Theodosius Dobzhansky, uno de los padres de la síntesis de la biología evolutiva con la genética, fue un ferviente cristiano. El gran biólogo J. B. S. Haldane y el no menos insigne físico John D. Bernal fueron estalinistas tan ortodoxos que defendieron los disparates de Trofim Lysenko, el enemigo de la genética cuyas hipótesis pseudocientíficas hicieron retroceder a la agricultura soviética. O sea, que una sólida formación científica no vacuna contra la pseudociencia. Para vacunarse hay que combinar la actitud científica con el análisis metodológico. Esto vale tanto para el conocimiento como para la política.
Casi todos enfrentamos los acontecimientos políticos con algún preconcepto ideológico: progresista o reaccionario, neoliberal o socialista, secular o religioso, etc. Esto es inevitable pero azaroso, porque las ideologías son respuestas prefabricadas a estímulos esperables, y la realidad social es en gran medida impredecible porque la vamos haciendo poco a poco y en forma más improvisada que científica. Por este motivo hay que poner especial cuidado en la formación y propagación de una ideología.
Sin embargo, el enfoque ideológico no es un obstáculo a la comprensión de la política si se está dispuesto a reexaminar de tanto en tanto los principios de la ideología en cuestión, para verificar si se ajustan a la nueva realidad, a la moral y a nuestras aspiraciones legítimas. Seamos escépticos pero moderados, no radicales. O sea, adoptemos el escepticismo metodológico y rechacemos el escepticismo radical, porque se niega a sí mismo y es puramente destructivo.
El buen demócrata es un escéptico moderado porque está alerta a las posibles violaciones de las reglas democráticas: al fraude, la corrupción, el cercenamiento de las libertades básicas, la agresión militar, etc. En cambio, el escéptico radical, el que nada cree, se pone al margen de la política, y con ello se hace víctima de ella. Al dogmático le va igual que al escéptico radical: también él se pone a merced de los demás en lugar de actuar conscientemente por el bien común y contra quienes cometen acciones antisociales. En resumen, el buen demócrata no obedece ni desobedece ciegamente: todo lo examina y sopesa.
En lo que sigue intentaré alertar contra minas terrestres de siete clases que acechan a quien se aventure a caminar por el terreno político: confusión, error, exageración, profecía, engaño, pagaré, maquiavelismo y crimen. No lo haré para alejaros de la política sino, muy por el contrario, para instaros a que participéis en ella con ojo escéptico antes que cegados por dogmas o ilusiones infundadas.

2. CONFUSIONES
Confundir es identificar lo distinto. La confusión puede ser involuntaria o deliberada. La confusión involuntaria es el precio que pagamos por la ignorancia, el apresuramiento, la improvisación o la superficialidad. La confusión deliberada, en cambio, es un delito, ya que es un engaño. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se identifica la libertad con la libre empresa o el libre comercio, el derecho a la defensa con la agresión armada, la socialización de los medios de producción con la estatización, y la propaganda con la información.
Una de las confusiones más difundidas y provechosas en política es la identificación o confusión de los dos tipos de terrorismo: el de arriba o de Estado, y el de abajo o de grupo clandestino, tal como el que practican las organizaciones paramilitares, con apoyo estatal o sin él.
Esta confusión es políticamente provechosa porque permite tildar de terroristas a los guerrilleros que toman las armas para hostilizar a un gobierno opresor o un ejército invasor. Más aun, a veces el Estado recurre a los mismos medios que usan los terroristas de abajo: castigo colectivo, intimidación, ejecución sumaria, tortura, o exacción. Este recurso es ilegal porque hace a un costado el tribunal ordinario, único facultado para juzgar los crímenes al por menor. Un gobierno que utilice esos recursos extralegales carece de legitimidad legal y moral. Un Estado auténticamente democrático no puede darse el lujo de usar los mismos métodos de quienes combaten la democracia. Hacerlo es pura hipocresía.

3. ERRORES
El error es tan común en política como en ciencia, pero la corrección del error es menos frecuente en política que en ciencia, porque al político común le interesa más el poder que la verdad. Además, el político puede cometer errores morales, o sea, delitos de distintas envergaduras, desde el engaño al electorado hasta la agresión, mientras que lo peor que puede hacer un científico es cometer fraude, lo que es grave dentro de la comunidad científica pero no toca a la ciudadanía.
Los errores políticos más comunes son los tácticos y los estratégicos. Los errores tácticos, o técnicos, son mucho más fáciles de corregir que los estratégicos, ya que éstos involucran principios y metas. Un error estratégico común es el oportunismo, tal como aliarse con el enemigo de nuestro enemigo con el solo fin de derrotar al adversario. Este es un error grave porque involucra traicionar principios básicos.
Otro error del mismo tipo es tomar en serio la llamada ley de Hotelling (?), conforme a la cual siempre conviene desplazarse hacia el centro del espectro político, para capturar votos del adversario. Esta estrategia electoral puede dar resultados inmediatos, pero a la larga es suicida, porque a medida que se esfuman las diferencias entre los partidos se debilita la motivación del votante para elegir entre ellos: prefiere quedarse en casa, aduciendo que, puesto que todos son iguales, no tiene caso elegir entre ellos.

4. EXAGERACIONES
En política suelen cometerse errores de evaluación, en particular exageraciones y subestimaciones. Por ejemplo, los demócratas tenemos la tendencia de tachar de fascistas a los autoritarios incluso a los conservadores. En particular, acusamos de dictadura a cualquier gobierno que conculque algunas libertades democráticas, aunque no encarcele a los opositores en masa. Por ejemplo, en su tiempo se acusó de dictadura a los gobiernos de los generales Primo de Rivera y Perón, cuando de hecho fueron dictablandas. Las exageraciones de este tipo atemorizan a unos y llevan a otros a tomar medidas innecesariamente radicales.
Tampoco hay que cometer el error opuesto, de subestimar. Un ejemplo de este error es el que comete el eminente sociólogo político Michael Mann en su monumental Fascism (2004), al afirmar que el franquismo no fue fascista. Llega a esta conclusión porque el franquismo no se ajusta a su definición idiosincrática de fascismo. Según Mann, “el fascismo es la búsqueda de un estatismo nacionalista [nation-statism] trascendente y purificador mediante el paramilitarismo”. Puesto que la organización paramilitar facciosa, la Falange, era pequeña, el franquismo no se ajusta a esa definición. Lo mismo se aplicaría al régimen del Mariscal Horthy en Hungría.
A mi juicio, esto sólo muestra que la definición de Mann es defectuosa, ya que el régimen franquista colmó los deseos de los super-ricos, así como los de Hitler y Mussolini, escuchó las plegarias del Papa y ejecutó a más opositores que cualquier otro régimen fascista. ¿Para qué montar una fuerte banda paramilitar de señoritos voluntarios si se dispone de casi todas las fuerzas armadas del país, de los aviones y buques de guerra alemanes, y de los llamados voluntarios italianos? El error de Mann consistió en aferrarse a una definición en lugar de empezar por una provisional, ponerla a prueba, y terminar proponiendo una definición más adecuada que la inicial. O sea, en este caso no se ajustó al método científico.

5. PROFECÍAS
La profecía es especialidad del líder religioso, del ideólogo que cree conocer las leyes de la historia, del macroeconomista ortodoxo, del político inescrupuloso y del vendedor de grasa de culebra. Es posible hacer profecías políticas correctas referentes a sociedades tradicionales, homogéneas y carentes de cuantiosos recursos naturales. Las sociedades de este tipo pueden persistir durante bastante tiempo en el mismo estado, porque no tienen divisiones que generen conflictos internos graves ni tientan a potencias extranjeras. Pero las cosas cambian radicalmente en cuanto aparecen la modernidad, la sociodiversidad pronunciada o una gran riqueza natural. Cuando esto ocurre suceden cambios imprevisibles.
La modernidad y la gran diversidad social van acompañadas de cambios sociales impredictibles. La primera favorece el cambio, por dar rienda suelta a la creatividad, la que consiste, precisamente, en inventar cosas, procesos e ideas nunca pensados antes. Y la gran diversidad social, sobre todo si consiste en desigualdades pronunciadas de acceso al poder económico, político o cultural, genera conflictos de resultado incierto. Baste recordar las grandes revoluciones sociales y los trágicos conflictos bélicos de los últimos dos siglos. Nadie predijo la Revolución Rusa, el ascenso del nazismo al poder, la gran alianza contra el Eje fascista, o la implosión del Imperio Soviético. En nuestros días, al ordenar la tercera invasión de Líbano, Ehud Olmert, primer ministro israelí, profetizó “un nuevo Medio Oriente” al terminar la operación. Treinta y tres días después, al ordenar la retirada de las tropas invasoras, que no habían hecho sino matar y destruir, confesó que su ánimo se había tornado “sombrío, humilde y pesimista”.
Pese a los fracasos sucesivos de las profecías desde los tiempos bíblicos, millones creyeron en la profecía cristiana del fin del mundo, en la marxista de la bancarrota del capitalismo y en la neoliberal de la prosperidad que causaría el libre comercio, pero que no le llegó al Tercer Mundo. Otros creyeron en la profecía del primer presidente Bush, quien en 1990 afirmó que el precio del petróleo bajaría al ganar la Guerra del Golfo. De hecho, desde entonces ese precio subió de 20 a 70 dólares por barril, debido en parte a la política exterior de su hijo.
La única región del mundo acerca de la cual me atrevo a hacer una predicción, por cierto sombría, es el llamado Medio Oriente, que en realidad es próximo. Esta ha sido una región conflictiva desde el colapso del Imperio Otomano porque flota sobre el mar de petróleo más vasto del planeta, porque el petróleo es muy codiciado por todos los países, y porque hay una sola potencia capaz de controlarlo o incluso poseerlo por la fuerza sin que le importe violar una y otra vez el derecho internacional. Por este motivo me atrevo a profetizar que el Oriente Medio seguirá siendo conflictivo, aunque se firmen docenas de tratados, mientras le quede un barril de petróleo.
Los americanos están dispuestos a sacrificar por este motivo hasta el último soldado israelí, y los reclutadores islamistas hasta el último mártir-asesino, para defender el óleo sagrado. Poderoso caballero es Don Petróleo. Si quedare duda, imagínese lo que ocurriría si Israel hubiera sido instalado en Patagonia o Amazonía en lugar de Palestina. ¿Qué interés habrían tenido los americanos en transformar a Israel en la fortaleza más potente de la región, la única dotada de armas de destrucción masiva, y la única capaz de defender el acceso de las firmas norteamericanas a ese tesoro fabuloso?
En resumen, es posible acertarla con predicciones en pequeña escala y a corto plazo, así como con predicciones referentes a recursos naturales. En cambio, no es posible acertarla con profecías sociales grandiosas. Esto se debe a que no conocemos las leyes de la historia, y ni siquiera sabemos si las hay.

6. ENGAÑOS
El día siguiente al atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001, el titular de la primera plana de The New York Times ponía: “Los EE.UU. bajo ataque.” Esto daba la impresión de que se trataba de un nuevo Pearl Harbor: que la nación norteamericana estaba en guerra porque había sido atacada por otra potencia, la que ahora se llamaba “terrorismo”. Era la guerra contra el Terror, enemigo sin territorio ni gobierno, pero no menos temible por ello, y que exigía la movilización del pueblo: leyes de emergencia, recursos extraordinarios y, sobre todo, unión en torno al Líder del Mundo Libre, el presidente George W. Bush, electo un año antes en una elección sospechada de fraudulenta.
Esa presunta noticia fue falsa porque, por definición, guerra es conflicto armado entre dos naciones con sus respectivas fuerzas armadas, y en este caso había una sola nación, y el enemigo no era una fuerza armada sino una minúscula banda de criminales fanáticos no identificados. Es como si el gobierno español hubiera afirmado que estaba en guerra con ETA, hubiera bombardeado y ocupado el sur de Francia por albergar a etarras, y hubiera construido una prisión política para vascos sospechosos en una ex-colonia africana, para “interrogarlos” y sustraerlos a la justicia española.
Como dice George Soros en su último libro, The Era of Fallibility, la “guerra al terror” no es sino una metáfora políticamente conveniente. Tanto, que engañó al pueblo norteamericano, recortó las libertades civiles, dividió, entonteció y desarmó a la oposición, prometió un torrente inagotable de petróleo barato, e hizo regalos colosales al puñado de empresas amigas de la Casa Blanca. Años después el mismo gran periódico admitió la falsedad de su “información” de que Irak poseía armas de destrucción masiva y había participado en el ataque del 11/09. Pero ya era demasiado tarde: ya habían sido agredidas y ocupadas dos naciones, ya habían muerto decenas de miles de civiles inocentes, ya habían sido irreversiblemente arruinadas las vidas de centenares de miles de personas, y ya habían sido reducidas a escombros centenares de hospitales, escuelas, centrales eléctricas, plantas purificadoras de agua, fábricas, puentes, y casas privadas. O sea, ya se habían cometido innumerables crímenes de guerra. Sin embargo, estas operaciones en nombre de la libertad y la democracia le ganaron a George W. Bush y su partido una nueva victoria electoral. Una vez más, la alquimia política había transmutado a comediantes y delincuentes en grandes estadistas.
El engaño político es particularmente exitoso y repugnante cuando va disfrazado de cruzada moral, cuando los líderes les dicen a sus conciudadanos: “Nosotros somos buenos, y ellos son malos, de modo que nuestra guerra con ellos es una cruzada del Bien contra del Mal”. El escéptico sabe que cada uno de nosotros es medio ángel y medio demonio, Doctor Jekyll de día y Mister Hide de noche, bueno en el hogar y malo en el trabajo o al revés. Por lo tanto, el escéptico les exige a los políticos maniqueos que le digan claramente en qué aspectos “nosotros” somos buenos y en cuáles “ellos” son malos. Puede ocurrir que no haya gran diferencia moral entre ambos bandos, y que su conflicto no sea moral sino material: que no se trate del Bien sino de bienes, tales como tierra, agua, petróleo y mercados.
Otra cruzada en que están empeñados los buenos profesionales es la libre empresa y el libre comercio, pese a que ninguno de ellos han hecho progresar a los países subdesarrollados. Los Vargas Llosa, el novelista justamente famoso y su hijo Álvaro, militan en esta cruzada. Vargas Llosa hijo ha acusado a los izquierdistas latinoamericanos de ser idiotas por persistir en el error socialista y no comprender los beneficios del llamado neoliberalismo, que no es sino la tentativa de volver al capitalismo desenfrenado del siglo XIX. Otro hijo famoso, el del padre del capitalista más poderoso del mundo, disiente. En efecto, Bill Gates declaró hace poco, en la famosa audición de Bill Moyers, que, si bien el capitalismo había sido una bendición para el primer mundo, había resultado una maldición para el tercero. El escéptico ingenuo queda en la duda: ¿cuál de los dos hijos será el idiota, Bill o Alvarito?
Finalmente, no hay engaño exitoso sin autoengaño de otros: Don Juan cuenta con el autoengaño del cornudo. Los niños que se enrolaron en la Cruzada de los Niños creyeron que se ganarían el paraíso al ir a rescatar el Santo Sepulcro de manos de los infieles; millones de ciudadanos soviéticos creyeron que estaban construyendo el “socialismo real”, cuando de hecho se estaban sacrificando por el socialismo de Estado; los mandatarios chinos siguen llamándose a sí mismos comunistas al mismo tiempo que favorecen el ensanchamiento del abismo entre ricos y pobres; y millones de norteamericanos creyeron a su presidente cuando les aseguró que la dictadura irakí poseía armas de destrucción masiva que amenazaban su derecho sagrado al petróleo ajeno.
El escéptico procurará mantener en buen estado a su detector de mentiras, para no dejarse extraviar por cantos de sirenas de afuera ni de adentro. Pero, contrariamente a Ulises, no se amarrará al mástil de su barco dejando que éste navegue a la deriva, sino que empuñará el timón para seguir buscando la verdad.

7. PAGARÉS
Todo político tiene que firmar pagarés, o sea, hacer promesas. Si es honesto, los firmará creyendo que podrá levantarlos, aun sabiendo que pueden ocurrir acontecimientos inesperados, tales como sequías prolongadas y agresiones extranjeras, que le impidan cumplir su palabra.
Lenin prometió que la combinación de poder soviético con electrificación gestaría el socialismo, pero éste nunca llegó. Hitler prometió un reino milenario, que no duró sino doce años. Durante la segunda guerra mundial Roosevelt y Churchill prometieron un mundo sin miedo, en vísperas del peor susto que sufrió la humanidad desde el año 1.000: la amenaza de guerra nuclear. Perón prometió la justicia social, la que jamás llegó. Y ahora Bush promete regalarles libertad y democracia a todos los pueblos, aunque no las quieran. No hay cómo firmar pagarés políticos para obnubilar el espíritu crítico
Ocasionalmente el político ambicioso, aunque básicamente honesto, firmará pagarés literalmente a diestra y siniestra, para obtener el apoyo de grupos políticos de idearios muy diferentes del suyo propio. Si triunfare, se encontrará con la imposibilidad de cumplir con los diestros sin ofender a los siniestros y recíprocamente. Esto le ocurrió a Arturo Frondizi, el primer presidente constitucional argentino después de la caída de Perón. No sólo no pudo levantar todos los pagarés que había firmado, sino que se topó con los tres enemigos tradicionales de la democracia latinoamericana: las fuerzas armadas, la Iglesia católica y el servicio norteamericano de espionaje.
El ciudadano con ojo escéptico intentará averiguar qué pagarés ha firmado su candidato, así como estimará la posibilidad que tiene de levantarlos. Si le parece que ha prometido demasiado a demasiada gente, se lo hará saber, para que el candidato se desligue a tiempo de algunos compromisos. Siempre es preferible conservar el capital político bien habido a malgastar el malhabido.

8. MAQUIAVELISMO
Niccolò Machiavelli fue uno de los más grandes politólogos de todos los tiempos, pero también fue un técnico siniestro de la manipulación política. Lo que hoy llamamos maquiavelismo puede resumirse en el consejo utilitarista “El fin justifica a los medios”. En otras palabras, la receta es armarse de insensibilidad moral.
Es moralmente insensible el que pasa por alto la pobreza, la violencia, la corrupción y la ignorancia, pero en cambio exige sacrificios para mayor gloria de Dios, de la patria o de un ideario. Un movimiento político es moral si y sólo si se propone sinceramente mejorar el estilo de vida de las gentes, o sea, si es democrático y progresista, porque en tal caso esprosocial. En cambio, un movimiento político es inmoral si es antisocial, o sea, si favorece los intereses de una minoría a costillas de la mayoría. Acabo de plagiar a Alexis de Tocqueville, a casi dos siglos de distancia.
Sin embargo, ¡ojo escéptico!, porque un político puede abogar de buena fe por fines morales al mismo tiempo que emplea medios inmorales para conseguirlos. Primer ejemplo: el igualitario que practica el elitismo al sostener la necesidad de una dictadura para imponer la igualdad. Segundo ejemplo: el demócrata que pretende imponer la democracia a tiros o a dólares. Tercer ejemplo: el liberal que ejerce la censura para impedir la discusión y difusión de ideas reaccionarias o socialistas.
En conclusión, el escéptico examinará no sólo las metas de un movimiento político sino también los medios que propone para alcanzarlos. De lo contrario se hará cómplice de alguna de las grandes hipocresías de nuestro tiempo: la guerra para acabar con las guerras, la dictadura para realizar la emancipación, el centralismo democrático, y la invasión para difundir la democracia. Para hacer una tortilla hay que romper huevos, pero frescos, no podridos, ni menos aun cuando están siendo empollados.

9. CRÍMENES
En política, igual que en la vida cotidiana, se cometen errores morales, o sea, acciones antisociales, que son las que benefician al actor en perjuicio de otros. Los errores morales pueden ser voluntarios o involuntarios, de comisión o de omisión. Cuando el daño consiste en la muerte de inocentes, o en la destrucción de cosas muy necesarias para otros, tales como hospitales, fuentes de energía y puentes, y el error es un crimen.
De todos los errores morales deliberados, el peor es la agresión, de cualquier tipo y a cualquier escala. Y de todas las agresiones la peor es la armada, particularmente la agresión armada en gran escala, o sea, la guerra, ya que es asesinato al por mayor. Sin embargo, sigue habiendo guerras y se sigue usando el símil bélico para nombrar campañas de distintos tipos: guerra a la droga, al crimen, al SIDA, al analfabetismo, etc. En cuanto se habla de guerra, literal o metafórica, se puede recurrir al patriotismo, ya auténtico, ya fabricado ad hoc para privar a la gente de su facultad crítica, de su juicio moral, o de su libertad.
Por todo esto es escandaloso que sean tan pocos los filósofos morales que hayan condenado la guerra; que los cursos universitarios de ética le dediquen mucha menos atención que al caso proverbial del padre que roba un pan para alimentar a sus hijos hambrientos; y que los fundamentalistas cristianos no se manifiesten contra la guerra, el crimen máximo, ni voten contra quienes la inician, en lugar de desfilar contra el aborto y el matrimonio homosexual.
Es característico de los guerreros de sillón, desde los políticos que organizaron la primera masacre mundial hasta nuestros días, el que todo lo vean en términos de victorias y derrotas, nada en términos morales. Por ejemplo, en el documental “The fog of war”, dedicado a la vida pública de Robert S. McNamara, éste confiesa haber cometido varios errores al organizar la guerra contra Vietnam en su calidad de secretario de defensa de los presidentes Kennedy y Johnson, pero rechaza categóricamente la acusación de haber cometido crímenes de guerra, pese a haber ordenado el bombardeo indiscriminado de poblaciones civiles, la fumigación con “agente naranja”, el desmantelamiento de aldeas, y muchos otros actos prohibidos explícitamente por la Convención de Ginebra y la Carta de las Naciones Unidas. Las personas normales, en cambio, sabemos que la agresión bélica es criminal y por lo tanto inmoral.
Con el pretexto de que la mejor defensa es la agresión, a menudo el agresor alega que dispara primero para defender mejor. Se habla así de guerra preventiva, se invade países enteros para aprehender a un puñado de terroristas y, con el pretexto de la seguridad, se cercenan las libertades civiles. A los ojos del escéptico, la guerra, ya auténtica, ya metafórica, es un delito que sólo conviene a unas pocas compañías y a los políticos que medran con la credulidad del ciudadano.

10. MORALEJAS ESCÉPTICAS
Terminaré enunciando un puñado colmado de moralejas escépticas.

  1. Confundir deliberadamente es estafar. No se deje estafar.
  2. Errar es humano, pero persistir en el error es estúpido o criminal. Corrija sus errores antes de que lo tomen por tonto o por canalla.
  3. En política, exagerar para cualquiera de los dos lados es peligroso. No arriesgue el pellejo subestimando, ni haga el ridículo exagerando.
  4. Las predicciones políticas son azarosas porque no conocemos leyes históricas. Desconfíe de quien le ofrezca venderle el futuro, sobre todo en cuotas de sangre.
  5. En política las palabras sirven, ya para informar, ya para engañar. No sea ingenuo: tome con pinzas y examine todo lo que le digan, y recuerde que el mentiroso mayorista suele ser premiado y recordado, ya injustamente como gran hombre, ya justamente como gran rufián.
  6. Antes de aceptar un pagaré político averigüe si el firmante es solvente y si su pasado inspira confianza.
  7. Desenmascare el maquiavelismo: contribuya a moralizar la política. A buenos fines, buenos medios.
  8. Recuerde que la agresión armada, por justificada que parezca, es un crimen. Y que este crimen se da en dos variedades: de abajo y de arriba (o terrorismo de Estado). El terrorista de abajo puede caer bajo el Código Penal, mientras que al de arriba le cabe el Código de Nüremberg. En resumen, cuando oiga la palabra ‘guerra’, desconfíe: acuda al diccionario y averigüe quién es el auténtico enemigo y cómo combatirlo sin cometer crímenes de guerra.

Metamoraleja: Desconfíe de todas las moralejas, pero no se deje paralizar por la desconfianza. La duda sacude y la crítica quiebra, pero para que haya algo que sacudir o quebrar es preciso empezar por construirlo (en inglés queda más bonito: Doubt shakes and criticism breaks: Neither makes, and making is what counts). Para que sirva, el escepticismo no debe ser una doctrina sino una fase de la investigación.